“La poética propia, un lenguaje
teatral, es un territorio, la defensa de algo intangible pero diferenciador; no
hay certezas, pero sí la creencia en el teatro como asedio a la realidad”.
Eusebio Calonge
Ahora que estamos solos, ahora
que hay miedos nuevos y todo es duda y tiempo.
Ahora que no sabemos y esperamos,
ahora que ya perdimos.
Ahora que dependemos y aceptamos el
amor en la distancia.
Ahora que somos cuerpo dolorido y
mente en danza.
Qué podemos hacer AHORA, mientras
atravesamos la tormenta diaria, hacemos cuentas, pedimos favores y asomamos al
sol en la ventana. Cómo cuido mi deseo, cómo ser actor, actriz, dramaturgo, dibujante
director, coreógrafo, músico, bailarín, escenógrafo, iluminador, fotógrafo, vestuarista,
productor…
Cuándo empieza la obra a ser
posible.
AHORA.
Acostumbrados a la precarización,
el pluriempleo, la autoexplotación, los ensayos sin cobrar, acostumbrados a correr
sin terminar de llegar nunca, a resistir, a sacar de donde no hay y dar lo que
no se tiene, la situación que hoy atraviesa el sector escénico nos resulta
familiar por lo frecuente. La novedad está en lo extremo, en su radicalidad. ¿Logrará
el Estado articular medidas de emergencia a la altura de esta debacle? Ojalá, pero.
Qué hacemos mientras. Ahora. Con
nosotros. Con lo que queda de nosotros, este animalito doméstico que ve
su libertad condicional reducida a la del canario del balcón. Cómo mantenemos
viva a la persona en esta ausencia fatal de límite y estructura.
No hay respuesta fácil, pero después de semanas de dar vueltas en la calesita del terror, trataré de compartir algunas nociones que me han acompañado
durante mi formación y práctica como creadora. Insignificancias que en muchas
ocasiones funcionaron como llave que pasó de mano en mano y nos permitió seguir.
No llegar. Nunca se llega. Porque no hay dónde llegar. Pero siempre se va.
Vamos.
Hay más de lo que vemos
En esta soledad indeseada e
indefinida pocos tendrán un hogar ideal donde haya luz, buena temperatura,
espacio, dieta equilibrada, jardín, biblioteca, estudio, equipo audiovisual,
internet veloz… Esto, aunque no lo parezca, sigue siendo nuestra vida, así que
quizá enfrentemos una convivencia compleja con compañeros de casa con los que
antes nunca coincidíamos, o con una familia o pareja que, no por ser amados
resultará menos intensa. Para muchos el departamento alquilado no es más que un
lugar de tránsito donde dormimos y guardamos nuestras cosas. Y acá estamos ahora
obligados a prestarle atención desmedida y, por supuesto, agobiados por la
incertidumbre de cómo pagar el mes.
Puesto que la urgencia económica
es insalvable, cuánto antes encaremos posibles soluciones, antes abandonaremos
ese atolladero. No pensemos en el futuro a largo plazo. Como creadores
rara vez sabemos cómo llegará el fin de mes. Recordemos todas esas veces en
las que estuvimos en una situación semejante o peor. Sobrevivimos. Aquello terminó
y algo aprendimos. Echemos mano de aquel aprendizaje. Economicemos recursos.
Cada quien sabe cuál es su límite. Lo que para uno es imprescindible para otro
es un lujo. No nos juzguemos. Decidamos.
Señalo otra obviedad con la que
muchos nos llevamos pésimo: pidamos ayuda. Verbalizar la inquietud, compartir
el problema, darle forma a eso que no podemos resolver a menudo alivia la
cuestión. Se piensa mejor en compañía. Nadie está fracasando cuando pide plata. Nadie es un inútil si desconoce los entresijos de los
trámites online o la maraña de la administración pública. Somos poetas - empleo
el término en su más generosa, amplia y común acepción – de los que el sistema
no tiene referencias. Cobramos en negro, no tenemos obra social ni contador ni.
Las (des)ventajas ya las hicimos carne. No es momento de flagelarse por eso.
Resolvamos. Pidamos ayuda a quienes están en primera línea, pero recordemos a
nuestra amada Blanche, “siempre he confiado en la bondad de los desconocidos”.
Seguramente nosotros no, pero ¿cuántas veces dimos una mano sin esperar nada a
cambio? ¿Cuántos proyectos apoyamos porque creímos que eso estaba bien hecho y
necesitaba su lugar en el mundo? Bueno, consideremos entonces la posibilidad de que
alguien allá afuera pueda, quiera, e incluso se sienta mejor colaborando con
nuestra supervivencia en este instante.
Imprescindible: desenchufar al
censor, al juez, al crítico, al padre y muy señor mío que llevamos
dentro. Después sentémonos a contemplar las increíbles contorsiones de nuestro ego
para acomodarse a este estado de las cosas. Aprendamos a reírnos de sus
gracias. Llevamos un mes en pijama, las apariencias murieron.
