El viento en un violín se estrenó en París


Ayer, en la Maison des Arts de Creteil (MAC) en París, se presentó por primera vez la nueva obra de Claudio Tolcachir, El viento en un violín. Pese a estar tan lejos de Buenos Aires, los argentinos de Timbre 4 contaron con la calidez incondicional de parientes y amigos llegados desde lejos para acompañarles en ese momento tan significativo que supone el compartir el trabajo de un año con un público curioso y expectante. Esta tercera obra de Tolcachir como dramaturgo y director ve la luz compartiendo gira en Francia con La omisión de la familia Coleman, que durante cuatro semanas ha sido uno de los espectáculos teatrales más comentados en París.

El viento en un violín nos regala a gran parte del elenco Coleman enfrentándose al desafío que supone encarnar nuevos personajes después de cinco años dando vida a ese clan tan singular. Si pudiéramos diseccionar capa a capa el arduo proceso de creación de una obra, sería muy interesante conocer cuáles son los elementos fundamentales que hacen que un equipo de trabajo pueda generar tanta solidez en sus proyectos. Sin duda, hay tantos métodos de trabajo como actores en escena, pero hay algo difícil de clasificar que quizá tenga que ver con el modo en el que la suma de todas sus experiencias y trayectorias se aúnan con éxito bajo las afinadísimas intuiciones de un director del calibre de Tolcachir.

Una vez más, el universo creativo de este joven autor, nos habla a través de personajes que luchan desesperadamente por tratar de ser felices, amar y ser amados. Tanto en La omisión... como en Tercer Cuerpo, sus personajes tratan de encajar, anhelan una normalidad de la que se saben expulsados, sus pasiones, sus miedos, sus silencios o culpas, los aislan. El viento en un violín aborda de nuevo los inagotables temas de la familia y el amor interrogándonos sobre sus infinitas posibilidades, mostrándonos que la búsqueda de la felicidad tiene instancias tan patéticas y egoístas como el amor en sí, sin importar que ese amor sea el de los padres por sus hijos o el de amantes que aspiran a ser plenos por su reconocimiento en el otro, y lo hace a través de personajes tan intensos y extremos como limitados en sus capacidades de relación. Sus formas de dar y recibir son siempre brutales.

La apuesta dramatúrgica se sostiene en la excelencia de las actuaciones. Todos los que disfrutaron y recuerdan el trabajo de Miriam Odorico, Lautaro Perotti, Inda Lavalle, Tamara Kiper, Araceli Dvoskin y Gonzalo Ruiz, podrán verlos abordar ahora estas nuevas criaturas donde las formas se trascienden generando ese magia tan necesaria en la escena: la unión de una verdad creativa y una emoción. No nos detendremos en las claves del argumento o los vínculos entre los personajes. Aún faltan meses para que la obra se estrene en Buenos Aires y muchas serán las críticas que traten de resumirnos la historia. Sin duda, es una cita importante para el público de teatro porteño y serán muchos los comentarios y las comparaciones que se establezcan. Nos atrevemos a decir que El viento en un violín no dejará lugar a la indiferencia.

En cuanto a la puesta en escena, vuelve a estar presente el despojo y la economía de medios. Las obras de Tolcachir se resisten a las paredes acortonadas de una escenografía y logran sostenerse en amplios espacios vacíos delimitados por piezas de mobiliario. Gonzalo Córdoba es el responsable de la puesta que hoy puede verse en París y, como anécdota de los raros azares que el mundo teatral arma, muchos de los elementos utilizados fueron cedidos generosamente por el teatro du Soleil para este proyecto. La iluminación de Omar Possemato vuelve a generar los climax adecuados con ese sabio uso de la luz que nutre una escena sin grandilocuencia. Sin duda, toda una serie de buenas razones para no perderse esta obra donde quiera que uno la encuentre.


Próximas actuaciones:
* MAC de Creteil, París, hasta el 20 de noviembre. Funciones a las 20.30hs.
http://www.maccreteil.com/
* SALA PLANETA, Gerona, Festival de Temporada Alta.
30 de noviembre y 1 de diciembre.
* THEATRE GARONNE, Toulouse.
3 y 4 de diciembre.

Sacate la careta

Hay libros que nos llegan cuando más los necesitamos, sin que nosotros supiéramos que nos hacían tanta falta. En estos días nos acompaña la voz de un inagotable Alberto Ure desde Sacate la careta, una joya imposible de encontrar que exige una reedición urgente ya. De lectura obligatoria para todos los que tengan alguna inquietud hacia el mundo teatral es el ensayo titulado "Manual de autodefensa para estudiantes de teatro", pero hoy nos quedamos con estas líneas de "Promoción o muerte":

"Una vez, hace años, yo estaba sumergido en las últimas peleas de una separación matrimonial: todas las tarjetas marcaban empate, en el round 12 nos dábamos con todo, ensangrentando el ring. Más acusaciones, traiciones y ofensas no entraban en el mundo. De pronto ella me gritó: "¡Y ahora qué hacemos con todo esto! ¿Cómo seguimos viviendo?". Yo, agotado, mirando el reloj en el clinch, fui sincero: "Hagamos algo por el bien de los dos. Tengamos un ataque de amnesia". Creo que fue una de las pocas cosas cuerdas que dije en mi vida y no fue comprendida. (...) Yo, por mi oficio, debería haber sabido antes que el pasado sólo puede llamarse tal cuando estalla, irremediable, en las situaciones más urgentes del presente, cuando deshace el futuro que se proyectaba ingenuamente. Pero eso no lo puede planear ni el vengador más ensañado. (...)
La única verdad es el presente, como sabe el que sufre una pasión o la ha sufrido alguna vez; los demás, las almas serenas y bien pensantes, le hablan del futuro y del pasado para distraerlo, para calmarlo, para aplacarlo con tácticas reformistas".


