Prueba y error



Resulta imposible traducir qué nos hace el teatro porque su efecto - inmediato, colateral o secundario - es tan impredecible como único. Y para muchos, necesario e insustituible. Renovar el entusiasmo, mantener la esperanza y encontrar un poquito de inspiración está carísimo, así que cuando una obra me devuelve el alma al cuerpo - en el fondo se trata de eso - siento que me debo un análisis detenido del prodigio.

Desde la primera vez que vi Prueba y error, supe que me daría mucho sobre lo que escribir. Se trata del nuevo trabajo de la compañía Un Hueco, formada por los actores Patricio Aramburu, Nahuel Cano y Alejandro Hener bajo la dirección y dramaturgia de Juan Pablo Gómez. Se dieron a conocer en 2009 con la obra de la que adoptarían el nombre, Un hueco, joya que vio la luz en el off del off. Transcurría en el vestuario del Club Estrella Maldonado, club deportivo en cuyo recinto encontraron el ámbito idóneo para experimentar con la teatralización de un espacio no convencional explotando al máximo sus recursos interpretativos y conquistando a cada grupo de veinte personas que compartía la intimidad escénica. Tres amigos se reunían para el velorio de un cuarto en el pueblo donde crecieron. El reencuentro en ese contexto desafortunado exploraba con humor inteligente los vínculos de amistad, la (in)comunicación, la llegada precipitada a una madurez para la que no están preparados y lo absurdo de todas las inercias que nos mantienen atrapados en ridículas ocupaciones alimenticias. 

La obra se convirtió en pieza de culto. Recibió premios a la dirección, la dramaturgia, la espacialización y la actuación. No viajó tanto como merecía pero hizo el suficiente ruido como para que una compañía española, La Mirilla, la estrenara en Madrid en 2013. En Buenos Aires realizó funciones durante cuatro años. Uno de los intereses de la compañía pasaba por hacerla durante mucho tiempo para permitir que lo que había sido un largo proceso de creación grupal, creciera con el público hasta alcanzar la profundidad deseada. 

Pasaron más de dos años. Recién el pasado mes de junio presentaron Prueba y error, título que alude a lo que su director considera la clave de su método de trabajo continuado. Juan Pablo Gómez vuelve a asumir los roles de dirección y dramaturgia y al elenco se suman en esta ocasión Anabella Bacigaluppo y Luna Etchegaray. 

Tomando a John Cassavetes como referente y gran influencia, la obra presenta la desvinculación de una pareja, Sergio y Silvia, cuya hija, Camila, va y viene entre ambos sin que nadie le preste la debida atención. Junto a ellos, la hermana de Sergio, un amigo y el novio de la madre. Todos están demasiado obnubilados en sus crisis personales, en su decadencia vital – también artística en el caso de Sergio, que es pintor – y en sus torpes relaciones sentimentales, como para percatarse de que hay una niña que recibe la onda expansiva de sus imposibilidades. Son muchas las temáticas abordadas: la paternidad, la pareja, la amistad, la infidelidad, el sexo como consuelo, la locura, la vocación, el mercadeo del artista como un objeto más, la lucha entre los principios que nos mueven y el dichoso mundo… 

Merece la pena destacar el tratamiento dramático dado a los personajes. No hay posibilidad de juzgarlos negativamente porque hacen todo lo que pueden desde su incapacidad. Su director reconoce que una de sus preocupaciones a la hora de abordar las constantes del cine de Cassavetes, fue encontrar una coherente trasposición en procedimientos teatrales. Reversionar una idea de “drama íntimo” con nuevos recursos que lo acerquen al espectador. Los interrogantes que se plantearon a lo largo del proceso están directamente relacionados con eso. 

“¿Cómo generar un teatro de contacto emocional con los espectadores dadas las condiciones de falsa hiper saturación emotiva actual? ¿Cómo producir ficción dramática que no sea ingenua con respecto a la crisis del relato teatral sin caer en un cinismo post-dramático que muchas veces aleja al espectador no iniciado?”.

El modo en que ese desafío se encara no puede ser más sólido y fructífero. La obra funciona como un artefacto total que ofrece múltiples lecturas. Apela a nuestra mejor disposición para desempeñarnos como público-lector ideal de los recursos conceptuales, técnicos y expresivos sobre los que se cimenta. El público debe atravesar la escenografía para llegar a platea. Gran parte del espacio escénico está acotado por un piso de madera sobre el que se disponen elementos de utilería, banquitos y una puerta con ruedas que los actores irán desplazando y convirtiendo en entrada y salida de los diferentes espacios narrativos. Cuando entramos, ese espacio ya está habitado y también su entorno inmediato, una suerte de limbo donde encontramos al músico Santiago Torricelli al piano. Se entiende enseguida que hay mucho para ver y, lo que es más importante, debemos decidir qué nos interesa, qué observar en detalle, a quién seguir, con qué distraernos… La dirección trabaja sobre el movimiento y la mutación. Todo y todos están en constante transición, caminando, avanzando en el relato, entrando en un lugar para salir en otro, física, psíquica y emocionalmente. 

El ingenio teatral creado es un buen ejemplo de que el escenario siempre está dispuesto a dejarse conquistar. Prueba y error nos incluye, nos considera una parte más. Nos iluminan, nos desafían con la mirada, nos interrogan para recordarnos que somos parte de esa ficción, la estamos re-contruyendo juntos, y para que funcione, debemos activarla y decidir. Los riesgos tomados desde la dirección en este sentido son muchos. Así, por ejemplo, el doble protagónico que interpreta Anabella Bacigalupo, quien desempeña brillantemente los roles de tía y madre de Camila. La actriz pasa de un personaje a otro a la vista de todos, le alcanza con un par de modificaciones formales.

La música en vivo y la presencia de dos asistentes de escena, funcionan como índices que no permiten que obviemos la teatralidad. Los asistentes trasladan objetos, iluminan a los actores – el uso de la iluminación es otro recurso fundamental que sobre el que alguien debería escribir  -, emiten sonidos e incluso algún texto con el que caricaturizan un posible rol de extra cinematográfico. Acompañan a los actores físicamente en las transiciones de estado convirtiéndose para el público en una presencia poética – el lado oscuro de la psique, los miedos, la enfermedad – pero también en un “facilitador” técnico que ejerce presión, control y una medida violencia sobre los actores para lograr un determinado estado. Gómez se refiere a ellos como “didascalias en acción” y, ciertamente, no puede ser más acertado el modo de describir su presencia y función. 

Las interpretaciones gozan de la calidad que le conocíamos al grupo. La presencia de una niña no disminuye en ningún momento la intensidad de su verdad orgánica. Se la incorpora como un adulto – ahí reside parte de la violencia que se ejerce sobre su personaje – y su actuación corre pareja a la del elenco. Todo un acierto que nos recuerda que, por suerte, hay otros niños posibles lejos del estereotipo de los anuncios. 

Prueba y error posee una poética interdisciplinar que ofrece multiplicidad de análisis. El trabajo de esta compañía se nos ofrece como un ideal de investigación escénica. Un compromiso donde impera la necesidad de generar nuevos lenguajes que satisfagan, en primer lugar, sus necesidades creativas e interpretativas logrando, por extensión, aportar una mirada profunda sobre el hecho teatral. Si su primera obra, Un hueco, funcionaba como implosión dramática, Prueba y error explosiona logrando que nuestra percepción del escenario se reactive y despierte. 

La próxima vez que la veamos encontraremos otros aspectos sobre los que continuar escribiendo. Por ahora, nuestra incursión termina invitándoles a que tomen buena nota de las últimas funciones del año. 


Prueba y error

Actúan: Patricio Aramburu, Anabella Bacigalupo, Nahuel Cano, Luna Etchegaray, Alejandro Hener.
Participación: Verónica Pellaccini.
Vestuario: Paola Delgado.
Diseño de espacio: Cartonero Gondry.
Diseño de luces: Matías Sendón.
Realización escenográfica: Leonardo Ruzzante.
Realización De Herrería: Ernesto Sotera.
Música original: Santiago Torricelli.
Casting y diseño gráfico: María Laura Berch.
Asistencia general: Manon Lila Cotte, Gastón Exequiel Sánchez.
Asistencia de dirección: Anabella Bacigalupo, Jennifer Permuy
Producción: Cartonero Gondry, Paloma Lipovetzky.
Colaboración artística: Lucía Di Salvo.
Colaboración coreográfica: Celia Argüello Rena.
Coaching actoral: Marcela Padvalskis.
Dramaturgia y dirección: Juan Pablo Gómez.


Timbre 4
México 3554

Últimas funciones:

Octubre: Jueves 8 y 29, sábado 31.
Noviembre: Jueves 5, 12, 19 y sábado 7.