Sopla

Quien escribe estas líneas nada entiende de danza, más allá de ese raro hormigueo que se siente en la panza cuando lo contemplado pega fuerte y sí, se valora la técnica, la complejidad de la idea, la excelencia de los cuerpos... Pero todo desde un lugar estético bastante caprichoso, sin recursos ni herramientas para juzgar la disciplina. Vaya por delante la aclaración porque desde esa posición y porque nos da la gana, les recomendamos que vean Sopla.


"Sopla es una obra de danza que nace en el momento mismo que falla", anuncia el programa.

Y en efecto, ese es uno de los motores del juego. Sopla quiere y sabe ser un encuentro improvisado, no sólo de danza, también su propuesta estructural, la idea general que la sostiene, se articula sobre esa base. En Sopla hay lugar para peticiones y aclaraciones de último momento, para la bailarina que llega tarde, para el absurdo intento de explicar las estrambóticas casualidades que terminan por alimentar un proyecto artístico, esa rara cadena de azares que puede remontarse varios años en el tiempo porque uno sabe que, en efecto, fueron esos chispazos de nada, el conocer a alguien, el acudir a una fiesta donde se charló sobre quién sabe, lo que termina por ser materia prima de una obra - en cualquier disciplina artística sucede -, lo que nos trae hasta el resultado final, esa suma de acuerdos a la que se llega como grupo y que es finalmente lo que se ofrece a un público con la idea de darle vida nueva. Modificar y ser modificado por la mirada ajena.

Todo eso está en Sopla. Como ven, poco y nada de danza se comenta acá pero les aseguro que la danza está. Y la improvisación. Y la preparación de unos cuerpos que buscan armar algo sin saber bien cómo aún.

A esto hay que sumarle un humor inteligente y puntual que nace de cada pequeña consigna que abordan y que tiene que ver con la frescura de todo lo que llega a suceder en un ámbito de ensayo, en ese territorio donde la obra aún no es pero se está cocinando, ese limbo en el que se prueba vestuario, reemplazos, se busca el gesto, la intención, el lugar preciso para hacer esto o aquello. Esas cosas, ese humor.

Y un muy lindo final.

No se la pierdan.
 
 
Sopla
Intérpretes: Laura Aguerreberry, Pablo Burset, Lucía Disalvo, Laura Monge, Gabriela Pastor, Omar Possemato.
Vestuario: Laura Monge.
Diseño de luces: Omar Possemato.
Fotografía: Francisco Iurcovich.
Diseño gráfico: Débora Diskin.
Colaboración artística: Ignacio Ciatti.
Dirección: Laura Aguerrebarry, Lucía Disalvo.

TIMBRE 4. México 3554.
Domingo 27, 21.30hs.
Reservas: 4932 4395 / www.alterntivateatralcom

No soy un caballo

Alguna que otra vez vamos a ver una obra amparándonos en un sólo nombre. Un director, un dramaturgo, un actor... Y cuando ese impulso es recompensando de manera tan grata como es el caso, hay mucho para agradecer y toca recomendar.

Siguiendo a Walter Jakob fuimos hoy parte del público privilegiado de No soy un caballo, obra dirigida por Eduardo Pérez Winter cuyo texto se armó en base al trabajo de improvisaciones de los actores: Walter Jakob, Diego Cremonesi y Francisco Egido. Si este detalle no se aclarase en el programa difícilmente podría intuirse que se trata de un texto de creación colectiva porque hay un universo certero, concretísimo y muy sólido - infrecuente cuando se mezclan plumas - que no se limita a lo que nos muestran si no que se expande logrando que les sigamos en los más variados espacios: un caserón, un campo cualquiera en un pueblo de provincia, una pulpería, un establo... Así de inmensa llega a ser la sala de Silencio de Negras gracias al exquisto trabajo de dirección y puesta donde explotando el juego que pueden dar dos puertas y sirviéndose de unos pocos elementos indispensables los actores nos llevan y nos traen a donde quieren.

La historia atrapa por la rotundidad de unos personajes que rebosan humanidad por los cuatro costados. Tres amigos de esos que creen conocerse profundamente. Un fin de semana en el campo para que uno de ellos resuelva ciertas burocracias, venda las últimas cosas de valor que quedan ahí y pueda saldar unas deudas de la familia. En el lote de venta hay dos caballos que pertenecían al abuelo... Y en esos caballos se cifra algo de la memoria viva de Esteban, el nieto que ahora debe hacerse cargo de la venta y liquidar de golpe mucho más que unas deudas. Un texto inteligente y lleno de humor donde es imposible no reconocerse y aún más difícil no empatizar con todos y cada uno de los personajes a los que se nos presenta de ese modo sutil y eficaz que no permite juicios apurados sobre ninguno de ellos.

Repasamos: un texto interesante, inteligente y lleno de humor, una investigación creativa y original sobre el uso del espacio, una puesta en escena donde abunda el (in)genio y, por si fuera poco, muy buenas actuaciones. Una propuesta que nos ayuda a recordar que no hay nada que el teatro no pueda. Esta noche todos compartimos establo con dos lindos caballos.

No soy un caballo termina su temporada 2011 el último miércoles de noviembre, pero volverá el año que viene. Agenden ya los miércoles que quedan y aprovechen para conocer Silencio de Negras, una de las salas de ARTEI que merece la pena conocer.

No soy un caballo

Dramaturgia y dirección: Eduardo Pérez Winter.
Actúan: Diego Cremonesi, Francisco Egido, Walter Jakob.
Vestuario: María Sábato.
Escenografía: Carla Balboa.
Iluminación: Adrian Grimozzi.
Realización de escenografia: Hernán Ghioni.
Operación técnica: Brenda Bianco, Alejandro Suárez Pryjmaczuk.
Fotografía: Julieta Exposito, Facundo Miguel Nívolo.
Asistencia de dirección: Hernán Ghioni.
Colaboración general: Laura Gonzalez Miedan, Rocío Pichon Rivière.
Silencio de Negras, miércoles 21hs.
Luis Sáenz Peña 663.

Reservas: 4381-1445


www.silenciodenegras.wordpress.com

El pozo donde se encuentran

El programa anuncia: "Del amor al asesino. De los hombres que matan a las mujeres. Del desencuentro en el corazón del encuentro. Del agujero en el corazón. Del pozo donde se encuentran".

Esas son las ideas elegidas como carta de presentación para El pozo donde se encuentran, última obra dirigida por Román Podolsky, estrenada en Timbre 4. Intuimos: son ideas elegidas entre cientos de posibilidades. La obra goza de una dramaturgia fértil que potencia el significado de las palabras jugando con las imágenes que acarrean. Por momentos la literalidad con la que los personajes sostienen su discurso es lo que genera un contraste absurdo que mueve a una risa tan genuina como nerviosa. Porque hay humor, sí, pero es un humor oscuro, un humor sobre la violencia del amor y la muerte, sobre lo inevitable de ambos y sobre el peor de los modos posibles de transitarlo. El pozo donde se encuentran quiere ser eso: un espacio subterráneo donde coinciden realidades imposibles. Los asesinos y sus víctimas, la vida y la muerte, el comienzo y el fin de muchas historias. Historias de amor. O no.

