Tomás Downey





Escritor


¿Cómo te definís profesionalmente?
Como alguien que ejerce un oficio, y que está constantemente aprendiéndolo.
¿Sabés por qué te dedicás a esto?
Si me lo pregunto lo suficiente, no sé nada. Pero digamos que de tanto leer se me secó el cerebro; y como Alonso Quijano, empecé a creer que todo eso que sucedía dentro de mi cabeza era más real, o más importante, que lo que había afuera.
¿Qué disciplinas resultaron fundamentales en tu formación?
El cine y la cocina.
¿Qué es lo más útil que te ha enseñado tu trabajo?
La paciencia, que en realidad sigo sin aprender.
¿Y lo más hermoso?
Que hay experiencias que son comunicables.
¿Qué es lo que más te duele a la hora de ejercer tu vocación?
No creer en el concepto de vocación. Tener, de puro neurótico, que preguntarme para qué cada cinco minutos.
¿En cuántos proyectos laburaste el año pasado?
En todos los que pude.
¿Todos llegaron a mostrarse o estrenarse?
No, casi todo lo que escribo termina siendo borrador de otra cosa.
¿Cuántos te esperan ahora?
En concreto, dos. Un libro de cuentos que estoy trabajando; y una novela que tiene problemas de identidad y ni siquiera sabe de qué trata.
¿Cuál es el proyecto al que dedicaste más tiempo hasta la fecha?
A mi primer libro de cuentos, Acá el tiempo es otra cosa. Fueron unos ocho años desde el primer cuento hasta la publicación.
¿Cómo lo recordás? ¿Qué hubo de bueno y de malo?
En su momento se parecía demasiado a no tener la más puta idea de qué estaba haciendo. Ahora, mirando hacia atrás, puedo hacer un recorte y pensarlo como proceso. Fueron años en que más que escribir y corregir, probaba distintas variables. Buscaba un estilo, una forma. Lo bueno y lo malo suelen ser la misma cosa: que sigo en la búsqueda, por ejemplo.
¿Vivís de lo que amás o tenés otra actividad que ayuda a pagar las cuentas?
Vivo de ir de lunes a viernes a una oficina. Lo que ayuda, con intermitencias, son los guiones; aunque por ahora no tengo trabajos con suficiente frecuencia como para vivir de eso. La literatura no pone un peso.
¿Qué es lo más absurdo que has hecho por amor al arte?
Escribir cuentos.
¿Hay algo que no volverías a hacer?
Pastas caseras. Se ensucia toda la cocina. Harina por todos lados. Un quilombo.
¿Qué estás leyendo?
Catch-22, de Joseph Heller.
¿Qué autores recomendás siempre?
A Kelly Link, Carver, Di Benedetto…
¿Qué películas volvés a ver una y otra vez?
Las de Paul Thomas Anderson.
¿Qué buscás en la gente con la que elegís laburar?
Sinceridad y tacto.
¿Con quién hablás sobre tu trabajo? ¿Pedís consejo o asesoramiento a alguien de confianza?
Con Cristian Godoy, Mariana Komiseroff y María Petracchi. Si no existiera la instancia de discutir lo que escribo con alguien, me dedicaría al onanismo.
¿Por qué vivís en Buenos Aires?
Porque nadie me becó, todavía, para irme a Berlín.
¿Cuándo te das cuenta de que tenés un nuevo proyecto entre manos?
El momento en que se tiene una idea es casi perfecto, la sensación es muy placentera. Cuando todavía está en la cabeza, en potencia, es un mecanismo frágil, que hay que tratar con cuidado; pero a la vez parece que funciona, que hay algo ahí que tiene sentido, que otra gente puede entender. Después, a la hora de bajarlo a papel, es muy fácil que se rompa, que falle. Pero a veces se sostiene, entonces hay un proyecto.
¿Sentís que tenés un sistema personal de trabajo?
Sentarme a escribir todos los días. Una hora, dos, o tres. Pero con cierta constancia. Más allá de eso, soy muy desorganizado.
¿Qué hay en tu lista de cosas pendientes?
Escribir una novela que me guste.
¿Qué es lo que más te preocupa en tu futuro?
Todo lo que hay para hacer, y tan poco tiempo. O al revés.
¿Qué hacés cuando no estás trabajando?  
Pienso en que debería estar trabajando.
¿Si no te dedicaras a esto qué estarías haciendo?
Alguna otra cosa que me permitiera pasar mucho tiempo solo, pensando y leyendo. Astronauta, quizás.