"Y aún así, Molly tuvo la sensación, antes de que a Arnold Grumberg le diera por no beber, de que el apuesto vendedor de pianos giraba la cabeza con demasiada frecuencia hacia su esquina de la barra. Y de eso, de ese simple gesto, había hecho Molly una historia de amor. Una historia de la que Arnold Grumberg no sabía nada pero que para Molly implicaba muy serias responsabilidades. El hombre que mira a una mujer, aunque sea una mujer muy vieja, ya no es libre de andar haciendo lo que le venga en gana".
"Pues claro que mamá es un mamífero", se dijo, y en eso le vino a la cabeza la imagen de su mujer embarazada como una vaca, a punto de dar a luz al pequeño Andreas y cómo, al hacer el amor con ella, había sentido en aquellos días una enorme preocupación por su salud mental, al reconocerse excitado y asqueado al tiempo por esas tetas inmensas y ese cuerpo inflado pero robusto que guardaba dentro una réplica de sí mismo".
"¡Almodóvar!, grita entonces la zorra de mi hermana, como si fuera la consigna que abre las puertas del templo y todos, y cuando digo todos incluyo a un crítico de Cahiers du Cinema con un nombre muy gracioso que no consigo recordar, bajan la cabeza como si estuviera pasando un avión volando muy, muy bajo".
"¡Somos europeos!", le gritaba siempre Andreas Ringmayer III a Andreas Ringmayer IV cuando jugaban al fútbol en el parque. Andaba más que preocupado por la manía que tenía el crío de coger siempre la pelota con las manos. Andreas creía que lo único que le unía a Europa a estas alturas de su vida era ese hermoso juego que nosotros llamamos "fútbol" y que los norteamericanos llaman soccer. Es más, creía que había una relación directa entre la capacidad para controlar la pelota con los pies y un mayor grado de desarrollo neurológico".
"Irresistible", quiere decir, cariño, que cualquier hombre sin nada mejor que hacer te daría un repaso. Eso es todo".
"Qué cosas tan extrañas... Si el mismísimo demonio hubiese creado el mundo en seis días, no lo hubiera hecho mejor".
"El chico miró el reloj: eran más de las doce y media. Se sintió mal por haber faltado a la cita, pero enseguida se sintió bien por ser la clase de estrella que puede plantar al Vogue, y luego volvió a sentirse mal, aún peor que antes, por ser tan estúpido, y después pensó: "¡Qué carajo!", y luego se llamó imbécil dos veces, y luego se dio palmadas en la espalda para tratar de animarse, y así alternativamente, durante un buen rato, hasta que dejó de pensar en ello".
"- No me gusta la lluvia.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? Porque se me moja el periódico. No es nada psicológico".
"Su padre recordó entonces a la madre de Ramón y cómo se la había llevado la locura con la facilidad con que los huracanes se roban a los niños. A Esteban Romero le daba en la nariz que el loco de su hijo estaba tan loco como la loca de su madre y por eso sujetó la mano de Ramón como si se tratase de un crío a punto de salir volando. Ramón, por su parte, sabía que su padre no podía entender la importancia del momento. Su padre al fin y al cabo coleccionaba paraguas viejos y eso para Ramón ya lo explicaba todo".
Y más y mejor y en detalle leyendo El hombre que inventó Manhattan.*
* El Aleph ed. Barcelona, 2004.