Las raíces de la idea, por poético que sea el universo en el que se desarrolla, remiten de modo inevitable a una verdad social que aparece y desaparece de los diarios según las necesidades de la agenda mediática de turno: la violencia de género. Las miles de mujeres que mueren cada año a manos de un hombre que, en muchos casos, supo ser el amor de su vida. Pocas realidades tan desmedidamente absurdas.

El pozo donde se encuentran aborda ese tema para convertirlo en un delirio donde reina cierta extraña calma que desasosiega. Apenas araña la superficie de unas pocas historias para ello. Parejas en las que todo era perfecto hasta que dejó de serlo. El deseo como juego y el juego llevado hasta sus últimas consecuencias, hasta que pierde la gracia. El amor como capricho, como azar injustificable. Y el fin del amor como una parte inevitable del mismo.

De todo eso y bastante más está lleno ese pozo al que nos invitan. Son muchos los referentes que van a cruzar por sus cabezas. Desde A puerta cerrada a Six feet under.
La puesta es escena opta por lo mínimo e imprescindible. El hincapié está puesto en la dramaturgia y el trabajo actoral. Un elenco de quince actores tan equilibrado como interesante donde se aprecia la búsqueda de una organicidad coral. Cabe destacar que la obra es fruto de un taller de montaje impartido por Podolsky en Timbre 4 y que el proceso de creación tuvo mucho que ver con ese método de trabajo suyo donde las palabras, la forma de decir de los actores, el valor dado y buscado a la expresión y al imaginario personal de cada uno son la materia prima de los personajes.

Román Podolsky es uno de esos raros directores y docentes que ha sabido hacer de su búsqueda un método de trabajo. El pozo donde se encuentran es una buena oportunidad para conocer el resultado de esa experiencia.

El pozo donde se encuentran
Dramaturgia y dirección: Román Podolsky.
Actúan: Juan Apat, Magdalena Barril, Silvia Bassi, Gonzalo Bueno, Mercedes Carbonella, Veronica D´amore, Ignacio D´Olivo, Romina Ganovelli, Harri Garmendia, Eladia Grosso, Hernán Lewkowicz, Mariana Nobre, Sebastián Romero, Fernando Sala, Josefina Scaro.
Concepción espacial: Román Podolsky.
Fotografía y gráfica: Romina Ganovelli.
Asesoramiento de iluminación: Alejandra Polito.

Asesoramiento de vestuario: Alejandra Polito.
Asistencia de dirección: Vanina Montes / Laura Lértora.
Timbre 4. Boedo 640.
Domingos 21hs.

La lección de la Serna

Lo vimos hace más de una semana y aún lo pensamos y cada tanto hablamos con alguien, lo recomendamos... Así que va siendo hora de escribir sobre él, aunque no lo necesite en absoluto.

En general no vemos mucho teatro comercial. Por economía, falta de estómago y prejuicios pulcramente acumulados durante años. Entonces, decir que se agradece mucho que nos bajen de un hondazo de nuestro pedestal estético nada menos que en una sala del complejo la Plaza. Lluvia constante viene precedida por toda la prensa y halagos que corresponden a tamaña producción. No faltan elementos que comentar y seguramente casi todo lo que se ha escrito y dicho al respecto está más que bien y es muy correcto, así que no hablaremos acá sobre generalidades.

Lo que nos entusiasmó, lo que vivimos como un regalo inolvidable fue la actuación de Rodrigo de la Serna. Actor al que se admira desde lejos hace tiempo, pero al que nunca habíamos tenido la oportunidad de ver en teatro. Cabe señalar que vimos la obra en quinta fila, un lugar muy privilegiado para recibir muchas de las provocaciones del personaje y donde era imposible no deleitarse con la precisión de sus propuestas. Ojo, Joaquín Furriel también logra una composición sincera y contundente, sin embargo, es el personaje de Rodrigo de la Serna, el que nos trae y nos lleva cómo y dónde quiere a lo largo de dos horas. Un policía que tiene lo peor del género y que, sin embargo, logra un alto grado de empatía con esa mirada extrema de las cosas y  esa desmedida oscuridad que su discurso convierte en una agónica lucidez sostenida por un humor negro boca de lobo malo.

Precisión en el desborde. No alcanzan estas palabras para explicarlo todo pero es un buen comienzo. Dani es un personaje en la línea de muchos de los encarnados por Bruce Willis. No se pretende que tenga sutilezas. Destila verdades absolutas y golpea a diestro y siniestro con ellas. Hay un momento que de la Serna debe disfrutar terriblemente, un instante en el que interroga al público sobre lo incuestionable de esta hipótesis: un tipo que huye de la policía al verla es alguien que, sin duda, hizo algo mal. Y la sala tímidamente, incapaz de contrariarle (algunos, cómo no, comulgando con la obscenidad propuesta) afirma que sí, para que el relato continúe, para que el personaje nos siga iluminando desde su delirio.

De la Serna le pone el cuerpo a cada texto. No hay frase sin mirada involucrada. Todo es juicio y opinión. Todo le importa. Las cosas son blancas o negras y, a medida que se oscurecen más y más, ese mismo cuerpo se va retorciendo, deformado, ensuciando. Se entorpece y abandona después de una ardua batalla consigo mismo.

Quinta fila. Ya lo aclaramos. Un lujo. Porque cada pequeño gesto, cada nueva decisión, cada riesgo o juego nos llegaba con una generosidad pasmosa. Toda una lección de actuación que nos obliga a creer que, cada tanto, donde menos se espera, la vida está dispuesta a concedernos algo del todo inesperado.

Esta semana, repartamos modestia y mandemos los prejuicios a paseo. Ahorren un poco, consigan invitaciones o cuélense, pero no dejen de ver Lluvia constante.

Lluvia constante, de Keith Huff.

Dirección: Javier Daulte.

Versión: Federico González Del Pino, Fernando Masllorens.
Actúan: Rodrigo de la Serna y Joaquín Furriel.
Diseño de vestuario: Mariana Polski.
Diseño de escenografía: Alberto Negrín.
Diseño de luces: Albert Faura.
Sonido: Pablo Abal.
Diseño gráfico: Romina Juejati, Gabriela Kogan.
Asistencia de escenografía: Lucía Kazanietz.
Asistencia de dirección: Sebastián Pollito.
Producción ejecutiva: Carla Carrieri.
Producción general: Pablo Kompel.
Dirección de Producción: Ariel Stolier.
Jefe de escenario: Sebastián Pollito.
Supervisión técnica: Jorge H. Perez Mascali.
PASEO LA PLAZA
Av Corrientes 1660. De miércoles a domingos.
Consultar horarios. http://www.paseolaplaza.com.ar/

Amanda vuelve

"Qué mala suerte tienen las bombas de no encontrarme", es una de las poéticas e intensas frases que escuchamos en la poderosa voz de Marta Lubos, una de las muchas que este personaje femenino inolvidable nos ofrece como quien regala caramelos. Este nuevo trabajo de Diego Faturos está lleno de sutiles contrastes y excesos puntuales que levantan un microuniverso donde todo pareciera posible gracias a la increíble fuerza de la palabra.

