Es la obra con la que se estrena el actor Gonzalo Ruiz como dramaturgo y director. ¿Y qué hay tras ese título poético? En primer lugar, uno de esos trabajos independientes del off que nos recuerdan como pueden ser las cosas cuando el entusiasmo, el oficio, la honestidad y el compromiso están presentes. No es fácil encontrar todos esos ingredientes juntos y, como público, se agradece infinitamente el interés puesto en algo personal tratado con mimo para hacerlo universal.
La historia: Tres niños crecieron juntos. Una mujer, Babila, los unió y los separó con la llegada de un cuarto niño. O quizá no, no fue eso, no fue sólo eso, nada está muy claro, nada fue tan sencillo. Años después se reencuentran en la casa de provincia que un día fue suya para enterrar a la mujer que entrelazó sus destinos. Allí sigue el último de ellos, el cuarto en discordia.
¿Cómo se vuelve a los rincones de la infancia? ¿Qué sucede en esa primera adolescencia que nos cambia para siempre? ¿Cuándo nos convertimos en adultos asustados y llenos de dudas? ¿Sabemos algo de los otros realmente? Apuntes para volverse a ver, nos lleva a reflexionar entre risas y situaciones un tanto bizarras traídas por la noche y unos muy peculiares vecinos del campo, sobre esa rara y reiterada posición en la que todos estamos cuando se trata de entender un pasado compartido. Y nos deja intuir que, aunque nunca se tengan todas las piezas de una historia ni podamos conocer verdaderamente al otro, esos misterios que nos nutren, por más que nos pesen, acaso nos fortalezcan.
Destaca brillantemente la dirección de actores en su conjunto y la cálida y rotunda presencia de Isidoro Tolcachir aportando un muy equilibrado contraste con el joven elenco.
Sin duda, una buena cita para la noche del viernes.
Con: Lorena Barutta, Nadia Marchione, Alejandro Lifschitz, Agustin Scalise e Isidoro Tolcachir.
Escenografía: Sol Soto.
Iluminación: Omar Possemato.
Fotografía y diseño: Guadalupe Ruiz.
Asistente de dirección: Maria Florencia Savtchouk.
Dramaturgia y dirección: Gonzalo Ruiz.
Viernes, 23.30 en Timbre 4. Boedo 640.
Reservas en: www.alternativateatral.com y www.timbre4.com.
Alabanza a la papa
Fragmento de Alabanza a la papa, un clásico entre los documentales apócrifos argentos.
Responsables: I. Masllorens y A. Mendilaharzu.
Lo que sé. Dennis Hopper (1936 - 2010)
Debería haber muerto diez veces. He pensado mucho en eso. Es un absoluto milagro que yo siga por acá.
A pesar de todas las drogas que consumí, yo fui en realidad un alcohólico. En serio: sólo tomaba cocaína para poder ponerme sobrio y seguir tomando. Mis últimos cinco años de bebida fueron una pesadilla. Me tomaba dos litros de ron, 28 cervezas por día, y tres gramos de coca para poder seguir andando. Y creía que me estaba yendo bien sólo porque no estaba arrastrándome borracho por el suelo.
(...) Yo crecí en el Dust Bowl (la pradera americana llamada así en los años ’30 por las tormentas de polvo) y la primera luz que vi fue la de una sala de cine. Mi abuela llenaba su delantal de huevos y caminábamos unos cuantos kilómetros hasta Dodge City. Una vez ahí, ella vendía los huevos y comprábamos entradas para el cine.
Cuando filmé Rebelde sin causa, venía de interpretar Shakespeare en el viejo Globe Theater de San Diego. Tenía 18 años y creía que era el mejor actor del mundo. Y entonces lo vi a James Dean. Fue el mejor actor que vi jamás. Estaba tan avanzado... Yo estaba haciendo lecturas de líneas y gestos, y él vivía en el momento. Yo quería saber qué era eso que él hacía. Y me dijo: “Simplemente empezá a hacer las cosas, no las muestres. Fumá el cigarrillo, no actúes como si fumaras un cigarrillo. Tomate el trago, no hagas como que tomás el trago”. De alguna manera todo empezó ahí. (...)
