Notas de ensayo: Tebas Land





Quisiera algún día poder traducir algunas de las intuiciones que se experimentan al asistir al ensayo de una obra de teatro. General o no. Ensayo. Esa instancia del trabajo donde todo está por verse. Hay un esquema, un mapa que nos guía, pero en cualquier momento sucede algo que cambia el camino, descubrimos otra cosa, una frase vuela o se transforma, un gesto se fija, una acción adquiere valor renovado y eso hace que... El ensayo es un tiempo/espacio donde todo es pero nada está aún, donde buscamos sin saber qué encontraremos. 

Ensayar es, sin duda, una forma posible de la felicidad. 

Asistir a ensayos siempre es un privilegio. Y la generosidad de los equipos que deciden compartir sus obras en esa instancia se agradece muchísimo. Pocas cosas hay más inspiradoras y gratificantes que ver a los actores transitando un texto que desean habitar, verlos aproximarse a un ser y estar en otro. Un tono de voz, una energía, un hilo de pensamiento que ofrece una nueva perspectiva de la vida, un punto de vista único y original que nos obliga a detenernos ante el mundo conocido. 

Ayer el equipo de Tebas Land en Buenos Aires realizó un ensayo abierto a público donde colaboramos re-creando todo lo que aún no está terminado, ya que estrenan en febrero. No vimos el final y, no solo no importó, adquirimos así el compromiso de verlos en función. Gerardo Otero y Lautaro Perotti nos presentaron, con la generosidad y el talento que los caracteriza, dos personajes que están en camino, dos personajes a los que están llegando. Dos hombres muy distintos, dos extremos de la extraña realidad que habitamos, unidos por la posibilidad de crear una obra: la que vemos. 

El texto de Sergio Blanco es de una ingenería dramatúrgica excepcional. Interpela a un público presente y activo al que, todo el tiempo, se mantiene en estado de alerta. Argumentalmente puede resumirse de muchas formas. Un director de teatro trata de escribir y elaborar su próxima obra en torno a, y con la colaboración, de un parricida, por ejemplo. Sin embargo, eso es apenas la cascarita, la excusa. 

Tebas Land apuesta por diseccionar, literalmente, el azaroso proceso de creación de una obra. ¿Cuándo y cómo la realidad se ficcionaliza? ¿Qué tiene más importancia? ¿Cómo se escribe lo indecible? ¿Qué puede o no mostrarse sobre un escenario? ¿Puede una instancia legal y burocrática ser factor determinante en una puesta? Pero ese no es su único campo poético. La obra nos interroga sobre la paternidad, ese vínculo azaroso. ¿Qué es un padre? ¿Un accidente biológico? ¿Un mito? ¿Un enemigo? ¿Alguien a quien, tarde o temprano, debemos matar para seguir en pie? 

Tebas Land se ha estrenado ya en varios países, su última puesta, la versión londinense, no deja de cosechar críticas excelentes y Blanco ha sido recientemente nominado como Mejor Autor en los Premios Award. La versión porteña, dirigida por Corina Fiorillo en Timbre 4, dará también mucho que hablar. 

"No es una muestra"



No solo nos acompañamos en ensayos generales, estrenos y funciones. También le ponemos el cuerpo a diciembre y su inevitable temporada de muestras. ¿Qué es una muestra? Cada docente lo entiende a su manera, le da el valor que quiere y la articula sobre los principios que considera relevantes. 

Comparto acá el texto de Juan Coulasso para presentar su trabajo de cierre del año con sus grupos de entrenamiento. 

"no es una muestra, no es tampoco una clase abierta, es sencillamente el modo más honesto que encontré de concluir los procesos de los setenta alumnxs que pasaron este año por las clases: integrando al espectador como testigo y volviéndolo cómplice necesario de nuestra entrega.

cuando la práctica se corre de la obligación de producir eficacia, es posible entonces detenerse a reflexionar sobre los típicos mecanismos que organizan la teatralidad. ¿cómo hacer para devenir más impredecibles?

en tiempos donde la supervivencia se vuelve primera necesidad y urgencia, las fuerzas de la ficción parecen sentirse un poco ingenuas al lado de las fuerzas de la realidad, y la aristocracia del espectáculo, una vía triste de escape en el que este año no me interesó desplegarme.
el espectáculo como una forma de tristeza y la supervivencia como una forma de la realidad.

el entrenamiento físico colectivo, sensible y transversal fue un salvataje, un reencuentro con la potencia de nuestro cuerpo y una vía de acceso al cuerpo del otrx, que todo el tiempo parecía volverse más ajeno y más peligroso.

el cuerpo colectivo como una forma imprescindible de existencia.
ese real fue para mi más importante que cualquier ficción.
estas prácticas públicas no están pensadas para entretener a nadie, no quieren ser eficaces, tampoco presentan un límite inmaculado entre espectadores e intérpretes. 
son la síntesis de una serie de tareas que fuimos ejecutando adentro de nuestro espacio, adentro de nuestro cuerpo y adentro de nuestra realidad. 
el espectador como testigo de nuestra supervivencia.
el entrenamiento como la búsqueda de ese devenir impredecible.
no más ficción. no más espectáculo.
la forma del mundo cambia, la forma del teatro caduca y es responsabilidad nuestra reinventarla.

muchas gracias a los alumnxs que tejieron esta trama con sus almas a lo largo de todo el año, y a lxs queridxs colegas que me ayudan con sus obras y sus prácticas a repensar, transformar y refundar los propios vicios y las propias prácticas: Marina Otero, Silvio Lang, Victoria Roland, Juan Onofri Barbato, Amparo Gonzalez, Carmen Pereiro Numer, Javier Swedzky, Juan Pablo Gomez, Celia Argüello Rena, Ayelén Clavin, Rakhal Herrero, Jazmin Titiunik, Lisandro Rodriguez, Lucas Pablo Condro, Hernán Franco, Juan Sklar, Claudio Mattos, Barbara Togander, Carmen Baliero, Alina Ruiz Folini, Paula Herrera Nóbile, Sergio Blanco, Matias Conejo Coulasso, Matías Feldman, Manuel Ignacio Moyano, y muchos más".