Amanda vuelve nos muestra cómo la evocación bien entendida puede generar una sólida construcción de imposibles cotidianos. Una casa inabarcable como el mundo, una mente femenina desbordada por la soledad que juega a llenar cada silencio, cada pausa, con infintas enumeraciones. Lo que fue, lo que pudo haber sido, lo que será. Las palabras que ya no se recuerdan, las que hay que inventar cuando la realidad se agota y el juego exige nuevas formas. La fe de una niña que cada  mañana comprueba que los árboles sigan en su lugar, es la fe inquebrantable de la mujer que hoy espera el regreso de Amanda.

Amanda es un nombre. ¿Y qué es un nombre?, nos pregunta Shekaspeare. Apenas una palabra más. Sin embargo, es una parte definitiva de una gran totalidad. El nombre que se repite como un bálsamo funciona como cura, como consuelo, se cifra en él una esperanza de futuro, de mañana diferente. Amanda, la mujer lo dice, somos todos, o lo seremos algún día. Cada espectador descubrirá cuántas promesas ocultas hay en Amanda, cuál es su espera, su necesidad.

Amanda vuelve es una muy talentosa combinación de todos los elementos que la hacen posible. En cada detalle se aprecia una cuidada dedicación que se agradece. La escenografía nos muestra el recorte circular de un mundo detenido en el absurdo de una guerra que sin embargo gira. Eso sí, gira caprichosamente y sólo cuando la otra, otra Amanda, se presta a ello. La potencia de todo lo simbólico se abre una y otra vez en este montaje a la espera de que el público se adueñe de sus infinitas metáforas. El espacio también está habitado por sonidos. El afuera se cuela cada tanto de un modo inesperado sólo para ser ignorado, bautizado con un delirio que lo justifica. Hasta que no puede ignorarse más, hasta que las alcanza. Y hay música. Un piano donde Matías Macri acompaña la acción y la luz. Las luces también son. Una vez más el trabajo de Ricardo Sica, que ya trabajó con Faturos en Vientos que zumban entre ladrillos, se convierte en un rubro destacable al servicio de la poesía en escena.

Marta Lubos y Sandra Villani son dos actrices de una presencia hipnótica a las que la dirección sitúa por momentos en códigos distintos. Gracias a ese contraste aparece un humor nuevo, inteligente e inquietante. Ambas actrices gozan con la palabra y con las imágenes que acarrean y el público, ya lo dijimos, abandona la sala como niño con gran caja de dulces bajo el brazo.

Imperdible.


Amanda vuelve.
Texto y dirección: Diego Faturos.
Actúan: Marta Lubos, Sandra Villani.
Piano: Matías Macri.
Diseño de escenografía: Sofía Rapallini.
Realización escenográfica: Gianni Faturos.
Asistencia de dirección: Cintha Guerra.

Timbre 4. México 3554. Viernes 23.15hs.

Hasta que cae la lluvia.

No siempre se llega a los estrenos, son muchas, muchas las obras que no llegamos a ver, tantas otras las que descubrimos por accidente... y están también esas que vamos demorando ver porque confiamos en que la próxima semana sí, la próxima semana voy sin falta. Cuando por fin se asiste a una de esas que hace rato están en nuestra lista de pendientes y la cosa nos gusta, nos sentimos culpables por no haber ido antes, por no verla más veces para tomarle el pulso. Seguir su crecimiento. Una obra de teatro es una entidad que muta constantemente, se transforma, crece, se ajusta cada semana, en cada función, con cada público que la desafía silencioso.

Hasta que cae la lluvia es una de las últimas obras que nos hizo pensar en todas esas cuestiones.  Una propuesta que tiene su origen en un taller de montaje de Claudio Tolcachir de hace tres años. Una de esas ideas de gestación colectiva que se expanden en el tiempo y queda en algún lugar no identificado durante una temporada hasta que los implicados se animan a retomarlo y apuestan por revisarlo, cuestionarse, buscar una mirada externa que los acompañe y llevarlo a escena para mostrarlo cuando la cosa ya ha despegado del tinte de "montaje de taller".

Sin duda, ese es uno de los méritos más interesantes de esta iniciativa, ver cómo superó su naturaleza de ejercicio creativo para convertirse en una obra sólida capaz de sostener dos argumentos anecdóticos cruzados gracias a la solvencia y eficacia de un muy buen trabajo actoral donde se intuyen esos detalles de apropiación de un personaje libre inventado por uno mientras se improvisa y juega con muchas excusas que quizá ya no están pero que los nutrieron. De ahí que funcione la mezcla, no sólo de los personajes tan diferentes, sino también de dos historias que se conectan formalmente con unas muy atinadas pautas de dirección que logran que la puesta adquiera esa rara consistencia de lo "cinematográfico" en teatro. Así, la acción en paralelo, los personajes compartiendo espacios, gestos, humor, temores y hasta soluciones dramatúrgicas, fluyen sin inconveniente y con ingenio.

Todo eso despierta la inquietud por el proceso previo, por la suma de azares, errores, decisiones y hallazgos que les permitieron llegar a este interesante resultado final que nos ofrecen después de tres años. Humor puntual y bien medido, buen ritmo, buenas actuaciones y mucha organicidad y sencillez al servicio de la diversión en la historia.

Vayan a verla y entenderán mejor todo esto.

Viernes a las 23hs. en La Carpintería.

Dirección y puesta en escena: Melisa Hermida.
Actúan: Miguel Bianchi, Mario Bodega, Pedro Ferreyra, Cinthia Guerra, Matias Labadens, Andreína Petriella, Demián Salomón, Florencia Suarez Bignoli, Sol Tester.
Vestuario: Melina Poggi.
Diseño de escenografía: Gonzalo Córdova.
Diseño de luces: Gonzalo Calcagno.
Asistencia de dirección: Julia Dulitzky.
Prensa: Flavia Salvatierra

Memoría de un gesto (Nada extraño)

El título ya es toda una advertencia. Un primer guiño para el espectador avisado de que la obra no es una más. De que es un juego dentro de un juego que juega a jugar. Algo así.

