Analía Medina



Escritora
Forma parte del colectivo literario 
Las Claudias


¿Cómo te definís profesionalmente?
En estado de imaginación permanente. Enquilombada e inestable.
¿Sabés por qué te dedicás a esto?
Inventar historias es lo que más me gusta desde que tengo memoria. Soy un queso en todo lo demás (sobre todo en matemática).
¿Qué disciplinas resultaron fundamentales en tu formación?
La literatura, el cine, el dibujo, la música y la filosofía.
¿Qué es lo más útil que te ha enseñado tu trabajo?
Que serán pocas las veces en que me iré a dormir tranquila con la satisfacción del trabajo terminado. No se puede hacer todo
¿Y lo más hermoso?
Que el proceso creativo debe ser algo parecido a la felicidad.
¿Cuáles considerás que son tus principales fuentes e influencias creativas?
Me nutro mucho de todo lo que me rodea: desde un viaje en colectivo hasta una telenovela ochentosa. Tomo mucho del fútbol. El cine es un gran inspirador: la idea del que  creo es mi mejor cuento a la fecha surgió luego de ver 2046, de Won Kar Wai. (Yo le digo “Wonkar”, a modo cariñoso).
¿Qué es lo que más te duele a la hora de ejercer tu vocación?
No tener tiempo suficiente para leer, escribir, dibujar todo lo que quiero. Me resultan frustrantes los días en que me voy a dormir sin haber leído nada, por ejemplo.
 ¿Cuántos proyectos te esperan ahora?
Muchos, siempre. Con Las Claudias presentamos un libro y ya estamos trabajando en uno nuevo. De a poco estoy retomando la ilustración y ojalá venga de la mano de mi primer libro “solista”, una cuenta pendiente.
¿Cuál es el proyecto al que dedicaste más tiempo hasta la fecha?
A la puesta de PELOS, una lectura performática que hicimos con Las Claudias en 2014.
¿Cómo lo recordás? ¿Qué hubo de bueno y de malo?
Lo recuerdo como una enseñanza enorme. El resto de Las Claudias no sólo son amigas y compañeras de proyecto; admiro a cada una de ellas, aprendo con ellas constantemente. La preparación de Pelos, fue agotadora por momentos, sí; pero cuando salimos a la cancha nos sentimos el Barça.
¿Vivís de lo que amás o tenés otra actividad que ayuda a pagar las cuentas?
No vivo de lo que amo. Trabajo en una oficina en microcentro liquidando impuestos a escribanos. Con eso pago cuentas y libros, muchos libros.
¿Con qué otras artes te relacionas habitualmente?
Con el dibujo. Cuando sea grande quiero ser historietista.
¿Qué es lo más absurdo que has hecho por amor al arte?
Mandar un poema recontra cursi y recontra dedicado a “esa persona” que todo el mundo sabía menos él, a un concurso de la escuela en 4to. año, ganarlo y tener que leer esa cosa en un acto. La pregunta dice lo más absurdo, no lo más vergonzoso, pero bueno, me acordé de esto.
¿Qué estás leyendo?
Santoral de Acheli Panza y Los Manifiestos Surrealistas de André Breton. Un bardo.
¿Qué autores recomendás siempre?
Cortázar, Silvina Ocampo, Manuel Puig, Felisberto Hernández desde el Olimpo. Dentro de los terrenales: Juan Diego Incardona (mi maestro), Leonardo Oyola, Mariana Enriquez, Pedro Mairal y como dicen en las entregas de premios “seguro me estoy olvidando de alguno”.
¿Qué películas volvés a ver una y otra vez?
El Padrino I y II (la III me entristece); Alta fidelidad, El diario de Bridget Jones, Orgullo y PrejuicioSensatez y SentimientosPerdidos en Tokio,  Casi Famosos,  Esperando la Carroza.
¿Qué artistas – de cualquier ámbito - te resultan imprescindibles?
Quino, Julio Cortázar, Frida Khalo, Francis Ford Coppola, Meryl Streep, Nietzsche, Piazzola, Julio Bocca, Maradona, Messi, entre otros muchos.
¿Qué buscás en la gente con la que elegís laburar?
Que se apasionen igual que yo con cada proyecto y que hagan del proceso algo placentero; que podamos trabajar y divertirnos.
¿A qué profesionales de tu ámbito seguís de cerca?
Me gusta seguir los proyectos individuales de Las Claudias. Estoy esperando ansiosa un libro de Maca Trigo. Cuando me cruzo a Leo Oyola le pregunto cuándo sale su próxima novela. Leí dos novelas de Sebastián Robles y estaré pendiente de la que siga.
Con los ciclos de lectura y las redes sociales pude conocer a mucha gente del ámbito literario y me gustaría seguir a muchos más pero a veces el tiempo no me da.
 ¿Con quién hablás sobre tu trabajo? ¿Pedís consejo o asesoramiento a alguien de confianza?
Hablo bastante con mis compañeras de Las Claudias y con Héctor Di Gloria , un amigo escritor con el que siempre nos consultamos.
¿Pedís subsidios para tus proyectos? ¿A qué instituciones?
Aún no lo hice.
¿Por qué vivís en Buenos Aires?
Porque nací acá y la amo.
¿Sentís que tenés un sistema personal de trabajo?
Soy caótica. No tengo nada muy organizado. Mis tiempos de escritura propiamente dichos son cortos, porque cuando me siento frente a la computadora es que tengo algo bastante cerrado. Puede haber música de fondo o una la tele prendida pero no me perturba.
No soy de anotar ideas. En mi cabeza sí escribo todo el tiempo; veo historias permanentemente y las redacto. Tengo pensamientos redactados. 
¿Qué hay en tu lista de cosas pendientes?
Muchas cosas. Escribir dos proyectos: uno sobre fútbol y otro sobre canciones. Conocer París y Londres. Bajar de peso.
¿Qué es lo que más te preocupa en tu futuro?
No cumplir ninguna de las cosas pendientes de la lista anterior y la muerte.
¿Qué hacés cuando no estás trabajando?  
Miro tele, generalmente series, leo y me gusta mucho dormir.
¿Si no te dedicaras a esto qué estarías haciendo?
Supongo que teatro y/o canto. No me imagino haciendo nada fuera de lo artístico.

