Lo mejor que le puede pasar a una obra es que se instale en el boca en boca. Lo mejor que le puede pasar a una obra es que la recomienden. Lo mejor que le puede pasar a una obra es que la recomienden los compañeros. Lo mejor que le puede pasar a una obra es que sus entradas se agoten con meses de anticipación. Lo mejor que le puede pasar a una obra es tener un elenco que resulte de una organicidad tan explosiva como intimidante. Lo mejor que le puede pasar a una obra es que el público no quiera que termine. Lo mejor que le puede pasar a una obra es que apenas salís por la puerta del teatro, estés deseando volver.
Todo eso y más pasa hace rato con Mi hijo solo camina un poco más lento, la obra del croata Ivor Martinic estrenada en Buenos Aires bajo la dirección de Guillermo Cacace en el marco del Festival Internacional de Dramaturgia Europa + América a fines del año pasado. Desde entonces su dimensión de prodigio escénico corrió como reguero de pólvora.
Recién la vivimos el pasado domingo. Elijo ese verbo porque decir "vi" Mi hijo... me suena paupérrimo. No se ve esta obra, se vive, se respira, se asume - cada quien como puede - , y pasa a formar parte de ese universo íntimo donde va a parar todo lo que nos transforma, todo lo que implica un antes y un después en nuestra experiencia con el arte.
Esto lo sé ahora, claro. Perdón, rebobino hasta el domingo.
Gran expectativa rumbo a la sala Apacheta a las dos de la tarde, pensando que su elección de horario guerrillero - tienen funciones a las 11.30 también - , demuestra que todo parecido entre la realidad teatral porteña y cualquier otro lugar del mundo, es imposible. Lo confirmo al ver lista de espera, optimistas que confían en la reserva caída. Teniendo en cuenta los dos meses de antelación de la mía, es algo razonable. Con buena voluntad entran todos.
Hay gente dando vueltas, son el elenco, sí, pero también, en principio, son un grupo de amigos que nos reciben con mate, café y chipá. En algún momento comienza la música y con ella la magia del teatro. Una vez más. Pero no es otra vez cualquiera, esta vez, el pacto ficcional se firmará con pasión renovada porque lo que ofrecen, arriesgan, entregan, buscan y logran, es tanto que, a medida que avanza la obra, te olvidás de vos para... ¿Creer entender algo nuevo de la vida?
Mi hijo solo... no sería el fenómeno que es si solo fuera otra excelente obra del off. Lo es, una de las mejores que nos han regalado, una de las que reconcilian con el ámbito, sus paradojas, la vocación, su desempeño y la mar en coche. Pero no es solo eso. Es una obra que remueve los cimientos de la poca humanidad que aún anda suelta. Es el teatro reivindicando la poesía escénica para apelar a nuestra esencia metafísica, a nuestro origen y nuestro poco o mucho sentido como personas en este manicomio llamado mundo.
Mi hijo solo... es un texto infinito. Habla de todo lo que alguna vez nos importó, de lo que debiera importarnos para siempre: la memoria, la familia, el paso del tiempo, la juventud, el amor, el miedo, la soledad, la belleza, el abandono, la locura, la enfermedad... Y lo hace con humor, sencillez y sinceridad brutal.
La abuela reconoce estar inventando, "solo un poquito para sentirnos mejor". La madre afirma: "no estoy con vos para estar feliz sino para que lo de estar infeliz me sea más leve". El personaje de Sara, anticipa el final de un amor sin estrenar: "¡Sé cómo olvidarte! Sólo hay que caminar largo por los parques, respirar profundo, no pensar en vos, romper las fotos nuestras y entonces pasará el tiempo y estaré bien de nuevo".
Certezas como esas iluminan nuestra desolación, nos cobijan recordándonos que sí, se puede, sí, se debe, hablar de lo que nos duele. Porque esa costura deshilachada de nuestra entraña que tanto nos abochorna, resulta ser idéntica a la de otros muchos.
Mi hijo solo... está escrita por un croata nacido en 1984. Lo menciono preguntándome a qué características apelamos a la hora de definir la literatura de un país. Mi hijo solo... se estrenó en Zagreb en 2011. Podría transcurrir en casi cualquier lugar. Desde luego, su esencia, no puede ser más porteña.
Cacace logró algo que va más allá de la adaptación del texto, su transducción al escenario es medular, al punto de poner en pie las didascalias dándoles cuerpo y voz en una suerte de narrador / apuntador que nos guía a nosotros, pero también a los actores, verbalizando silencios, miradas y acciones que adquieren una dimensión renovada. Nos invita a imaginar sobre lo que observamos, a sumarnos a la proyección de los actores. Nos deja crear con ellos y eso, qué duda cabe, es una de las decisiones más valientes y generosas de toda dirección: confiar en la experiencia y en la sensibilidad del público.
En estos días del FIBA, donde la obra está programada, cabe mencionar que este es uno de esos trabajos que dejan atónitos a los europeos de visita: la puesta en escena no puede ser más sintética (y económica) ni el elenco más espectacular. Las actrices están bendecidas con textos complejos que habitan con propuestas personalísimas y los actores equilibran sus brutales verborragias con presencias rotundas y sencillas, generando una armonía que siempre está a punto de romperse. De hecho, se rompe. Porque Mi hijo solo... es como la vida misma. Y en la vida las cosas y las personas se rompen muchas veces. Pero los pedazos se juntan y la historia sigue. Las historias, como la vida, no terminan. Y Mi hijo solo... tampoco lo hace.
Hay mucho, muchísimo que decir sobre el cierre de esta obra pero, hasta que todos la hayamos visto, sería una desfachatez escribir sobre ello. No dejen que les anticipen nada. Tengan esta experiencia. Dejen que el mundo sea algo más que el espanto al que nos tiene acostumbrados.
Mi hijo solo camina un poco más lento
Dramaturgia: Ivor Martinić.
Traducción: Nikolina Zidek.
Actúan: Aldo Alessandrini, Antonio Bax, Luis Blanco, Elsa Bloise, Paula Fernandez Mbarak, Pilar Boyle, Clarisa Korovsky, Romina Padoan, Juan Andrés Romanazzi, Gonzalo San Millan, Juan Tupac Soler.
Vestuario y escenografía: Alberto Albelda.
Diseño de luces: David Seldes.
Asistencia de dirección: Julieta Abriola, Juan Andrés Romanazzi.
Prensa: Carolina Alfonso.
Arreglos musicales: Francisco Casares.
Dirección: Guillermo Cacace
Apacheta Sala Estudio
Pasco 623
Sábados y domingos, 11.30 y 14.30