Alberto Ure, Sacate la careta. Ensayos sobre teatro, política y cultura, ed. Norma, Bs. As. 2003.

El tiempo visto cómo

Por una vez, tenemos que agradecer el hecho de que los derechos de autor sean tan caros. Parece que el coste de los de T. Williams, fue una de las razones por las que Romina Paula llegó a escribir El tiempo todo entero. Su trabajo de escritura y dirección no sólo visita El zoo de cristal, si no que lo revitaliza con una coherencia, resolución y frescura gratamente sorprendentes. No es fácil aproximarse a uno de los dramaturgos más reverenciados y llegar a ese lugar donde se aporta algo interesante. Ojo, no algo "diferente" o pretenciosamente novedoso. Algo sencillo y personal. Si bien la melodía de la obra y la composición de los personajes se sostiene en Williams, la letra y la forma es, sin duda, de Paula. Y en esa inmediata contemporaneidad descansa buena parte de la gracia de esta propuesta. 

Destaca, como ya tantos han señalado, el trabajo de la dirección actoral en un elenco sólido y bien equilibrado donde algunos de los personajes juguetean en esa peligrosa zona de la histeria emotiva.

El espacio, la iluminación y la utilería remiten a un afuera - los otros, la ciudad, la infancia - abandonado. Otro tiempo mejor, otro país en el que se vivió, otro que uno fue y que ahora a duras penas reconoce. Todo lo que se tuvo y se fue perdiendo o, simplemente, se convirtió en otra cosa. La vida frágil a punto de quebrarse por casi cualquier cosa. En definitiva, El zoo de cristal.

Texto y dirección: Romina Paula

Actúan: Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa, Esteban Lamothe, Susana Pampín
Iluminación: Matías Sendón
Diseño de espacio: Alicia Leloutre, Matías Sendón
Asistencia general: Leandro Orellano
Prensa: Pintos Gamboa

Espacio Callejón. www.espaciocallejón.blogspot.com
Lunes y miércoles, 21hs.

Tarkovski

Rescatamos y recomendamos encarecidamente la lectura de Esculpir en el tiempo, ensayos de Andrei Tarkovski sobre el quehacer cinematográfico y el compromiso del artista con su destino. Sus reflexiones están tan llenas de exigencia hacia la creación que hace que todas nuestras quejas sean poco menos que balbuceos de niños malcriados de un occidente mal digerido.

Algunas citas:

El arte moderno ha entrado por un camino errado, porque en nombre de la mera autoafirmación ha abjurado de la búsqueda del sentido de la vida. Así, la llamada tarea creadora se convierte en una rara actividad de excéntricos, que buscan tan sólo la justificación del valor singular de su egocéntrica actividad. Pero en el arte no se confirma la individualidad, si no que ésta sirve a otra idea, a una idea más general y más elevada. El artista es un vasallo que tiene que pagar los diezmos por el don que le ha sido concedido casi como un milagro.

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Al seleccionar a sus estudiantes, los centros de formación de carreras artísticas no deberían proceder sólo por criterios pragmáticos, pues a menudo pueden surgir también problemas morales. Se ve esto en el hecho de que aproximadamente un ochenta por ciento de los que terminan su formación como directores de cine o como actores van a engrosar las filas de unos profesionales incapaces que durante toda su vida vagarán inútilmente por los ambientes cinematográficos. La inmensa mayoría de ellos nunca tendrá fuerzas para abandonar el cine y dedicarse a otra profesión. Pues para alguien que ha superado nada menos que cinco años de estudios de cine resulta tremendamente difícil despedirse de las ilusiones que tuvo.

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No hay nada más carente de sentido que relacionar términos como "búsqueda" o "experimento" con una obra de arte. Tras ellos se esconden falta de fuerzas, vacío interior, falta de conciencia realmente creativa y miserable vanidad. "Un artista que busca": qué pobreza pequeñoburguesa y anémica se esconde tras estas palabras. (...)
Pero, ¿y si los que comenzaron a hablar de vanguardia y experimento son los incapaces de separar el grano de la paja? Los que ante las nuevas estructuras estéticas simplemente perdieron la cabeza, no consiguieron orientarse en lo que realmente era nuevo, no pudieron elaborar criterios propios para ello y en cualquier caso englobaron - al menos de momento - todo bajo esos conceptos para estar seguros de no equivocarse. ¡Qué ridículo cuando en cierta ocasión preguntaron a Pablo Picasso por su búsqueda artística! Indignado por esta pregunta, Picasso respondió breve y sabiamente: "Yo no busco, yo sólo encuentro".

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Hasta acá por hoy. Ya es mucho que digerir, ¿no?

Lean: Esculpir en el tiempo, Andrei Tarkovski, ed. Rialp, Madrid, 1999.

Cinco años de Coleman

Lo que comenzó como una obra más de las muchas que se estrenan en el off, cumple este fin de semana nada menos que cinco años. Cinco años de funciones, premios y giras. Ya comentamos el regreso de La omisión de la familia Coleman a Buenos Aires después de dos años viajando. Siguen siendo un éxito rotundo en la nueva sala de Timbre 4 en Boedo y, desde el 19 de agosto, sumarán una función más los jueves. Seis funciones por fin de semana. Casi nada.

Nuestra más sincera felicitación.

Nota al respecto: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1292116

http://www.timbre4.com/
http://www.baryfonda.blogspot.com/

Francisca Ure y sus Martas

“Esta es una obra que pasa en la cabeza de la protagonista. Es pura fantasía. Sabía que corría un riesgo enorme. Fue por eso que confié en un equipo y así comprobé que es genial hacer uso de la libertad creativa”, concluye. Quienes acompañaron el proceso de creación fueron Sol Soto, en escenografía y vestuario; Martín Berra, en el diseño audiovisual; Dalmiro Zantleifer, en animaciones y diseño gráfico, y Omar Possemato, en iluminación. Ure cree que este montaje suyo tiene lo mejor de sus maestros: “Tiene la intensidad de los entrenamientos con Guillermo Angelelli, la profundidad de Tolcachir, el juego que proponían en la escuela”, enumera.