Melisa Hermida apuesta por una mezcla de códigos y lenguajes formales que combina con tanto éxito como humor e inteligencia. No hace mucho comentábamos el agotamiento que cada tanto nos provoca el excesivo realismo mal entendido y peor digerido. Memoría de un gesto llega a la cartelera para sacudirnos esa abulia, para obligarnos a ver de otra manera, a reírnos con los delirios de la forma, con la excelencia de la caricatura y los tópicos de varios géneros remixados.

¿Es una historia de espías? ¿Es una historia de amor? ¿Una de amor entre espías? ¿Una de espías imposibles que se enamoran? ¿Una de enamorados espías que se pierden? Ponele. El argumento es una excusa para que durante un rato compartamos su mundo. Un mundo que se nutre de recuerdos de infancia, donde se vislumbra a lo lejos la sombra alargada del superagente 86, los malos de las pelis de Bond, esos inventores de absurdos al servicio de un país cualquiera pergeñando códigos secretos, ese mundo de la Guerra Fría donde todo se resolvía o podía irse al garete apretando un botón ruso o norteamericano. Algo de todo eso. Y más.

Memoría de un gesto (Nada extraño) deja intuir un compactísimo y potente equipo de trabajo en cada rubro. La escenografía y vestuario de Gonzalo Córdoba, la iluminación de Omar Possemato, las coreografías de Mariano Balloni, las proyecciones... todo beneficia, acompaña, expande en grado sumo el universo bizarro al que se nos invita.

Mención aparte merece la dirección y el trabajo de los actores. El esperpento, el expresionismo y el humor son arduos de manejar y sostener bajo control y potentemente. Todos ellos lo logran con soltura y grandilocuencia atravesando y generando situaciones delirantes que arrancan potentes carcajadas en la platea.

No se la pierdan.

Sábados 23.30 en Timbre 4. Boedo 640.

Memoría de un gesto (Nada extraño)

Texto y dirección: Melisa Hermida

Actúan: Mario Bodega, Inés Cejas, Tulio Gómez Álzaga, Magdalena Grondona, Fabián Ruiz Verlini, Fernando Sala, Ana Scannapieco.
Vestuario y escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez.
Iluminación: Omar Possemato.

Realización de vestuario: Pamela Peluso.
Asistencia de dirección y producción: Fernando Rodil, Sebastián Romero.
Coreografía: Mariano Balloni.

Lejos Lontano Faraway

Acá va una recomendación para todos los que están cansados del hiperrealismo naturalista en escena. Un cálido y potente chispazo de humor que combina códigos diversos logrando que todo un delirio argumental se sostenga con buenas actuaciones y una muy sintética y bien resuelta puesta en escena donde todo suma.


Imaginen a dos argentinas laburando en una ONG en África. El compromiso, sus convicciones, las inquietudes de cada una para estar ahí y sentirse parte de un mundo tan exótico como ajeno... Qué puede suceder si su rutina se ve interrumpida y animada con la llegada de otra mujer. Una tipa misteriosa de ademanes raros, estética de película italiana trasnochada y fe desmedida en sí misma y sus habilidades.

Esos son algunos de los ingredientes elegidos para esta propuesta de Silvina Ganger, dirigida junto a Claudio Mattos y Virginia Mihura. Las codirecciones en teatro no siempre tienen resultados digeribles. Lejos Lontano Faraway nos deja intuir lo mucho que este grupo de trabajo disfrutó el proceso creativo porque son muchos los detalles abusurdos y caprichosos consensuados por la dirección que favorecen y potencian el conjunto. Cada vuelta de tuerca se apuntala para hacernos reír sin pretensiones ni  grandilocuencia.

Las actrices Laura Fontenla, Clarisa Hernández y la misma Silvina Ganger, logran componer unos personajes entre la parodia y la caricatura de muchos tópicos que resultan tan genuinos como divertidos. Y el trío se equilibra en un constante tira y afloja donde ritmo, acción y humor se mantienen con éxito.

Una obra que merece la pena agendar por las muchas soluciones sencillas y diferentes que nos proponen para recordarnos que son muchas las verdades que tienen cabida en el escenario.

Lejos Lontano Faraway está programada dentro del Festival Escena. Las funciones son los jueves a las 21hs. en Espacio Polonia, una de las salas de ESCENA que merece la pena conocer.


Lejos Lontano Faraway

Texto: : Silvina Ganger.
Dirección: Silvina Ganger, Claudio Mattos, Virginia Mihura.

Con: Laura Fontenla, Silvina Ganger, Clarisa Hernández.

Voz en Off: Ricardo Alanis.
Iluminación: Ricardo Sica.
Diseño de espacio: Sol Soto.
Edición de sonido: Andrés Becker.
Operación técnica: Diego Becker.
Diseño gráfico: Victoria Basualdo.
Colaboración en vestuario: Paula Bianchini.
Prensa: Daniel Franco, Paula Simkin.
Colaboración en dramaturgia: Virginia Mihura.

Espacio Polonia.
Fitz Roy 1477.
Jueves 21hs.

www.espaciopolonia.blogspot.com

Brook

En cuanto algo entra en una categoría, está mal: encasillar las cosas mata la vida, igual que sucede con una mariposa. En cuanto un alfiler atraviesa la mariposa, ya no es una mariposa. Es una mariposa muerta. Para llevar a escena una obra de Shekaspeare, uno sabe que es difícil evitar la trampa: impone un esquema mental, una idea. Por ejemplo, un actor que va a interpretar a Hamlet con una idea - "creo que Hamlet era la clase de hombre que..."- puedes estar segura de que eso ya a destruído a Hamlet, porque siempre hay que acercarse a las cosas al revés, llegando a una definición desde dentro mediante la exploración y el descubrimiento. Y, en cuanto llegas a la definición, sabes que la obra está muerta, así que tienes que romper la definción y volver a empezar.

**

No, no puedo hablar de las cosas reales y centrales que sólo se pueden expresar a través de la producción. Porque el motivo de hacer una producción es porque uno no puede decir lo que uno tiene que decir con palabras. Con palabras sólo se puede decir hasta cierto punto, y luego montas una producción. Por eso hay un abismo completo que los académicos y la persona teatral práctica no pueden llenar en relación a Shekaspeare, el idioma legítimo, no es la discusión, la descripción, el análisis. Es haciendo las obras como se descubren sus secretos, en la interpretación. Una vez que eso ha sucedido, puedes, como los demás, hablar de lo que crees que hay ahí. (p. 177)

Conversaciones con Peter Brook.
Margaret Croyden, Alba ed. Barcelona, 2005.

La mitad. por Fito Páez.*

Acá la contratapa de Página12 hoy.