Sam Peckinpah era un tirano. Pero cuando uno está en un set, como solía decir Henry Hathaway, “eso era charla de sobremesa, muchacho, charla de sobremesa. ¡Ahora estamos haciendo películas!”. Cuando estabas en el set, se convertía en algo diferente. Hathaway era un gran tipo para ir a cenar con él. Peckinpah también era maravilloso para pasar el rato. Pero a la hora de filmar, eran tiranos. Y ésa era la manera en que funcionaba y ésa es la manera, muy honestamente, en que debe ser. Si no les tenías respeto, eran capaces de asustarte hasta que lo tuvieras. (...)
Cuando hice Terciopelo azul acababa de salir de rehabilitación, llevaba sobrio menos de un mes. Entonces hice ese papel, y de ahí pasé a interpretar un papel de alcohólico en Hoosiers, y luego hice de dealer en River’s Edge. Esas fueron mis tres primeras películas estando sobrio. Lo llamé a David Lynch y le dije: “Hiciste lo correcto al elegirme, porque yo soy Frank Booth”.
Hacer Super Mario Bros fue una verdadera pesadilla. Cuando la vio mi hijo, que tenía 6 o 7 años, me dijo: “Papá, creo que probablemente sos un muy buen actor, pero ¿por qué interpretaste a King Koopa? Es un tipo muy malo, ¿por qué quisiste interpretarlo?” Le dije: “Bueno, para que puedas tener zapatos”. Y él me dijo: “No necesito zapatos”. (...)
Soy tan sólo un chico de clase media que creció en una granja en Dodge City, y mis abuelos sembraban trigo. Para mí la pintura, la actuación, la dirección y la fotografía eran todo parte de la experiencia de ser un artista. E hice mi dinero de esa manera. Y me divertí un poco. No ha sido una mala vida.
Nota completa en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-6216-2010-06-08.html
A pesar de todas las drogas que consumí, yo fui en realidad un alcohólico. En serio: sólo tomaba cocaína para poder ponerme sobrio y seguir tomando. Mis últimos cinco años de bebida fueron una pesadilla. Me tomaba dos litros de ron, 28 cervezas por día, y tres gramos de coca para poder seguir andando. Y creía que me estaba yendo bien sólo porque no estaba arrastrándome borracho por el suelo.
(...) Yo crecí en el Dust Bowl (la pradera americana llamada así en los años ’30 por las tormentas de polvo) y la primera luz que vi fue la de una sala de cine. Mi abuela llenaba su delantal de huevos y caminábamos unos cuantos kilómetros hasta Dodge City. Una vez ahí, ella vendía los huevos y comprábamos entradas para el cine.
Cuando filmé Rebelde sin causa, venía de interpretar Shakespeare en el viejo Globe Theater de San Diego. Tenía 18 años y creía que era el mejor actor del mundo. Y entonces lo vi a James Dean. Fue el mejor actor que vi jamás. Estaba tan avanzado... Yo estaba haciendo lecturas de líneas y gestos, y él vivía en el momento. Yo quería saber qué era eso que él hacía. Y me dijo: “Simplemente empezá a hacer las cosas, no las muestres. Fumá el cigarrillo, no actúes como si fumaras un cigarrillo. Tomate el trago, no hagas como que tomás el trago”. De alguna manera todo empezó ahí. (...)