Corazón moscovita

Hace unas semanas leí varias veces una nota de Eduardo Velasco que hablaba sobre la precariedad de las salas alternativas madrileñas. Resumía el panorama así:

"Hagan las cuentas: ¿Es posible producir un espectáculo con 10 personas en el escenario y 1 técnico en una sala con un aforo de público de 60 como máximo al 50% de taquilla después de restarle el 21% de IVA y el 10% de autores a la recaudación? La mayoría de las veces incluso los actores tienen que autofinanciar la producción poniendo dinero de su bolsillo. Empiezan a darse casos en los que estamos pasando de trabajar gratis a pagar por trabajar. Porque os garantizo que llenar una sala que tenga 60 butacas de aforo no es nada fácil con la gran oferta que hay hoy en día. A mi personalmente, me supone un estrés tener un fin de semana libre e intentar ver el trabajo de otros compañeros, es imposible verlo todo por tiempo y por dinero. Otro día hablaremos también de esta moda de hacer cosas para que nos veamos entre nosotros mismos, a veces tengo la sensación de que estamos convirtiendo el teatro en una boda de pueblo, donde si no vas a la de tu vecino, éste no irá a la de tu hijo".


Insisto en que la leí varias veces. Me costaba disociar las contradicciones. Por un lado, saber que hay más de cien salas independientes en la capital de España, me sorprendía y alegraba. Por otro, leer que allá y acá, los políticos presumen de una oferta cultural que no favorecen, me invitaba a aceptar que la cosa está mal hecha y peor entendida en todos lados. Y sin pretender consolarme con "mal de muchos..." quería, me esforzaba, en ver dónde comienza a pudrirse todo. Obviamente, no lo conseguía. El párrafo de Velasco bien podría describir el panorama porteño. La única diferencia que se aprecia sobrevolando el Atlántico es que en España la precariedad es reciente y acá viene de hace tanto que pareciera endémica. Para el caso español parece que hay unas cuantas iniciativas que ayudarían a mejorar el panorama. Medidas que implican modificaciones legales y económicas. Suenan bien y hasta posibles (recomiendo que lean la nota, es breve y muy clara), y si acá se aplicaran medidas similares todos estaríamos mejor, por supuesto. 