–Su obra es una rara avis. ¿Cómo la definiría?


–Marta es un delirio. Quería retratar a alguien, pero no quería hacerlo objetivamente porque quería producir un registro artístico. Me pregunté acerca de las cosas que a mí misma me deslumbrarían. Me gusta trabajar mucho con el cine y la pintura, porque las imágenes me conmueven especialmente.


–¿Es por esto que reunió diversas técnicas expresivas?

Quería hacer algo diferente porque el teatro me estaba aburriendo. Creo que en esta ciudad se estrenan demasiadas obras y esto es dañino para todos. Porque no se piensa que una obra de teatro es una obra de arte y se hacen espectáculos como se hacen chorizos.

–¿Y qué piensa de la dramaturgia?


También es muy limitada. Se habla de tríos amorosos y de la familia. No hay contenido en las obras que se hacen. Tampoco veo a los actores como artistas, porque no se comprometen con lo que hacen.

–¿Qué clase de actor le interesa?
 –Me gusta el actor descentrado, el que sabe transformarse, el que arriesga. Creo que voy hacia el teatro del absurdo. Estoy releyendo Beckett. La fantasía se aniquila cuando siempre se actúa de uno mismo.


–¿Cómo siente el panorama del teatro alternativo?


Hay una moda de no criticar lo que hacen otros. O de no ver lo que hacen los otros, porque los actores de un estudio suelen no ir a ver lo que se hace en otros. No se genera diálogo y lo que falta es reflexión.

Nota completa en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/2-18802-2010-08-02.html
 
Quién sabe Marta.
Sábados 21hs. Huella Teatro. Avda. Medrano 535.
reservas: http://www.alternativateatral.com/

Apuntes para volverse a ver

Es la obra con la que se estrena el actor Gonzalo Ruiz como dramaturgo y director. ¿Y qué hay tras ese título poético? En primer lugar, uno de esos trabajos independientes del off que nos recuerdan como pueden ser las cosas cuando el entusiasmo, el oficio, la honestidad y el compromiso están presentes. No es fácil encontrar todos esos ingredientes juntos y, como público, se agradece infinitamente el interés puesto en algo personal tratado con mimo para hacerlo universal.

La historia: Tres niños crecieron juntos. Una mujer, Babila, los unió y los separó con la llegada de un cuarto niño. O quizá no, no fue eso, no fue sólo eso, nada está muy claro, nada fue tan sencillo. Años después se reencuentran en la casa de provincia que un día fue suya para enterrar a la mujer que entrelazó sus destinos. Allí sigue el último de ellos, el cuarto en discordia.

¿Cómo se vuelve a los rincones de la infancia? ¿Qué sucede en esa primera adolescencia que nos cambia para siempre? ¿Cuándo nos convertimos en adultos asustados y llenos de dudas? ¿Sabemos algo de los otros realmente? Apuntes para volverse a ver, nos lleva a reflexionar entre risas y situaciones un tanto bizarras traídas por la noche y unos muy peculiares vecinos del campo, sobre esa rara y reiterada posición en la que todos estamos cuando se trata de entender un pasado compartido. Y nos deja intuir que, aunque nunca se tengan todas las piezas de una historia ni podamos conocer verdaderamente al otro, esos misterios que nos nutren, por más que nos pesen, acaso nos fortalezcan.

Destaca brillantemente la dirección de actores en su conjunto y la cálida y rotunda presencia de Isidoro Tolcachir aportando un muy equilibrado contraste con el joven elenco.

Sin duda, una buena cita para la noche del viernes.

Con: Lorena Barutta, Nadia Marchione, Alejandro Lifschitz, Agustin Scalise e Isidoro Tolcachir.
Escenografía: Sol Soto.
Iluminación: Omar Possemato.
Fotografía y diseño: Guadalupe Ruiz.
Asistente de dirección: Maria Florencia Savtchouk.
Dramaturgia y dirección: Gonzalo Ruiz.

Viernes, 23.30 en Timbre 4. Boedo 640.
Reservas en: www.alternativateatral.com y www.timbre4.com.

Alabanza a la papa



Fragmento de Alabanza a la papa, un clásico entre los documentales apócrifos argentos.
Responsables: I. Masllorens y A. Mendilaharzu.

Lo que sé. Dennis Hopper (1936 - 2010)

Debería haber muerto diez veces. He pensado mucho en eso. Es un absoluto milagro que yo siga por acá.
A pesar de todas las drogas que consumí, yo fui en realidad un alcohólico. En serio: sólo tomaba cocaína para poder ponerme sobrio y seguir tomando. Mis últimos cinco años de bebida fueron una pesadilla. Me tomaba dos litros de ron, 28 cervezas por día, y tres gramos de coca para poder seguir andando. Y creía que me estaba yendo bien sólo porque no estaba arrastrándome borracho por el suelo.

(...) Yo crecí en el Dust Bowl (la pradera americana llamada así en los años ’30 por las tormentas de polvo) y la primera luz que vi fue la de una sala de cine. Mi abuela llenaba su delantal de huevos y caminábamos unos cuantos kilómetros hasta Dodge City. Una vez ahí, ella vendía los huevos y comprábamos entradas para el cine.

