Diarios del odio



¿Existen materiales más o menos aptos para lo escénico? ¿Qué determina exactamente ese factor? No hay respuesta unívoca. La naturaleza escénica tiene todo de selva, de paraje intransitable, aunque su aspecto logre ser el de un quirófano. Quizá el ingrediente más importante resulte ser uno que ningún manual de dramaturgia satisface: el deseo. El deseo entendido como necesidad. 

Diarios del Odio trata de explicarse en su programa como "arte conceptual, obra visual, poemario, teatro, performance." En efecto, todo eso subyace en su génesis. La propuesta de Silvio Lang viene a cumplir una de las posibilidades que Roberto Jacoby comentaba al presentar su intervención en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes en 2014. Afirmaba entonces que una de las primeras posibilidades pensadas fue un montaje sonoro con actores que prestaran su voz para visibilizar el discurso elegido: el de los foros anónimos de los diarios Clarín y La Nación. Un discurso, literalmente, residual. Por lo efímero y por lo desechable del contenido. Se da la paradoja de no poder concebir ese material como discurso vacío porque, por supuesto, sucede todo lo contrario. Son mensajes saturados de violencia, obtusos y soberbios. Los foros virtuales son un dique de contención para la impunidad, un reducto donde se sintetiza con eficiencia la profunda involución de la especie o, si se prefiere el optimismo: la constatación de que algunas cosas no cambiarán nunca. 

La muestra de Jacoby en 2014 fue visual. Las palabras ocupaban las paredes en un remedo de graffitti donde la forma resultaba benévola para el terrible fondo. Lang explora ese recopilatorio textual, testimonial, ese arsenal de obviedades nauseabundas editadas por Jacoby y Krochmalny como truculento poemario, y le otorga una puesta en escena escindida. Por un lado, un coro que emula a las congregaciones religiosas que depositan en su cancioneros la síntesis de su fe. Ellos, los cantantes, irán descomponiendo en ritmos diversos ese pensamiento fragmentado que, al reproducirse fuera de contexto, resulta aún más delirante que en su nicho original. La risa es por momentos inevitable entre un público que se sabe e identifica en el extremo opuesto de lo expresado. La aberración en las palabras es tal, que, en efecto, quizá cantarlas resulte un modo de hacerla, sino digerible, al menos, "escuchable". Hay humor, sí, mucho. Negro, por supuesto. Un humor que nos obliga a reírnos por no llorar ante el entendimiento de lo irremediable. No hay un ápice de esperanza en la inverosimilitud de esos testimonios que siguen ahí, reproduciéndose y revitalizándose. 

Frente a esa transformación de la palabra ajena, el discurso de una derecha tan inconcebible como real, una multitud de cuerpos desfila, se retuerce, baila, se arremolina y dispersa. Cuerpos en negro y rojo que van deshaciéndose, perdiendo su individualidad para ser una masa deforme que, por momentos, se ordena dando forma a un icono cultural reconocible. ¿Qué o quiénes son ellos? Ellos, mientras ejercen la escucha y habitan las canciones, quizá seamos nosotros. Nosotros sometidos a esa lluvia de despropósitos, a esa violencia gratuita de un anónimo autorizado por la coyuntura - lo virtual, la época, el acá y el ahora más inmediato que nunca-. Nosotros que nos mantenemos como podemos, torpemente, apoyados los unos en los otros, padeciendo una suerte de hemorragia interna no diagnosticada. Pero también, sí, esa masa son la extensión física de las voces que hablan y cantan. Son una metáfora del odio que supuran las frases. Y así, de a uno, pasarán por el micrófono para cantar. Los "hits" son explícitos. No hay lugar para la metáfora: la prostitución, los negros, los "K", los ñoquis, los pobres, los ladrones... Todo lo que implica diferencia es carne de cañón. 

De más está decir que la propuesta goza de, nunca mejor dicho, rabiosa actualidad y que, más allá de todo análisis estético, su visibilización en este momento es celebrada como una necesidad. No hay tiempo ni lugar para la indiferencia, nos recuerda Diarios del odio. La ideología no se toma vacaciones. Tenemos que hacer lo que esté en nuestras manos para, como afirma el programa del montaje, "no ser pensados por el odio; atravesar el páramo, para no ser pensados por el desierto."