Apuntes para volverse a ver

Es la obra con la que se estrena el actor Gonzalo Ruiz como dramaturgo y director. ¿Y qué hay tras ese título poético? En primer lugar, uno de esos trabajos independientes del off que nos recuerdan como pueden ser las cosas cuando el entusiasmo, el oficio, la honestidad y el compromiso están presentes. No es fácil encontrar todos esos ingredientes juntos y, como público, se agradece infinitamente el interés puesto en algo personal tratado con mimo para hacerlo universal.

La historia: Tres niños crecieron juntos. Una mujer, Babila, los unió y los separó con la llegada de un cuarto niño. O quizá no, no fue eso, no fue sólo eso, nada está muy claro, nada fue tan sencillo. Años después se reencuentran en la casa de provincia que un día fue suya para enterrar a la mujer que entrelazó sus destinos. Allí sigue el último de ellos, el cuarto en discordia.

¿Cómo se vuelve a los rincones de la infancia? ¿Qué sucede en esa primera adolescencia que nos cambia para siempre? ¿Cuándo nos convertimos en adultos asustados y llenos de dudas? ¿Sabemos algo de los otros realmente? Apuntes para volverse a ver, nos lleva a reflexionar entre risas y situaciones un tanto bizarras traídas por la noche y unos muy peculiares vecinos del campo, sobre esa rara y reiterada posición en la que todos estamos cuando se trata de entender un pasado compartido. Y nos deja intuir que, aunque nunca se tengan todas las piezas de una historia ni podamos conocer verdaderamente al otro, esos misterios que nos nutren, por más que nos pesen, acaso nos fortalezcan.

Destaca brillantemente la dirección de actores en su conjunto y la cálida y rotunda presencia de Isidoro Tolcachir aportando un muy equilibrado contraste con el joven elenco.

Sin duda, una buena cita para la noche del viernes.

Con: Lorena Barutta, Nadia Marchione, Alejandro Lifschitz, Agustin Scalise e Isidoro Tolcachir.
Escenografía: Sol Soto.
Iluminación: Omar Possemato.
Fotografía y diseño: Guadalupe Ruiz.
Asistente de dirección: Maria Florencia Savtchouk.
Dramaturgia y dirección: Gonzalo Ruiz.

Viernes, 23.30 en Timbre 4. Boedo 640.
Reservas en: www.alternativateatral.com y www.timbre4.com.

A favor del matrimonio entre católicos

El Radar de esta semana trajo esta perla:

Estoy completamente a favor de permitir el matrimonio entre católicos. Me parece una injusticia y un error tratar de impedírselo.

El catolicismo no es una enfermedad. Los católicos, pese a que a muchos no les gusten o les parezcan extraños, son personas normales y deben poseer los mismos derechos que los demás, como si fueran, por ejemplo, informáticos u homosexuales.

Soy consciente de que muchos comportamientos y rasgos de carácter de las personas católicas, como su actitud casi enfermiza hacia el sexo, pueden parecernos extraños a los demás. Sé que incluso, a veces, podrían esgrimirse argumentos de salubridad pública, como su peligroso y deliberado rechazo a los preservativos. Sé también que muchas de sus costumbres, como la exhibición pública de imágenes de torturados, pueden incomodar a algunos. Pero esto, además de ser más una imagen mediática que una realidad, no es razón para impedirles el ejercicio del matrimonio.

Algunos podrían argumentar que un matrimonio entre católicos no es un matrimonio real, porque para ellos es un ritual y un precepto religioso ante su dios, en lugar de una unión entre dos personas. También, dado que los hijos fuera del matrimonio están gravemente condenados por la Iglesia, algunos podrían considerar que permitir que los católicos se casen incrementará el número de matrimonios por “el qué dirán” o por la simple búsqueda de sexo (prohibido por su religión fuera del matrimonio), incrementando con ello la violencia en el hogar y las familias desestructuradas. Pero hay que recordar que esto no es algo que ocurra sólo en las familias católicas y que, dado que no podemos meternos en la cabeza de los demás, no debemos juzgar sus motivaciones.