Es probable que esa ocupación nos
entretenga gran parte de la pandemia. Será un intenso aprendizaje. Esperemos
que cada vez resulte un poco más fácil y reconozcamos en esa red que
supimos tejer a lo largo de nuestra vida, algo más que un azar encadenado.
Volviendo a la (in)comodidad de
nuestro ecosistema. Observemos ese espacio sin juzgarlo. Ahí está todo lo que
supimos reunir hasta el momento. Por algún motivo son esas cosas y no otras.
Eso es lo que sobrevivió a las mudanzas, las separaciones, los viajes, los
robos, las depresiones… Eso queda. No pienso aconsejarle a nadie que ordene o
limpie. Igual que no le diré a nadie que cuide su dieta o deje las drogas.
Mucho menos en este contexto. Si llegamos hasta acá sin salir
a chupar picaportes en las últimas semanas, tenemos fuelle para rato.
Lo que considero interesante en (re)encontrarse
con ese pequeño o gran arsenal de objetos y considerar cuál es su
valor creativo. ¿Los libros que tengo a mano son compañeros, seres vivos, criaturas
esenciales? Seguramente no todos, pero ¿cuáles sí? ¿Por qué? ¿Volví a ellos ahora?
¿Para qué? ¿Qué hay ahí? ¿Qué dejó de haber? ¿Cómo llegó a mí ese libro? ¿Forma
parte de mi pasado o de mi presente?
Esas y otras preguntas similares
son un hermoso entretenimiento para observar lo que nos rodea como
exploradores. Es probable que terminemos revolviendo armarios, carpetas, cajas
y cajones, pero lejos de un objetivo Kondo en el trajín, la invitación pretende
ser un reencuentro con nosotros. Con la persona que fuimos, con la que somos,
ese creador, creadora, hacedor de X, integrante de grupos, espacios, proyectos,
estudiante de… Cuánto de eso que elegimos tener cerca está relacionado con
nuestros trabajos y cuánto hay de germen, de nutriente, de semilla inadvertida
y despreciada.
Es frecuente creer que la obra, como el amor, vendrá de afuera. La obra, el proyecto, el libro,
la canción… no entrará por la ventana, del mismo modo en el que tampoco llegará
por ahí ningún príncipe o princesa de colores dispuesto a rescatarnos del
abismo. La obra, la nuestra, llegará, sí, pero solo si empezamos
buscarla trabajando con lo que tengo y lo que soy.
AHORA.
Podemos empezar por ese poderoso
imaginario personal cultivado durante toda una vida al que rara vez otorgamos valor. Es un momento tan malo como cualquier otro para dedicarse a la
arqueología de imágenes, inquietudes, espacios, objetos, personajes, deseos,
frases y etc. Busquemos con renovada atención, paciencia y el cuidado que le
pondríamos a una nueva tumba egipcia de la que nadie oyó hablar. Veamos qué aparece
, a quién descubrimos por ahí.
Recordemos una vez más lo
evidente: no creamos solos. Nuestro trabajo es una conversación, con suerte una
discusión interesante, con las voces que nos constituyen. Antecedentes, fuentes
e influencias. ¿Podemos reconocerlas en nuestra obra? ¿En nosotros?
En ese recuento de todo lo que
hay, seamos generosos con la circunstancia. Hay tiempo, hay deseo, inquietudes,
necesidad, un espacio limitado pero posible, amigos a los que puedo consultar
sobre, gente dispuesta a trabajar conmigo que recibirá feliz la
noticia de un proyecto, hay internet a ratos, hay zoom y un
inabarcable universo de contenidos recientemente liberados con los que puedo
relacionarme haciendo uso y abuso.
El arte acompaña. No mata el tiempo
¿Y si empezamos a prestar
atención a la forma y trascendemos el plano de la satisfacción argumental durante los
próximos días? Leer – en el sentido más amplio del término – cada episodio, película,
foto, cuento, canción, obra de archivo que tengo a mi alcance, prestando
atención a cómo se levanta, en qué se apoya, de qué está hecho el asunto. Un
buen trabajo de mesa que me reconcilie con el oficio amado o me permita
aproximarme a una disciplina con la que estoy menos familiarizado.
¿Obtengo las mismas conclusiones
observando un cuadro que una pintura? ¿Por qué? ¿Para qué miraría un cuadro o
una pintura en este momento si normalmente no lo hago? ¿Por qué leer un poema
si lo mío es el diseño de luces? ¿Qué carajo me importa a mí la estructura del
guion cinematográfico?
Es probable que tengamos respuestas
para esas y otras minucias. Celebremos. Pero no concluyamos. Nuestro trabajo no se asienta en la certeza
sino en la incertidumbre. Tener razón sirve de nada en este mundo y en la
creación de otro, bastante menos todavía. Trabajamos para el sinsentido.
Señalamos lo que no puede nombrarse, algo que carece de forma y construimos
la metáfora capaz de habitarlo.