Sam Peckinpah era un tirano. Pero cuando uno está en un set, como solía decir Henry Hathaway, “eso era charla de sobremesa, muchacho, charla de sobremesa. ¡Ahora estamos haciendo películas!”. Cuando estabas en el set, se convertía en algo diferente. Hathaway era un gran tipo para ir a cenar con él. Peckinpah también era maravilloso para pasar el rato. Pero a la hora de filmar, eran tiranos. Y ésa era la manera en que funcionaba y ésa es la manera, muy honestamente, en que debe ser. Si no les tenías respeto, eran capaces de asustarte hasta que lo tuvieras. (...)
Cuando hice Terciopelo azul acababa de salir de rehabilitación, llevaba sobrio menos de un mes. Entonces hice ese papel, y de ahí pasé a interpretar un papel de alcohólico en Hoosiers, y luego hice de dealer en River’s Edge. Esas fueron mis tres primeras películas estando sobrio. Lo llamé a David Lynch y le dije: “Hiciste lo correcto al elegirme, porque yo soy Frank Booth”.
Hacer Super Mario Bros fue una verdadera pesadilla. Cuando la vio mi hijo, que tenía 6 o 7 años, me dijo: “Papá, creo que probablemente sos un muy buen actor, pero ¿por qué interpretaste a King Koopa? Es un tipo muy malo, ¿por qué quisiste interpretarlo?” Le dije: “Bueno, para que puedas tener zapatos”. Y él me dijo: “No necesito zapatos”. (...)
Soy tan sólo un chico de clase media que creció en una granja en Dodge City, y mis abuelos sembraban trigo. Para mí la pintura, la actuación, la dirección y la fotografía eran todo parte de la experiencia de ser un artista. E hice mi dinero de esa manera. Y me divertí un poco. No ha sido una mala vida.
Nota completa en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-6216-2010-06-08.html
La forma de la literatura
Michael Ondaatje no duda en definir la novela como "un espejo camino abajo".
La definición del cuento de V. S. Prichett tiene que ver con "aquello que intuimos por los bordes de la mirada, como al pasar".
Raymond Carver aseguró que, para escribir una novela, el escritor debería vivir en un mundo que tuviera algún sentido, un mundo "en el que pudiera creer". Raymond Carver, claro, escribía cuentos.
Philip k. Dick - quien supo habitar un mundo propio e increíble y sin el menor sentido - escribió novelas que parecían cuentos y cuentos que parecían novelas, porque "el cuento habla sobre un asesinato y la novela habla sobre el asesino"- Philip K. Dick murió asegurando a sus íntimos que había alcanzado la habilidad de comunicarse con el apóstol Pablo y que había conseguido matar a un gato con la sola fuerza de su mente.
Pero, ah, nada de esto es del todo cierto.
Nada es tan fácil a la hora de las definiciones, porque siempre van a aparecer posibilidades alternativas, distintas facetas de una misma historia a la hora de intentar percibir la forma de la literatura.
Novela y Cuento - por ejemplo - son la hija y el hijo de un muy buen amigo de Forma.
Novela - la mayor - es larga como La Guerra y la Paz, tiene trece años de edad y ya alberga en su cuerpo la posibilidad de una trama inolvidable, que a Forma le gustaría leer algún día si no estuviera penado por la ley y las buenas costumbres.
Cada vez que Forma va a visitarlos, Novela se sienta al lado, no lo deja solo ni un segundo y no para de contarle un capítulo tras otro acerca del perfecto desprecio que siente por Cuento, su hermanito de ocho años.
- Yo soy mejor que vos - le dice Novela a Cuento - Yo soy más grande, enano inmundo.
Entonces Cuento la mira con su mejor cara de enigmático pez banana y le contesta hablando muy despacio y sin perder ni un centímetro de su sonrisita sin-zen-tido.
- Sí, pero yo soy mucho más completo y contundente. Yo soy práctico y funcional. Yo empiezo, transcurro y termino y no dejo lugar a dudas. Es más, yo soy mucho más fácil de contar y mucho más difícil de escribir.
- El gran Gatsby, El cazador oculto, A sangre fría, El sueño de los héroes, Fiesta, Falconer... - sonríe Novela.
