Ser / Poeta




ph. Ignacio Rial - Schies




Qué eres.

Pregunta trampa que no interroga necesariamente sobre el quehacer. Un amigo respondía hace poco, "por encima de cualquier otra cosa, en este momento, soy viudo", y durante un instante recordamos que, en efecto, somos un latido que no deja de sentir. Así pues, considerándonos personas, es decir, especie, entendiendo que eso no iguala ni un poquito ni nos pone a la altura de las mismas circunstancias, dando por hecho muchísimas cosas que no debieran nunca tramitarse a la ligera, responder a la inquietante pregunta de qué somos, a menudo nos remite a las cosas del oficio, ya sea ese que nos paga el alquiler o aquel a cuya práctica dedicamos la vida que nos queda.

En esa ocupación ciframos gran parte de nuestras inquietudes, búsquedas, deseos y absurdas aspiraciones. Si el oficio en sí nos ubica en el siempre confuso y perverso mundo del arte, encontraremos a muchos oficiantes acomplejados con su desempeño que esperan, después de varias décadas de formación intensiva con Fulano y Mengano, en la Escuela, la Academia, la Realísima o Incierta Sede del Conocimiento Dosificado en Años Luz… Después, siempre después, esperan aún y quizá para siempre un reconocimiento tácito pero ajeno. Un don o doña Alguien que venga y certifique con flamante sello la importancia adquirida en todo eso, nuestro lugarcito entre pares conseguido más por constancia y terquedad que por necesidad. Desde acá defendemos a la Rilke la certeza de que si usted puede vivir sin escribir, no escriba. Por favor. Donde dice escribir aplica todo verbo desamparado: cantar, pintar, tocar la tuba, actuar, filmar y largo etc. Si usted puede vivir sin, por favor, no. Haga usted silencio, ya que paz nunca habrá.

Esa es la parte más o menos fácil. Lo difícil es lo otro y lo demás. Cuando logramos que vivir no pase por sobrevivir, cuando buscamos algo que nunca está y entendemos que nuestra maldición es darle forma, tratar de entender eso que nos come, ese incordio que devora y alienta sin prisa ni pausa. Ahí sí. Ahí comienza un desglose de actividades insólitas para lograr ser el traductor de una lengua propia, nuestra, que sin embargo, paradoja, utiliza sistemas preexistentes. Después de todo, somos humanos, no dioses. Polvo de estrellas. "Polvo. No estrellas", que recuerda un poema de David González.

Este polvo de estrellas cae, desaprende. Se equivoca sin error. Ah, sí, cada error es un acierto. Se entiende después, siempre después, pero en algún momento. Al beckettiano modo fracasamos de nuevo y mejor. Cada vez. Y toda vez es única. En el medio del camino de nuestros fracasos entendemos poco, con suerte cada vez menos, pero ejercitamos el desempeño en lo imposible. Nuestro instrumental quirúrgico termina por estar siempre afilado. Es un placer mirarlo. Y otro cortar la tela, la carne, el asunto. Es un placer a ratos. La perpetuidad de la bondad o la felicidad no es conveniente. Se recomienda besar y salir corriendo en toda dirección.

Bienaventurados los que dudan antes de saber qué son porque de ellos serán el infierno del tránsito en hora punta, la bronca, el estruendo de la biblioteca que se desploma en medio de la noche. De ellos serán el (des)amor, la inestabilidad, la insatisfacción constante. Y ellos serán quienes tarde o temprano dejen de esperar la certeza y aprendan a hacer nuevas preguntas. Sí, no buscamos respuestas, sino preguntas. También eso, con suerte, con mucha buena suerte, se entiende después. Siempre después.

Qué eres. Un conjunto finito de problemas. Un desastre tras otro. Una forma del ser. Y de la luz.

Poeta.

Entre todas las cosas de este mundo, se puede ser poeta. Sin título firmado por un ministro idiota, sin aval, ni credencial, ni prueba en mano. Se puede ser poeta. Ojalá se debiera ser poeta. Cuando escribo poeta quiero decir mirada.