El texto, compartido en facebook y entregado en mano a todo el que quiera acercarse a Roseti estos días, resulta muy estimulante. Nos invita, no solo a reflexionar sobre esa instancia ficticia de la muestra - su extraña naturaleza de obra amortiguada donde todo está a prueba y nada es repudiable porque se trata de un paso más en la formación colectiva -, sino que nos sitúa en el acá y el ahora con urgencia renovada. 

"El espectador como testigo de nuestra supervivencia", afirma Coulasso. ¿Qué hemos sido este año sino testigos atónitos de un desmoronamiento constante? La realidad nos supera, se endemonia, y el arte vuelve a ocuparnos y a demandar una vitalidad y exigencia para la que quizá no estamos listos. Habrá que estarlo. Al menos, intentarlo. Necesitamos entender que la resistencia no es un nicho de verborragia o un panfleto partidario de nadie. Resistir, y el teatro sabe todo sobre eso, es permanecer. La permanencia implica adaptación, escucha, flexibilidad. Implica convivencia y, a menudo, pérdida de garantías y certezas. 

¿Qué hay en estos encuentros de Roseti? Nada más y nada menos que actores y actrices aprendiendo a trabajar y a confiar. En ellos, sus cuerpos, sus voces, su vocación. Pero también en los otros y, por supuesto en Juan Coulasso, quien se anima a modificar el formato de una clase abriendo sus puertas de forma gratuita para que podamos ver que no hay misterio, ni fórmula secreta. Hay búsqueda, azar, encuentro y mucho trabajo. 

Cuando la responsabilidad, la transparencia, la generosidad y la creatividad del docente se evidencian, esos ingredientes están presentes en cualquier clase. Eso tiene de peculiar el trabajo escénico. No importa cuántos talleres, maestros, escuelas, métodos o escenarios se visiten en pos de quién sabe qué revelación, una buena clase es un territorio donde nos sentimos en casa, donde podemos abrir, exponer, mostrar y explorar ese lado nuestro que, en realidad, nunca podríamos describir solos. 

Pensaba, mientras observaba sus cuerpos en movimiento en busca de una plasticidad, un ritmo, una sensación nueva y consciente, en lo mucho, muchísimo que debemos agotarnos, física y mentalmente, para llegar a esa instancia en la que el verdadero trabajo comienza, ese momento en el que el cuerpo y la voz nos pertenecen verdaderamente porque cedieron parte de su educación y su civilizada compostura, para favorecer el juego. El teatro es un juego al que se llega agotado y sin cabeza, donde las estrategias y premeditaciones sirven de poco. Lo que se prevee y lo que sucede rara vez coinciden. ""El entrenamiento como la búsqueda de ese devenir impredecible", señala Coulasso. 

Y hoy, en este contexto que nos recuerda a tantos otros pero que no es como ninguno que hayamos conocido, más que nunca, otra vez, sí, estamos en la obligación de extenuarnos, de abandonar lo conocido, de compartir lo poco que tenemos para entender su valor infinito. Si la formación artística, escénica o de cualquier índole, sirve para algo, que sea para eso, para tenernos alertas y unidos en un constante quehacer donde el sinsentido acierte a sorprendernos ocupados y podamos hacer frente a la barbarie. 

No es menor que la lista de agradecimientos de la presentación de esta propuesta incluya a los alumnos y a un montón de admirados colegas. "El cuerpo colectivo como una forma imprescindible de existencia", afirma. 

El teatro lo sabe. Ojalá nosotros no lo olvidemos. 

Estrógenos, de Leticia Martín




Quien escribe ama el género futurista y fantasea constantemente con un mundo mejor donde el cianuro sea de venta libre y la eutanasia no esté solo al alcance de nuestras mascotas. Elaboro apocalipsis merecidos, me deleito imaginando la expansión del imperio chino sobre la faz de Occidente y considero que el fin de la humanidad es la única medida ecológica eficaz para que lo que queda del planeta recupere algún día su belleza despiadada. Nunca quise tener hijos y, si en algún momento discutí sobre la igualdad de géneros, era en la biología donde cifraba mis frustraciones: la mujer como sujeto condenado al dolor, la sangre, la gestación y el parto. Hasta que esos factores no desaparezcan de la ecuación, no veo igualdad asomando en las encuestas. 

Soy, a todas luces, una más en la horda extincionista de esta historia. Mi lectura de la última novela de Leticia Martín, Estrógenos, encuentra en ella una ventana abierta de par en par hacia un mundo feliz. Una felicidad irónica, contradictoria y aséptica donde el deleite viene dado por la asimilación de pequeños ingenios que modifican la esencia del mundo conocido hasta la fecha. 

En esta distopía que, por momentos, parece estar a la vuelta de la esquina, el hombre analógico es un misterio y "las guerras web" impusieron nuevas lógicas de organización social donde rige la virtualidad. Todo es, existe, funciona, se activa y sobrevive en el "Nit". El cambio climático modificó los mapas y Euramérica es otra. En las zonas inundadas, "los ostentosos monumentos del capitalismo se convirtieron en museos subacuáticos." Buenos Aires, irreductible, sigue en el mapa y su ecosistema manifestante permanece intacto. Las calles son tomadas por nuevos reclamos. Los continuistas defienden el derecho a engendrar de los hombres y exigen leyes que protejan la continuidad de la especie. 

En efecto, allá y ahora, en ese futuro alcanza con una concepción asistida y casera, una jeringa en manos de la amante, para que el embarazo masculino sea posible. Sutileza no menor, los hombres solo gestan los primeros meses del feto, cuyo desarrollo concluye en incubadora. Sea como fuere, un gran paso para la civilización. 

"Quiero ser padre, no quiero ser mujer", afirma categórico el protagonista mientras cumple con los rigurosos protocolos hormonales. El humor se acentúa en el tratamiento dado al embarazo ya que, independientemente del sexo del sujeto embarazado, los inconvenientes y prejuicios que enfrenta en sociedad, son una extensión de nuestro presente inverosímil. 

