Volvemos una y otra vez a visitar libros y películas, como quien entra a casa de un amigo. Y siempre, siempre, pareciera que llegamos por vez primera. Por suerte, nos esperaban y somos bienvenidos.
Hoy, nuevamente Rilke.
"Y aquí mismo le expresaré un ruego: lea usted lo menos posible de cosas de crítica y estética: o son puntos de vista partidistas, petrificados y que han perdido el sentido en su endurecimiento falto de vida, o son hábiles juegos de palabras, en los que hoy triunfa esta opinión y mañana la contraria. Las obras de arte son de una infintia soledad y con nada resultan menos accesibles que con la crítica. Sólo el amor las puede captar y hacer suyas y puede ser justo hacia ellas. (...) Deje usted que sus juicios sigan su propio desarrollo silencioso y sin estorbos que, como todo progreso, debe brotar de lo más profundo de usted y no puede ser ni apremiado ni favorecido por nada. Hay que dejarse llenar de cada impresión y de cada germen de un sentimiento por completo en sí mismo, en la oscuridad, en lo indecible, en lo inconsciente, en lo inalcanzable al propio entendimiento y esperar con profunda humildad y paciencia la hora del alumbramiento de una nueva claridad: ésta es la única manera de vivir que puede decirse propia de un artista, tanto en la comprensión como en la creación".
R. M. Rilke, Cartas a un joven poeta, traducción de J. Munárriz, Hiperión, Madrid, 3°ed., 2007.
"Mantener los perros en el sótano".
Hace unos días tropezamos con este artículo de J. Gomá Lanzón sobre la vocación literaria en El País, acá os dejamos unos recortes sobre el mismo que seguro que cada uno sabrá extrapolar a su propio viacrucis vocacional.
¿Qué es la vocación literaria?
Por de pronto, una anomalía vital. (...) Tener vocación literaria significa comprobar que de las mil posibilidades humanas, sólo una, una nada más, de una forma espontánea y sorprendente para uno mismo, absorbe por entero las anfractuosidades de una personalidad en origen plural y compleja, y activa en esa muy específica dirección todas las facultades intelectivas, volitivas, sentimentales y hasta corporales del sujeto rehén de la musa, ejerciendo sobre él una tiranía de sátrapa oriental. (...)
La vocación es una manía numinosa que se moviliza imantada por una fascinación magnética -mysterium fascinans-, pero que exige a cambio una devoción exclusiva, no compartida, que excluye fáusticamente -mysterium tremens- el amor por cualquier otra cosa en el mundo. Pues en efecto si hay algo claro sobre la vocación es su tendencia al totalitarismo, que practica rapiñando en el interior de su presa para instrumentalizar todos los campos de la subjetividad afectada, pensamientos, experiencias y afectos, devorándolos con voracidad insaciable. La vocación suministra una inigualable intensidad a la existencia, crear la apariencia de trocar el azar por la necesidad en la propia biografía derramando sobre ella una lluvia de "sentido", pero a precio de que todo lo demás no lo tenga o lo tenga como ocasión para una confirmación de esa emoción primera, omniabarcante y omnipresente. Y como el hombre de vocación sabe que ese especialismo vital suyo es comparativamente exagerado y aun monstruoso, finge ante el mundo una afectada normalidad de buenos sentimientos y buena ciudadanía que en el fondo no conoce ni comprende. Y como, por añadidura, lo habitual es que entre el nacimiento adolescente de la violencia de la emoción y el momento de darle serenamente forma, la madurez capaz de convertirla en obras literarias bien acabadas, se abra un considerable lapso de tiempo, ahí tenemos a ese hombre preñado de vocación soportándose malamente a sí mismo y sobrellevando su extraña gravidez en el lento rotar de las estaciones, un año tras otro, abandonado a la más perentoria y solitaria ansiedad.
En esto se observa hasta qué punto constituye un error y un monumental malentendido de la verdadera esencia de la vocación literaria esa propensión romántica a enaltecer la originalidad y la excentricidad del artista, en suma, su vida como radical anomalía, porque siendo ya la vocación la más extremosa de las anomalías vitales, la tarea del artista genuino no consiste en alentar una pulsión que de suyo es bárbara e imparablemente expansiva sino, por el contrario, en arreglárselas de alguna manera para, en expresión de Thomas Mann, mantener los perros en el sótano y no permitir que se enseñoreen de la casa entera. El artista no necesita ayuda para inflamar todavía más el incendio íntimo que le consume sino para frenar su onda abrasiva, templarla y mantenerla en unas proporciones humanamente vivibles y civilizadas. (...)