Por otro lado, el decir que eso no es matrimonio y que debería ser llamado de otra forma no es más que una manera un tanto ruin de desviar el debate a cuestiones semánticas que no vienen al caso: aunque sea entre católicos, un matrimonio es un matrimonio, y una familia es una familia.

Y con esta alusión a la familia paso a otro tema candente sobre el que mi opinión, espero, no resulte demasiado radical: también estoy a favor de permitir que los católicos adopten hijos.

Algunos se escandalizarán ante una afirmación de este tipo. Es probable que alguno responda con exclamaciones del tipo “¿Católicos adoptando hijos? ¡Esos niños podrían hacerse católicos!”.

Veo ese tipo de críticas y respondo: si bien es cierto que los hijos de católicos tienen mucha mayor probabilidad de convertirse a su vez en católicos (al contrario que, por ejemplo, ocurre en la informática o la homosexualidad), ya he argumentado antes que los católicos son personas como los demás.

Pese a las opiniones de algunos y a los indicios, no hay pruebas evidentes de que unos padres católicos estén peor preparados para educar a un hijo, ni de que el ambiente religiosamente sesgado de un hogar católico sea una influencia negativa para el niño. Además, los tribunales de adopción juzgan cada caso individualmente, y es precisamente su labor determinar la idoneidad de los padres.

En definitiva, y pese a las opiniones de algunos sectores, creo que debería permitírseles también a los católicos tanto el matrimonio como la adopción.

Exactamente igual que a los informáticos y a los homosexuales.

Este apoyo al matrimonio entre católicos circula por Internet y gana adhesiones que se cuentan de a cientos.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-6234-2010-06-15.html

El Pont flotant en Buenos Aires

La compañía valenciana El pont flotant dará cuatro únicas funciones de Como piedras en Timbre 4.
Fechas: 27/06 16hs. 30/06 20 y 22hs. y 04/07 16hs.
Acá queda este clip como presentación de la obra. Nos vemos allí.
Informes y entradas en: http://www.timbre4.com/


A propósito de clásicos



Tropezamos con esto: Pauls entrevistando a Llinás acerca de Historias extraordinarias. ¿Todavía no la vieron? Busquen, busquen por ahí. Es una de esas experiencias que no va a dejarte indeferente. Y toda una lección sobre la construcción de trama y personajes y el uso de la palabra.

Alabanza a la papa



Fragmento de Alabanza a la papa, un clásico entre los documentales apócrifos argentos.
Responsables: I. Masllorens y A. Mendilaharzu.

Fallos en el motor

Allá lejos y hace tiempo una excelente profesora de teatro nos preguntaba cuál era nuestro motor vital, qué cosa nos hacía levantarnos cada día como si algo de todo este entuerto mereciera la pena. Durante mucho tiempo creí tener mi respuesta a salvo. Eran tiempos mejores. Tiempos de blanco y negro, de pocas dudas, de mucha tontería relevante y más vino que rosas. Éramos trágicos, desmedidos e infelices y nos gustaba serlo.

No sé cuánto ha cambiado desde entonces. Es difícil medirlo. Ahora todo es más gris, escaso, plano, y acaso nos agotan nuestras dudas antes de la batalla. Cada vez más seguido nos tienta el abandono, el desaliento... Se persigue una idea de ARTE que acaso ya no exista, una exigencia antigua que nos hace estar fuera de lugar, pedir peras al olmo, quedarnos con la bronca, querer prenderle fuego.

Por supuesto, "la culpa es de uno cuando no enamora" pero "el infierno son los otros".

Hoy sí, hoy también es un día de esos en los que cerraría el kiosko para abrir una mercería. Por ejemplo. Pero supongo que mañana se cerrará esta puerta para abrir otra puñetera ventana.