"Hubiera querido preguntarle al viejo en qué lugar piensa que van a emplear a un hombre embarazado, o que acaba de parir, pero prefiero preservar mi dignidad", señala Martín al ser despedido alegando la siempre recurrente reestructuración de planta. 

No hay buen relato futurista donde no explote todo por los aires y Leticia Martín, entrenada en el relato de lo extraño - ya en El gusto, su novela anterior, la protagonista exploraba un punto de vista tan distorsionado como meticuloso sobre las filosas aristas de lo cotidiano -, lo sabe. Estrógenos arde y en su clímax contextualiza sentencias cuya inmediatez obliga a cuestionarse sobre el comienzo de ese futurible.  

"El pasado sigue existiendo en el Nit, cada instante de nuestra vida está registrado, grabado, comprimido." (...) "El pasado funciona como placebo."

"Lo que es lógico para unos, no lo es para los otros, y es obvio que a esta altura el gobierno de la razón ha sido desplazado y ocupa el margen más austral y esquivo de la historia de la evolución. Si la creencia general del Nit es que debemos desaparecer como especia, no hay dudas de que vamos a terminar desapareciendo." 

"Somos la consecuencia mínima de una cadena de malas decisiones. "

El relato avanza ágil hacia un horizonte de expectativas satisfecho y nos deposita en uno de esos epílogos donde se otorga licencia para seguir inquietándonos sobre las prácticas y decisiones que definen el camino por el que la humanidad ¿avanza? 

El futuro (también) puede ser una isla desierta dónde sentarse a hablar con el niño que hubiéramos querido ser. 


Estrógenos, Leticia Martín 
Ed. Galerna, Buenos Aires, 2016. 

Lana Hilada

A veces el teatro es tantas otras cosas que resulta imposible enumerarlas. Algunas obras ayudan a que lo recordemos. Lana Hilada es una de ellas. Tuve la rara suerte de conocer el embrión textual de lo que hoy es su puesta. Hablé con María Tibi de estructura y ritmo, de su ojo de poeta iluminada y de la lengua aparte que una y otra vez aparecía, descosida y remendada, para hacer hablar a sus personajes. Por allí paseaban ya una araña y una mosca que disparaban muchas verdades por segundo, dos metralletas poéticas y críticas que en el papel, ciertamente, daban miedo. ¿En qué se convertirían esos seres? Su autora los conocía bien y supo darles cuerda, hilo de pensamiento, humor y encontrar a los actores que les prestaran cuerpo y voz. Sergio Fernández y Matías Scavone explotan el rol lúdico que se les adjudica como narradores de la existencia humana. Son testigos, en su insignificancia, del descalabro en el que la humanidad malvive. La araña, inspirada, conspira para atraparnos en un sistema donde, desgraciadamente, estamos tan inmersos que a duras penas reaccionamos. 

¿Puede una obra hablar del capitalismo, la esclavitud, el abandono, la terquedad y la estupidez a estas alturas y hacernos sonreír a contramano? Parece ser que sí. Del mismo modo en el que una puesta puede desafiar una y otra vez nuestro pacto ficcional y llevarnos de la mano en un viaje que comienza antes de dar sala. Lana Hilada no da puntada sin hilo. Sus singularidades están bien aspectadas. Detrás de Lana Hilada hay un gran equipo de trabajo que consteló en una de las mejores formas: bajo una dirección original que apostó por el desborde de lo metafórico y el buen zurcido que implica una puesta con diez actores en escena que no dejan de abrir mundos para mostrarnos algo que está pero se oculta al mismo tiempo. La realidad es la existencia subterránea de los trabajadores de un taller de costura clandestino, pero también la esclavitud de una dependienta convertida en maniquí y la de un jefe que grita a otro jefe que grita a. 

Una obra que no solo nos refresca la memoria obligándonos a detenernos en todo lo que elegimos obviar, sino que también nos recuerda que el escenario, ese campo minado, sigue siendo un territorio para soñadores y valientes. 

Vuelve el año que viene. No se la pierdan. 


Lana Hilada

Actúan: Florencia Álvarez, Javier de Serio, Sergio Fernández, Marina Ferraro, Ailín Hercolini, Macarena Hermida, Emiliano Lamoglie, Mariano Micheli, Matías Scavone, Fabian Tarantini.
Diseño de objetos: Emiliano Lamoglie.
Diseño de luces: Mauro Gianera.
Diseño gráfico: Héctor Francavilla.
Asistencia de dirección: José Frezzini, Cecilia Nuñez.
Diseño de coreografía: Jesica Laura Utin.
Texto y dirección: María Tibi. 

Fandango Teatro
Luis Viale 108. 

#33BuenosAires




Espacio 33 abre una convocatoria interdisciplinar para creadores de teatro, música, artes plásticas y fotografía. Tomando a Buenos Aires como disparador, a lo largo del mes de febrero programarán un festival con las propuestas recibidas.

En un intento más de defender lo que nos pertenece por derecho y de seguir participando en la gestión, promoción y creación de actividades culturales, este nuevo espacio de Boedo nos invita a colaborar en la expansión del microuniverso ficcional porteño. ¿Qué es Buenos Aires sino la suma de todos sus mitos y leyendas? ¿Qué la define mejor que nuestra constante necesidad de volver a explicarla? La narramos una y otra vez con la esperanza de que contándola, algún día, la conquistemos. O quizá, simplemente, podamos reconciliarnos con ella. Y con nosotros. 

33BuenosAires busca reunir nuevas miradas. Rescatar el humor crítico que late en las calles, el dolor de las veredas rotas que rezuman esperanza a contramano. Busca posar la vista en las notas que nos dejamos en los portales, en los graffitis y carteles que dicen y desdicen, en todo lo que vuela mientras pasamos de largo. 

33BuenosAires quiere homenajear a la ciudad que hacemos posible. Una ciudad donde la música, la literatura y el teatro confabulan para recordarnos que nada está escrito y que en nuestras manos está el volver a contar y cantar nuestra versión de los hechos. 


