Mis días sin Victoria





Quien escribe considera la escena como un campo minado de poemas. Los poemas, lejos de ser un sedimento para la belleza, una garantía de paz o un acuerdo tácito, son un abismo, una planta carnívora de aspecto inofensivo, son la  piedra en la mano del niño, el antes y el después de un gesto inesperado que fractura la vida conocida. La escena es el lugar donde todo es (im)posible. Nuestra tarea como habitantes de ese espacio que reclamamos propio, no es otra que explorarlo, abrirlo en canal e invitar a los otros, los demás, prójimos próximos o perfectos ajenos, a asomarse a ese vacío donde podrán saltar, ir y quizá no volver. Si lo desean. Algunos poemas, algunas obras, son un camino de ida. No son una mina más enterrada entre la arena, son también el detonador de muchas otras. Mis días sin Victoria es uno de esos insólitos acontecimientos que nacen para recordarnos que la obra no viene a satisfacer nuestras patéticas necesidades, la obra no es un tranquilizante, no adormece, no nos da la razón, no nos consiente, ni siquiera nos hace felices. La obra como acontecimiento no tiene ninguna obligación. Su existencia de por sí, violenta el sistema. No ofrece una salida de emergencia, sino una fuga, una entrada a otro mundo donde la libertad existe a imagen y semejanza de quien la concibe. La obra es tan libre como sus creadores, tan hipnótica e ilusoria como ellos. La obra es ficción, pero no miente. La obra es todo lo que logre mantenerse vivo mientras dure. Nace en algún tiempo remoto, en cualquier lugar, sin pretensión de trascendencia, pero su naturaleza acciona y persevera. Crece contra, sobrevive para, deshace y contradice. Muta. No para quieta. Ni nos deja en paz. 

Mis días sin Victoria se presentó por primera vez en julio del 2016 como una creación de Belén Arena. En su sinopsis se lee “es la puesta en escena del diario personal que escribí en enero de 2015. Un amor lésbico frustrado, tres intentos de suicidio y la destrucción de una obra anterior son parte de un relato que descarna la realidad y la ficción.” Pero no alcanza la contundencia de esas pocas líneas para desarmar el artificio, la construcción limítrofe, la ceremonia ritual a la que estamos invitados. 

Tres años después de aquel estreno, “la lesbiana suicida” es “un orgulloso varón trans con ganas de vivir” que interpela al público obviando cualquier distancia mientras apela a la fortaleza de la debilidad universal: el amor, el sexo, la admiración, el abandono, el miedo, el dolor, el fracaso, el absurdo cotidiano que nos convierte en algo, alguien, a quien pocos años después, a duras penas reconocemos pese a que le debamos nuestra transformación. 

Mis días sin Victoria es una puesta en escena donde prima la intimidad desbordada, donde no hay lugar para ocultarse que no sea la más despiadada de las ficciones, esa que se alza sobre las cenizas de lo que fue y no fue. Fragmentos de un diario de vida y obra, escenas de una obra que nunca llegó a ser, una bailarina que presta su cuerpo para que Victoria, su recuerdo, esa obsesión, permanezca como personaje. Un personaje cuya presencia, desde el silencio, desafía a su creador. Su naturaleza es el delirio de quien supo amarla e idealizarla, es su cuerpo el que una y otra vez se nos entrega hasta la extenuación. Pero no es la única ofrenda. Rodrigo Arena está ahí, omnipresente y poderoso, adueñándose de la platea que convierte en escenario, diseccionando con entusiasmo los recuerdos y dando vida no solo a una parte de su historia, sino a un nuevo lenguaje, ese lenguaje híbrido donde se amalgaman las contradicciones de esta época miserable. Arena maneja el lenguaje inclusivo, no solo desde su discurso, su cuerpo y los de los otros intérpretes, son un llamado de atención contra la hegemonía de lo correcto. No hay un solo resquicio para la comodidad, salvo el del humor ácido, la ironía salvaje con la que se critica el pensamiento mediocre del artista, del enamorado, del soñador aterrado que desea a toda costa pertenecer, ser parte de algo o de alguien. Arena ilumina esas necesidades como espacios patéticos y se burla de la contradicción en la que malvivimos observadores y observados. En diversas ocasiones su propuesta se abre explícitamente a la participación colectiva, nos invita a ser parte de su singular ruleta rusa. Nos propone ser la manzana del tiro al blanco o el arquero. Pero pocos tendrán el coraje de " el umbral de la ficción" para ser parte de ese espejo roto donde, tarde o temprano, aparecemos todos.

Mis días sin Victoria es un paradójico canto a la vida y una danza de la muerte, una celebración de nuestros fracasos más rotundos que nos reconcilia con la fortaleza que, contra todo pronóstico, obtuvimos de nuestras caídas. No hay nada particularmente amable, fácil o bello en este trabajo, su búsqueda es una valoración sobrecogedora de la imperfección como poética. Una imperfección política que intenta desesperadamente desentumecer los sentidos, físicos y simbólicos. 

Cualquiera que haya muerto, dado muerte, y resucitado, en la vida y en la obra, debería aproximarse a las fauces de este poema escénico y reconciliarse con el desorden cruel de los acontecimientos para dejar de tener miedo. Ni el amor, ni el arte ni la vida, son tan definitivos como tememos. 



Mis días sin Victoria

Texto: Rodrigo Arena
Traducción: Ec Steinman
Actúan: Pablo Damián Daolio, Micaela Ghioldi
Intérpretes: Rodrigo Arena, Gabriela De León Speranza, Solen Jordan, Jazmín Levitán, Maria Florencia Tangel
Diseño de luces: Eduardo Maggiolo
Colaboración en iluminación: Rocío Covarrubias Grabivker
Asistencia técnica: Rocío Covarrubias Grabivker, Solentina López
Asistencia Creativa: Fiorella Álvarez
Producción: Catalina Lescano, Mika Project
Colaboración artística: Fioreya
Supervision Artística: Marina Quesada
Colaboracion en puesta en escena y dirección: Marina Otero
Dirección: Rodrigo Arena