Cuando filmé Rebelde sin causa, venía de interpretar Shakespeare en el viejo Globe Theater de San Diego. Tenía 18 años y creía que era el mejor actor del mundo. Y entonces lo vi a James Dean. Fue el mejor actor que vi jamás. Estaba tan avanzado... Yo estaba haciendo lecturas de líneas y gestos, y él vivía en el momento. Yo quería saber qué era eso que él hacía. Y me dijo: “Simplemente empezá a hacer las cosas, no las muestres. Fumá el cigarrillo, no actúes como si fumaras un cigarrillo. Tomate el trago, no hagas como que tomás el trago”. De alguna manera todo empezó ahí. (...)

Sam Peckinpah era un tirano. Pero cuando uno está en un set, como solía decir Henry Hathaway, “eso era charla de sobremesa, muchacho, charla de sobremesa. ¡Ahora estamos haciendo películas!”. Cuando estabas en el set, se convertía en algo diferente. Hathaway era un gran tipo para ir a cenar con él. Peckinpah también era maravilloso para pasar el rato. Pero a la hora de filmar, eran tiranos. Y ésa era la manera en que funcionaba y ésa es la manera, muy honestamente, en que debe ser. Si no les tenías respeto, eran capaces de asustarte hasta que lo tuvieras. (...)

Cuando hice Terciopelo azul acababa de salir de rehabilitación, llevaba sobrio menos de un mes. Entonces hice ese papel, y de ahí pasé a interpretar un papel de alcohólico en Hoosiers, y luego hice de dealer en River’s Edge. Esas fueron mis tres primeras películas estando sobrio. Lo llamé a David Lynch y le dije: “Hiciste lo correcto al elegirme, porque yo soy Frank Booth”.

Hacer Super Mario Bros fue una verdadera pesadilla. Cuando la vio mi hijo, que tenía 6 o 7 años, me dijo: “Papá, creo que probablemente sos un muy buen actor, pero ¿por qué interpretaste a King Koopa? Es un tipo muy malo, ¿por qué quisiste interpretarlo?” Le dije: “Bueno, para que puedas tener zapatos”. Y él me dijo: “No necesito zapatos”. (...)

Soy tan sólo un chico de clase media que creció en una granja en Dodge City, y mis abuelos sembraban trigo. Para mí la pintura, la actuación, la dirección y la fotografía eran todo parte de la experiencia de ser un artista. E hice mi dinero de esa manera. Y me divertí un poco. No ha sido una mala vida.

Nota completa en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-6216-2010-06-08.html

La forma de la literatura

Michael Ondaatje no duda en definir la novela como "un espejo camino abajo".
La definición del cuento de V. S. Prichett tiene que ver con "aquello que intuimos por los bordes de la mirada, como al pasar".

Raymond Carver aseguró que, para escribir una novela, el escritor debería vivir en un mundo que tuviera algún sentido, un mundo "en el que pudiera creer". Raymond Carver, claro, escribía cuentos.

Philip k. Dick - quien supo habitar un mundo propio e increíble y sin el menor sentido - escribió novelas que parecían cuentos y cuentos que parecían novelas, porque "el cuento habla sobre un asesinato y la novela habla sobre el asesino"- Philip K. Dick murió asegurando a sus íntimos que había alcanzado la habilidad de comunicarse con el apóstol Pablo y que había conseguido matar a un gato con la sola fuerza de su mente.

Pero, ah, nada de esto es del todo cierto.

Nada es tan fácil a la hora de las definiciones, porque siempre van a aparecer posibilidades alternativas, distintas facetas de una misma historia a la hora de intentar percibir la forma de la literatura.

Novela y Cuento - por ejemplo - son la hija y el hijo de un muy buen amigo de Forma.

Novela - la mayor - es larga como La Guerra y la Paz, tiene trece años de edad y ya alberga en su cuerpo la posibilidad de una trama inolvidable, que a Forma le gustaría leer algún día si no estuviera penado por la ley y las buenas costumbres.

Cada vez que Forma va a visitarlos, Novela se sienta al lado, no lo deja solo ni un segundo y no para de contarle un capítulo tras otro acerca del perfecto desprecio que siente por Cuento, su hermanito de ocho años.

- Yo soy mejor que vos - le dice Novela a Cuento - Yo soy más grande, enano inmundo.

Entonces Cuento la mira con su mejor cara de enigmático pez banana y le contesta hablando muy despacio y sin perder ni un centímetro de su sonrisita sin-zen-tido.

- Sí, pero yo soy mucho más completo y contundente. Yo soy práctico y funcional. Yo empiezo, transcurro y termino y no dejo lugar a dudas. Es más, yo soy mucho más fácil de contar y mucho más difícil de escribir.

- El gran Gatsby, El cazador oculto, A sangre fría, El sueño de los héroes, Fiesta, Falconer... - sonríe Novela.

- "Babilonia revisitada", "Para Esmé con Amor y Sordidez", "Miriam", "Los milagros no se Recueperan", "El Gran Río de los Dos Corazones", "El marido rural"... - sonríe Cuento.

Hasta ahí llega el tenso intercambio de palabras. Novela se arroja entonces sobre Cuento con todas sus uñas. Cuento lanza patadas como si fueran adjetivos esdrújulos y Forma tiene que meterse entre los dos, simulando que le preocupa el daño que puedan hacerse y sabiendo perfectamente que son mucho más resistentes que él, que son casi irrompibles y tan viejos como el tiempo.

La madre de ambos, mientras tanto, viene corriendo desde la cocina para imponerles las leyes de un orden que conoce mucho mejor que el visitante, la eficiente clave de la tregua a toda hostilidad.

Un par de miradas fijas de la madre, como inapelables agujas de reloj, como puñales suspendidos en el aire de la tarde, dicen más que varias páginas de amenazas explícitas y alcanzan para que Cuento y Novela vuelvan a sus respectivos rincones después de haber sido reprimidos y editados.

La madre de Cuento y Novela, la mujer del amigo de Forma, se llama Palabra y está embarazada.