Bases de las convocatorias

Letra para coro



Desaprender ahora, putear, 
pelearse de nuevo con lo mismo,
saber que caducamos de antemano.
Nace la idea vieja 
y es un sueño prestado y harapiento
quien nos atiende el faro. 

El infierno es un otro parecido
a este saco de huesos amansados. 
Nada puedo enseñar, pero te abrazo,
hasta el dolor te abrazo,
y en el miedo del día, 
en el terror blanquísimo 
del zigzag alevoso que preside
nuestra rara amalgama de colores al sol
como textura, hallazgo o desmemoria
de quién sabe qué dioses. 

Dedicarnos al tráfico de armas 
de creación masiva. 
Si me salvó también puede salvarte.  
Amar eso, sufrirlo. 
Hacerse cargo. 
Si me salvó también puede salvarte,
repetirlo en la noche como un mantra,
confiar en la inmensa minoría
de la trinchera abierta
donde ayer y mañana, mismo frente.  

Saber que esto es amor y contamina.
No es práctico ni útil pero siembra
y crece en las junturas, 
desespera y expande 
como ejército fiel 
de hormigas pensamiento
conquistando el imperio de otro nombre.

El mapa no es excusa ni nos mide,
no es culpable ni cierto,
contiene conveniencias infrahumanas
donde echarse a perder,
es decir, a morir.
Poco más es la tierra que una tumba. 

No debiera importarnos, presuponen,
porque estamos comprando cuanto somos,
sin darse cuenta, claro, 
que ser, estar, tener, 
no es suficiente. 

Vivir es otro verbo. Amurallado. 
Se conjuga poquísimo, pervierte 
en cualquier cosa,
todo es vida si late, tranquilizan.
Bien sabemos que no. 

No es la miel el zumbido de una abeja. 

Las costuras del sueño abandonado, 
no tiemblan en la espera. 

El tiempo, como el mapa, es un invento, 
distracción y tortura,
cuestión geopolítica,
infamia de alto rango,
estructura marcial, polivalente,
donde todo comienza a deshacerse
al ritmo que nos marcan
desde lejos. 

Si me salvó también puede salvarte, 
murmura nuestro coro en el desierto
mientras la lluvia (efecto)
resuena como aplauso clandestino
y lloramos a tiempo
como toda otra vez. 


m.trigo


Ciudades, obra paisaje



Si Buenos Aires existe fuera de nuestras cabezas, si está ahí, si figura en los mapas de ida y vuelta, es gracias a las mil y un maneras que tenemos e inventamos de contarla. Para habitarla y sobrellevar las huellas indelebles que nos dejan sus veredas rotas en el corazón. O el alma. Si el alma existe, claro. Si el corazón es algo que se marca y no solo una bomba de sangre. Está todo por verse. 

En el mientras, lo cierto es que Buenos Aires se sigue contando y cantando y muchas, muchísimas veces, son los de fuera, argentinos de otros pagos y extranjeros, los que le ponen cuerpo, voz, palabra y emoción al misterio porteño, al laberinto enreversado del que nos sentimos parte contratante pese a tanto y contra todo. La Tropa Doppler, colectivo de artistas de orígenes diversos, la eligió como fondo y trama para su proyecto Ciudades, obra paisaje, una coproducción del teatro Silencio de Negras. 

Si Buenos Aires es algo es poema. Y no solo tanguero. La Tropa Doppler teje y enreda su versión particular con materiales autorreferenciales, irreverentes, amorosos, carnales y rítmicos. Componen un poema donde imágenes y palabras ritman para que los cuerpos, de a poco, despierten de su aparente letargo. Desordenan el fondo del armario, vacían valijas, desnudan argumentos y susurran, tararean, seducen y besan. Besan justo ahí, donde más duele. También donde más alivia, donde la herida comienza a convertirse en otra cosa, a servir para algo porque se hace metáfora. 

Ciudades, obra paisaje es un collage escénico donde proyecciones, poesía, danza y música se aúnan con buen tino para elaborar un recorrido tan íntimo y personal como colectivo. Su melodía resuena como propia en varios acordes. 

El próximo lunes es la última función del año. Están a tiempo. 


Ciudades, obra paisaje

En escena: Daniela Enet / Martín Gil / Alejandra López Molina / Lucas Trouillard

Dramaturgia: Nadia Ethel Basanta Bracco
Asesoramiento coreográfico: Martín Gil
Fotografía: Agostina Tosini / Damian Liviciche

Registro Audiovisual y VJ: Agostina Tosini
Asistencia Artística: Joseph Rivero
Propuesta y Dirección: Vero Barr

Participaron del proceso creativo: Daniel Cabot / Alberto Salamanco / Sofia Garcia Vieyra / Gabriela Paolillo / Micaela Moreno / Damian Liviciche
Producción General: Tropa Doppler
Coproducción: Silencio de Negras

Lunes, 21h. 
Silencio de Negras
Luis Sáenz Peña 663

La suerte de la fea

Paula Ransenberg y Luciana Dulitzky recuperan con esta obra su poderoso tándem creativo. En 2010 nos regalaron Solo lo frágil, en aquella ocasión Dulitzky dirigía. Ahora intercambiaron roles e hicieron propio un texto de Mauricio Kartun, La suerte de la fea. El argumento rescata las orquestas de señoritas que a principios del siglo XX deleitaban al público masculino en algunos bares. Hermosas figurantas que disimulaban su ausencia de dotes musicales gracias a la presencia casi invisible, en el foso, de los verdaderos músicos que ejecutaban los instrumentos correspondientes. 

Inevitable recordar Cantando bajo la lluvia, donde con tantísimo humor y ritmo se nos introduce en los pormenores trágicos de lo que supuso la llegada del cine sonoro para los actores y actrices formados en el mudo. El cambio de paradigma desarrolló, casi inmediatamente, la necesidad del doblaje. En el texto kartuniano el doblaje es musical pero la mujer que asume semejante tarea encarna hasta las últimas consecuencias las peores circunstancias de su rol ejecutante anónima. El texto agudiza, no solo el oído, también el desafío, al plantear la idea de una absoluta simbiosis donde figuranta y ejecutante logran una nueva y poderosa alquimia sonora que, literalmente, viola toda pauta de composición conocida para generar lo que, quizá, pudiera ser una derivación perversa de aquella música celeste que los renacentistas le presuponían al universo. 