Nunca Buenos Aires estuvo menos misteriosa que hoy. Nunca estuvo más lejos de ser esa ciudad deseada por todos. Hoy hecha un estropajo, convertida en una feria de globos que vende libros igual que hamburguesas, la mitad de sus habitantes vuelve a celebrar su fiesta de pequeñas conveniencias. A la mitad de los porteños le gusta tener el bolsillo lleno, a costa de qué, no importa. A la mitad de los porteños le encanta aparentar más que ser. No porque no puedan. Es que no quieren ser. Y lo que esa mitad está siendo o en lo que se está transformando, cada vez con más vehemencia desde hace unas décadas, repugna. Hablo por la aplastante mayoría macrista que se impuso con el límpido voto republicano, que hoy probablemente se esconda bajo algún disfraz progresista, como lo hicieron los que “no votaron a Menem la segunda vez”, por la vergüenza que implica saberse mezquinos.

Aquí la mitad de los porteños prefiere seguir intentando resolver el mundo desde las mesas de los bares, los taxis, atontándose cada vez más con profetas del vacío disfrazados de entretenedores familiares televisivos porque “a la gente le gusta divertirse”, asistir a cualquier evento público a cambio de aparecer en una fotografía en revistas de ¿moda?, sentirse molesto ante cualquier idea ligada a los derechos humanos, casi como si se hablara de “lo que no se puede nombrar” o pasar el día tuiteando estupideces que no le interesan a nadie. Mirar para otro lado si es necesario y afecta los intereses morales y económicos del jefe de la tribu y siempre, siempre hacer caso a lo que mandan Dios y las buenas costumbres.


Da asco la mitad de Buenos Aires. Hace tiempo que lo vengo sintiendo. Es difícil de diagnosticarse algo tan pesado. Pero por el momento no cabe otra. Dícese así: “Repulsión por la mitad de una ciudad que supo ser maravillosa con gente maravillosa”, “efecto de decepción profunda ante la necedad general de una ciudad que supo ser modelo de casa y vanguardia en el mundo entero”, “acceso de risa histérica que aniquila el humor y conduce a la sicosis”, “efecto manicomio”. Siento que el cuerpo celeste de la ciudad se retuerce en arcadas al ver a toda esta jauría de ineptos e incapaces llevar por sus calles una corona de oro, que hoy les corresponde por el voto popular pero que no está hecha a su medida.

No quiero eufemismos.


Buenos Aires quiere un gobierno de derechas. Pero de derechas con paperas. Simplones escondiéndose detrás de la máscara siniestra de las fuerzas ocultas inmanentes de la Argentina, que no van a entregar tan fácilmente lo que siempre tuvieron: las riendas del dolor, la ignorancia y la hipocresía de este país. Gente con ideas para pocos. Gente egoísta. Gente sin swing. Eso es lo que la mitad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires quiere para sí misma.

* Vecino de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-172084-2011-07-12.html

Los talentos.

Cuando leíamos notas sobre el argumento de esta obra no dejábamos de preguntarnos cuál sería el secreto. Apostábamos por el humor como una de sus claves. No nos equivocamos. Se ríe mucho con esos jóvenes actores que logran exprimir el texto bajo una meticulosa dirección atenta a los tempos, silencios, miradas, emociones encontradas, bloqueos y ridículos.


Estamos en una noche de sábado en Buenos Aires. Una noche de sábado igual a tantas otras, sometida a los rituales de la amistad, a la inseguridad disimulada bajo grandes certezas, al torpe azar sobre el que creemos decidir rotundamente. La falta de plata, de belleza, de confianza en uno mismo, se disimula con el humor, el intelecto, la ironía, la complicidad que nos une desde un pasado remoto asentado en interminables horas donde inventaron mundos. La realidad y las mujeres están afuera, al otro lado de la puerta, en ese mundo-boliche en el que no se encaja, donde todo es absurdo y desmedido, donde el ritual es otro, distinto, impracticable.

Son amigos y compiten. Son amigos y se conocen. Creen conocerse. Las alianzas se montan y desmontan fácilmente con cada nueva frase que confirma o refuta sus creencias. No reconocen su soledad porque se sienten amparados por otros como ellos, artistas mayúsculos de siglos pasados a los que vislumbran desde lejos, desde una pedantería ridícula que los fortalece porque los distingue. Creen conocer la importancia del no mostrar, de no tomarse en serio. Ninguno habla de "obra", de "creación". No. Apenas son cosas que hacen, que han hecho desde siempre, algo que quizá podría interesar a otros, insiste el tercero en discordia. Y los otros se ríen. Se ríen de sí mismos, del tiempo dedicado a sus juegos, del nulo valor que tienen las cosas que los ayudaron a crecer, que eligieron sin darse cuenta, que los trajeron hasta esta noche de sábado que es una más pero que les obligará a enfrentar la realidad con la llegada de, no podría ser de otra manera, una chica, la hermana de uno, la conocida a la que se miraba desde lejos por ser "hermana de", que ahora regresa tras dos años en París convertida en una rareza, en alguien que los mirará pero no lo reconocerá, no podrá ver a los futuros hombres que quieren ser escondidos tras sus camisas gastadas, sus gestos torpes y sus juegos de palabras.

Aquellos que vieron la película El hombre de al lado, quizá experimentaron por momentos ese grueso e incómodo reconocimiento de uno mismo en con lo peor de estos personajes. Hay algo de esos chicos que todos fuimos o seguimos siendo. Algo de esa incapacidad para enfrentar al mundo, de ese tremendismo negador que se burla cruelmente de los otros pero también de uno y sus secretas aspiraciones. No somos el centro de nada, pero noches como esa nos ayudaron a seguir, a creer que quizá algún día la vida nos daría la razón, que nuestra estrategia de supervivencia sería por fin entendendida y recompensada.

Esas noches de sábado aún nos llegan y nos hacen reír y nos duelen lo mismo.

Excelente trabajo de síntesis, una gran dirección y unas muy buenas actuaciones a la altura de un texto impecable, como todos los que cuentan con Agustín Mendilaharzu en sus alrededores.




Los Talentos.
Idea: Agustín Mendilaharzu.
Dramaturgia y dirección: Walter Jakob, Agustín Mendilaharzu
Con: Julián Larquier Tellarini, Carolina Martín Ferro, Pablo Sigal, Julián Tello.
Escenografía e iluminación: Magali Acha.
Fotografía: Soledad Rodríguez.
Diseño gráfico: Paula Erre, Andrés Mendilaharzu.
Asistencia de dirección: Agustín Godoy.
Producción ejecutiva: Carolina Martin Ferro.


ELKAFKA ESPACIO TEATRAL
Lambaré 866. Te. 4862-5439
Miércoles - 20.30hs. y sábados 22hs.

Automandamientos de Juan Coulasso.

Las notas de Coulasso en Montaje Decadente ayudan a sentirse menos solo.
En el n°4, "Automandamientos", por ejemplo:

(...) Revalorizar el espacio y el tiempo destinados a una reflexión profunda y transformadora es también para mí refundar el lugar y el sentido de la utopía.