Esa misma tarde, Novela le confía a Forma que el bebé será una nena y se va a llamar Nouvelle, sin saber que - pocos minutos antes - Cuento se acercó con movimientos de cortesano conjurador para susurrarle a Forma: "Te juro que va a ser un nene y se va a llamar Relato". Tanto Cuento como Novela no pueden sino estallar en carcajadas despectivas cuando Forma les sugiere que el futuro nuevo miembro de la familia pueda llamarse Poesía o Verso.

Cuento y Novela siguen riéndose a carcajadas al caer la noche. El amigo de Forma aún no ha vuelto de quién sabe dónde y Palabra ya comienza a poner los ojos en blanco y a pedirles maldiciones prestadas a todos los demonios del infierno, a todos los libros de la biblioteca.

- Siempre el mismo cuento... la misma novela de siempre... - murmura Palabra después del tercer whisky con todas las luces apagadas.

- Sale temprano de casa porque dice que acá no puede escribir, que no se le ocurre nada. Y, claro, yo me tengo que encargar de todo... de los dos monstruos y de toda la casa, porque el señor ha perdido la inspiración - solloza Palabra casi sin ganas.

Después cierra los ojos, se toca la panza de casi siete meses y repite lo mismo una y otra vez, como si fuera un salvavidas, como si fuera un mantra.

- Te vas a llamar Daniela y vas a ser maestra jardinera... Te vas a llamar Sebastián y vas a ser físico nuclear... Te vas a llamar Daniela y... - recita Palabra.

Forma hace que no escucha, pero no puede evitar oír la estampida de Cuento y Novela en los altos de la casa.

Cuento y Novela pateando espejos y degollando muñecas al grito de ¡Había una vez...!, al grito de ¡A ver quién grita más fuerte!
Rodrigo Fresán, Trabajos Manuales, Buenos Aires, Planeta, 1994, pp. 89-92.

Kafka por Bolaño

"Cuenta Canetti en su libro sobre Kafka que el más grande escritor del s. XX comprendió que los dados estaban tirados y que nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre. ¿Qué quiero decir cuando digo que ya nada le separaba de la escritura? No lo sé muy bien. Supongo que quiero decir que Kafka comprendía que los viajes, el sexo y los libros son caminos por los que hay que internarse y perderse para volverse a encontrar o para encontrar algo, lo que sea, un libro, un gesto, un objeto perdido, para encontrar cualquier cosa, tal vez un método, con suerte: lo nuevo, lo que siempre ha estado ahí".


R. Bolaño, El gaucho insufrible, Anagrama, Barcelona, 2003, p. 158.

Rilke (II)

Volvemos una y otra vez a visitar libros y películas, como quien entra a casa de un amigo. Y siempre, siempre, pareciera que llegamos por vez primera. Por suerte, nos esperaban y somos bienvenidos.
Hoy, nuevamente Rilke.

"Y aquí mismo le expresaré un ruego: lea usted lo menos posible de cosas de crítica y estética: o son puntos de vista partidistas, petrificados y que han perdido el sentido en su endurecimiento falto de vida, o son hábiles juegos de palabras, en los que hoy triunfa esta opinión y mañana la contraria. Las obras de arte son de una infintia soledad y con nada resultan menos accesibles que con la crítica. Sólo el amor las puede captar y hacer suyas y puede ser justo hacia ellas. (...) Deje usted que sus juicios sigan su propio desarrollo silencioso y sin estorbos que, como todo progreso, debe brotar de lo más profundo de usted y no puede ser ni apremiado ni favorecido por nada. Hay que dejarse llenar de cada impresión y de cada germen de un sentimiento por completo en sí mismo, en la oscuridad, en lo indecible, en lo inconsciente, en lo inalcanzable al propio entendimiento y esperar con profunda humildad y paciencia la hora del alumbramiento de una nueva claridad: ésta es la única manera de vivir que puede decirse propia de un artista, tanto en la comprensión como en la creación".

R. M. Rilke, Cartas a un joven poeta, traducción de J. Munárriz, Hiperión, Madrid, 3°ed., 2007.

"Mantener los perros en el sótano".

Hace unos días tropezamos con este artículo de J. Gomá Lanzón sobre la vocación literaria en El País, acá os dejamos unos recortes sobre el mismo que seguro que cada uno sabrá extrapolar a su propio viacrucis vocacional.

¿Qué es la vocación literaria?

Por de pronto, una anomalía vital. (...) Tener vocación literaria significa comprobar que de las mil posibilidades humanas, sólo una, una nada más, de una forma espontánea y sorprendente para uno mismo, absorbe por entero las anfractuosidades de una personalidad en origen plural y compleja, y activa en esa muy específica dirección todas las facultades intelectivas, volitivas, sentimentales y hasta corporales del sujeto rehén de la musa, ejerciendo sobre él una tiranía de sátrapa oriental. (...)
La vocación es una manía numinosa que se moviliza imantada por una fascinación magnética -mysterium fascinans-, pero que exige a cambio una devoción exclusiva, no compartida, que excluye fáusticamente -mysterium tremens- el amor por cualquier otra cosa en el mundo. Pues en efecto si hay algo claro sobre la vocación es su tendencia al totalitarismo, que practica rapiñando en el interior de su presa para instrumentalizar todos los campos de la subjetividad afectada, pensamientos, experiencias y afectos, devorándolos con voracidad insaciable. La vocación suministra una inigualable intensidad a la existencia, crear la apariencia de trocar el azar por la necesidad en la propia biografía derramando sobre ella una lluvia de "sentido", pero a precio de que todo lo demás no lo tenga o lo tenga como ocasión para una confirmación de esa emoción primera, omniabarcante y omnipresente. Y como el hombre de vocación sabe que ese especialismo vital suyo es comparativamente exagerado y aun monstruoso, finge ante el mundo una afectada normalidad de buenos sentimientos y buena ciudadanía que en el fondo no conoce ni comprende. Y como, por añadidura, lo habitual es que entre el nacimiento adolescente de la violencia de la emoción y el momento de darle serenamente forma, la madurez capaz de convertirla en obras literarias bien acabadas, se abra un considerable lapso de tiempo, ahí tenemos a ese hombre preñado de vocación soportándose malamente a sí mismo y sobrellevando su extraña gravidez en el lento rotar de las estaciones, un año tras otro, abandonado a la más perentoria y solitaria ansiedad.

