No daré hijos, daré versos




Se puede querer ver una obra por infinitos motivos. Por su título, por ejemplo. Por cómo te resuena donde quiera que eso pase. El título promete y cumple lo que anuncia: una mujer escribe y su escritura da sentido, es la necesidad primera y última de sus días. "Yo no vivo, escribo", afirma la poeta Delmira Agustini, su personaje, la voz recreada por Marianella Morena en este texto y repartida en un trío de actrices que habitan su pensamiento y juegan a encarnarla en una propuesta estética que prioriza la potencialidad de lo escénico. No solo ella es una presencia tripartita, también su marido, Reyes, se (des)articula en tres voces. Se genera así una partitura textual a la que Lumerman otorga vitalidad guiando nuestra atención de lo coral a lo particular, de la palabra al movimiento y de la melodía a la letra. El elenco aborda con profundidad cada código elegido y el relato avanza y retrocede tan ágil como fragmentado. 

Las canciones anuncian la tragedia desde el comienzo. Una tragedia expansiva y múltiple: la mujer víctima de su tiempo, la creadora atrapada en la corrección de una familia "del novecientos". Roles obsoletos que, sin embargo, nunca caducan del todo. Una de esas familias condenadas a la felicidad etiquetada. Reyes, el marido, desempeña un rol fallido entre ellos: el del amante. Es el hombre que debe rescatar a la poeta de su cárcel de normalidad y convertirla en mujer. Debe poseerla y cambiar su vida. Pero fracasa. 

"¿Te enamoraste para escribir mejor?", espeta mientras rompe papeles que, a sus ojos, nada son ni valen. Morena logra esbozar en pocas pero contundentes frases algunos de los demonios de la escritura. ¿Qué es la vida para quien escribe sino una excusa, un lugar al que se va solo para tener algo que poner entre líneas? ¿Y qué sucede cuando el amante es la fuente de inspiración de esa obra? Delmira esculpe a Reyes a su antojo en sus versos y él, no solo se desconoce, se sabe otro. Otro al que ella no puede amar porque nunca estará a la altura de sus versos. La pareja está rota mucho antes de separarse pero la historia no termina hasta un año después. Y lo hace de la peor de las maneras. 

Lumerman despliega en esta versión porteña del texto uruguayo, una puesta dinámica y despojada. El espacio escénico está ocupado por iconos de un imaginario poético detenido en el limbo de la escritura: manuscritos, fotos, cajones, flores y un piso que, como los papeles, el relato y los personajes, se rompe. Se separa para redifinir y posicionarnos en el cronotopo de ese remate donde el peso de las vidas se convierte en anécdota. De los protagonistas del drama solo quedan las fantasías que sus objetos despiertan y unas cartas donde la pasión de Delmira aún sorprende. La música original del piano de Agustín Lumeman aporta continuidad y, al mismo tiempo, delimita cada secuencia dramática.

No daré hijos, daré versos aborda la vida de Agustini sin acomodarse en el violento final de sus protagonistas, dejando que el espectador reconstruya una historia a la que nos hemos asomado muchas veces: la incomprensión de dos seres que conviven desconociendo sus abismos. La muerte de una mujer a manos de un hombre. Sí. Pero no solo. También está esa segunda muerte: la de la poeta ninguneada por la historia cuyos efectos personales se subastan en un remate cien años después sin pena ni gloria. Recuperarla, homenajearla en una obra de teatro es una suerte de justicia poética de la que nos beneficiamos. 



No daré hijos, daré versos

Texto: Marianella Morena.
Actúan: Jorge Castaño, Diego Faturos, Malena Figo, Iride Mockert, German Rodriguez, Rosario Varela.
Músicos: Agustín Lumerman.
Vestuario y diseño escenográfico: Macarena Hermida.
Diseño de luces: Ricardo Sica.
Música original: Agustín Lumerman.
Asistencia de vestuario y escenografía: Camila Morvillo.
Asistencia de dirección: Ignacio Gracia.
Producción ejecutiva: Zoilo Garcés.
Dirección: Francisco Lumerman.


Lunes 21 horas
Timbre 4
México 3554