1) No hacer por hacer. (...)
2) No entregarle tan fácilmente al público una buena razón para que salga de ver mi obra sintiéndose feliz. (...)

4) Sacarme de la cabeza la idea de que si no estreno en El Camarín de las Musas no existo. (...)

6) No quiero ser moderno ni original. Apenas pretendo ser universal y eterno. (...)

12) Trabajar con alegría. Entregarme al trabajo desde el amor, del amor más puro, ese que da sin pedir.

Busquen el n°4 de la revista para conocer los 12 mandamientos completos.

Montaje Decadente se reparte gratuitamente en:
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Más de Coulasso en: http://www.unaderiva.blogspot.com/






Familia Tipo


Este documental se estrenó el año pasado y ahora está en algunas salas de cine de Buenos Aires. Si tienen oportunidad de verlo, no se lo pierdan. Se trata de uno de esos raros exquisitos trabajos en los que el artista es la persona que se enfrenta a los hechos que construyen la historia que se nos presenta y esta no es otra que la de su vida, una parte de ella. La identidad entendida como una suma de azares y silencios que debemos administrar como mejor podamos.

Los que vieron Los rubios, de Albertina Carri, enlazarán las búsquedas de sus creadoras inevitablemente, no obstante, tan interesantes son las intensas semejanzas como sus particularidades. Mucho material para reflexionar.

Acá quedan las palabras de Cecilia Priego, su directora, como carta de presentación.

Familia Tipo aborda el tema de la falta de memoria histórica a través de la reconstrucción de una historia familiar. Mi nombre es Cecilia Priego. Llevo años atorada en el pasado, desenterrando aquello que otras generaciones quisieron ocultar, tratando de recuperar aquello que mis padres intentaron silenciar. Durante 15 años me dediqué a desentrañar la intriga familiar y decidí registrar todas las etapas de esta investigación, que comenzó con una historia aparentemente simple y terminó enfrentando a una familia con los secretos que la sostienen. Familia Tipo es un documental que trabaja sobre la certeza de que uno se descubre a sí mismo a través del diálogo con su pasado y de que la identidad no es otra cosa que un conjunto de narraciones”.

DIRECCIÓN Cecilia Priego.
GUIÓN Cecilia Priego, Blas Eloy Martínez.

PRODUCCIÓN: Blas Eloy Martínez.
IMAGEN Ivan Gierasinchuck, German Drexler.
MONTAJE Miguel Colombo, Carolina Cappa, Cecilia Priego.
SONIDO Pablo Irrazabal, Fernando Ribero.
MÚSICA Daniel Drexler, Juan Orozco.

http://www.cineojo.com.ar/

Dos exquisiteces

Hay obras de teatro que nos hacen cómplices de la dedicación y el descarado y loco amor que se puso en el proyecto. Obras a las que llegamos con muchas recomendaciones o por accidente y que se convierten en un regalo porque, entre otras cosas, nos obligaron a detenernos y a olvidarnos por un tiempo de nuestras miserias y preocupaciones para arrastrarnos a otros tiempos y lugares, para recordarnos que hay mucho mundo ahí fuera que nos pertenece. Un pasado y un futuro del que somos parte.

Cuando esas obras tienen la gracia de ser unipersonales - fórmula que implica mucha gente dedicada tras ese actor que pone cuerpo y voz a las inquietudes de todos - se abandona la sala con la rara sensación de haber presenciado algo verdaderamente único. No hay función que se repita, pero el paso de una hora en compañía de ese único actor o actriz, inevitablemente nos subraya el desafío del oficio. No hay manera de esconderse, ni lugar para la mentira. Tenemos ficción, sí, pero no mentira.

La cartelera ofrece en estos días dos exquisiteces que reúnen estas y otras gratas condiciones. Por un lado, el regreso de Nada del amor me produce envidia, fenómeno recomendado incansablemente desde su estreno en 2008. Haciendo honor a su personaje, diremos que no se ha dado puntada sin hilo en esta pieza. Texto, dirección, música, escenografía y vestuario acompañan la excelente interpretación de María Merlino. Una composición de personaje donde brilla la técnica, sí, pero también, si se nos permite el esencialismo, un alma. Un personaje inolvidable que nos remite a la historia argentina, a la idiosincrasia de un modo de ser y entender este país que nunca ha dejado de estar presente. El humor inteligente y profundo del texto de Santiago Loza nos brinda una oportunidad única de reconciliarnos con los aspectos más oscuros de nosotros mismos.

Por otro lado, hace meses que zarpó Lamerica, el barco de Giampaolo Samá. Unipersonal escrito y actuado por él mismo, donde se nos recuerda el pasado y el presente de los inmigrantes del mundo, partiendo, eso sí, de algunas de las muchas historias posibles de todos aquellos italianos que soñaron "Lamerica" como el lugar donde sus sueños se harían realidad.

Son muchos los personajes convocados por Samá y, sin duda, ese es uno de los atractivos más interesantes de la propuesta, la agilidad y el humor con que se nos presenta a trabajadores, burócratas, capitanes de barco, mercachifles de poca monta, funcionarios corruptos... Un cocinero de barco es el encargado de hacer memoria y de guiarnos entre los sinsabores de esa cruda realidad donde las mentiras de unos y los azares tortuosos de otros escriben la historia.

Dos propuestas que nos hablan de un pasado no tan remoto para reflexionar sobre esas dudas eternas: de dónde venimos y quiénes somos.

Nada del amor me produce envidia
Dirección: Diego Lerman
Texto: Santiago Loza
Con: María Merlino

Escenografía: Silvana Lacarra
Iluminación: Fernanda Balcells
Vestidores: Guido Lapadula
Diseño gráfico: Florencia Bauza
Asistencia de escenario: Ezequiel Baquero
Prensa y producción: María Sureda
Colaboración musical: Jape Ntaca
Director musical: Sandra Baylac


La Carpintería. Jean Jaures, 858. Domingos, 18hs.
 
 
Lamerica
Texto: : Giampaolo Samá
Dirección: Lorena Barutta
Con: Giampaolo Samá
Diseño de luces: Dana Barber
Fotografía: Joan Tous
Asistencia de dirección: Elisenda Ibars
Prensa: Marisol Cambre
Producción ejecutiva: Eugènia Pascual Puig


TIMBRE 4. Boedo, 640. Domingos, 21.30hs.

SENCILLA

Cada tanto sucede. Cada tanto decidimos volver a confiar e ir a ver algo de lo que apenas sabemos nada. Alguien nos comenta que está bueno, que es la última función, que dicen que... Y cruzamos los dedos, nos encomendamos a San Judas y ahí vamos. Y, cada tanto, somos recompensados por ese acto de fe.

Agradecemos a todos los que azarosamente nos permitieron llegar y ser parte del público que disfrutó la última función (esperamos que regresen, que el boca a boca los reclame) de SENCILLA en Elefante Club Teatro el jueves pasado.