La singular protagonista relata la apoteosis de su creación conjunta: la belleza de la figuranta plasma con tanta efectividad los deseos de las miradas masculinas, que la viola destinada a acompañar sus movimientos e iluminar su pantomima, se torna incendiaria al adaptarse a su propuesta física. Una suerte de maldicón feliz que las hermana. Sol y sombra, cara y cruz de una fantasía sexual inesperada: la música orgíastica. 

El humor de un texto esculpido con la precisión que define a su autor, se ve potenciado y ritmado en la puesta gracias a una dirección actoral impecable que exprime a fondo los recursos de Luciana Dulitzky en un personaje primoroso, preciso e inolvidable. La puesta consolida la poética del texto en la reproducción mínima de un posible escenario de época que explota con ingenio una de las esquinas de la siempre inagotable sala chica de Timbre 4. La iluminación de Fernanda Balcells y la música en vivo de Federico Berthet redondean una pieza exquisita que se suma a nuestra lista de unipersonales femeninos altamente recomendados. 


La suerte de la fea

Dramaturgia: Mauricio Kartun.
Con Luciana Dulitzky.
Intérpretes: Federico Berthet.
Vestuario y diseño de escenografía: Alejandro Mateo.
Peinados: Granado.
Diseño de luces: Fernanda Balcells.
Realización de escenografia: Los Escudero.
Realización de vestuario: Lucina Tropini.
Música: Federico Berthet.
Fotografía: Alejandro Ojeda.
Diseño gráfico: Zkysky.
Asistencia de dirección: Marcelo De León.
Prensa: Marisol Cambre.
Dirección: Paula Ransenberg.

Timbre 4
Boedo 640
Domingos 17h

Teoría del amor como pieza de museo



20 de noviembre, 12h.
Única función

Reservas: Espacio 33 
Treinta y tres orientales 1119


Quizá el amor, como afirmaban en Mad men, sea una campaña publicitaria. O un prodigio. Quizá una maldición. Mientras lo averiguamos, lo sufrimos y nos entretiene. Mientras nos decidimos, lo convertimos en el fondo de las copas del brindis. Lo volvemos a contar como por vez primera. Lo desmenuzamos. En vano. No hay autopsia que lo resucite. Con el tiempo el amor se convierte en cualquier cosa: la piedra en el zapato, una foto olvidada, un pasaje de avión, un cuento a medias. Y ahí, justo ahí, cuando el amor ya no nos pertenece y dejamos de reconocernos en su práctica, comienza a ser útil, materia prima, necesaria. 

No hay ni habrá nunca una teoría que habilite o consuele la cínica torpeza con la que el diccionario lo resuelve. Nosotros, humildemente, aportamos este granito de arena a la biblioteca en llamas. 

Teoría del amor como pieza de museo quiso ser un libro de relatos pero no supo. Se convirtió en un campo de pruebas que nos permitió descubrir qué podíamos hacer juntos. El 20 de noviembre nuestro teatro se convierte en galería y nosotros en guías, poetas y actores. El amor quizá sea una excusa. 



