Dos exquisiteces

Hay obras de teatro que nos hacen cómplices de la dedicación y el descarado y loco amor que se puso en el proyecto. Obras a las que llegamos con muchas recomendaciones o por accidente y que se convierten en un regalo porque, entre otras cosas, nos obligaron a detenernos y a olvidarnos por un tiempo de nuestras miserias y preocupaciones para arrastrarnos a otros tiempos y lugares, para recordarnos que hay mucho mundo ahí fuera que nos pertenece. Un pasado y un futuro del que somos parte.

Cuando esas obras tienen la gracia de ser unipersonales - fórmula que implica mucha gente dedicada tras ese actor que pone cuerpo y voz a las inquietudes de todos - se abandona la sala con la rara sensación de haber presenciado algo verdaderamente único. No hay función que se repita, pero el paso de una hora en compañía de ese único actor o actriz, inevitablemente nos subraya el desafío del oficio. No hay manera de esconderse, ni lugar para la mentira. Tenemos ficción, sí, pero no mentira.

La cartelera ofrece en estos días dos exquisiteces que reúnen estas y otras gratas condiciones. Por un lado, el regreso de Nada del amor me produce envidia, fenómeno recomendado incansablemente desde su estreno en 2008. Haciendo honor a su personaje, diremos que no se ha dado puntada sin hilo en esta pieza. Texto, dirección, música, escenografía y vestuario acompañan la excelente interpretación de María Merlino. Una composición de personaje donde brilla la técnica, sí, pero también, si se nos permite el esencialismo, un alma. Un personaje inolvidable que nos remite a la historia argentina, a la idiosincrasia de un modo de ser y entender este país que nunca ha dejado de estar presente. El humor inteligente y profundo del texto de Santiago Loza nos brinda una oportunidad única de reconciliarnos con los aspectos más oscuros de nosotros mismos.

Por otro lado, hace meses que zarpó Lamerica, el barco de Giampaolo Samá. Unipersonal escrito y actuado por él mismo, donde se nos recuerda el pasado y el presente de los inmigrantes del mundo, partiendo, eso sí, de algunas de las muchas historias posibles de todos aquellos italianos que soñaron "Lamerica" como el lugar donde sus sueños se harían realidad.

Son muchos los personajes convocados por Samá y, sin duda, ese es uno de los atractivos más interesantes de la propuesta, la agilidad y el humor con que se nos presenta a trabajadores, burócratas, capitanes de barco, mercachifles de poca monta, funcionarios corruptos... Un cocinero de barco es el encargado de hacer memoria y de guiarnos entre los sinsabores de esa cruda realidad donde las mentiras de unos y los azares tortuosos de otros escriben la historia.

Dos propuestas que nos hablan de un pasado no tan remoto para reflexionar sobre esas dudas eternas: de dónde venimos y quiénes somos.

Nada del amor me produce envidia
Dirección: Diego Lerman
Texto: Santiago Loza
Con: María Merlino

Escenografía: Silvana Lacarra
Iluminación: Fernanda Balcells
Vestidores: Guido Lapadula
Diseño gráfico: Florencia Bauza
Asistencia de escenario: Ezequiel Baquero
Prensa y producción: María Sureda
Colaboración musical: Jape Ntaca
Director musical: Sandra Baylac


La Carpintería. Jean Jaures, 858. Domingos, 18hs.
 
 
Lamerica
Texto: : Giampaolo Samá
Dirección: Lorena Barutta
Con: Giampaolo Samá
Diseño de luces: Dana Barber
Fotografía: Joan Tous
Asistencia de dirección: Elisenda Ibars
Prensa: Marisol Cambre
Producción ejecutiva: Eugènia Pascual Puig


TIMBRE 4. Boedo, 640. Domingos, 21.30hs.