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El 17 de julio de 2009 comencé a escribir acá. Abrí un blog. Llegaba, como siempre, tarde. Dicen que hubo un tiempo en el que se seguían y recomendaban. Nunca estuve ahí, pero me consta que un puñado de aplicados solitarios nos afanamos en el mantenimiento de estos paréntesis. Escribir acá es hacerlo con varias personas asomando por encima de tu hombro, es recibir cada tanto un email agradecido y saberte menos sola. Lo que comenzó como un ejercicio necesario - atesorar lo fugaz, publicar poemas y textos sin salida, y, sobre todo, explicar, tratar de explicarme, qué es el quehacer artístico y cuáles son nuestras pulsiones - se convirtió, con el paso de los años, en un espacio de búsqueda y encuentro. 

Me cago en la bohemia es la expresión que empecé a usar con frecuencia al observar cómo el estereotipo del artista decimonónico, esa figura romántica del genio ebrio y drogado bendecido por las musas y maltratado por la vida, se hacía trizas al ponerle el cuerpo al deseo de hacer lo que se ama y querer sobrevivir con y gracias a ello. Observar a creadores admirados y no dar crédito ante su infinita capacidad para sobreponerse, una y otra vez, a las inercias del sistema, la desilusión constante y el menosprecio por su trabajo. Descubrir talentos inmensos y anónimos que jamás fueron el centro de atención. Ver cómo luchan y se reinventan en un contexto nunca idílico. Trabajar sin esperar las mejores condiciones, trabajar después de trabajar. Y seguir trabajando. Entender que no hay un para qué, sino un cómo. Cómo seguir, cómo estrenar, cómo publicar, cómo lograr que vengan, nos conozcan, escuchen, vean, lean, recuerden... Cómo. Y mientras la respuesta llega, seguir haciendo. Siempre. Aprender sobre la marcha. Cambiar mil veces al día de opinión. Soñar con ser distinto. Alguien menos aterrado, con más suerte, fe, plata. Alguien sin esta inquietud bajo las uñas. Imaginar que la vida de un dentista, de un plomero o de una apicultora debe tener más sentido... No saber qué significa eso, sin embargo. Olvidarse de todo. Terminar un proyecto y empezar otro. Porque sólo así. 

Un día me animé a escribir sobre alguna obra que vi. ¿A quién iba a pedir permiso? ¿Quién me lo iba a negar? Escribí para contarme la obra vista de otro modo, para aprender a observar el objeto amado y, sobre todo, para agradecer a ese grupo en concreto, a esa obra, por hacerme la vida soportable, proporcionarme algo sobre lo que pensar y, en los mejores casos, entusiasmarme, es decir, devolverme al mundo con ganas de ver y hacer más teatro. Mi humilde modo de agradecer ese prodigio es ayudar a la difusión desde este espacio que, de a poco, ocupó un lugar infinitesimal entre tantas páginas. 

Algunas obras marcaron un antes y un después a la hora de pensarlas y escribir. Supusieron un hermoso desafío para el que no  alcanzaban las palabras. Quiero nombrar varias a las que les debo enormes lecciones: La omisión de la familia Coleman, Pudor en animales de invierno, Un hueco, Cartas a mi querido espectador, Los talentos, No soy un caballoViejo, solo y putoCinthia interminable y Prueba y error

Hay más, sí, pero con estas me sé en deuda. Alcanza con nombrarlas para recordar que todo tiene sentido. Aunque sea efímero.

Dos años atrás, se me ocurrió elaborar un cuestionario para esos creadores con los que a menudo no me atrevo a hablar en persona. Una lista de preguntas, siempre las mismas, que reunía algunos de mis grandes temores: ¿Cómo te definís profesionalmente? ¿Vivís de esto o hacés otra cosa para llegar a fin de mes? ¿Qué harías si no te dedicaras a esto? Actores, directores, iluminadores, fotógrafos, escritores... El cuestionario se convirtió en una suerte de sección que va y viene. Muchos me dieron la grata sorpresa de disfrutar el ejercicio del interrogante. Todos fueron muy generosos con sus respuestas. Me di el lujo de presentar a personas cuyo trabajo admiro profundamente y me gusta pensar que alguien los conoció gracias a este blog.

En alguna ocasión escribí sobre mis lecturas porque también, desde siempre, recomendar libros fue una feliz costumbre, y, muy recientemente, por primera vez, puse todo mi empeño en comentar un disco. Me cago en la bohemia no es, nunca quiso ser un blog dedicado en exclusividad al teatro. Por la sencilla razón de que el teatro, en esta humilde casa, es el arte donde todos los demás confabulan para aparecer. Nada como no tener un objetivo concreto para descubrir que son muchos los alcanzados en el camino. 

1000 entradas no son nada. Sin embargo, suman ocho años de continuidad en el raro ejercicio de compartir con extraños mucho de lo que se ama. En los tiempos que corren, donde se impone el ruido, lo uniforme y la velocidad de las redes se emplea como excusa para el descuido sobre los contenidos que manejamos, celebro el seguir aprendiendo en buena compañía y agradezco mucho los intercambios que este blog ha generado.

Nuestra imagen se renueva para la ocasión gracias, una vez más, a nuestro colaborador estrella, Dalmiro Zantleifer.


Seguimos escribiendo con ustedes. Muchas gracias. 


Macarena Trigo