El programa quiere resumirnos algo que se intuye: "SENCILLA es parte de la intensa y breve historia de nuestra sala. Es parte de nuestra historia. SENCILLA es eso. Una obra pequeña y con humor. Un banco de plaza. Un farol. Dos actores. El humor necesario para continuar".

SENCILLA, de Lisandro Rodríguez y Santiago Loza, con dirección del primero, es uno de esos trabajos sustentados en el "menos es más". Un texto lúcido, íntimo y, sí, lleno de humor inteligente. Una puesta en escena contundente pero sintética que logra ser tan funcional como poética. Una dirección impecable y unas actuaciones vivísimas, cuidadas, precisas. Mariano Villamarín y José Escobar son Tilde y Prieto, esas dos mujeres a las que conocemos en su rato de descanso, su tiempo de cigarrillo, su media hora de soledad. La sala es pequeña, las distancias mínimas, y se nos permite ser espectadores privilegiados de una excelente composición de personajes donde somos testigos de ese prodigio que son los tiempos de pensamiento del personaje. Los gestos sutiles, las transiciones limpias, la respiración agitada, la mirada, los ritmos de la palabra. Nada es gratuito o borroso. Y todo, en conjunto, es un gran acierto.

Se intuyen muchas cosas sobre un montaje de estas características, valores que nutren el interés creativo de un grupo, la necesidad de encontrar un espacio propio al que invitar al mundo, la esperanza de que así sea pero, sobre todo, la importancia dada al trabajo, a las elecciones más personales que en tantos momentos del proceso se tornan absurdas, injustificadas. Poder reflexionar sobre algo más que el argumento o las actuaciones al salir de una sala es impagable.

Santiago Loza concluye en el programa: "SENCILLA es una obra muy querida por nosotros. Imperfecta y simple. Bonita como la muchacha que se arregla con cuidado para una esperada salida de franco turno. SENCILLA es un inicio, pero también una dirección, una puerta que se abre y que no sabemos a dónde nos lleva".

No dudamos de que esa puerta se abrirá de nuevo. No dejen de cruzarla.


Texto: Santiago Loza, Lisandro Rodriguez.
Dirección: Lisandro Rodríguez.

Actuan: José Escobar, Mariano Villamarin.
Vestuario: Mariana Tirantte.
Escenografía: Mariana Tirantte.
Diseño de luces: Magali Acha.
Fotografía: Nora Lezano.
Asistencia de dirección: Bettina Rodríguez Agesilao.
Prensa: María Sureda.
http://www.elefanteclubdeteatro.blogspot.com/


La visión de Tolcachir

Ya han pasado casi seis años desde que se estrenara La omisión de la familia Coleman en lo que entonces era una pequeña sala del off del off porteño, un espacio mínimo para cincuenta espectadores, sala a la que fueron llegando de a poco, público, críticos y programadores de todas partes. Lo que comenzó como un proyecto íntimo que concluía un largo proceso de investigación actoral, lo que se iniciaba con el deseo de que familiares y amigos vieran el fruto de meses de improvisaciones, pronto se convirtió en un raro fenómeno donde el boca a boca agotaba las entradas cada fin de semana. Después vinieron los festivales, las giras y el reconocimiento internacional del joven autor y director Claudio Tolcachir, y con él, la conformación de Timbre 4 como esa nomenclatura que hoy se identifica con una escuela, una de las más importantes salas del teatro independiente en Buenos Aires, y varios elencos que dan vida a los sucesivos proyectos de Tolcachir.

Tres obras de escritura y dirección propias: La omisión de la familia Coleman, Tercer Cuerpo y El viento en un violín. Todos ellos programados sucesivamente en las Naves del Español en el Matadero, desde el pasado 6 de abril hasta el 5 de junio.

La prensa ya habla de la "trilogía" de Tolcachir, pese a que cada obra aborda una historia diferente. Sin embargo, es cierto que hay importantes pulsiones compartidas en estos trabajos. Por un lado, la apuesta por un teatro de personajes donde los actores son los máximos responsables del devenir del texto. La puesta en escena es siempre premeditadamente sobria, con los elementos indispensables para generar distintos ambientes. La iluminación de Omar Possemato es un acierto repetido en cada uno de los montajes puesto que acompaña la acción y nos guía en esos saltos espacio temporales tan presentes en el desarrollo argumental del teatro de Tolcachir.

Por otro lado, un análisis pormenorizado de los textos y sus personajes, nos revelaría significativas conexiones temáticas en el universo creativo de este joven director, nos limitamos a señalar la importancia capital dada al humor como forma de trascender las pequeñas grandes tragedias de lo cotidiano y la decisión de dar voz a todo un desfile de personajes que parecieran estar al borde de sí mismos, pero que, al mismo tiempo, se niegan a rendirse y hacen de lo imposible una supervivencia.

En el programa del Matadero Tolcachir afirma: "El origen de estas historias siempre estuvo y estará en sus personajes, en esos seres descolocados y patéticos que por lo general no encuentran manera de insertarse a la vida. Poder consumar un matrimonio entre el dolor y el humor es también un desafío personal. Poder implicarnos en las historias hasta el punto de sentirnos reconocidos y poder reírnos piadosamente de nosotros mismos".

Cualquiera que haya visto alguna de estas tres obras sabe que la excelencia actoral es uno de los factores más determinantes y atractivos para no perderselas o para volver a verlas. Madrid está de enhorabuena.

Más información: http://www.mataderomadrid.com/

Penumbra, de Animalario

"Niño: La felicidad es posible.
Madre: ¿Quién te ha dicho eso?
Niño: Lo más importante es algo que uno te enseña sin darse cuenta. La felicidad es posible.
Madre (al padre): Dile algo, por Dios.
Padre: Te tengo dicho que no le des al niño tanta sopa".

***

Cuando el teatro se alimenta de emociones y apuesta por los bordes deformados de las mismas, por esas cicatrices internas que las palabras describen torpemente, volvemos a recordar cuán poderoso puede ser el escenario. Sin alardes, sin necesidad de elaborados argumentos o efectos especiales, Animalario nos ofrece un cuadro de confusa intimidad donde la angustia cotidiana, lo que se dice o calla, lo que se entiende y no, lo que se hace porque sí o sin querer, nos obliga a deternos y, por un instante, contemplar con ellos, desde una (im)posible tercera ventana, el eco de nuestros temores, el reflejo de algo que debería llamarse miedo si nos atreviéramos a reconocerlo como propio.

Y es que, aunque se nos olvide a menudo, el teatro no es sólo otro modo de contar historias, puede ir mucho más allá y debiera hacerlo con más frecuencia y menos precauciones. Manejar el simbolismo, el humor negro de la perversión cotidiana, recordar que el dolor siempre está ahí, a veces más poético, otras injustificable, pero siempre ahí. Como los sueños. Aunque no recordemos lo soñado ni alcance nuestra interpretación para entendernos. ¿Cuándo un sueño repetido se convierte en pesadilla? ¿Elegimos qué soñar y con quién?