Qué eres. Tu mirada. Ese punto de vista limitado y atroz. Original y extenuado. Determinista, miope, daltónico. Eres esa mirada que se posa en y sobre hasta que decides, si tal cosa es posible, decidir, que tu mirada opere en el paisaje, lo intervenga, difiera, modifique. Empiezas a cortar el pelo a la mañana, cambias de lugar los muebles, quizá escribes sin para qué pero a un amado Porquién,* quizá vuelves a tomar la misma foto, limpias los pinceles, memorizas un texto que nadie escuchará, tarareas la melodía sin título que te quita el sueño. Quizá tocas el bandoneón en la casa vacía, ordenas un armario y descubres una historia. Quizá todavía y mientras. Todo es posible en el oficio de quien mira. Pero, ¿acaso es posible no mirar? La respuesta descansa y se burla en tu mano. Nuestra dulce mirada amaestrada contempla más pantallas que horizontes. Cómo volar entonces, cómo lograr que la menor expectativa abra sus alas.

Qué eres. Poeta.

No necesariamente de palabra. Poeta hecho de verbo y omisión. Preferiría no hacerlo. Poeta también es quien oficia el silencio, prende la luz y guía la mirada. Poeta es quien abriga, quien recuerda que el pasado no está escrito y vuelve para contarlo. A su manera. Tal y como quiso o pudo verlo. Poeta es quien sueña y recuerda lo soñado y lo convierte en piedra. Quien en una madera encuentra el alma del instrumento que en cuestión de unos meses sonará en otras manos. 

Qué eres. 
Respondamos sin miedo: El / la poeta que puedo.**



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* Figura arrebatada a Helga Fernández.
** "Uno es el poeta que puede, no el que quiere." Mauricio Kartun.

Los pájaros






"Me interesa entender / qué hemos venido a hacer a este mundo, / por qué ese benteveo, / digamos, tiene el aire / preciso de quien sabe a ciencia cierta / lo que busca en el patio, / y nosotros en cambio damos vueltas / y vueltas por la vida / como pájaros ciegos, extraviados." 
Pablo Anadón



Es difícil acercarse a un trabajo de Marcelo Subiotto sin expectativa. Quienes conocen su profundidad como intérprete cuentan con ser testigos, una vez más, del misterio de la actuación. Encontrarlo en un unipersonal es una buena oportunidad para ello y Los pájaros ofrece muchos alicientes. No descansa exclusivamente en la singularidad del punto de vista del protagonista, sino que acierta a desplegarse como acontecimiento escénico logrando que todos y cada uno de sus elementos favorezcan la instancia poética que recrea. 

El texto de Juan Ignacio González e Ignacio Torres presenta la vida y obra de Aldo, personaje en tránsito. Los últimos acontecimientos de su cotidiano le llevan a emprender un viaje. Entre la huida y la peregrinación, su trayecto en moto desde Córdoba a Salta se convierte en el limbo idóneo para reflexionar sobre su quehacer como artesano, su separación, la idiosincrasia del pueblo chico y el valor de cada pequeña cosa disfrazada de azar que pareciera determinar nuestros días. Mientras el texto trabaja con la memoria radial, asociativa y fragmentada propia del monólogo interior, la puesta en escena logra un presente detenido donde la actuación revitaliza no solo el pasado sino los instantes de revelación que Aldo atraviesa.

La dificultad narrativa del texto desaparece en la actuación de Subiotto. La dirección combina su organicidad con el diseño sonoro de Alfredo García y Jorge Lagos, que cuenta con la presencia musical en vivo de Clara Maydana. La sonoridad amplia el espacio a un afuera indefinido que avanza junto al relato – la ruta, una pausa obligada en el camino, el día, la noche, el paisaje indescriptible del salar -. La escenografía de Julieta Potenze y la iluminación de Lucía Feijoó son en gran medida responsables del fluir que complementa la naturaleza de este trayecto simbólico. Un viaje clásico de aprendizaje donde el antihéroe enfrenta sus muchas inquietudes sin respuesta antes de aceptar la libertad que supone el saberse insignificante y efímero, parte de un paisaje eterno donde quién sabe si la paz exista.

Los pájaros articula con excelencia cada uno de sus elementos y revaloriza un formato inagotable donde siempre hay lugar para la búsqueda. 