En esto se observa hasta qué punto constituye un error y un monumental malentendido de la verdadera esencia de la vocación literaria esa propensión romántica a enaltecer la originalidad y la excentricidad del artista, en suma, su vida como radical anomalía, porque siendo ya la vocación la más extremosa de las anomalías vitales, la tarea del artista genuino no consiste en alentar una pulsión que de suyo es bárbara e imparablemente expansiva sino, por el contrario, en arreglárselas de alguna manera para, en expresión de Thomas Mann, mantener los perros en el sótano y no permitir que se enseñoreen de la casa entera. El artista no necesita ayuda para inflamar todavía más el incendio íntimo que le consume sino para frenar su onda abrasiva, templarla y mantenerla en unas proporciones humanamente vivibles y civilizadas. (...)

Una precisión importante: vocación no arguye genio ni talento. Hay vidas extenuadas por una intensísima vocación pero artísticamente estériles, incapaces de producir nada de mérito. Con mucha probabilidad la devoción de Salieri por la composición musical no sería menor a la de Mozart, ni su ansia por producir algo inspirado, realmente grande. Su vocación era pareja, pero sus resultados no.

El artículo completo está en:
http://www.elpais.com/articulo/portada/vocacion/literaria/elpepuculbab/20100501elpbabpor_23/Tes

Marta

En poco más de una semana aparecerá en el off porteño un nuevo personaje femenino que dará mucho que hablar. Viene pisando fuerte y no precisamente con zapatos de taco, avanza abriéndose lugar a codazos, llega después de mucho perderse y rebuscarse, llega enamorada, cansada, sola, enfadada, energúmena, viene cantando, baila y se cae por el camino, llega dispuesta a cortar cabezas y devorar corazones, siempre llorando a carcajada limpia.

Marta, opera prima como dramaturga de la actriz Francisca Ure, nos presenta a una mujer que pareciera ser la destilación de lo mejor y lo peor de todas. La débil, la víctima, la asustada, la solitaria, la nena, la jodida, la fea, la enojada, pero también la enamorada, la puta, la soñadora, la vieja, la decidida. Marta de todos los colores y para todos los gustos.

¿Qué pasa con el amor cuando no hay música en francés? ¿No serán las ficciones consumidas en la tierna infancia responsables de nuestras desdichas? ¿Quién quiere ser Alicia cuando se puede ser la Reina de Corazones? ¿Cuántas Martas hay en una?

El amor nos vuelve idiotas.
El infierno son los otros.
Es mentira pero duele.
La vocación era esto.

Marta, nos revela a un elenco de actrices hetereogéneo y potente. Cada una de ellas encarna a una Marta única, acaso cada vez más dislocada, más desmedida, más imprevisible. Todas ellas divertidas.

Mención aparte merece la puesta en escena, donde se aúnan con gracia animaciones de Dalmiro Zantleifer, la iluminación de Omar Possemato y el audiovisual de Martín Berra.

Recomendada por su frescura, su desparpajo, su originalidad bien entendida - es decir, en atención al origen de uno y no de la populosa novedad -, su manera de recordarnos que hay otros modos posibles para casi todo y que reírse de uno mismo sigue siendo la mejor de las salvaciones posibles.

Prepárense para reír.
Tranquilos, también van a pensar, sentir...

Marta, estrena el 15 de mayo.
Texto y dirección: Francisca Ure.
Actúan: Laura Aneyva, Cinthia Guerra, Clarisa Hernández, Nadia Marchione, Luciana Sanz, Florencia Savtchouk y Sol Tester.
Ilustraciones y animaciones: Dalmiro Zantleifer.
Escenografía y vestuario: Sol Soto.
Iluminación: Omar Possemato.
Audiovisuales: Martín Berra.

Sábados 21hs.
Huella Teatro. Avda. Medrano 535.  

Amentia

No es nuestro objetivo comentar estrenos, afortunadamente, pero al descubrir pequeñas joyas como esta, lamentamos no haber sabido de ella antes, no haberla apoyado y seguido desde sus comienzos. Sea como fuere, el hecho de que aún siga en cartel habla, una vez más, de la importancia de la calidad y el boca a boca para que una obra respire, crezca y se transforme gracias al público.

Amentia es una obra del colectivo teatral Puerta Roja, escrita y dirigida por Marcelo Subiotto. Varios de los proyectos de Subiotto profesan un amor por la palabra, por la literatura llevada a escena y en este caso, la literatura cristaliza no sólo en poesía, si no en poética. El universo femenino que se nos revela es tan críptico como ancestral: mujeres tocadas por la voz de la luna, tan bendecidas como malditas por ese raro don, esa posible vocación con la que se identifica una de ellas. Cuatro mujeres que se nos presentan desde la ausencia de otra, Amentia, cuyo nombre cifra el misterio pero también cierta sabiduría de la tierra, un conocimiento tácito del que todas se sienten partícipes y que desean explicarnos a nosotros, el público, la visita que esperan y reciben con tanta ilusión esperanzada como desgana y frustración.