La metáfora, sí. Nuestra obra nunca
será solo eso que dice y hace, no será lo que muestra, sino cuanto calla, lo
que intuye y teme, lo que descansa en el otro, ese misterio.
La metáfora es un tropo, no un
don de dios. Se construye. Nuestro trabajo es su búsqueda y materialización. Suerte con eso.
La herramienta
No me interesa pensar el arte
desde una sola disciplina. Aunque elegí desarrollarme en el ámbito escénico y
es con lo que estoy más familiarizada, me (de)formé académicamente estudiando
Historia del Arte, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Comunicación
Audiovisual. El teatro fue el campo práctico en el que esa teoría tomó cuerpo.
A menudo los artistas tienden a especializarse en una sola cosa. La excelencia,
el virtuosismo, son muy demandantes. Un gran músico y compositor me dijo hace
unos años que “podía mentir con varios instrumentos”. Creo que es una hermosa
verdad con la que muchos podemos identificar nuestro desempeño. Comenzamos
creyendo que seríamos grandes intérpretes, un día descubrimos que nos
interesaba la escritura, unos años después dirigimos por primera vez porque
alguien se prestó voluntario al juego y otro día nos trepamos a la escalera
para dirigir un tacho porque no teníamos plata para pagar a un técnico. Nuestro
desarrollo fue de la mano del trabajo constante, de la producción. No es ni
bueno ni malo, ni mejor ni peor. Es. Podemos envidiar países lejanos donde
fantaseamos coyunturas califragilísticas para los creadores y lamentarnos por
nuestras infinitas carencias, o podemos asumir la fortaleza de nuestra debilidad
y, lejos de idealizar su precariedad, reconocer en ella los valores que
defendemos y con los que nos fortalecimos.
Quizá nuestro talento no está a
la altura de nuestras desmedidas pretensiones, pero tenemos un oficio que
enfrenta, resuelve, se mantiene, logra, avanza, construye, salva. Alcanza con
recordar vagamente cualquiera de nuestros fines de semana de los últimos años
para querernos un poco. Como tan a menudo afirma Kartun, “uno es el poeta que
puede, no el que quiere”.
Evitar que el ensimismamiento y
el miedo nos tumben el ánimo, es una tarea tan importante como quedarse en
casa. Sin adoptar poses heroicas. Atentos al cansancio, la tristeza, la duda y
la bronca, a los que habrá que dar lugar para que el remedio no resulte peor
que la enfermedad. Confiemos en que también llegará el momento del abrazo,
el ensayo y la celebración de nuestra continuidad.
Después, después
En este ejercicio de arqueología
personal, de búsqueda y construcción de nuestra próxima metáfora, en este
diálogo con las voces que nos pueblan, AHORA tenemos ante nosotros, una vez
más, el desconcertante valor del libre albedrío que se retuerce como lombriz
bajo piedra en este marco donde nuestra siempre limitada libertad condicional
quedará afectada de modos que aún cuesta dilucidar. Se nos ofrece la
posibilidad de reconsiderar cada aspecto de nuestro trabajo. Las debilidades de la comunidad cultural, la
urgencia de crear nuevas figuras fiscales o administrativas que permitan
regular con coherencia una actividad tan compleja como esta, la importancia de
las salas y las asociaciones que responden, o no, ante sus miembros y
trabajadores y la vitalidad de cada uno de los rubros que el teatro reúne. No
están solo las salas y los creadores. Están los docentes, los alumnos, las
escuelas, los productores, los agentes de prensa, los investigadores, los
programadores, los técnicos, el personal de cada espacio… Aunque nuestra
actividad sea periférica al sistema, no dejamos de ser parte del mismo.
¿Podemos comenzar a pensar ya en nuevas
gestiones, redes y alianzas que nos fortalezcan? ¿Cómo, con quién, dónde se
instrumenta de forma efectiva ese caudal de ideas que, sin duda, muchos tenían
en mente antes de que esto comenzará? ¿Podemos aprender algo de otros sectores
cuya infraestructura sea más sólida?
Se me ocurre que quizá
descubramos que ya no queremos seguir dedicándonos a esto. ¿Aparecerán en los
próximos meses otros caminos que nos permitan desarrollarnos como personas?
Prestemos atención. Si algo acentúa esta situación es la fragilidad de nuestras
creencias. Nada menos inamovible que nuestro limitado punto de vista. Si nos
analizáramos con el nivel de exigencia que aplicamos a nuestros personajes,
¿entenderíamos algo nuevo? ¿Sabríamos qué deseamos cambiar? ¿Qué necesitamos?
Quizá podamos empezar a ocuparnos
de eso AHORA. Aunque nomás sea soñando, deseando. La capacidad de soñar también
se entrena. Por escrito, si nos animamos, ¿por qué no?
Un artista no es solo un
practicante consciente. Lo que hacemos nos resulta inevitable. Parafraseando a
Rilke, si usted puede vivir sin hacer esto, por favor, no lo haga.
Macarena Trigo