Los pájaros

Dramaturgia: Juan Ignacio González, Ignacio Torres
Actúan: Marcelo Subiotto
Músicos: Clara Maydana
Vestuario: Nadia Sandrone
Escenografía: Julieta Potenze
Iluminación: Lucia Feijoó
Diseño sonoro: Alfredo García, Jorge Lagos
Redes Sociales: Romina Asat
Música: Alfredo García, Clara Maydana
Fotografía: Federico Perez Gelardi
Diseño gráfico: Sergio Calvo
Asistencia de dirección: Alejandra Bueses
Producción: Zoilo Garcés
Colaboración artística: Sergio Calvo, Marcelo Subiotto
Dirección: Juan Ignacio González



Centro Cultural Rojas
Corrientes 2038
Sábados, 20.30h. 

Corina Wilson. Éxtasis y demonios








Corina Wilson es, entre otras cosas, una persona y seis personas. Simultáneamente es la actriz nacida en Bustinza, provincia Santa Fe, República Argentina; y un grupo de experimentación escénica, (pre escénica y post escénica también) compuesto por Milva Leonardi, Victoria Castelvetri, Quillen Mut, Ana Inés García, Virginia Leanza y Brenda Lucía Carlini. En su primera manifestación, se trata de una mujer olvidada a su fuerza mística en el interior del país. En su segunda manifestación, las preguntas que se pueden y no se pueden representar. Corina Wilson es, en ambos casos, la insistencia ingenua y maliciosa en la fantasía como socorrista de nuestra existencia.” Así se presenta este grupo de danza que estrenó en la Bienal de Arte de Joven su primera obra: “Corina Wilson. Éxtasis y demonios.” Bajo ese título que sugiere una retrospectiva incierta o una aproximación subjetiva a un inquietante universo femenino, el público descubrirá la fuerza combinada de una compañía de danza que pone la técnica al servicio de su poética.
  
La invocación de lo sobrenatural articula un repertorio de composiciones donde los cuerpos exploran la poderosa distorsión que el imaginario místico opera sobre ellos. Cinco mujeres en la intemperie de una noche, en tierra de nadie y mundo de todos, son tomadas una y otra vez por la ferocidad que las rodea. Sus cuerpos se abren para revelar lo insólito de voces, luces, ritmos y articulaciones. Componen variaciones sobre sí mismas donde la mirada, la gestualidad y la intensidad de la energía se dosifican en respuesta a una intervención nunca identificada. Entre la vida y la muerte, habitan un limbo de incógnitas visitando una iconografía clásica donde reconocemos los terrores del catolicismo y la influencia del simbolismo pictórico.
  
Los personajes se comunican en una lengua otra, posible, sugerente y mixta. Sus intraducibles diálogos invitan a re-crear el misterio, los miedos y placeres que comparten. La intensidad evoluciona a medida que el diseño sonoro de Lautaro Zamaro y las canciones de Sebastián Bosch toman el espacio escénico creado por Matías Sendón, autor también de una iluminación que guía al público en el discernimiento de este nuevo mundo. Un tiempo y lugar ignotos cuyas raíces se hunden en referentes de la siempre difusa y compleja espiritualidad. 

Una propuesta muy recomendable que invita a reflexionar sobre la composición de obra a partir de lo que vemos, escuchamos y experimentamos, recordándonos que el relato no es lo todo. 



Corina Wilson. Éxtasis y demonios

Autoría: Brenda Lucía Carlini, Victoria Castelvetri, Ana Inés García, Virginia Leanza, Milva Leonardi, Quillen Mut
Intérpretes: Victoria Castelvetri, Ana Inés García, Virginia Leanza, Milva Leonardi, Quillen Mut
Iluminación y diseño de espacio: Matías Sendón
Diseño de vestuario: Daniela Chihuailaf
Diseño sonoro: Lautaro Zamaro
Realización de escenografía: Leonardo Ruzzante
Canciones: Sebastián Bosch
Fotografía: Maria Del Pilar Campllonch, Javier Pérez Bassi
Diseño gráfico: Clan Paraná
Asistencia de dirección: Macarena Orueta
Producción ejecutiva: Brenda Lucía Carlini
Dirección: Victoria Castelvetri, Ana Inés García, Virginia Leanza, Milva Leonardi, Quillen Mut


Espacio Callejón
Humahuaca 3759
Viernes, 20h.