Amentia es uno de esos proyectos que cada tanto aparecen para demostrarnos que la belleza del teatro pasa por algo tan sencillo como la necesidad de contar una historia. Y si la historia es lo bastante importante, tan pequeña como para ser universal, tan grande como para ser de uno, entonces sí, quedamos atravesados por la obra y nuestras ganas de contarla serán casi las mismas que ellos, las actrices, el director, su equipo, tienen de mostrarla.

Por si fuera poco, Amentia es un muy interesante ejercicio de síntesis. La escenografía, la iluminación, el vestuario, todo, apuesta por una economía de recursos envidiable que nos obliga a centrarnos, sin distracciones posibles, en el trabajo de actuación y en la historia misma. Las actrices se nutren de lo coral manteniendo unas construcciones tan sugerentes como particulares que nos permiten fantasear sobre el antes y del después de la luna para ellas.

Entre tanto artefacto hiperrealista y tanta juventud empeñada en teatralizar el univero que gira en torno a su ombligo, resulta muy refrescante encontrar una propuesta tan original y contundente que nos recuerda que el teatro puede ser mucho más con mucho menos.

Amentia. Texto y dirección: Marcelo Subiotto.
Actúan: Sylvia Tavcar, Verónica González, Lucía Rodríguez y Julieta Graziani.
Puerta Roja. Lavalle 3636. Sábados, 21hs.
Reservas: 4867 4689.

Vuelve La omisión de la familia Coleman


Después de casi dos años de viaje por el mundo La omisión de la familia Coleman de Claudio Tolcachir, volverá a los escenarios porteños a partir del 21 de mayo. ¿Dónde se metió durante estos años esta familia numerosa? ¿Qué hay detrás de este regreso a su ciudad de origen?

Un poco de historia.
La omisión… vio luz como primera obra escrita por Tolcachir en agosto del 2005. El proceso de creación se caracterizó por esa absoluta libertad que define los primeros trabajos: meses de investigación improvisando con los actores para encontrar al personaje de un texto no escrito, suma dedicación a los detalles que constituyen la construcción del pensamiento y el comportamiento cotidiano y, por supuesto, los diferentes vínculos y sus modos de relacionarse. El argumento presenta a una familia: abuela, madre y cuatro nietos manteniendo una frágil y desorganizada convivencia. Roles alterados, responsabilidades ignoradas y muchas preguntas sin respuesta que alimentan distancias insalvables. La abuela enferma de pronto y la obligada exposición con el exterior revelará lo insostenible de sus vidas a cada personaje.

A la libertad de creación se sumaba el deseo de que la acción transcurriera en la sala Timbre 4, ubicada en el barrio de Boedo, al final de una casa chorizo, puerta con puerta con la casa del director. Una sala para cincuenta espectadores donde, antes de que la normativa de las habilitaciones comenzara a poner trabas a la experiencia creativa, llegaron a entrar, muy apretaditos y guiados por un imparable boca a boca que nunca cesó entre su público, hasta ochenta personas.

Esa sala, con sus paredes cubiertas por un empapelado que se caía a pedazos, se convirtió rápidamente en un personaje más de la obra. La entrada de público requería que la gente atravesara el espacio escénico para llegar a la platea. No sólo eso, el baño que muchos de ellos habían utilizado antes de sentarse, era el mismo que utilizaban los personajes. Por cierto, ese baño, tardó mucho en tener una cortina que salvara de miradas distraídas e indiscretas y más de un espectador debe recordar el caluroso aplauso con el que le recibieron sus amigos desde la platea cuando salió del baño. Muchos recordarán haber visto la obra sentados en una banqueta rosa que daba vueltas por ahí, acodados sobre la máquina de coser de Gabi. Y un amable e involucradísimo espectador de primera fila, quizá no haya olvidado el momento en el que levantó del piso la llave del auto del remisero para dársela en mano.

Como se supone que sucede en el mejor teatro, nunca hubo dos funciones iguales. El propio espacio, y hasta la utilería, parecían conspirar en ocasiones para que nada se mecanizara. ¿Cuántos vieron a Gabi tratando desesperadamente de barrer el relleno de gomaespuema de un cojín reventado o secar el agua de la pava que corría por el piso? ¿Había una bicicleta en el escenario o no? ¿Se fue la luz en algún momento?

¿Quién podría decir con absoluta seguridad cuáles de esos detalles estaban marcados y cuáles no? Algunos “incrédulos” han llegado a asegurar, paradójicamente, que los actores de La omisión… no actúan. Una afirmación, sin duda, controvertida e interesante. ¿Qué busca el público del teatro independiente? ¿Cuáles son sus expectativas cuándo se sientan en esas no siempre cómodas plateas? ¿Qué implica una buena actuación? Tranquilos, nuestro deber es hacer preguntas, no dar unívocas respuestas. Pero, por favor, piénsenlo.

Mucho se ha dicho y escrito sobre la familia y sus disfunciones en el teatro off desde aquel agosto de 2005. Muchos son los que siguen preguntando cuál es la patología de Marito, o a qué hace alusión el título de la obra. Después de cinco años, por suerte, nadie ha encontrado una respuesta que satisfaga a todos.

Un poco de mundo.
El éxito de crítica y público en Buenos Aires fue rotundo. La pequeña e improvisada boletería de Timbre 4 pronto se acostumbró a no dar abasto. Las entradas se compraban con un mes de antelación, se hacían seis funciones semanales… Y comenzaron las invitaciones a festivales.
Brasil, Bolivia, Estados Unidos, Francia, España, Chile, Colombia, Costa Rica, Irlanda, Bosnia Herzegovina… y la lista sigue.

Hubo un temor inicial: ¿Qué pasaría al trasladar la intimista propuesta a otras salas? ¿Funcionaría con un decorado tradicional? ¿Qué cambiaría para el público? ¿Y para los actores? Dos años de viajes han proporcionado tantas experiencias como respuestas.