Una precisión importante: vocación no arguye genio ni talento. Hay vidas extenuadas por una intensísima vocación pero artísticamente estériles, incapaces de producir nada de mérito. Con mucha probabilidad la devoción de Salieri por la composición musical no sería menor a la de Mozart, ni su ansia por producir algo inspirado, realmente grande. Su vocación era pareja, pero sus resultados no.
El artículo completo está en:
http://www.elpais.com/articulo/portada/vocacion/literaria/elpepuculbab/20100501elpbabpor_23/Tes
¿Qué es la vocación literaria?
Por de pronto, una anomalía vital. (...) Tener vocación literaria significa comprobar que de las mil posibilidades humanas, sólo una, una nada más, de una forma espontánea y sorprendente para uno mismo, absorbe por entero las anfractuosidades de una personalidad en origen plural y compleja, y activa en esa muy específica dirección todas las facultades intelectivas, volitivas, sentimentales y hasta corporales del sujeto rehén de la musa, ejerciendo sobre él una tiranía de sátrapa oriental. (...)
La vocación es una manía numinosa que se moviliza imantada por una fascinación magnética -mysterium fascinans-, pero que exige a cambio una devoción exclusiva, no compartida, que excluye fáusticamente -mysterium tremens- el amor por cualquier otra cosa en el mundo. Pues en efecto si hay algo claro sobre la vocación es su tendencia al totalitarismo, que practica rapiñando en el interior de su presa para instrumentalizar todos los campos de la subjetividad afectada, pensamientos, experiencias y afectos, devorándolos con voracidad insaciable. La vocación suministra una inigualable intensidad a la existencia, crear la apariencia de trocar el azar por la necesidad en la propia biografía derramando sobre ella una lluvia de "sentido", pero a precio de que todo lo demás no lo tenga o lo tenga como ocasión para una confirmación de esa emoción primera, omniabarcante y omnipresente. Y como el hombre de vocación sabe que ese especialismo vital suyo es comparativamente exagerado y aun monstruoso, finge ante el mundo una afectada normalidad de buenos sentimientos y buena ciudadanía que en el fondo no conoce ni comprende. Y como, por añadidura, lo habitual es que entre el nacimiento adolescente de la violencia de la emoción y el momento de darle serenamente forma, la madurez capaz de convertirla en obras literarias bien acabadas, se abra un considerable lapso de tiempo, ahí tenemos a ese hombre preñado de vocación soportándose malamente a sí mismo y sobrellevando su extraña gravidez en el lento rotar de las estaciones, un año tras otro, abandonado a la más perentoria y solitaria ansiedad.
En esto se observa hasta qué punto constituye un error y un monumental malentendido de la verdadera esencia de la vocación literaria esa propensión romántica a enaltecer la originalidad y la excentricidad del artista, en suma, su vida como radical anomalía, porque siendo ya la vocación la más extremosa de las anomalías vitales, la tarea del artista genuino no consiste en alentar una pulsión que de suyo es bárbara e imparablemente expansiva sino, por el contrario, en arreglárselas de alguna manera para, en expresión de Thomas Mann, mantener los perros en el sótano y no permitir que se enseñoreen de la casa entera. El artista no necesita ayuda para inflamar todavía más el incendio íntimo que le consume sino para frenar su onda abrasiva, templarla y mantenerla en unas proporciones humanamente vivibles y civilizadas. (...)
Una precisión importante: vocación no arguye genio ni talento. Hay vidas extenuadas por una intensísima vocación pero artísticamente estériles, incapaces de producir nada de mérito. Con mucha probabilidad la devoción de Salieri por la composición musical no sería menor a la de Mozart, ni su ansia por producir algo inspirado, realmente grande. Su vocación era pareja, pero sus resultados no.
El artículo completo está en:
http://www.elpais.com/articulo/portada/vocacion/literaria/elpepuculbab/20100501elpbabpor_23/Tes
Marta
En poco más de una semana aparecerá en el off porteño un nuevo personaje femenino que dará mucho que hablar. Viene pisando fuerte y no precisamente con zapatos de taco, avanza abriéndose lugar a codazos, llega después de mucho perderse y rebuscarse, llega enamorada, cansada, sola, enfadada, energúmena, viene cantando, baila y se cae por el camino, llega dispuesta a cortar cabezas y devorar corazones, siempre llorando a carcajada limpia.