Adiós πατέρας (un ensayo sobre el recuerdo o la despedida)







¿Puede una propuesta escénica mantener el espíritu revolucionario de un manifiesto artístico? ¿Puede una obra cumplir con los dudosos determinantes del oficio creativo y, a su vez, estar viva? ¿Cuándo comienza la muerte del artista? ¿Y la del hombre? ¿Qué obtenemos al diseccionar esas dos naturalezas? ¿Por qué lo hacemos?

El trabajo de Tiziano Cruz, presentado hace unas semanas en la Bienal de Arte Joven, materializa estas y otras muchas inquietudes para las que, afortunadamente, nunca hay respuesta unívoca. Cruz articula parte del relato de su vida mediante un dispositivo escénico que remite a la asepsia de las galerías de arte. Él se convierte en objeto exhibido y se presenta bajo el artificio de la síntesis, la claridad lumínica y la economía estética. Fragmentos del pasado nunca escrito, el paraíso de una infancia de la que fue expulsado y la muerte como constante vital, como acontecimiento capaz de signar un destino múltiple: el del niño, el hermano, el hijo, el hombre y el artista. Todos ellos son uno y responden al nombre de Tiziano, poeta del lenguaje visual, performance. Cruz, de origen jujeño, se presenta como pieza única, eslabón indescifrable de su familia. Su cuerpo ya es un manifiesto y la estética de este trabajo refuerza esa presencia donde el origen se percibe lejano y atávico aunque su traducción, su ser y estar, abracen la contemporaneidad. La música, el vestuario y una máscara de cordero permiten que nos aproximemos a la herida abierta sobre la que el poeta trabaja: la muerte temprana de su hermana menor a los pocos días de dar a la luz. Una muerte por negligencia médica. Una muerte política nunca es una más ni una de tantas cuando nos pertenece. Cruz hizo de su vida una obra de largo aliento donde se interroga sobre el sinsentido de la existencia. Abre las puertas de la casa de su infancia, comparte recuerdos, sueños y decisiones. Ordena los acontecimientos en una progresión donde el paso del tiempo proporciona la imprescindible lógica de una narrativa personal donde la tragedia adquiere su singularísima razón al ser interpretada. Lo que vemos, lo que hay, es apenas lo que pudo rescatarse de un incendio. Es sobre las cenizas  - de una casa, un cuerpo, un pasado – que se sobrevive y con esas cenizas, se escribe. Para volar. Para seguir volando.

El público forma parte de un ritual que trasciende la función teatral. En este unipersonal Tiziano Cruz se inmola. Su lenguaje poético anuncia el fin de los tiempos y la continuidad de un dolor insoslayable. Podemos mirar a la muerte a los ojos y, sin entenderla, desearla. Identificar en ella no un final, sino un punto de encuentro, un territorio liminal donde se llega no solo para dejar estar, también para aprender a dejar de ser lo que alguna vez creímos.


Adiós πατέρας (un ensayo sobre el recuerdo o la despedida)

Dramaturgia: Tiziano Cruz
Corrección de textos: Hugo Miranda Campos
Intérpretes: Tiziano Cruz
Diseño de vestuario: Luciana Iovane
Diseño de escenografía: Aida Navajas
Diseño de luces: Valeria Junquera
Diseño sonoro y  video: Matías Gutiérrez
Asesoramiento coreográfico: Popi Cabrera
Asistencia de dirección: Rodrigo Herrera
Tutoría: Gonzalo Demaria, Valeria Kovadloff
Producción: Rodrigo Herrera
Producción general: Ulmus Gestión Cultural
Colaboración artística: Aida Navajas, Marina Quesada
Dirección general: Tiziano Cruz

El Extranjero
Valentín Gómez 3378
Viernes, 20.30h. 

Hijas






“Quiero que la gente pueda pagar por mi trabajo y yo creer que lo merezco.”
Hijas


El desempeño de un oficio artístico devora la vida, la invade, la convierte en una suma de tareas imprescindibles. Somos eso que hacemos para que la obra sea. El arte transforma nuestra vida, decimos. Sin embargo, “nunca nada te vuelve con la misma cantidad con la que das y esta es tu traición,” afirma esta obra. Resulta más que adecuado que la vocación artística se descubra a menudo en la juventud. Es necesario creer en la enormidad del sueño, idealizar de forma desmedida, mentirnos con entusiasmo sobre nuestras capacidades y deseos. Confiar, depositar una fe insólita en el lejano horizonte de expectativas que atisbamos lejísimos. Sin embargo, los años se precipitan y un día, parpadeo mediante, nos descubrimos adultos con responsabilidades hacia terceros y somos dueños de un cuerpo que limita al norte con dolores nuevos y al sur con los números rojos de esa cuenta famélica donde nadie depositó subsidios ni premios. Dejamos de ser la joven promesa y.