Lo que sé. Dennis Hopper (1936 - 2010)

Debería haber muerto diez veces. He pensado mucho en eso. Es un absoluto milagro que yo siga por acá.
A pesar de todas las drogas que consumí, yo fui en realidad un alcohólico. En serio: sólo tomaba cocaína para poder ponerme sobrio y seguir tomando. Mis últimos cinco años de bebida fueron una pesadilla. Me tomaba dos litros de ron, 28 cervezas por día, y tres gramos de coca para poder seguir andando. Y creía que me estaba yendo bien sólo porque no estaba arrastrándome borracho por el suelo.

(...) Yo crecí en el Dust Bowl (la pradera americana llamada así en los años ’30 por las tormentas de polvo) y la primera luz que vi fue la de una sala de cine. Mi abuela llenaba su delantal de huevos y caminábamos unos cuantos kilómetros hasta Dodge City. Una vez ahí, ella vendía los huevos y comprábamos entradas para el cine.

Cuando filmé Rebelde sin causa, venía de interpretar Shakespeare en el viejo Globe Theater de San Diego. Tenía 18 años y creía que era el mejor actor del mundo. Y entonces lo vi a James Dean. Fue el mejor actor que vi jamás. Estaba tan avanzado... Yo estaba haciendo lecturas de líneas y gestos, y él vivía en el momento. Yo quería saber qué era eso que él hacía. Y me dijo: “Simplemente empezá a hacer las cosas, no las muestres. Fumá el cigarrillo, no actúes como si fumaras un cigarrillo. Tomate el trago, no hagas como que tomás el trago”. De alguna manera todo empezó ahí. (...)

Sam Peckinpah era un tirano. Pero cuando uno está en un set, como solía decir Henry Hathaway, “eso era charla de sobremesa, muchacho, charla de sobremesa. ¡Ahora estamos haciendo películas!”. Cuando estabas en el set, se convertía en algo diferente. Hathaway era un gran tipo para ir a cenar con él. Peckinpah también era maravilloso para pasar el rato. Pero a la hora de filmar, eran tiranos. Y ésa era la manera en que funcionaba y ésa es la manera, muy honestamente, en que debe ser. Si no les tenías respeto, eran capaces de asustarte hasta que lo tuvieras. (...)

Cuando hice Terciopelo azul acababa de salir de rehabilitación, llevaba sobrio menos de un mes. Entonces hice ese papel, y de ahí pasé a interpretar un papel de alcohólico en Hoosiers, y luego hice de dealer en River’s Edge. Esas fueron mis tres primeras películas estando sobrio. Lo llamé a David Lynch y le dije: “Hiciste lo correcto al elegirme, porque yo soy Frank Booth”.

Hacer Super Mario Bros fue una verdadera pesadilla. Cuando la vio mi hijo, que tenía 6 o 7 años, me dijo: “Papá, creo que probablemente sos un muy buen actor, pero ¿por qué interpretaste a King Koopa? Es un tipo muy malo, ¿por qué quisiste interpretarlo?” Le dije: “Bueno, para que puedas tener zapatos”. Y él me dijo: “No necesito zapatos”. (...)

Soy tan sólo un chico de clase media que creció en una granja en Dodge City, y mis abuelos sembraban trigo. Para mí la pintura, la actuación, la dirección y la fotografía eran todo parte de la experiencia de ser un artista. E hice mi dinero de esa manera. Y me divertí un poco. No ha sido una mala vida.

Nota completa en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-6216-2010-06-08.html


"loveisallayouneed"
Beatles & Liniers

Homenaje a Pavlovsky


Del 24 al 27 de junio en el Centro Cultural de la Cooperación se celebrarán varios eventos relacionados con la figura de Pavlovsky.