- "Babilonia revisitada", "Para Esmé con Amor y Sordidez", "Miriam", "Los milagros no se Recueperan", "El Gran Río de los Dos Corazones", "El marido rural"... - sonríe Cuento.
Hasta ahí llega el tenso intercambio de palabras. Novela se arroja entonces sobre Cuento con todas sus uñas. Cuento lanza patadas como si fueran adjetivos esdrújulos y Forma tiene que meterse entre los dos, simulando que le preocupa el daño que puedan hacerse y sabiendo perfectamente que son mucho más resistentes que él, que son casi irrompibles y tan viejos como el tiempo.
La madre de ambos, mientras tanto, viene corriendo desde la cocina para imponerles las leyes de un orden que conoce mucho mejor que el visitante, la eficiente clave de la tregua a toda hostilidad.
Un par de miradas fijas de la madre, como inapelables agujas de reloj, como puñales suspendidos en el aire de la tarde, dicen más que varias páginas de amenazas explícitas y alcanzan para que Cuento y Novela vuelvan a sus respectivos rincones después de haber sido reprimidos y editados.
La madre de Cuento y Novela, la mujer del amigo de Forma, se llama Palabra y está embarazada.
Esa misma tarde, Novela le confía a Forma que el bebé será una nena y se va a llamar Nouvelle, sin saber que - pocos minutos antes - Cuento se acercó con movimientos de cortesano conjurador para susurrarle a Forma: "Te juro que va a ser un nene y se va a llamar Relato". Tanto Cuento como Novela no pueden sino estallar en carcajadas despectivas cuando Forma les sugiere que el futuro nuevo miembro de la familia pueda llamarse Poesía o Verso.
Cuento y Novela siguen riéndose a carcajadas al caer la noche. El amigo de Forma aún no ha vuelto de quién sabe dónde y Palabra ya comienza a poner los ojos en blanco y a pedirles maldiciones prestadas a todos los demonios del infierno, a todos los libros de la biblioteca.
- Siempre el mismo cuento... la misma novela de siempre... - murmura Palabra después del tercer whisky con todas las luces apagadas.
- Sale temprano de casa porque dice que acá no puede escribir, que no se le ocurre nada. Y, claro, yo me tengo que encargar de todo... de los dos monstruos y de toda la casa, porque el señor ha perdido la inspiración - solloza Palabra casi sin ganas.
Después cierra los ojos, se toca la panza de casi siete meses y repite lo mismo una y otra vez, como si fuera un salvavidas, como si fuera un mantra.
- Te vas a llamar Daniela y vas a ser maestra jardinera... Te vas a llamar Sebastián y vas a ser físico nuclear... Te vas a llamar Daniela y... - recita Palabra.
Forma hace que no escucha, pero no puede evitar oír la estampida de Cuento y Novela en los altos de la casa.
Cuento y Novela pateando espejos y degollando muñecas al grito de ¡Había una vez...!, al grito de ¡A ver quién grita más fuerte!
Rodrigo Fresán, Trabajos Manuales, Buenos Aires, Planeta, 1994, pp. 89-92.
Kafka por Bolaño
"Cuenta Canetti en su libro sobre Kafka que el más grande escritor del s. XX comprendió que los dados estaban tirados y que nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre. ¿Qué quiero decir cuando digo que ya nada le separaba de la escritura? No lo sé muy bien. Supongo que quiero decir que Kafka comprendía que los viajes, el sexo y los libros son caminos por los que hay que internarse y perderse para volverse a encontrar o para encontrar algo, lo que sea, un libro, un gesto, un objeto perdido, para encontrar cualquier cosa, tal vez un método, con suerte: lo nuevo, lo que siempre ha estado ahí".
R. Bolaño, El gaucho insufrible, Anagrama, Barcelona, 2003, p. 158.
R. Bolaño, El gaucho insufrible, Anagrama, Barcelona, 2003, p. 158.
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