La historia en ese punto siempre es un misterio. Hijas, estrenada estos días en la Bienal de Arte Joven, se presenta como un relato posible sobre esa instancia y funciona como un tratado práctico y demoledor sobre el arte de la actuación. Lejos de idealizar el desempeño del oficio, pone en juego los demonios que muchos intérpretes enfrentan. Los verbaliza con ironía y arranca carcajadas que terminan cerrando la garganta al mezclarse con emociones menos digeribles. El humor ilumina los rincones más oscuros de la pieza donde aparecen el ego, la vergüenza, la envidia o el odio. Junto a ese catálogo de heridas abiertas sobre las que bailan, Leticia Coronel y Federico Pereyra despliegan su virtuosismo al servicio de una puesta exigida. La dirección los mantiene en la cuerda floja de la energía performática desarrollando intensidades expresivas donde el texto es una excusa para habitar rotundas composiciones de criaturas que responden a un repertorio escénico desafiante. Coronel y Pereyra mantienen un duelo interpretativo que invita a exorcizar los propios temores sobre la vida misma, ese otro arte efímero donde también competimos. 

Hijas no es solo una obra sobre la vocación creadora, también es un llamado de atención sobre el abandono en el que los artistas malviven y sobre el ninguneo al que se somete su trabajo toda vez que el discurso político convierte la cultura en un lujo al alcance de pocos. La violencia integral de la puesta, su desborde, remite una y otra vez a la coyuntura socioeconómica donde la obra fue gestada. “Actuar o morir, como si la actuación pudiera con todo” leemos en el programa. Ese todo es clave. Ahí es donde la obra deja que sean los cuerpos los que testimonien cuanto no puede decirse. El título de la obra no solo es un guiño a las escuelas o métodos actorales, sus personajes son hijas de este tiempo atravesado por constantes ejercicios de lucha, resignificación y conquista del capital simbólico. No en vano son fuerzas femeninas que eligen ser una madre soltera y un varón capaz de transcender el género para, más allá de la forma, habitar cualquier naturaleza del deseo.

La creación corre a cargo de Hugo Martínez, Carla Di GraziaMantrixa y los propios intérpretes. En esa reunión de intereses y trayectorias tan diversas como complementarias descansa la convivencia de los elementos explorados en la puesta: la iluminación de Lucía Feijoó, el maquillaje de Joseph Elias Attieh Bello, la composición sonora de Mantrixa y la coreografía de Carla Di Gracia. Mención aparte y destacada merecen el diseño y realización de vestuario a cargo de Uriel Cistaro y Adriana Baldani y los tocados de Luisa Vega. Su aporte no solo sobredimensiona la corporalidad de los personajes sino que otorga un valor añadido de obra plástica donde se metaforizan el delirio del éxito, la belleza y la eterna juventud que constituyen la pirámide alimenticia de todo ego creador.



Hijas

Intérpretes: Leticia Coronel y Federico Pereyra
Dirección de arte y diseño de vestuario: Uriel Cistaro
Realización de vestuario: Uriel Cistaro y Adriana Baldani
Realización de tocados: Luisa Vega
Asistencia de arte y vestuario: Luisa Vega
Diseño y realización de Maquillaje: Joseph Elias Attieh Bello
Fotos: Meninas Colectivo, Alfonso Bató y Federico Lehman
Registro audiovisual: Federico  Lehman
Diseño gráfico: Damian Ancherama
Redes: Federico Pereyra y Mantrixa
Diseño, composición y realización sonora en vivo: Mantrixa
Entrenamiento vocal: Romina Trigo
Asistencia musical: Romina Trigo
Diseño de iluminación: Lucia Feijoó
Co-autoría obra originaria (versión 2018): Leticia Coronel y Lourdes Hijano Sol
Textos: Leticia Coronel y Federico Pereyra
Dramaturgia: Sofía Badia
Producción: Leticia Coronel
Asistencia de producción: Uriel Cistaro
Asesoramiento artístico: Juan Coulasso
Asistencia de dirección: Yamila Seco
Creación escénica: Leticia Coronel, Federico Pereyra, Hugo Martínez, Carla Di Grazia y Mantrixa
Dirección coreográfica: Carla Di Grazia
Dirección escénica: Leticia Coronel, Federico Pereyra y Hugo Martínez