La omisión… estuvo en el teatro Solís de Montevideo y en el Lliure de Barcelona, por citar tan sólo dos de los espacios más diferentes a Timbre 4. El primero, un gran teatro a la italiana con capacidad para más de mil personas y, el segundo, cuenta entre sus instalaciones con el espai lliure, sala para ciento setenta y dos espectadores distribuidos en tres frentes. ¿Cómo se adaptó la puesta en estos casos?

En gira la obra se sirve de la eficaz y sencilla puesta de luces de Omar Possemato. En el primer acto, la casa ocupa todo el escenario, el patio real se delimita mediante una luz amarillenta y en la penumbra, ubicados con sillas de madera, se disponen la cocina y el baño, esos lugares que en la sala porteña el espectador incorporaba físicamente. Durante el segundo acto, manteniendo la puesta original, la casa desaparece en la oscuridad y el hospital se instala bajo una luz blanca, más fría, ocupando algo menos de la mitad del escenario.

Esta fue la puesta que pudo verse en el Solís; en el caso del espai lliure, donde por primera vez se encontraron con la peculiaridad de los tres frentes, hubo que modificar algunas entradas y salidas y reposicionar sutilmente muchas de las posiciones de los actores.

Los que han tenido oportunidad de ver la obra en Timbre 4 y en cualquier otra sala, han podido apreciar que las diferencias son fundamentalmente técnicas y que, aunque la teatralidad se refuerza para habitar un escenario sin paredes con escasa escenografía, las modificaciones sobre la puesta original son mínimas. La brillante vitalidad de las interpretaciones logra que el público, no sólo disfrute y se involucre con lo que los personajes cuentan, si no que participe activamente asimilando el espacio vacío y las elipsis temporales que sostienen el avance del conflicto en el segundo acto.

Un poco más.
Ahora que sabemos que La omisión de la familia Coleman está de regreso, la pregunta es: ¿hay algo nuevo? Y la respuesta es: mucho. Para empezar, estrenarán casa. Timbre 4 ha crecido mucho en estos cincos años e inaugura ahora un nuevo espacio para el teatro independiente, una sala para ciento ochenta espectadores, ubicada en la calle México, pared con pared con la que fuera su primera sala sobre Boedo. Si aquello supo ser una fábrica de zapatos al fondo de un PH, el nuevo lugar tiene historia como fábrica de sillas y resulta tan impresionante que bien amerita una visita. Sin duda alguna, la actividad artística y cultural de Boedo está de enhorabuena.

M. Trigo.


La omisión de la familia Coleman. Autor y director: Claudio Tolcachir.
Con: Araceli Dvoskin, Miriam Odorico, Lautaro Perotti, Inda Lavalle, Tamara Kiper, Diego Faturos, Gonzalo Ruiz y Jorge Castaño.
Teatro Timbre 4. http://www.timbre4.com/
A partir del 21 de mayo.

La Universidad de Poetas de Auden

El poeta Auden consideraba que las siguientes disciplinas serían las deseables en el plan de estudios de una Universidad de Poetas. Adherimos.

1. Al menos una lengua antigua adicional, probablemente el griego o el hebreo, y dos idiomas modernos.

2. Aprender de memoria miles de versos de poemas en esos idiomas.

3. La biblioteca no tendría libros de crítica literaria, y el único ejercicio crítico sería escribir parodias.

4.Todos los alumnos cursarían prosodia, retórica y filología comparada, y tendrían que elegir tres de las siguientes materias: matemática, historia natural, geología, meteorología, arqueología, mitología, liturgia y cocina.

5. Cada alumno se ocuparía de criar un animal doméstico y cultivar un jardín o una huerta.

Podéis leer la nota completa de J. Pablo Bertazza en
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3708-2010-02-08.html

Jaime Gil de Biedma


Resolución
Resolución de ser feliz
por encima de todo, contra todos
y contra mí, de nuevo
-por encima de todo, ser feliz-
vuelvo a tomar esa resolución.

Pero más que el propósito de enmienda
dura el dolor del corazón.


**

No volveré a ser joven


Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-cómo todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.


J. Gil de Biedma. Las personas del verbo, Lumen, Barcelona, 1998.

La mirada de la infancia


No le es dado al hombre conocer a sus semejantes. Tampoco el conocimiento del niño que fue: fue niño pero lo olvidó, ha olvidado por completo la atmósfera interior de su infancia. Se trata, pues, de una pérdida de la memoria del tiempo de la infancia. Michaux habla de la mirada del niño:

Miradas de la infancia, tan particulares, ricas en no saber, ricas de extensión, de desierto, grandes por ignorancia, como un río que fluye (el adulto ha vendido la extensión por los hitos en el camino), miradas todavía no atadas, densas de todo aquello que se les escapa, plenas de lo todavía indescifrable. Miradas del extranjero... (...)

... el hombre ha sido niño. Lo ha sido mucho tiempo y, según parece, lo ha sido en vano. Algo de esencial, la atmósfera interior, un yo no sé qué que iba ligando todo, ha desaparecido y con ello todo el mundo de la infancia (...) el olor de la infancia está encerrado en nosotros (...) y es irrecuperable. (...)

Michaux ilustra esta pérdida definitiva con un magnífico ejemplo:

A los ocho años, Luis XIII hace un dibujo parecido al que hace el hijo de un caníval de Nueva Caledonia. A los ocho años, tiene la edad de la humanidad, tiene por lo menos doscientos cincuenta mil años. Algunos años más tarde los ha perdido, no tiene más que treinta y uno, se ha vuelto un individuo, nos es más que un rey de Francia, atolladero del que no saldrá nunca.

Alejandra Pizarnik, "Pasajes de Michaux", en Prosa completa, 3ªed., Barcelona, 2006.