El refugio de los invisibles








Son muchos quienes persiguen el sueño de crear una obra escénica donde todos y cada uno de los elementos que la constituyen se exploren en profundidad hasta adquirir una poética en la que habite un sólido sistema de forma y sentido tan multidisciplinar como integrado que permita abordar una temática social compleja y omnipresente. Así podrían resumirse las buenas intenciones que asfaltan el camino al infierno de muchas creaciones. Sin embargo, cada tanto, aparece una propuesta donde todo esto se logra, los objetivos se cumplen y, si la pieza madura frente al público, es decir, si el boca en boca le permite mantenerse durante el tiempo preciso para profundizar sobre sí misma, la búsqueda se transforma en una cita inquietante con la historia, la política y el arte como espacio donde esos gallos de pelea rinden su desmedido cuerpo a cuerpo. La metáfora la sirve en bandeja El refugio de los invisibles, de Catalina Briski cuando un solo de danza de María Kuhmichel sintetiza el devenir absurdo de la humanidad sobre la incierta geografía  del mundo. Su cuerpo se abre a la naturaleza salvaje de un tema folclórico y ahí, en esa lucha tan hipnótica como vital,  contemplamos durante unos minutos nuestro reflejo exhausto. 

La obra de Briski se aproxima al imaginario de los exiliados,  inmigrantes o  refugiados. Demasiada terminología diferencial para etiquetar a millones de personas a la deriva. Víctimas anónimas de los acontecimientos que, sobreadaptándose a las peores circunstancias, avanzan sin saber hacia dónde o hasta cuándo. La apuesta estética de la dirección cuida mucho de no determinar con exactitud un tiempo histórico. Resuena una Europa de entreguerras, pero también es fuerte el eco de la II Guerra Mundial y de los inmigrantes recién llegados a aquella América donde aún se soñaba. Existe una continuidad inevitable con el presente puesto que poco y nada parece haber cambiado en nuestras formas de exterminio. 

La puesta en escena en esta cuarta temporada incorpora con acierto las posibilidades de un espacio no convencional, el Teatro del Perro. Los recovecos y el deterioro se incorporan como la mejor de las escenografías junto a una puesta de luces expresionista y bien ritmada que facilita la fragmentación de un poema visual que no precisa narrativa ni diálogo. La dramaturgia prescinde, no de la palabra, sino del idioma conocido y dota a los personajes de una lengua otra, amalgama plausible de hermosa sonoridad, donde sobreentendemos lo que deseamos. Se deposita en el público la ambiciosa confianza de que (re)construyamos con ellos la vivencia de lo no dicho y no visto que, sin embargo, debiera forma parte de nuestra memoria atávica. 

Un gran trabajo donde cada rubro destaca y los intérpretes despliegan con generosidad su excelencia técnica. La música en vivo de Tomás Melillo incorporado como personaje trasciende la función de acompañamiento y adquiere un protagonismo relevante. Alcanza momentos de alta intensidad plástica y favorece el avance de la acción. Los temas elegidos apuestan por un entendimiento mutuo: la música es lo más parecido a un lenguaje universal.

A solo cuatro meses de lo que fuera el lamentable espectáculo de inauguración del pasado FIBA donde un montaje de cuyo nombre no quiero acordarme deslucía un presupuesto sin hipótesis, poética o riesgo alguno, El refugio de los invisibles reconcilia con lo inabarcable de ciertas temáticas. La humanidad como perpetuo daño colateral en un mundo donde impera la sinrazón del más fuerte, no será nunca un tema trascendido. Encontrar el impulso para volver a reflexionar desde la práctica sobre eso cuantas veces sea necesario quizá sea una de las pocas misiones lúcidas del arte. 

La compañía elige que las funciones sean a la gorra. Una práctica cada vez más habitual en el estado de emergencia cultural en que estamos. La sala, afortunadamente, estaba llena.

 

El refugio de los invisibles
 
Idea: Catalina Briski
Actúan: Mariela Bonilla, Ramiro Cortez, María Kuhmichel, Ignacio Monna
Vestuario y escenografía: Estefanía Bonessa
Video: Antonella Casanova
Composición y música en vivo y composición: Tomas Melillo
Fotografía: Federico Perez Gelardi
Diseño gráfico: Julia Vela
Asistencia general: Camila Labaig, Manuela Vanni
Prensa: Noralia Savio
Producción: Casandra Velázquez
Dirección: Catalina Briski

ÚLTIMA FUNCIÓN: 26 de abril, 23.30h
Teatro del Perro.
Bompland 800