Próximas funciones: viernes de octubre y noviembre en Abasto Social Club. Yatay 666

Turba





Afirma Ariane Mnouchkine que cuando pensamos que algo no puede hacerse desde el teatro, es decir, que algo no puede abordarse desde el lenguaje escénico, es que aún no hemos descubierto cómo. Turba, la nueva obra de Iride Mockert, en esta ocasión con dirección de Alejandra Flechner, es una buena prueba de esa hipótesis. Su creación aborda no uno, sino varios personajes de mujer en situación de trata, y lo hace valiéndose de recursos tan genuinos como poderosos que constituyen un dispositivo escénico implacable.

El texto de Laura Sbdar recrea una voz inolvidable cuyo punto de vista excepcional se traduce en un decir que eleva la funcionalidad poética del lenguaje. La  puesta en escena administra el espacio ritmándolo en función del relato para revelarnos la intimidad física y mental de la protagonista, pero también recrea el escenario de un prostíbulo donde conoceremos la historia de otra mujer a través de canciones. La actriz pasa de un espacio a otro, alternando personajes mientras habita una rutina donde el sexo es un repertorio de violencia formal, un catálogo de posiciones y roles que el macho elige, donde ella no es más que el cuerpo ejecutante. La potencia arrolladora que caracteriza los trabajos de Mockert vuelve a ser un factor significativo en la composición de Turba, nombre de guerrera bajo el que se presenta esta criatura que se incorpora a la cartelera teatral para convertirse en un personaje de referencia obligada. La dirección de Flechner explora la capacidad interpretativa de la actriz alcanzando instancias de alta intensidad donde la forma adquiere tal contundencia estética y expresiva que la metáfora sacude al público interpelándole sin lugar para la indiferencia.

La obra es un proyecto que Mockert perseguía desde 2015 y su deseo mantenido en el tiempo, sin duda, se convirtió en necesidad en estos años donde la denuncia contra el patriarcado y los asesinatos de mujeres luchan por convertirse en una constante que supere las fugaces tendencias de la agenda mediática. Turba denuncia la esclavitud sexual dando lugar a voces silenciadas cuyas historias nunca conoceremos. Hace apenas unas semanas se estrenaba Beya Durmiente (Dj Beya), con texto de Gabriela Cabezón Cámara, dirección de Victoria Roland y la actuación de Carla Crespo, otro trabajo excelente que se aproxima a esta temática. Ambos estrenos resultan significativos. La prostitución, el negocio de la trata, se convierten en algo de lo que cualquier mujer puede ser víctima. Estos trabajos hablan de una urgencia: necesitamos transformar una sociedad que somete y mata mujeres con la impunidad de quien desecha cuerpos como objetos. No es el hombre, es el macho ejecutor quien asesta los golpes que destruyen la identidad. Estas obras son un llamado de atención sobre una problemática que comienza a adquirir la visibilidad que merece.


Turba

Texto: Laura Sbdar
Idea: Iride Mockert
Actúa: Iride Mockert
Vestuario: Magda Banach
Escenografía: Laura Copertino
Pelucas: Mónica Gutiérrez
Maquillaje: Daniela Deglise
Diseño de luces: David Seldes
Diseño sonoro: Obo Mendez
Realización de escenografia: Guillermo Manente, Victor Salvatore
Realización Set-electric: Paul Damian Pregliasco
Música original: Javier Estrin, Iride Mockert
Fotografía: Nacho Miyashiro
Diseño gráfico: Fermin Vissio
Asistencia de escenografía: Melanie Waingarten
Asistencia de iluminación: Facundo David
Asistencia de vestuario: Luciana Hernández
Asistencia de dirección: Victoria Beheran
Prensa: Marcos Mutuverría
Producción ejecutiva: Valeria Casielles
Colaboración artística y diseño de movimientos: Celia Argüello Rena
Dirección: Alejandra Flechner