Información completa sobre las actividades en:


Nuevos espacios para la creación en Boedo y Almagro

Pese a las infinitas dificultades que la burocracia impone y la gran responsabilidad que conlleva el tener un espacio abierto al público, contra viento y marea, cada vez son más los creadores teatrales decididos a tener su sitio. Si ya Virginia Woolf reivindicaba la necesidad de tener un cuarto propio a la hora de escribir, no cabe duda de que el hecho teatral que implica un trabajo en grupo, el descubrimiento y la transformación de lo que nos rodea y una gran generosidad en el uso de todos los recursos al alcance, se desarrollará con mayor libertad, compromiso y continuidad cuando tiene lugar entre cuatro paredes que considerar propias.
El Clarín de hoy publica la siguiente nota al respecto, donde se habla de las experiencias de Inés Saavedra, Daniel Veronese, Lisandro Rodríguez y Claudio Tolcachir entre otros. Todos ellos directores que convirtieron su casa en sala de teatro.


El caso de Tolcachir es uno de los más interesantes. Los que vieron nacer Timbre 4, la sala ubicada al fondo de un PH en Boedo donde se estrenaron éxitos del off como Jamón del Diablo o La omisión de la familia Coleman, han visto como su casa crecía imparable en estos años, no sólo por la continuidad de producciones apoyadas por una afluencia de público donde el boca a boca funciona como moneda de cambio, si no también por el fructífero desarrollo de una escuela de actores que hoy se encuentra entre las más importantes de la ciudad. Por si fuera poco, como adelántabamos hace un tiempo, Timbre 4 se ha expandido sin cambiar de barrio, en la misma cuadra, ahora sobre la calle México. Los fundadores de teatro descubrieron allí una antigua fábrica de muebles que dos años después está abriendo sus puertas como nuevo espacio: una sala para ciento ochenta espectores, nuevas aulas e incluso un bar restaurante en el que, entre otras cosas, están aún presentes varios de los bancos de carpintero de la fábrica, restaurados como mesas. Todo está listo para recibirnos, de hecho, los primeros espectadores ya pudieron ver el pasado fin de semana La omisión... con una puesta sutil y eficazmente modificada para esta nueva sala, su segunda casa en Buenos Aires después de año y medio de gira internacional.

La web http://www.timbre4.com/ ofrece información sobre la escuela, el teatro y próximos estrenos.


Otro barrio próximo que está de enhorabuena es Almagro. En breve abrirá sus puertas La Carpintería Teatro, sí, otra carpintería convertida en teatro. Las jóvenes emprendedoras de esta hazaña son las actrices Gabriela Irueta, Alejandra Carpineti y Sol Tester. Las tres, casualidad o no, antiguas alumnas de Timbre 4.

La inauguración está prevista para el 8 de junio y el lugar funcionará también como centro docente y generador de creaciones propias. Cuenta con una sala para ciento diez espectadores y las obras programadas son la mejor tarjeta de presentación y habla muy bien de la juventud de su equipo directivo. Estarán en cartel: Nada del amor me produce envidia de Diego Lerman, Mi vida después de Lola Arias, Todo de Rafael Spregelburd y, dando lugar a nuevas dramaturgas, estrenarán Vanina Montes con Voces en la bruma y Verónica López Olivera y Corazones Salvajes.

Su web: http://www.lacarpinteriateatro.com.ar/

No dejen de conocer ambos lugares. Seguro que encontrarán más de una razón para volver.

Timbre 4, con sede en Boedo 640 y México 3554.
La Carpintería Teatro, Jean Jaures 858.

La forma de la literatura

Michael Ondaatje no duda en definir la novela como "un espejo camino abajo".
La definición del cuento de V. S. Prichett tiene que ver con "aquello que intuimos por los bordes de la mirada, como al pasar".

Raymond Carver aseguró que, para escribir una novela, el escritor debería vivir en un mundo que tuviera algún sentido, un mundo "en el que pudiera creer". Raymond Carver, claro, escribía cuentos.