Hasta ahí me daba el esfuerzo aplicado a la razón. Después, como siempre, venía el corazón a revolverlo todo y la experiencia de diez años en Buenos Aires a despeinarme la sensatez. Porque no. Porque por más parecido que suene panorama, su consistencia no puede ser más distinta. Porque sabemos que cualquier precariedad europea acá nos da risa. Porque "pagar para trabajar" en el teatro independiente acá es el pan común. Y siempre fue así, dicen. En diez años acá no he hecho más que producir mis propias obras y rodearme de equipos talentosos que aceptaron trabajar conmigo sin cobrar, ni de lejos, algo parecido a lo que su trabajo merecía. Lo hacemos todos. Y no por amor al arte. Con suerte es por amor a esa gente con la que elegís laburar. Eso ya es mucho y compensa esta subsistencia de "economía bizarra", como dice Kartun. También lo hacemos porque estamos convencidos de que el movimiento se demuestra andando, de que para hacer hay que hacer. Solo así te equivocás lo suficiente como para aprender algo. Lo hacemos porque somos muchos y en el medio de tantos la locura de nuestra causa individual se torna colectiva y se llena de sentido. 

(Che, Kodama, permiso, parafraseo a tu chico ahora). Me siento más orgullosa de las obras que he visto, que de las que he hecho. Siempre fue la obra de algún otro la que me recordó qué es el teatro, cuánto puede hacer por mí y qué valor tiene para el mundo. También fueron obras ajenas las que me dieron ganas de actuar o dirigir. Ojalá mi humilde aporte haya logrado algún instante así para alguien. Sea como fuere, nunca olvido lo que escribió Ure, el teatro es pese a nosotros. No nos necesita. 

Todo esto viene a lo que sigue. Moscú Teatro. 

Moscú es un espacio que hicieron posible Francisco Lumerman y Lisandro Penelas hace ya varios años. Primero fue escuela itinerante, luego ubicó sede en Villa Crespo y este año el espacio dio el paso de sumarse a la larga lista de salas independientes de esta ciudad desmedida. Una más. Una más que funciona a pulmón y que se mantiene por el trabajo intensivo, obsesivo y amoroso de sus creadores. Una más que se nutre de sueños y subsiste le pese cuánto le pese al sistema. Una más a la que muchos tardarán años en llegar porque hay tantas, tanto, por todos lados... 

Conociendo Moscú escuela, recomendándola por la calidad de sus docentes, escuchando la satisfacción con la que los alumnos se forman, habiendo observado su crecimiento progresivo y dedicado en los últimos años, estas últimas semanas fue un placer asistir como público a los últimos estrenos de sus directores. El amor es un bien, de Lumerman y El amante de los caballos, de Penelas. Entre las infinitas posibilidades de su creatividad, se dio esta hermosa conjunción. Dos piezas exquisitas que habitan y transforman lo que hasta hace nada era un aula demostrando una vez más que el hecho teatral, cuando sucede, es un prodigio que solo precisa de hacedores. Entiéndase, todos los ingredientes están presentes: hay texto, escenografía, luces, música... pero en realidad todas esas cosas parecieran estar ahí solo para recordarnos que podrían no estar y el milagro acontecería de igual modo. Las dos propuestas son lo que en música sería piezas de cámara, obras para un grupo reducido de instrumentos. En este caso, actores. Afinadísimos todos. 

El amor es un bien, versiona Tío Vania contextualizando en la inmediatez el conflicto y la fragilidad de sus personajes. El elenco - Manuela Amosa, José Escobar, Diego Faturos, José María Marcos y Rosario Varela - mantiene organicidad coral asumiendo las fracturas impuestas desde la dirección al verosímil para explorar una teatralidad próxima y despojada que se permite dialogar con el público, generando una poética intimista donde somos, por momentos, una suerte de confesor de sus desvelos. 




En El amante de los caballos, Penelas adapta un relato de Tess Gallagher y lo convierte en un unipersonal donde Ana Scannapieco vuelve a fascinarnos con la creación de una criatura que encarna la síntesis de un árbol genealógico dominado por las pasiones. Una mujer que asume y trasciende el pasado de su padre y su abuelo. Sirviéndose de una gestualidad codificada y sutil la actriz consigue mimar y mimetizar la esencia de un caballo. No hay traducción que haga justicia a lo que logra, así que los invito a verla. 

Por esas interferencias que se producen entre la poesía y el sistema, las funciones de El amante de los caballos se están presentando hasta el momento como ensayos. Las idas y venidas en el trámite de la cesión de los derechos del cuento de Gallagher llevan casi un año de confusión y peregrinaje al que, afortunadamente, Penelas, contactando en persona con la agencia de la autora en Londres, está por poner fin. Dada la complejidad geográfica, bancaria y existencial que caracteriza este punto del planeta, parece que finalmente un pariente del director que vive en Alemania podrá hacer que la autora reciba la plata que le corresponde en su cuenta. Menciono el periplo porque no resulta para nada menor que el profundo deseo de crear una obra propia a partir de un cuento de otro implique el esfuerzo de ahorrar en dólares para pagar los derechos pertinentes y, además, enfrentarse a un estreno oficial postergado durante meses por fallos de la matrix. Nos consolamos del desvarío kafkiano pensando que estas cosas, seguro, también pasan en España. 

