Después de casi dos años de viaje por el mundo La omisión de la familia Coleman de Claudio Tolcachir, volverá a los escenarios porteños a partir del 21 de mayo. ¿Dónde se metió durante estos años esta familia numerosa? ¿Qué hay detrás de este regreso a su ciudad de origen?
Un poco de historia.
La omisión… vio luz como primera obra escrita por Tolcachir en agosto del 2005. El proceso de creación se caracterizó por esa absoluta libertad que define los primeros trabajos: meses de investigación improvisando con los actores para encontrar al personaje de un texto no escrito, suma dedicación a los detalles que constituyen la construcción del pensamiento y el comportamiento cotidiano y, por supuesto, los diferentes vínculos y sus modos de relacionarse. El argumento presenta a una familia: abuela, madre y cuatro nietos manteniendo una frágil y desorganizada convivencia. Roles alterados, responsabilidades ignoradas y muchas preguntas sin respuesta que alimentan distancias insalvables. La abuela enferma de pronto y la obligada exposición con el exterior revelará lo insostenible de sus vidas a cada personaje.
A la libertad de creación se sumaba el deseo de que la acción transcurriera en la sala Timbre 4, ubicada en el barrio de Boedo, al final de una casa chorizo, puerta con puerta con la casa del director. Una sala para cincuenta espectadores donde, antes de que la normativa de las habilitaciones comenzara a poner trabas a la experiencia creativa, llegaron a entrar, muy apretaditos y guiados por un imparable boca a boca que nunca cesó entre su público, hasta ochenta personas.
Esa sala, con sus paredes cubiertas por un empapelado que se caía a pedazos, se convirtió rápidamente en un personaje más de la obra. La entrada de público requería que la gente atravesara el espacio escénico para llegar a la platea. No sólo eso, el baño que muchos de ellos habían utilizado antes de sentarse, era el mismo que utilizaban los personajes. Por cierto, ese baño, tardó mucho en tener una cortina que salvara de miradas distraídas e indiscretas y más de un espectador debe recordar el caluroso aplauso con el que le recibieron sus amigos desde la platea cuando salió del baño. Muchos recordarán haber visto la obra sentados en una banqueta rosa que daba vueltas por ahí, acodados sobre la máquina de coser de Gabi. Y un amable e involucradísimo espectador de primera fila, quizá no haya olvidado el momento en el que levantó del piso la llave del auto del remisero para dársela en mano.
Como se supone que sucede en el mejor teatro, nunca hubo dos funciones iguales. El propio espacio, y hasta la utilería, parecían conspirar en ocasiones para que nada se mecanizara. ¿Cuántos vieron a Gabi tratando desesperadamente de barrer el relleno de gomaespuema de un cojín reventado o secar el agua de la pava que corría por el piso? ¿Había una bicicleta en el escenario o no? ¿Se fue la luz en algún momento?
¿Quién podría decir con absoluta seguridad cuáles de esos detalles estaban marcados y cuáles no? Algunos “incrédulos” han llegado a asegurar, paradójicamente, que los actores de La omisión… no actúan. Una afirmación, sin duda, controvertida e interesante. ¿Qué busca el público del teatro independiente? ¿Cuáles son sus expectativas cuándo se sientan en esas no siempre cómodas plateas? ¿Qué implica una buena actuación? Tranquilos, nuestro deber es hacer preguntas, no dar unívocas respuestas. Pero, por favor, piénsenlo.
Mucho se ha dicho y escrito sobre la familia y sus disfunciones en el teatro off desde aquel agosto de 2005. Muchos son los que siguen preguntando cuál es la patología de Marito, o a qué hace alusión el título de la obra. Después de cinco años, por suerte, nadie ha encontrado una respuesta que satisfaga a todos.
Un poco de mundo.
El éxito de crítica y público en Buenos Aires fue rotundo. La pequeña e improvisada boletería de Timbre 4 pronto se acostumbró a no dar abasto. Las entradas se compraban con un mes de antelación, se hacían seis funciones semanales… Y comenzaron las invitaciones a festivales.
Brasil, Bolivia, Estados Unidos, Francia, España, Chile, Colombia, Costa Rica, Irlanda, Bosnia Herzegovina… y la lista sigue.
Hubo un temor inicial: ¿Qué pasaría al trasladar la intimista propuesta a otras salas? ¿Funcionaría con un decorado tradicional? ¿Qué cambiaría para el público? ¿Y para los actores? Dos años de viajes han proporcionado tantas experiencias como respuestas.
La omisión… estuvo en el teatro Solís de Montevideo y en el Lliure de Barcelona, por citar tan sólo dos de los espacios más diferentes a Timbre 4. El primero, un gran teatro a la italiana con capacidad para más de mil personas y, el segundo, cuenta entre sus instalaciones con el espai lliure, sala para ciento setenta y dos espectadores distribuidos en tres frentes. ¿Cómo se adaptó la puesta en estos casos?
En gira la obra se sirve de la eficaz y sencilla puesta de luces de Omar Possemato. En el primer acto, la casa ocupa todo el escenario, el patio real se delimita mediante una luz amarillenta y en la penumbra, ubicados con sillas de madera, se disponen la cocina y el baño, esos lugares que en la sala porteña el espectador incorporaba físicamente. Durante el segundo acto, manteniendo la puesta original, la casa desaparece en la oscuridad y el hospital se instala bajo una luz blanca, más fría, ocupando algo menos de la mitad del escenario.
Esta fue la puesta que pudo verse en el Solís; en el caso del espai lliure, donde por primera vez se encontraron con la peculiaridad de los tres frentes, hubo que modificar algunas entradas y salidas y reposicionar sutilmente muchas de las posiciones de los actores.
Los que han tenido oportunidad de ver la obra en Timbre 4 y en cualquier otra sala, han podido apreciar que las diferencias son fundamentalmente técnicas y que, aunque la teatralidad se refuerza para habitar un escenario sin paredes con escasa escenografía, las modificaciones sobre la puesta original son mínimas. La brillante vitalidad de las interpretaciones logra que el público, no sólo disfrute y se involucre con lo que los personajes cuentan, si no que participe activamente asimilando el espacio vacío y las elipsis temporales que sostienen el avance del conflicto en el segundo acto.
Un poco más.
Ahora que sabemos que La omisión de la familia Coleman está de regreso, la pregunta es: ¿hay algo nuevo? Y la respuesta es: mucho. Para empezar, estrenarán casa. Timbre 4 ha crecido mucho en estos cincos años e inaugura ahora un nuevo espacio para el teatro independiente, una sala para ciento ochenta espectadores, ubicada en la calle México, pared con pared con la que fuera su primera sala sobre Boedo. Si aquello supo ser una fábrica de zapatos al fondo de un PH, el nuevo lugar tiene historia como fábrica de sillas y resulta tan impresionante que bien amerita una visita. Sin duda alguna, la actividad artística y cultural de Boedo está de enhorabuena.
M. Trigo.
La omisión de la familia Coleman. Autor y director: Claudio Tolcachir.
Con: Araceli Dvoskin, Miriam Odorico, Lautaro Perotti, Inda Lavalle, Tamara Kiper, Diego Faturos, Gonzalo Ruiz y Jorge Castaño.
Teatro Timbre 4. http://www.timbre4.com/
A partir del 21 de mayo.