Marta, opera prima como dramaturga de la actriz Francisca Ure, nos presenta a una mujer que pareciera ser la destilación de lo mejor y lo peor de todas. La débil, la víctima, la asustada, la solitaria, la nena, la jodida, la fea, la enojada, pero también la enamorada, la puta, la soñadora, la vieja, la decidida. Marta de todos los colores y para todos los gustos.
¿Qué pasa con el amor cuando no hay música en francés? ¿No serán las ficciones consumidas en la tierna infancia responsables de nuestras desdichas? ¿Quién quiere ser Alicia cuando se puede ser la Reina de Corazones? ¿Cuántas Martas hay en una?
El amor nos vuelve idiotas.
El infierno son los otros.
Es mentira pero duele.
La vocación era esto.
Marta, nos revela a un elenco de actrices hetereogéneo y potente. Cada una de ellas encarna a una Marta única, acaso cada vez más dislocada, más desmedida, más imprevisible. Todas ellas divertidas.
Mención aparte merece la puesta en escena, donde se aúnan con gracia animaciones de Dalmiro Zantleifer, la iluminación de Omar Possemato y el audiovisual de Martín Berra.
Recomendada por su frescura, su desparpajo, su originalidad bien entendida - es decir, en atención al origen de uno y no de la populosa novedad -, su manera de recordarnos que hay otros modos posibles para casi todo y que reírse de uno mismo sigue siendo la mejor de las salvaciones posibles.
Prepárense para reír.
Tranquilos, también van a pensar, sentir...
Marta, estrena el 15 de mayo.
Texto y dirección: Francisca Ure.
Actúan: Laura Aneyva, Cinthia Guerra, Clarisa Hernández, Nadia Marchione, Luciana Sanz, Florencia Savtchouk y Sol Tester.
Ilustraciones y animaciones: Dalmiro Zantleifer.
Escenografía y vestuario: Sol Soto.
Iluminación: Omar Possemato.
Audiovisuales: Martín Berra.
Sábados 21hs.
Huella Teatro. Avda. Medrano 535.
Marta, opera prima como dramaturga de la actriz Francisca Ure, nos presenta a una mujer que pareciera ser la destilación de lo mejor y lo peor de todas. La débil, la víctima, la asustada, la solitaria, la nena, la jodida, la fea, la enojada, pero también la enamorada, la puta, la soñadora, la vieja, la decidida. Marta de todos los colores y para todos los gustos.
¿Qué pasa con el amor cuando no hay música en francés? ¿No serán las ficciones consumidas en la tierna infancia responsables de nuestras desdichas? ¿Quién quiere ser Alicia cuando se puede ser la Reina de Corazones? ¿Cuántas Martas hay en una?
El amor nos vuelve idiotas.
El infierno son los otros.
Es mentira pero duele.
La vocación era esto.
Marta, nos revela a un elenco de actrices hetereogéneo y potente. Cada una de ellas encarna a una Marta única, acaso cada vez más dislocada, más desmedida, más imprevisible. Todas ellas divertidas.
Mención aparte merece la puesta en escena, donde se aúnan con gracia animaciones de Dalmiro Zantleifer, la iluminación de Omar Possemato y el audiovisual de Martín Berra.
Recomendada por su frescura, su desparpajo, su originalidad bien entendida - es decir, en atención al origen de uno y no de la populosa novedad -, su manera de recordarnos que hay otros modos posibles para casi todo y que reírse de uno mismo sigue siendo la mejor de las salvaciones posibles.
Prepárense para reír.
Tranquilos, también van a pensar, sentir...
Marta, estrena el 15 de mayo.
Texto y dirección: Francisca Ure.
Actúan: Laura Aneyva, Cinthia Guerra, Clarisa Hernández, Nadia Marchione, Luciana Sanz, Florencia Savtchouk y Sol Tester.
Ilustraciones y animaciones: Dalmiro Zantleifer.
Escenografía y vestuario: Sol Soto.
Iluminación: Omar Possemato.
Audiovisuales: Martín Berra.
Sábados 21hs.
Huella Teatro. Avda. Medrano 535.
Amentia
No es nuestro objetivo comentar estrenos, afortunadamente, pero al descubrir pequeñas joyas como esta, lamentamos no haber sabido de ella antes, no haberla apoyado y seguido desde sus comienzos. Sea como fuere, el hecho de que aún siga en cartel habla, una vez más, de la importancia de la calidad y el boca a boca para que una obra respire, crezca y se transforme gracias al público.