Algo de todo esto y otras muchas inquietudes laten en el corazón de Penumbra, un corazón atravesado por los personajes, encarnado por Guillermo Toledo como la más jodida voz de la conciencia. Conciencia que encara a los protagonistas pero que nos habla a todos, nos seduce con su discurso del caos donde la belleza y el dolor van de la mano. Penumbra es esa presencia, pero es también el agobiante espacio en el que nada transcurre. Un esqueleto de casa junto a una playa a la que no se va nunca, unos personajes que se saben demasiado manejados por las circunstancias, que se tornan fácilmente títeres, muñecos en mano ajena capaces de repetir eternamente la misma escena.

Algo de todo esto y otras muchas inquietudes laten en el corazón de Penumbra.

Ayer terminó su presentación en las Naves del Español en el Matadero de Madrid. Si se los encuentran, no dejen de disfrutarlos.

Texto:  Juan Mayorga y Juan Cavestany.
Dirección: Andrés Lima.

Iluminación: Valentin Álvarez y Pedro Yagüe.
Vestuario: Beatriz San Juan.
Escenografía: Beatriz San Juan.
Espacio sonoro: Nick Powell.
Diseño y construcción muñeco Niño: Román y Cia.


Actúan: Luis Bermejo (Niño), Nathalie Poza (Madre), Alberto San Juan (Padre), Guillermo Toledo (Penumbra).

La virtud de lo necesario


Mi vida después, de Lola Arias, está iniciando su tercera temporada en la cartelera porteña. Podríamos detenernos en la puesta en escena, escribir sobre lo complejo de la vida en el arte, reflexionar sobre la fragilidad del actor y la vulnerabilidad del espectador cuando se le hace cómplice de una verdad, sí, podríamos seguir muchos caminos, pero son tan raras las ocasiones en las que podemos regodearnos con una afirmación categórica que no queremos desperdiciar esta oportunidad. Esta es una obra NECESARIA.  Esperamos que sean muchos los que tengan la valentía de verla.

Viernes, 20.30hs.
La Carpintería Teatro.
Jean Jaures, 858.


Mi vida después.
Dirección y dramaturgia: Lola Arias.
Actúan: Blas Arrese Igor, Liza Casullo, Carla Crespo, Vanina Falco, Pablo Lugones, Mariano Speratti, Moreno Speratti da Cunha.

Vestuario: Jazmín Berakha.
Escenografía: Ariel Vaccaro.
Iluminación: Gonzalo Córdova.
Video: Marcos Medici.
Música: Ulises Conti.
Asesoramiento histórico: Gonzalo Aguilar.
Prensa: Daniel Franco, Paula Simkin.
Colaboración autoral: Blas Arrese Igor, Liza Casullo, Carla Crespo, Vanina Falco, Pablo Lugones, Mariano Speratti, Moreno Speratti da Cunha.
Colaboración musical: Lola Arias, Liza Casullo.
Dramaturgia: Sofia Medici.
Coreografía: Luciana Acuña.

El pasado es un animal grotesco (que nos devora)

Se habló mucho y bien el año pasado de este interesante trabajo de Mariano Pensotti y ahora se nos presenta la oportunidad de conocerlo finalmente o revisitarlo. Desde el 19 de febrero la obra regresa al Sarmiento.

No se trata de una propuesta donde el argumento nos proporcione un interés definitivo para verla, así que no nos detendremos en el qué, si no en el cómo se nos cuentan las historias. A menudo la teoría teatral subraya la dificultad del teatro para enfrentarse a los saltos en el tiempo, y no son pocos los espectadores que se pierden cuando las transiciones son eficazmente fugaces. Pensotti explota al máximo esa complejidad aunando recursos tan tradicionales como el narrador omnisciente- enriquecido acá al no ser un simple off, si no incorporarse desde un brillante trabajo actoral cuya precisión y agilidad mantiene al público tan entretenido como atónito - y la continuidad del movimiento circular dado a ese ingenio escenográfico un tanto hipnótico, que nos remite a una suerte de plató cinematográfico de bajo presupuesto.

La metonimia de la parte por el todo permite abrir una y otra vez las vidas de los personajes que abordan con espíritu de disección: la forma, sí, pero también el entorno, los otros con los que se cruzan, sus pensamientos más confusos y absurdos, sus sueños, sus patéticos deseos y temores. Todo. Todo eso que sólo el narrador como conciencia puede revelarnos, se nos lanza desde el escenario gracias a un exquisito trabajo actoral y a una dirección atenta al detalle y con un gran entendimiento del ritmo escénico y sus importantes variaciones. Quizá sea ese el aspecto que pueda llegar a extenuarnos por momentos ya que dos horas sin pausa de vidas encadenadas resulta ser un ejercicio un tanto delirante al que someterse, no obstante se entiende cuán difícil debe resultar sobrevivir a un proceso creativo de esa envergadura y entrar luego a ver qué podría acortarse, si tendría sentido sacrificar esa escena que tanto nos costó o ese momento que nos gusta porque...

Por otro lado, algo en ese exceso que nos agota resignifica la intensidad de lo que se nos cuenta, el azaroso caos de los destinos y el sinsentido de tantas decisiones que uno considera vitales en su día. Quizá abandonemos la sala un tanto exhaustos, un tanto mareados de la calesita, sí, pero también nos vamos con la sensación de haber participado en una hazaña, de haber compartido con esos cuatro actores una experiencia única porque, El pasado es un animal grotesco, es una de esas obras que nos recuerdan que lo que vivimos esa noche no volverá a repetirse, que cada función es única.

Mención aparte merece el trabajo actoral que sostiene desde unas pautas corales bien orquestadas, las muchas peculiaridades de sus personajes. Un muy buen ejemplo de cómo lo sintético puede ser eficaz y no menos emotivo. Y todo lo contrario: como los delirios necesitan límites para ser interesantes.

A modo de postdata: la obra muestra una lección fundamental para los estudiantes de teatro: por favor, tomen nota de cómo las transiciones técnicas sirven para construir un mundo y no sólo para desplazarse en el espacio. Gracias.

Texto y dirección: Mariano Pensotti

Actúan: Pilar Gamboa, Javier Lorenzo, Juan Minujín, Julieta Vallina
Vestuario: Mariana Tirantte
Escenografía: Mariana Tirantte
Iluminación: Matías Sendón
Música: Diego Vainer
Asistencia artística: Leandro Orellano

Teatro Sarmiento.
Avda. Sarmiento 2715.
De jueves a domingo. 21hs.

Más extraordinaria


Historias extraordinarias.
La vimos de nuevo.
La recomendamos doblemente. 
30 de enero, otra oportunidad para verla
Cine Cosmos.18hs.