Macarena Trigo

Guillermo Mayoral











Fotógrafo

¿Cómo te definís profesionalmente?
Pasional, obsesivo, muy instintivo.
¿Sabés por qué te dedicás a esto?
Porque me hace feliz, me sana, lo amo.
¿Qué disciplinas resultaron fundamentales en tu formación?
Todas aquellas que resuenan sensiblemente en mí. Comenzando por mi formación inicial en las artes plásticas,  así como también la música y la literatura. Todas han contribuido a formar mi manera de ver el mundo y la necesidad de expresarlo.
¿Qué es lo más útil que te ha enseñado tu trabajo?
Quizás la misma característica inherente en la fotografía de retener un instante, recortar, separar ese fragmento de un presente que deja de existir continuamente. La fotografía me ha dado la capacidad de captar sucesos, pequeñas perlas en el devenir constante, que de otra manera hubieran desaparecido sin dejar huella. Aún sin tener la cámara conmigo, ese ejercicio es permanente y automático.
¿Y lo más hermoso?
Lo mismo, los instantes retenidos en mi memoria me han permitido una mirada de la vida que han contribuido a mejorarme y construirme. Y por supuesto, he conocido personas maravillosas que me han enriquecido.
¿Cuáles considerás que son tus principales fuentes e influencias creativas?
En general las mismas disciplinas que han contribuido a mi formación, principalmente la plástica y por supuesto, los grandes maestros de la fotografía. 
¿Qué es lo que más te duele a la hora de ejercer tu vocación?
No poder dedicarme de entero a ejercerla. Amaría entregarle mis días sólo a mi vocación, sin la necesidad de hacer otras cosas para sostenerme económicamente.
¿Crees haber sacrificado algo importante para dedicarte a esto?
No, la fotografía sólo ha sumado a mi vida
¿En cuántos proyectos laburaste el año pasado?
Hay dos proyectos que, a mediano y largo plazo, comenzaron a andar su camino hace un tiempo. Estos seguirán desarrollándose y crecerán hasta que por sí mismos se den por terminados. Mas allá de eso, hubo cinco o seis proyectos más que fueron felizmente realizados.
¿Todos llegaron a mostrarse o estrenarse?
Sólo de manera virtual, una muestra necesita una maduración que lleva su tiempo.
¿Cuántos te esperan ahora?
Además de los dos en danza, éste año se han sumado dos más que seguramente se extenderán durante el 2017. El primero y más antiguo es Cicatriz(ando). Un proyecto casi autobiográfico en el que estoy retratando a personas que han sufrido un trauma físico lo suficientemente importante como para modificarlas, aquellas quienes supieron sobreponerse y superar el golpe, evitando la victimización para hacerse más fuertes y sabios, integrando en su ser la experiencia vivida,
El segundo, comenzó en el 2015, diVersas es su nombre y es un proyecto que va contra la cultura patriarcal y capitalista de objetivizar los cuerpos femeninos, ciñiéndolos en un molde imposible, generando patologías de alimentación, insatisfacción permanente, desvalorización y, por supuesto, restringiendo la libertad y el derecho de habitarse feliz en las diversidad de cada una. Para eso estoy retratando a todas las mujeres que quieran participar, con sus cuerpos posibles, empoderadas en su ser, sin condicionamientos de edad, peso, origen ni particularidad. Son todas bienvenidas.
Además estoy trabajando en la ilustración de las poesías de una amiga escritora Guatemalteca, siendo ella misma la modelo. Es todo un desafío y lo estamos disfrutando mucho. Será trabajo para gran parte del año próximo también. Por otro lado hay proyectos que aún están en la etapa de planificación y prefiero mantenerlos discretamente en secreto.
¿Cuál es el proyecto al que dedicaste más tiempo hasta la fecha?
Cicatriz(ando). Seguramente, por su característica especialmente sensible, seguirá caminando conmigo un largo tiempo
¿Cómo lo recordás? ¿Qué hubo de bueno y de malo?
Como aún está en proceso, sólo puedo decir que es bellísimo ver  a las personas abrirse a la propuesta.
¿Con qué otras artes te relacionas habitualmente?
La música, las artes plásticas, la poesía… De todas ellas me alimento
¿Qué es lo más absurdo que has hecho por amor al arte?
No creo haber hecho nada que pudiera calificar de absurdo. Al menos nadie me lo hizo notar.
¿Hay algo que no volverías a hacer?
Traicionarme.
¿Qué estás leyendo?
Últimamente estoy leyendo bastante poesía, de internet, ningún autor o libro en especial, sólo buceo por bellísimos blogs armados con mucha dedicación y paciencia, que nos permiten un acercamiento a poetas que, de otra manera, hubieran permanecido ausentes de mi vida.
¿Qué autores recomendás siempre?
Depende quien me solicite la recomendación, suelo sugerir, a quien no tiene la costumbre, que comience a incursionar en la poesía.
 ¿Qué artistas – de cualquier ámbito - te resultan imprescindibles?
Son tantos… En el ámbito de la plástica desde el genial Hieronymus Bosch, hasta Paul Klee, sería difícil e injusto enumerarlos. Leer a Borges me genera un placer estético único. Muchos.
¿Qué buscás en la gente con la que elegís laburar?
Predisposición al  juego creativo y responsabilidad.
¿A qué profesionales de tu ámbito seguís de cerca?
Aprendo de todos, creo que todos somos aprendices, pero Salgado podría ser hoy un maestro a quien sigo especialmente.
¿Con quién hablás sobre tu trabajo? ¿Pedís consejo o asesoramiento a alguien de confianza?
Hablo con todos mis colegas a quienes respeto y admiro por su trabajo. No suelo pedir asesoramiento pero tal vez consejos sobre locaciones, producción o modelos con quienes me interesaría trabajar.
¿Por qué vivís en Buenos Aires?
Aquí es donde nací, me crié y desarrollé. Sé que mi trabajo como fotógrafo tiene más posibilidades aquí en la gran ciudad, aunque no está lejos el día en que elija vivir más tranquilo, lejos de los males de toda gran urbe.
¿Cuándo te das cuenta de que tenés un nuevo proyecto entre manos?
Cuando algún tema me resulta especialmente sensible y creo que puedo aportar algo desde mi mirada.
¿Sentís que tenés un sistema personal de trabajo?
Soy bastante intuitivo, y trabajando con modelos dejo que la foto llegue a mí, antes que premeditarla. En casos específicos donde la imagen está preconcebida, suelo abrir el juego y escuchar lo que otros tienen para aportar.
¿Tenés un panorama claro de lo que vendría siendo tu trayectoria?
No, y no me interesa verlo de esa manera.
¿Qué hacés cuando no estás trabajando?  
Soy muy tranquilo, me gusta la naturaleza, tomar unos mates en el río y, por supuesto, hacer fotos.
¿Si no te dedicaras a esto qué estarías haciendo?
No lo sé muy bien, quizás me dedicaría  a la pintura, pero no estoy seguro de que pudiera ser un  reemplazo de la fotografía.

Ciclo invocaciones: Pasolini por Feldman

El ciclo Invocaciones curado por Mercedes Halfon nos regala otra pieza destacable. En esta ocasión, quinta ya, la figura elegida es Pasolini y Matías Feldman el director a cargo de la invocación teatral. "¿Cómo invocar a Pasolini?", interroga el texto del programa. Ciertamente. Cómo. 

La respuesta de Feldman es un zapping de ilusiones. Un plano sobre plano, un recorte dentro del sueño eterno, un instante detenido, el del último aliento, donde el creador italiano se universaliza y se convierte en hombre, pero también en dios(es) y en un clásico: un narrador todopoderoso y omnisciente que contempla la barbarie del mundo asumiendo su sinrazón como molde, sus vacíos como huecos que habitar. 

Pasolini muere y se contempla. El tiempo se detiene, se abre, se rebobina y se adelanta. Su viaje, su fugaz tránsito por el limbo, lo lleva al peor de los infiernos: el de nuestros días. Y acá todo es posible. La escoria pasa inadvertida, la estupidez se aplaude, el elogio y el trauma son la misma cosa. No hay maestros, ni padres ni tradiciones redentoras. Nuestro futuro ha cristalizado los peores vaticinios del genio italiano.  Feldman crea personajes que encarnan varias de nuestras pandemias y los dota de una verborragia donde brillan la ironía y el sarcasmo. Se nos resume el estado anoréxico del arte, el pensamiento y la clase media. Los efectos colaterales del capitalismo salvaje y la globalización. Contemplamos un retrato múltiple, suerte de laberinto de espejos, donde nos reproducimos hasta el infinito. "Viven atrapados en campos de concentración donde se torturan con sus contradicciones", se afirma, se deja caer entre otras muchas  sentencias dignas de subrayarse. Acá y allá escapan carcajadas en platea quizá porque sabemos que nos señalan con el dedo. 