El Portón de Sánchez
Sánchez de Bustamante 1034
Lunes, 21.30h

Hacer Hacer






Hacer hacer es disparar a ciegas en un juego imposible; es querer maniobrar el malestar mientras te empujan a la fiesta; es responder al ruido – en tiempos de ruidos – con más ruido.” Así se presenta la nueva creación de la Compañía 12 4, estrenada hace unas semanas en la sala Defensores de Bravard. Esas pocas frases invitan a (re)encontrarnos en el juego escénico y ver qué pasa, qué (nos) pasa, qué hacen y (nos) hacen bajo esa premisa. Lo que ofrecen es una articulación plástica, una representación única y genuina de nuestro confuso presente, pasado y futuro. Sin necesidad de tensión argumental, la obra se levanta, literalmente, ante nuestros ojos dejando que los intérpretes sean cuerpos, voces, criaturas habitadas por la incertidumbre que necesitan desesperadamente un respiro inalcanzable, una pausa, una liberación del hilo del pensamiento que nos encadena al insoportable cotidiano.

La puesta en escena desarrolla un dispositivo donde los objetos adquieren protagonismo visual convirtiéndose en algo nuevo e inesperado, tan azaroso como significativo. Los discursos emitidos en ese espacio del extrañamiento se convierten en una suerte de reflexión íntima y colectiva. No hay diálogo posible entre esas naturalezas ensimismadas, pero sí escucha entre los cuerpos que las componen. La partitura rítmica, física y vocal, despliega una batería de posibilidades donde distintos lenguajes expresivos confluyen para iluminar con humor crítico el vacío que los discursos socioeconómicos, la meritocracia y el optimismo banal siembran en nuestra existencia.

Hacer hacer constituye un curioso artefacto de reflexión escénica tan lúdico como inquietante. Un llamado de atención sobre el Estado, sus individuos, y los vínculos cada vez más patéticos y superficiales que sostienen la inarmónica vida que a duras penas mantenemos. Un trabajo de investigación que nos recuerda que la obra no descansa en el relato, no es un cuento, sino un hecho, un acontecimiento del que podemos formar parte.


 Hacer hacer

 Dramaturgia: Cecilia Blanco, Javier Drolas, Agustín Repetto
Texto: Compañía 12 4, Pablo Katchadjian, Santiago López Petit
Intérpretes: Manuel Attwell, Anabella Bacigalupo, Javier Drolas, Raúl Antonio Fernández, Lautaro Noriega, Agustín Repetto, Juan Pablo Sierra, Macarena Suarez
Actuación en video: Rocío Alanís, Juan Manuel Ávila, Melina Salomé Cejas Guillén, Daniela
Collivadino, Juan Cruz Rodríguez, José Víctor González, Ana Cecilia López, Martín Gastón Tello.
Diseño de vestuario: Belén Parra
Diseño de espacio: Javier Drolas
Diseño de luces: Agnese Lozupone
Realización de escenografía: Javier Drolas, Paco Fernández Onnainty
Edición de sonido: Emi Castañeda
Música original: Arthur De Faria, Rodrigo Gómez
Cámara: Andras Calamandrei, Kathrin Frank
Diseño gráfico: Andras Calamandrei
Colaboración en escenografía: Paco Fernández Onnainty
Asistencia de iluminación: Mico De La Llana
Asistencia de dirección: Gastón Guanziroli, Florencia Siaba
Producción general: Compañía 12 4
Colaboración artística: Lise Landais
Diseño de movimientos: Compañía 12 4, Manuel Attwell, Juan Pablo Sierra
Dirección audiovisual: Compañía 12 4
Dirección de fotografía: Iván De Lara
Dirección de voces: Liza Casullo
Dirección: Cecilia Blanco, Javier Drolas, Agustín Repetto


CLUB DE TEATRO DEFENSORES DE BRAVARD
Gurruchaga 1113
Sábado - 20h.

Beya Durmiente (DJ BEYA)







La literatura forja cada tanto un punto de vista distinto, en ocasiones tan disruptivo como determinante. Lo que Gabriela Cabezón Cámara logró en la nouvelle Le viste la cara a dios, tomada como base para esta obra, bien podría considerarse un giro copernicano en más de un aspecto. Saber que el disparador de su escritura fue el cuento de La bella durmiente, ya indica cuánto se tambalea la (re)lectura del simulacro universal. Difícil, casi imposible, aproximarse a los cuentos que llenaron nuestra infancia de terrores y valores unívocos, sin contradecir la sensibilidad de este presente a flor de piel donde nada es seguro porque nadie está a salvo.

