Kasandra







"Ya sólo teníamos que esperar, con los sentidos abiertos como brazos abiertos, a que llegara el futuro con toda la belleza de la poesía. Y esperamos, esperamos. Esperamos." 






Podíamos pensar que el día de mañana sería una gran fiesta. De despedida. 
Única. 
La mejor de las formas y los fondos, 
el mejor escenario para decir adiós con una sonrisa 
a la medida de las circunstancias. 
Una sonrisa dispuesta a crecer dentro de un recuerdo 
que tocaría puerta en la próxima tormenta 
sólo por joder. 

Pero también podíamos asomarnos al abismo de los días por venir 
sin exigir la autopsia.
Andábamos con las plumas tiernas, empapadas en tinta, 
salpicando los mapas para que fueran otros y el destino distrajera su llegada. 

No era cuestión de fe. La fe jugaba en partidos perdidos de antemano. 
No era cuestión de suerte. En la carpa del circo el azar no prospera. 
Nuestro origen causal descansa entre las vértebras, 
allá atrás, 
en la nuca de los sueños, en el retrovisor de la nocturnidad sin alevosía
donde el lenguaje es río que nos lleva. 

Podíamos anunciar el final de los tiempos cuando la orquesta 
amansara a las fieras 
y el mundo se llenara de libélulas. 
El bisturí de la duda cortaría por lo sano la infame tontería 
y más de un hijo de vecino iba a llorar cuando el rayo azul nos partiera en dos 
y triunfara una vez más la naturaleza cuántica. 

Queríamos y no que la noche fuera eterna como maldición gitana. 

Nadie estaba nervioso pero las hormigas se afanaban como nunca 
y el aire disputaba los sombreros con su risa sin dientes
mientras nos contemplábamos de lejos como niños de parque moscovita. 

El oficio de la magia era otra cosa, dicen. 
Como el amor, recuerdan quienes pueden. 

Íbamos a tomar nuestros apuntes sobre la expectativa sin sacar conclusiones. 

Nuestro jefe de pista más amado y antiguo 
nos llena los bolsillos de imprudencia. 

No hay vacío posible para el salto. 

El salto es el viaje, afirma mientras marca los primeros compases 
para la ceremonia
del Olvido Mayúsculo y su gran compañía de atardeceres patrios. 



m.trigo


Yo tenía un plan








La vida que podemos recordar no es la que tuvimos. Los momentos que elegimos o logramos rescatar del arsenal de la memoria no son los que necesariamente nos definen o nos trajeron hasta este incierto presente que mañana mismo será material de nuevos recuerdos u olvidos. Partiendo de estas premisas vitales el equipo creativo de Yo tenía un plan se sumergió durante un año en un proceso de investigación destinado a diseccionar la vida de sus protagonistas, el dúo formado por Emilia Rebottaro y Juan Zuluaga. 

El resultado es un viaje por y hacia su intimidad. Una intimidad que se abre y expone con humor y mucha generosidad. ¿Qué pueden compartir un muchacho nacido en un pueblo colombiano y una chica que creció caminando descalza por las calles de tierra de un pueblo de setecientos habitantes del interior de Argentina? Para empezar la singularidad de una vocación actoral tan precoz como inconsciente. Los personajes, ese desdoble de ellos mismos a los que conocemos, diseccionan algunas claves su trabajo mientras se interrogan sobre su vida en la obra, es decir, sobre cómo fue qué llegaron a esa noche de función. El orden de los acontecimientos puede juzgarse azaroso pero también sistemático. El relato, nuestra necesidad imperiosa de relatarnos, de dotarnos de coherencia progresiva, les permite rescatar insignificancias que el tiempo convirtió en encrucijadas: una llamada de teléfono decisiva, un viaje, conocer a alguien en la calle, ver una función, asistir a una clase… Nunca sabemos qué será eso que altere para siempre el curso de nuestra vida.

La dirección de Mónica Acevedo y María García de Oteyza, apuesta por la organicidad del trabajo actoral y genera un espacio funcional sin artificios. Las fotos, audios y videos comentados abren una ventana testimonial hacia un pasado que no parece tan lejano. Un pasado aún no escrito al que nos asomamos como observadores y desde el que nos interpelan. El presente inmediato, la función, adquiere una fugacidad consciente donde se subraya la fragilidad de lo escénico. Nos recuerdan que esto que hoy compartimos es un texto fruto de una larga búsqueda donde nada estuvo claro, el texto podría haber sido otro muy distinto; nos desafían a creer en un juego de improvisación y nos hacen cómplices de emociones inesperadas donde se impone el pensamiento vivo, esa sutil alquimia que siembra la duda y abre una posible herida en toda obra.

¿Cuándo decidimos convertirnos en esto que hoy somos? ¿Existe realmente esa instancia, ese momento de revelación que nos cambia para siempre?

Yo tenía un plan se burla desde el título de nuestro puñadito de certezas y nuestra necesidad de controlar el argumento que escribimos a diario. Lo hace apostando por el altísimo valor de la voz propia y de la anécdota. Nada es más original que uno mismo. El hecho teatral se nos ofrece como punto de encuentro, intercambio y reflexión. Zuluaga y Rebottaro juegan a ser ellos mismos sabiendo que el teatro les permite ser todos y todo cuanto deseen.


Yo tenía un plan

Ficha técnica
Texto: Mónica Acevedo, María García de Oteyza, Emilia Rebottaro, Juan Zuluaga Bolívar. 
Actúan: Emilia Rebottaro, Juan Zuluaga. 
Diseño de afiche: Ángela León.
Dirección: Mónica Acevedo, María García de Oteyza

Viernes de marzo a las 21.30h. 
Timbre 4. 

Boedo 640