La puesta arroja sobre el público centenares de reflexiones e interrogantes jodidos a los que estamos dolorosamente acostumbrados y para los que no pareciera haber respuesta. Nos hace conscientes de cuán parte de los males del mundo somos pero también, por suerte, nos permite entrever que sigue estando en nuestras manos, demiurgos al fin de todo lo que el mundo termina reflejando, la posibilidad de señalar las fallas del sistema, sus heridas y abismos. Un gran elenco hace posible este despliegue de inquietudes. La dirección apuesta por la alternancia de registros y un expresionismos irrealista cuya rotundidad resulta coral y tan plástica como efectiva. 

Pasolini es una figura de inspiración desmedida. Rescatarlo del olvido es una hazaña poética y necesaria. Esta invocación es un recordatorio, un agradecimiento y un regalo. Quién nos dice que desde la camarita del ciber Eternity, el gran tano no esté contemplando aún este enorme despelote tantas veces anunciado. 



Pasolini, invocación V

Autoría y dirección: Matías Feldman.
Asistente de dirección: Juan Francisco Reato.
Producción: Gabriel Zayat.
Elenco: Luciano Suardi, Andrea Garrote, Marcelo Subiotto, Juliana Muras, Ariel Pérez De Maria, Maitina de Marco, Guido Losantos, Diego Echegoyen, Paco Gorriz, Martín Aletta, Eugenia Blanc, Julian Duffy, Manuel Guirao, Juan Manuel Trentini, Martina Bajour.
Escenografía: Matías Feldman y Matías Sendón.
Realización escenográfica: Leo Ruzzante.
Realizador/escultor: Walter Lamas.
Diseño de vestuario: Emiliana De Cristófaro.
Asistente de vestuario: Belén Rubio.
Iluminación: Matías Sendón.
Colaboración artística: Rakhal Herrero, Juan Francisco Dasso.


C. C. General San Martín
Sarmiento 1551

Viernes y sábados a las 22h. 
Domingos 21h. 

La dramaturgia como práctica de fe o como fe práctica (VII)


“El ser humano es sangre en movimiento, vida, pero el ser humano ha sido talado, como un árbol. No te vas a desangrar, la sangre simbólica que brotó en ti al ver la función va a circular por tus venas, va a recordarte que estás vivo, va a devolver la vida a tus ramas taladas”. Roberto Álamo.

Antes, mucho antes de ponerse a escribir, pintar, componer o editar, los poetas estamos condenados a pasear nuestros cuerpos por el mundo. Dejar que se desgasten y lastimen, enfrentarlos al clima, las crisis y al humor suspicaz de casi todos. Acercarnos al campo del vecino, ver su siembra, cómo planta, qué cosecha. Cuando los dramaturgos vamos al teatro nos convertimos en público. Y no somos buen público. Estamos atentos a casi todo, a casi cualquier cosa, menos a lo que sucede frente a nosotros. Kartun interrogaba en una clase: “¿qué es lo que quiere el público?” Ante el silencio inquieto de la sala, respondió sabiamente: “Irse a cenar”. 
Pensemos en los pocos motivos que hay para salir de casa un sábado a la noche o un domingo a la tarde. Cruzar media ciudad hacia un teatro para ir a alguna sala incómoda, pagar una entrada y dejar que nos ocupen hora y media. Recién entonces, sentado en su butaca, si la hay, se inicia el ejercicio. Ahí estamos. Esperando el comienzo de una historia que quizá conocemos de antemano. No empezó la función y ya todo está en juego todo. La mucha o poca expectativa, el deseo de que aquello salga bien, no me aburra, me conquiste, merezca la pena y me permita olvidar quien soy. En definitiva, por favor, que mi esfuerzo no sea en vano.
Afirma David Mamet que “el intercambio teatral (…) es una comunión entre el público y Dios, moderada mediante el dramaturgo. Los trabajadores teatrales, actores, directores, escenógrafos, escritores, son en esencia descendientes de los sacerdotes y de los levitas del Templo antiguo, cuya misión, como la de sus antepasados, los narradores de historias en torno a la hoguera, consistía en plantear la pregunta: “Vamos a ver, ¿qué es lo que está pasando aquí?”[1].
Si difícil resulta desentrañar los motivos por los que seguimos ejerciendo como público, más difícil aún resulta traducir los múltiples efectos secundarios que una obra provoca. Una obra de (de arte / de teatro) puede modificarnos, cambiar la trayectoria de un día perverso, traernos y llevarnos a través de vidas ajenas con cuya trascendencia empatizamos. Creemos en el arte y confiamos en su poder porque lo hemos experimentado en carne propia. Nuestra fe, pues, no es ciega. 
Sin importar cuánto tiempo pase entre esa obra que nos despertó y la siguiente, el día en el que una alivia, redime, consuela, en definitiva, trasciende en nosotros, recordamos que eso era lo que necesitábamos, lo que estábamos buscando. Lo mejor que puede suceder es que la obra de otro nos catapulte de vuelta al trabajo. 
El taller termina tras dieciséis encuentros. Las conclusiones, si las hay, se presentarían como una impertinencia. Se nos ha recordado a menudo que la enseñanza del arte no debe abordarse como una ciencia dura por más sistemas, herramientas y recursos que se nos ofrezcan para ahondar en una disciplina. A escribir, actuar, dirigir, pintar o fotografiar, solo se aprende escribiendo, actuando, dirigiendo, pintando y fotografiando. Semejante obviedad no siempre cae por su propio peso. Se nos ha recordado que en la vida  - sus historias, personas, símbolos, metáforas y silencios -, encontraremos todo lo necesario para aproximarnos al arte, sus valores y sus infinitos modos de hacerse (im)posible.
El escritor infectado por el virus de la dramaturgia tardará un rato en obtener un diagnóstico satisfactorio de los especialistas. Abordarán su caso, su texto, inquietos por la extraña forma, incapaces de definir exactamente qué es lo que no termina de estar o ser como debiera en ese organismo. Cómo es posible que parezca un guión de cine pero no, contenga una narrativa novelesca pero no y hasta, quizá, coquetee con lo poético pero no. Definitivamente no. Tardarán en darse cuenta pero terminarán por reconocer que eso que tienen en sus manos es una obra de teatro. Un texto que, a primera vista, parece tan inofensivo como todos. Casi pobre. Quizá demasiado breve. Sus explicaciones para el escritor serán claras aunque no sencillas. Ese texto necesitará ponerse en pie. Hay que sacarlo del cajón, de la carpeta, leerlo en voz alta, compartirlo, dejar que otros lo lean, encontrar actores, decidir quién lo dirige, coordinar una agenda de ensayos que desafía la duración de las horas y los días, encontrar una sala o un espacio que se adapte a sus necesidades, abrir de par en par cada metáfora y poner en marcha el mecanismo que active ese universo creado.
 El escritor saldrá aturdido con su texto en brazos, lo contemplará lleno de dudas y asustado. Aunque hubiera tenido sus sospechas, no lo esperaba. No estaba preparado para esa noticia. No sabrá qué hacer, por dónde empezar. Volverá a su casa y quizá, en un vano intento por retomar su vida, hará como si aquello no hubiera sucedido. El texto quedará bajo llave al fondo de un armario entre cartas, recibos y apuntes viejos.
Pasará el tiempo.
Una mañana o una tarde cualquiera, lloverá, alguien tocará el timbre, un auto frenará en seco y con estrépito en la calle y él, de repente, sabrá qué tiene que hacer. Y cómo.