Me consta que el proceso creativo de estas dos obras ha sido largo y que su realización tiene más que ver con la suma de múltiples deseos e intenciones que con cualquier posible recompensa económica. El pago de horas de ensayo para los actores se llevaría, sin duda, gran parte de cualquier presupuesto de producción. Estoy segura de que Lumerman y Penelas se encuentran más que felices al poder presentar en sala propia el fruto de tantísimo trabajo. Son infinitos y, en ocasiones, muy frágiles, los factores que determinan que obras como estas vean o no la luz. 

Sintámonos afortunados. Por poder verlas en esta ciudad, en este país, en este mundo. Demos gracias porque hay mucho creador irreductible dando vueltas, luchando por sobrevivir, para que todos podamos recordar, cada tanto, una vez más, qué era lo que merecía la pena de todo este quilombo. Eso sí,  mientras agradecemos, sigamos pensando cómo logramos que nuestro trabajo sea tan digno como cualquier otro. Todos los trabajos en todo el ancho mundo. 


El amor es un bien

Actúan: Manuela Amosa, Jose Escobar, Diego Faturos, José María Marcos, Rosario Varela
Diseño de escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez
Diseño de luces: Ricardo Sica
Diseño gráfico: Martín Speroni
Asistencia de dirección: Ignacio Gracia
Prensa: Luciana Zylberberg
Producción ejecutiva: Zoilo Garcés
Texto y dirección: Francisco Lumerman

Sábados 23h y domingos 17.30h


El amante de los caballos

Sobre textos de: Tess Gallagher
Actúan: Ana Scannapieco
Vestuario y escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez
Diseño de luces: Soledad Ianni
Fotografía:
Ariel González Amer
Diseño gráfico: Martín Speroni
Asesoramiento coreográfico: Sabrina Camino
Asistencia de dirección: Julieta Timossi, Ricardo Vallarino
Prensa: Luciana Zylberberg
Adaptación y dirección: Lisandro Penelas

Sábados 20.30h

MOSCÚ TEATRO
Camargo 506

"El arte como ansia de lo ideal". Tarkovsky.

"El arte surge y se desarrolla allí donde hay ese ansia eterna, incansable, de lo espiritual, de un ideal que hace que las personas se congreguen en torno al arte. El arte moderno ha entrado por un camino errado, porque en nombre de la mera autoafirmación ha abjurado de la búsqueda del sentido de la vida. Así, la llamada tarea creadora se convierte en una rara actividad de excéntricos, que buscan tan sólo la justificación del valor singular de su egocéntrica actividad. Pero en el arte no se confirma la individualidad, sino que ésta sirve a otra idea, a una idea más general y más elevada. El artista es un vasallo que tiene que pagar los diezmos por el don que le ha sido concedido casi como un milagro. Pero el hombre moderno no quiere sacrificarse, a pesar de que la verdadera individualidad sólo se alcanza por medio del sacrificio. Nos estamos olvidando de ello y así perdemos también la sensibilidad para nuestra determinación como hombres.
Si hablamos de inclinarse hacia la belleza, de que la meta del arte, surgido por el ansia de lo ideal, es precisamente ese ideal, no quiero decir con ello que el arte debe evitar el «polvo» de lo terreno… Todo lo contrario: la imagen artística es siempre un símbolo, que sustituye una cosa por otra, lo mayor por lo menor. Para poder informar de lo vivo, el artista presenta lo muerto, para poder hablar de lo infinito, el artista presenta lo finito. Un sustitutivo. Lo infinito no es materializable, tan sólo se puede crear una ilusión, una imagen". (...)
"El arte es un metalenguaje, con cuya ayuda las personas intentan avanzar la una en dirección a la otra, estableciendo comunicaciones sobre sí mismas y adoptando las experiencias ajenas. Pero tampoco esto se hace por una ventaja práctica, sino por la idea del amor, cuyo sentido se da en una capacidad de sacrificio enteramente contrapuesta al pragmatismo. Sencillamente, no puedo creer que un artista esté en condiciones de crear sólo por motivos de «autorrealización ». La autorrealización sin la mutua comprensión carece de sentido. La autorrealización en nombre de una unión espiritual con los demás es algo atormentador, que no aporta ningún provecho y que en definitiva exige grandes sacrificios de uno mismo. ¿Pero es que no compensa escuchar el propio eco?"