La nouvelle, publicada en 2012 en formato digital, se transformó en 2013 en novela gráfica (Ed. Eterna Cadencia) y volvió a reeditarse este año como ebook (Ed. Flash). Recibió en su momento el Premio Alfredo Palacios del Senado de la Nación argentina y fue declarada de Interés Social y Cultural por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y por la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires por su aporte a la lucha contra la trata de personas. 

La autora asumió el desafio de recrear una voz inédita, dio palabras a una inmensa minoría silenciada, invisible, oculta. Hizo hablar al tabú. Su protagonista, Beya, es una joven mujer en situación de trata. Una joven secuestrada y sometida a todo tipo de abusos en un burdel del conurbano donde su cuerpo se convierte en la cáscara que la contiene, una jaula dentro de la jaula donde la mantienen viva a golpes. La autora expone ese infierno próximo, ese infierno a la vuelta de la esquina cuya existencia obviamos, con un vuelo poético desmedido; su pirotecnia literaria logra que la voz del personaje, una omnisciente segunda persona imprescindible para el nivel de disección que ofrece el relato, se eleve sobre el marco elegido para revelarnos los intersticios de una mente fortalecida en el delirio. La función expresiva del lenguaje alcanza niveles de una contundencia tan hermosa como insoportable. Desmenuza el horror y sus infinitas consecuencias proporcionando un intenso cuerpo a cuerpo a nuestro nivel de comprensión donde el lector cede ante la resonancia que se despliega en su interior. 

La propuesta escénica que la directora Victoria Roland y la actriz Carla Crespo desarrollan a partir de ese texto, potencia el hallazgo de esa voz deslumbrante. Sin abandonar nunca la segunda persona y evitando toda redundancia, el dispositivo técnico y estético configura un espacio donde el público, como el lector, puede mantener cierta distancia prudente ante la violencia que se verbaliza. Beya se parapeta en un escenario de DJ que invierte la disposición habitual de la sala y desde ahí, con música y toda una batería de efectos de luz y sonido que distorsionan, ritman e iluminan el tejido textual, configuran una sonoridad impecable donde la voz se aleja de la víctima. Se abre así un horizonte sobredimensionado al que se nos invita. Un panorama desolador donde la esperanza no claudica aunque se encuentre condenada a la constante del espanto.  

La dirección convierte a la actriz en una médium, un canal que sintoniza la frecuencia de esa voz y la emite, incansable, visibilizándose además en un cuerpo mínimo, tan poderoso e inalcanzable como frágil. La puesta tensiona una y otra vez la contradicción entre lo que vemos y lo que escuchamos, atrapándonos en esa paradoja donde lo poético no se desarticula jamás, ya que el artificio es lo que habilita el tiempo de escucha y contemplación, en ningún caso pasivas, de la obra.

Lo mejor de la literatura y el teatro se aúnan para denunciar la continuidad de un régimen de esclavitud del que la sociedad en general y el Estado en particular, siguen siendo cómplices. Es mucho lo que puede y debe hacerse para que el sistema quiebre ahora que el marco de violencia cotidiana sobre las mujeres comienza a identificarse y, de a poco, aprendemos a señalarlo, aún con temor pero cada vez con menos duda.







Beya Durmiente (Dj Beya)

Sobre textos de: Gabriela Cabezón Cámara
Actúa: Carla Crespo
Diseño de vestuario: Gerónimo Lagos Agüero
Diseño de escenografía: Julieta Potenze
Diseño de luces: José Binetti
Realización de escenografía: Ariel Vaccaro
Realización de vestuario: Jessica Vanina Bellomo, Leonardo Colonna
Fotografía: Nora Lezano
Entrenamiento musical: Bárbara Togander
Asistencia de dirección: Sofia Costantino
Colaboración artística: Bárbara Togander
Dirección de arte: Julieta Potenze
Dirección: Victoria Roland

Xirgu UNTREF
Chacabuco 875
Domingos, 18h