m.trigo







[1] Mamet, David. “Formas teatrales”, en Manifiesto. Ed. Seix Barral, Barcelona, 2011, p.59. 

Otra vez lunes. Crónica autómata



"Una vez fui de ella", dice él. Y ahí nomás algo tiembla en nuestro andamiaje de espectador a salvo en la platea. Hay otras frases, pero elegimos esa. La nueva obra del Colectivo Lascia, con dramaturgia de Pablo Bellocchio y dirección compartida en esta ocasión con Cecilia Grüner, sintetiza cotidianidades con los que inevitablemente nos reconocemos. Tropezamos con nosotros en ellos. Los actores nos prestan cuerpo y voz en una coreografía que señala las peculiaridades infames del mundo que nos rodea. El presente es idéntico a cualquier pasado - al de Metrópolis o Tiempos Modernos - y encaja perfecto en aquel futurible que el cine de nuestra infancia aventuraba. Otra vez lunes logra, con una partitura metonímica y reiterada, no sólo que recibamos el relato que nos cuenta, sino que nos quedemos pensando en todo lo que no dice. 

¿Vivimos o nos viven? ¿Tenemos o nos tienen? ¿A dónde y a quiénes pertenecemos? Nuestro cuerpo, uno, torpe, imperfecto y agotado, arrastra su soledad entre rutinas impuestas. La repetición condena y castiga. Pagamos un precio exclusivo por ajustarnos al ritmo de la inercia que nos corresponde: la vida. Esa vida única que hipotecamos y abandonamos tantas veces porque no tenemos tiempo de vivirla. Estamos demasiado preocupados sobreviviendo. 

La obra desarrolla cuestiones que no pierden vigencia. La humanidad no parece capacitada para hazañas mejores. Retoma una constante temática y la habita con una dramaturgia fragmentada y elíptica que nos permite elaborar nuestro personal entramado. Los personajes no tienen nombre, todos son uno y, a su vez, cada uno es diferente. Las voces que nos guían son precisas. Estar no es suficiente. Las formas son la cáscara amarga del día. Alcanza con cambiar el ritmo, con detenerse un instante ante el espejo, para ver cómo la máscara se desmorona. El miedo nos habita. Somos el imperfecto reemplazo  de alguien y el ritual que nos permite sobrevivir es el mismo que terminará con nosotros. 

Son muchos los interrogantes que se abren a raíz de las imágenes textuales y físicas de la obra. Una puesta despojada, rítmica y sencilla, donde se intuye mucho del tipo de trabajo del Colectivo Lascia: hipótesis escénica investigada en grupo, tiempo de laboratorio, dudas miles y soluciones poéticas que finalmente determinan la mejor de las formas posibles para un contenido profundamente interiorizado por todos. 

El Colectivo Lascia viene trabajando desde 2012 con una constancia admirable, no sólo en lo que a su producción se refiere, sino en su compromiso con "la incertidumbre de la búsqueda", como afirma su programa de mano. Cabe destacar el valor añadido de esa unión grupal que desarrolla una metodología fortalecida con cada proyecto. Acostumbrados como estamos a la voraz dinámica de las fugaces cooperativas, resulta interesante aproximarse a creadores que han logrado establecer una dinámica tan particular y consistente. Si es cierto que el movimiento se demuestra andando y que, en efecto, "caminante, no hay camino" - como nos recuerda Bellocchio que afirmaba Machado- , se intuye que hay Lascia para mucho viaje. 




Otra vez lunes. Crónica autómata

Dramaturgia: Pablo Bellocchio.
Actúan: Florencia de la Fuente, Fernando Del Gener, Nicolás Dezzotti, Antonela Granati, Christian Inglize, Delfina Oyuela, Denise Rodríguez, Josefina Rotman, Marivi Yanno, Mariana Zarnicki.
Vestuario: Gina Michienzi.
Diseño de luces: Pablo Calmet.
Audiovisuales: Mara Rojas.
Música original: Jerónimo Duarte,
Diseño gráfico: Rodrigo Bianco.
Entrenamiento corporal :Cecilia Gruner.
Asistencia de dirección: Eloísa Colussi.
Producción: Lascia Colectivo de Trabajo.
Dirección de actores: Pablo Bellocchio.
Co-dirección Coreográfica: Cecilia Gruner.
Dirección general: Pablo Bellocchio, Cecilia Gruner.

Nün Teatro
Juan Ramírez de Velasco 419
Lunes 21h.