Amentia es una obra del colectivo teatral Puerta Roja, escrita y dirigida por Marcelo Subiotto. Varios de los proyectos de Subiotto profesan un amor por la palabra, por la literatura llevada a escena y en este caso, la literatura cristaliza no sólo en poesía, si no en poética. El universo femenino que se nos revela es tan críptico como ancestral: mujeres tocadas por la voz de la luna, tan bendecidas como malditas por ese raro don, esa posible vocación con la que se identifica una de ellas. Cuatro mujeres que se nos presentan desde la ausencia de otra, Amentia, cuyo nombre cifra el misterio pero también cierta sabiduría de la tierra, un conocimiento tácito del que todas se sienten partícipes y que desean explicarnos a nosotros, el público, la visita que esperan y reciben con tanta ilusión esperanzada como desgana y frustración.
Amentia es uno de esos proyectos que cada tanto aparecen para demostrarnos que la belleza del teatro pasa por algo tan sencillo como la necesidad de contar una historia. Y si la historia es lo bastante importante, tan pequeña como para ser universal, tan grande como para ser de uno, entonces sí, quedamos atravesados por la obra y nuestras ganas de contarla serán casi las mismas que ellos, las actrices, el director, su equipo, tienen de mostrarla.
Por si fuera poco, Amentia es un muy interesante ejercicio de síntesis. La escenografía, la iluminación, el vestuario, todo, apuesta por una economía de recursos envidiable que nos obliga a centrarnos, sin distracciones posibles, en el trabajo de actuación y en la historia misma. Las actrices se nutren de lo coral manteniendo unas construcciones tan sugerentes como particulares que nos permiten fantasear sobre el antes y del después de la luna para ellas.
Entre tanto artefacto hiperrealista y tanta juventud empeñada en teatralizar el univero que gira en torno a su ombligo, resulta muy refrescante encontrar una propuesta tan original y contundente que nos recuerda que el teatro puede ser mucho más con mucho menos.
Amentia. Texto y dirección: Marcelo Subiotto.
Actúan: Sylvia Tavcar, Verónica González, Lucía Rodríguez y Julieta Graziani.
Puerta Roja. Lavalle 3636. Sábados, 21hs.
Reservas: 4867 4689.
Amentia es una obra del colectivo teatral Puerta Roja, escrita y dirigida por Marcelo Subiotto. Varios de los proyectos de Subiotto profesan un amor por la palabra, por la literatura llevada a escena y en este caso, la literatura cristaliza no sólo en poesía, si no en poética. El universo femenino que se nos revela es tan críptico como ancestral: mujeres tocadas por la voz de la luna, tan bendecidas como malditas por ese raro don, esa posible vocación con la que se identifica una de ellas. Cuatro mujeres que se nos presentan desde la ausencia de otra, Amentia, cuyo nombre cifra el misterio pero también cierta sabiduría de la tierra, un conocimiento tácito del que todas se sienten partícipes y que desean explicarnos a nosotros, el público, la visita que esperan y reciben con tanta ilusión esperanzada como desgana y frustración.
Amentia es uno de esos proyectos que cada tanto aparecen para demostrarnos que la belleza del teatro pasa por algo tan sencillo como la necesidad de contar una historia. Y si la historia es lo bastante importante, tan pequeña como para ser universal, tan grande como para ser de uno, entonces sí, quedamos atravesados por la obra y nuestras ganas de contarla serán casi las mismas que ellos, las actrices, el director, su equipo, tienen de mostrarla.
Por si fuera poco, Amentia es un muy interesante ejercicio de síntesis. La escenografía, la iluminación, el vestuario, todo, apuesta por una economía de recursos envidiable que nos obliga a centrarnos, sin distracciones posibles, en el trabajo de actuación y en la historia misma. Las actrices se nutren de lo coral manteniendo unas construcciones tan sugerentes como particulares que nos permiten fantasear sobre el antes y del después de la luna para ellas.
Entre tanto artefacto hiperrealista y tanta juventud empeñada en teatralizar el univero que gira en torno a su ombligo, resulta muy refrescante encontrar una propuesta tan original y contundente que nos recuerda que el teatro puede ser mucho más con mucho menos.
Amentia. Texto y dirección: Marcelo Subiotto.
Actúan: Sylvia Tavcar, Verónica González, Lucía Rodríguez y Julieta Graziani.
Puerta Roja. Lavalle 3636. Sábados, 21hs.
Reservas: 4867 4689.
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