Philip k. Dick - quien supo habitar un mundo propio e increíble y sin el menor sentido - escribió novelas que parecían cuentos y cuentos que parecían novelas, porque "el cuento habla sobre un asesinato y la novela habla sobre el asesino"- Philip K. Dick murió asegurando a sus íntimos que había alcanzado la habilidad de comunicarse con el apóstol Pablo y que había conseguido matar a un gato con la sola fuerza de su mente.

Pero, ah, nada de esto es del todo cierto.

Nada es tan fácil a la hora de las definiciones, porque siempre van a aparecer posibilidades alternativas, distintas facetas de una misma historia a la hora de intentar percibir la forma de la literatura.

Novela y Cuento - por ejemplo - son la hija y el hijo de un muy buen amigo de Forma.

Novela - la mayor - es larga como La Guerra y la Paz, tiene trece años de edad y ya alberga en su cuerpo la posibilidad de una trama inolvidable, que a Forma le gustaría leer algún día si no estuviera penado por la ley y las buenas costumbres.

Cada vez que Forma va a visitarlos, Novela se sienta al lado, no lo deja solo ni un segundo y no para de contarle un capítulo tras otro acerca del perfecto desprecio que siente por Cuento, su hermanito de ocho años.

- Yo soy mejor que vos - le dice Novela a Cuento - Yo soy más grande, enano inmundo.

Entonces Cuento la mira con su mejor cara de enigmático pez banana y le contesta hablando muy despacio y sin perder ni un centímetro de su sonrisita sin-zen-tido.

- Sí, pero yo soy mucho más completo y contundente. Yo soy práctico y funcional. Yo empiezo, transcurro y termino y no dejo lugar a dudas. Es más, yo soy mucho más fácil de contar y mucho más difícil de escribir.

- El gran Gatsby, El cazador oculto, A sangre fría, El sueño de los héroes, Fiesta, Falconer... - sonríe Novela.

- "Babilonia revisitada", "Para Esmé con Amor y Sordidez", "Miriam", "Los milagros no se Recueperan", "El Gran Río de los Dos Corazones", "El marido rural"... - sonríe Cuento.

Hasta ahí llega el tenso intercambio de palabras. Novela se arroja entonces sobre Cuento con todas sus uñas. Cuento lanza patadas como si fueran adjetivos esdrújulos y Forma tiene que meterse entre los dos, simulando que le preocupa el daño que puedan hacerse y sabiendo perfectamente que son mucho más resistentes que él, que son casi irrompibles y tan viejos como el tiempo.

La madre de ambos, mientras tanto, viene corriendo desde la cocina para imponerles las leyes de un orden que conoce mucho mejor que el visitante, la eficiente clave de la tregua a toda hostilidad.

Un par de miradas fijas de la madre, como inapelables agujas de reloj, como puñales suspendidos en el aire de la tarde, dicen más que varias páginas de amenazas explícitas y alcanzan para que Cuento y Novela vuelvan a sus respectivos rincones después de haber sido reprimidos y editados.

La madre de Cuento y Novela, la mujer del amigo de Forma, se llama Palabra y está embarazada.

Esa misma tarde, Novela le confía a Forma que el bebé será una nena y se va a llamar Nouvelle, sin saber que - pocos minutos antes - Cuento se acercó con movimientos de cortesano conjurador para susurrarle a Forma: "Te juro que va a ser un nene y se va a llamar Relato". Tanto Cuento como Novela no pueden sino estallar en carcajadas despectivas cuando Forma les sugiere que el futuro nuevo miembro de la familia pueda llamarse Poesía o Verso.

Cuento y Novela siguen riéndose a carcajadas al caer la noche. El amigo de Forma aún no ha vuelto de quién sabe dónde y Palabra ya comienza a poner los ojos en blanco y a pedirles maldiciones prestadas a todos los demonios del infierno, a todos los libros de la biblioteca.

- Siempre el mismo cuento... la misma novela de siempre... - murmura Palabra después del tercer whisky con todas las luces apagadas.

