Ojalá las paredes gritaran







Sigue ahí. La Buenos Aires de ficción, la ingobernable, la que (re)escribe el mito y trabaja en los bordes sin saberse a ciencia cierta dentro o fuera de un sistema prometido. Sigue ahí, al alcance de los zahoríes de lo distinto, de la otra cosa, del algo más. Sigue laberíntica. Disimula pero no se esconde. Siempre abre. Donde menos se espera hay otro umbral donde la vida se enrarece. Divina convención, pacto de amor, secreto y a los gritos, con un espectador desconocido que quién sabe por qué llega a esa causa. Qué son nuestras obras sino eso, causas abiertas. Procesos que se inician y mantienen durante tiempos insólitos, búsquedas de un no sé qué donde encontrar los modos de seguir siendo lo que alguna vez soñamos, modos de activar el mecanismo que ese nuevo trabajo, ese y sólo ese, nos permite. Probarlo, ver qué pasa cuando alguien se suma a ese juego que hasta hace nada, semanas, meses, era tan privado como íntimo.

Ojalá las paredes gritaran viene a recordarnos todo eso en un momento en el que impera un más que justificado desánimo en el ámbito de la producción teatral. Inundados de ciclos, funciones únicas y obras efímeras, salvando el pan de hoy para mañana, se hace difícil afrontar proyectos de largo aliento. Eso vemos, comentamos y repetimos, pero por suerte, cada tanto, alguien rompe el círculo vicioso de la escasa expectativa. Después de un año de investigación y ensayos, se nos invita a conocer una propuesta en el lugar donde fue gestada: una casa de Colegiales cuyo diseño y arquitectura se explora estéticamente, proporcionando vitalidad y dinamismo a su relectura de Hamlet.

El clásico se aborda con desprejuicio, humor y sin solemnidades. Se contextualiza en un posible presente inmediato, los personajes mantienen su conflicto original pero carecen de certezas. Hamlet es un adolescente malcriado, un niño bien con su edipo a cuestas e hipersensibilidad creativa. Gertrudis es la joven viuda, madre intensa, torpe y desmedida, que no acierta a entender los arrebatos de su hijo. Claudio encarna la ambición pero también cierta soberbia porteña inconfundible que arranca rotundas carcajadas en platea. Junto a ellos, un Polonio que aspira al reconocimiento de su eficacia, una lánguida Ofelia, existencialmente “apagadita”, y un joven Horacio, amigo cómplice y testigo de lo que podría ser una de tantas broncas familiares donde las cosas terminan mal.

La dirección de Paola Lusardi rescata las continuidades del clásico, pero ironiza sobre los valores que lo sostienen y reescribe a su antojo. El eterno ser o no ser está en el aire pero no cae, el fantasma paterno se materializa pero no se nombra, Hamlet acosa a sus parientes con la intensidad dialéctica que lo define, pero la venganza no es tanto una misión como un deseo, el deseo de tener razón quizá, de que se la den, deseo que habla mucho de la juventud que aún gasta y padece.

Negándonos a desvelar aciertos, nos limitaremos a señalar que a medida que se acumula lo inevitable del relato, se destacan los hallazgos de la puesta para darle una vuelta de tuerca tanto a la dramaturgia como al uso del espacio y a la mixtura de códigos interpretativos que alternan organicidad e histrionismo con solvencia, permitiendo un final coreográfico y expresionista que sintetiza, resuelve y actualiza poéticamente el final por todos conocido. 

La dirección trabaja un verosímil frágil que una y otra vez se quiebra haciendo partícipe al público de los mecanismos que lo facilitan. Nos invitan a (de)construir con ellos la obra y eso, sin duda, es una de las claves de su disfrute. Hay una arqueología lúdica, una búsqueda compartida donde nada queda delimitado de modo unívoco. Hamlet está ahí, sucede, hoy podría ser algo parecido a todo esto, nos dicen, pero esto, en definitiva, es apenas la versión conquistada en esta hora y media junto a ustedes. Ojo, su viaje comenzó hace más de un año, aunque recién ahora descubran dónde pueden llevarnos. 

La obra cuenta con otro aliciente, sus horarios determinan una puesta diurna o nocturna. El detalle no es menor dada la importancia del espacio en la puesta. Ténganlo en cuenta los amantes de la diferencia. 


Ojalá las paredes gritaran

Actúan: Julián Ponce Campos, Augusto Ghirardelli, Santiago Cortina,
Martín Gallo, Antonella Querzoli, Mariana Mayoraz.
Producción: Matías Macri, Ariadna Mierez, Marian Vieyra
Asistente de dirección: Leila Martínez
Dirección: Paola Lusardi

Domingos 14 hs ~ Lunes 21 hs 
Reservas a ojalalasparedesgritaran@gmail.com