- Sale temprano de casa porque dice que acá no puede escribir, que no se le ocurre nada. Y, claro, yo me tengo que encargar de todo... de los dos monstruos y de toda la casa, porque el señor ha perdido la inspiración - solloza Palabra casi sin ganas.

Después cierra los ojos, se toca la panza de casi siete meses y repite lo mismo una y otra vez, como si fuera un salvavidas, como si fuera un mantra.

- Te vas a llamar Daniela y vas a ser maestra jardinera... Te vas a llamar Sebastián y vas a ser físico nuclear... Te vas a llamar Daniela y... - recita Palabra.

Forma hace que no escucha, pero no puede evitar oír la estampida de Cuento y Novela en los altos de la casa.

Cuento y Novela pateando espejos y degollando muñecas al grito de ¡Había una vez...!, al grito de ¡A ver quién grita más fuerte!
Rodrigo Fresán, Trabajos Manuales, Buenos Aires, Planeta, 1994, pp. 89-92.

Kafka por Bolaño

"Cuenta Canetti en su libro sobre Kafka que el más grande escritor del s. XX comprendió que los dados estaban tirados y que nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre. ¿Qué quiero decir cuando digo que ya nada le separaba de la escritura? No lo sé muy bien. Supongo que quiero decir que Kafka comprendía que los viajes, el sexo y los libros son caminos por los que hay que internarse y perderse para volverse a encontrar o para encontrar algo, lo que sea, un libro, un gesto, un objeto perdido, para encontrar cualquier cosa, tal vez un método, con suerte: lo nuevo, lo que siempre ha estado ahí".


R. Bolaño, El gaucho insufrible, Anagrama, Barcelona, 2003, p. 158.

Ser o no ser un creador

Fragmentos de un artículo así titulado de Eduardo Stupía publicado en Adn Cultura hace ya dos años.

Hoy, en plena época de revisión y trastocamiento absoluto de todos los estatutos del arte, la categoría de “artista” (...) permanece allí, incolumne, disimulada o indisimuladamente solemne en un contexto de la mayor secularizad, con su carga de trascendencia. Todavía, quienes creen saberse no artistas contemplan a los que presuntamente lo son con explícita o tímida reverencia, e incluso habrá quién (…) crea detectar en el artista una esencia singular, una plusvalía que exceda la mera definición técnica o sociológica.

(…) Lo que parece haber crecido en el Producto Bruto Mundial no son tantos las obras de arte, sino los artistas, probablemente debido a las extraordinarias facilidades tecnológicas al alcance de cualquiera y, consecuentemente, a la multiplicación exponencial de instancias críticas y fenómenos que legitiman todo tipo de experimentos con nuevas normas de institucionalidad y legibilidad estética. Y, además, porque los artistas, verdaderos o falsos, han asumido con notable ductilidad mediática, la necesidad de disimular el oropel. NO BASTA CON SER ARTISTA, también hay que no parecerlo. (…)

Hoy por hoy, el mundo y el arte se parecen cada vez más, y en consecuencia, ya casi no habría porqué insistir en linear la diferencia entre artistas y “civiles”. Sin embargo, (…) la noción de jerarquía artística persiste, y ser artista también es actuar como artista. Y no meramente ante las exigencias de la escena pública, donde muchas veces la construcción del artista-personaje, es más importante que la obra, cuando no la obra misma, sino en el ámbito del estudio; allí el espejo puede eventualmente devolvernos nuestra propia imagen de artista simulacro. Pero un buen día se cae y, en forma fugaz, vemos el rostro desnudo de nuestra expresión “artística”. (…) Una repentina crisis de conciencia entre la pretensión y las limitaciones, entre la aptitud constructiva y la importancia y la mudez. (…) Ser artista es cualquier cosa menos eso que creíamos que era.

La Nación, 20 septiembre de 2008.

Artículo completo en: