Penumbra, de Animalario

"Niño: La felicidad es posible.
Madre: ¿Quién te ha dicho eso?
Niño: Lo más importante es algo que uno te enseña sin darse cuenta. La felicidad es posible.
Madre (al padre): Dile algo, por Dios.
Padre: Te tengo dicho que no le des al niño tanta sopa".

***

Cuando el teatro se alimenta de emociones y apuesta por los bordes deformados de las mismas, por esas cicatrices internas que las palabras describen torpemente, volvemos a recordar cuán poderoso puede ser el escenario. Sin alardes, sin necesidad de elaborados argumentos o efectos especiales, Animalario nos ofrece un cuadro de confusa intimidad donde la angustia cotidiana, lo que se dice o calla, lo que se entiende y no, lo que se hace porque sí o sin querer, nos obliga a deternos y, por un instante, contemplar con ellos, desde una (im)posible tercera ventana, el eco de nuestros temores, el reflejo de algo que debería llamarse miedo si nos atreviéramos a reconocerlo como propio.

Y es que, aunque se nos olvide a menudo, el teatro no es sólo otro modo de contar historias, puede ir mucho más allá y debiera hacerlo con más frecuencia y menos precauciones. Manejar el simbolismo, el humor negro de la perversión cotidiana, recordar que el dolor siempre está ahí, a veces más poético, otras injustificable, pero siempre ahí. Como los sueños. Aunque no recordemos lo soñado ni alcance nuestra interpretación para entendernos. ¿Cuándo un sueño repetido se convierte en pesadilla? ¿Elegimos qué soñar y con quién?

Algo de todo esto y otras muchas inquietudes laten en el corazón de Penumbra, un corazón atravesado por los personajes, encarnado por Guillermo Toledo como la más jodida voz de la conciencia. Conciencia que encara a los protagonistas pero que nos habla a todos, nos seduce con su discurso del caos donde la belleza y el dolor van de la mano. Penumbra es esa presencia, pero es también el agobiante espacio en el que nada transcurre. Un esqueleto de casa junto a una playa a la que no se va nunca, unos personajes que se saben demasiado manejados por las circunstancias, que se tornan fácilmente títeres, muñecos en mano ajena capaces de repetir eternamente la misma escena.

Algo de todo esto y otras muchas inquietudes laten en el corazón de Penumbra.

Ayer terminó su presentación en las Naves del Español en el Matadero de Madrid. Si se los encuentran, no dejen de disfrutarlos.

Texto:  Juan Mayorga y Juan Cavestany.
Dirección: Andrés Lima.

Iluminación: Valentin Álvarez y Pedro Yagüe.
Vestuario: Beatriz San Juan.
Escenografía: Beatriz San Juan.
Espacio sonoro: Nick Powell.
Diseño y construcción muñeco Niño: Román y Cia.


Actúan: Luis Bermejo (Niño), Nathalie Poza (Madre), Alberto San Juan (Padre), Guillermo Toledo (Penumbra).

La virtud de lo necesario


Mi vida después, de Lola Arias, está iniciando su tercera temporada en la cartelera porteña. Podríamos detenernos en la puesta en escena, escribir sobre lo complejo de la vida en el arte, reflexionar sobre la fragilidad del actor y la vulnerabilidad del espectador cuando se le hace cómplice de una verdad, sí, podríamos seguir muchos caminos, pero son tan raras las ocasiones en las que podemos regodearnos con una afirmación categórica que no queremos desperdiciar esta oportunidad. Esta es una obra NECESARIA.  Esperamos que sean muchos los que tengan la valentía de verla.

Viernes, 20.30hs.
La Carpintería Teatro.
Jean Jaures, 858.


Mi vida después.
Dirección y dramaturgia: Lola Arias.
Actúan: Blas Arrese Igor, Liza Casullo, Carla Crespo, Vanina Falco, Pablo Lugones, Mariano Speratti, Moreno Speratti da Cunha.

Vestuario: Jazmín Berakha.
Escenografía: Ariel Vaccaro.
Iluminación: Gonzalo Córdova.
Video: Marcos Medici.
Música: Ulises Conti.
Asesoramiento histórico: Gonzalo Aguilar.
Prensa: Daniel Franco, Paula Simkin.
Colaboración autoral: Blas Arrese Igor, Liza Casullo, Carla Crespo, Vanina Falco, Pablo Lugones, Mariano Speratti, Moreno Speratti da Cunha.
Colaboración musical: Lola Arias, Liza Casullo.
Dramaturgia: Sofia Medici.
Coreografía: Luciana Acuña.

El pasado es un animal grotesco (que nos devora)

Se habló mucho y bien el año pasado de este interesante trabajo de Mariano Pensotti y ahora se nos presenta la oportunidad de conocerlo finalmente o revisitarlo. Desde el 19 de febrero la obra regresa al Sarmiento.

No se trata de una propuesta donde el argumento nos proporcione un interés definitivo para verla, así que no nos detendremos en el qué, si no en el cómo se nos cuentan las historias. A menudo la teoría teatral subraya la dificultad del teatro para enfrentarse a los saltos en el tiempo, y no son pocos los espectadores que se pierden cuando las transiciones son eficazmente fugaces. Pensotti explota al máximo esa complejidad aunando recursos tan tradicionales como el narrador omnisciente- enriquecido acá al no ser un simple off, si no incorporarse desde un brillante trabajo actoral cuya precisión y agilidad mantiene al público tan entretenido como atónito - y la continuidad del movimiento circular dado a ese ingenio escenográfico un tanto hipnótico, que nos remite a una suerte de plató cinematográfico de bajo presupuesto.

La metonimia de la parte por el todo permite abrir una y otra vez las vidas de los personajes que abordan con espíritu de disección: la forma, sí, pero también el entorno, los otros con los que se cruzan, sus pensamientos más confusos y absurdos, sus sueños, sus patéticos deseos y temores. Todo. Todo eso que sólo el narrador como conciencia puede revelarnos, se nos lanza desde el escenario gracias a un exquisito trabajo actoral y a una dirección atenta al detalle y con un gran entendimiento del ritmo escénico y sus importantes variaciones. Quizá sea ese el aspecto que pueda llegar a extenuarnos por momentos ya que dos horas sin pausa de vidas encadenadas resulta ser un ejercicio un tanto delirante al que someterse, no obstante se entiende cuán difícil debe resultar sobrevivir a un proceso creativo de esa envergadura y entrar luego a ver qué podría acortarse, si tendría sentido sacrificar esa escena que tanto nos costó o ese momento que nos gusta porque...

Por otro lado, algo en ese exceso que nos agota resignifica la intensidad de lo que se nos cuenta, el azaroso caos de los destinos y el sinsentido de tantas decisiones que uno considera vitales en su día. Quizá abandonemos la sala un tanto exhaustos, un tanto mareados de la calesita, sí, pero también nos vamos con la sensación de haber participado en una hazaña, de haber compartido con esos cuatro actores una experiencia única porque, El pasado es un animal grotesco, es una de esas obras que nos recuerdan que lo que vivimos esa noche no volverá a repetirse, que cada función es única.

Mención aparte merece el trabajo actoral que sostiene desde unas pautas corales bien orquestadas, las muchas peculiaridades de sus personajes. Un muy buen ejemplo de cómo lo sintético puede ser eficaz y no menos emotivo. Y todo lo contrario: como los delirios necesitan límites para ser interesantes.

A modo de postdata: la obra muestra una lección fundamental para los estudiantes de teatro: por favor, tomen nota de cómo las transiciones técnicas sirven para construir un mundo y no sólo para desplazarse en el espacio. Gracias.

Texto y dirección: Mariano Pensotti

Actúan: Pilar Gamboa, Javier Lorenzo, Juan Minujín, Julieta Vallina
Vestuario: Mariana Tirantte
Escenografía: Mariana Tirantte
Iluminación: Matías Sendón
Música: Diego Vainer
Asistencia artística: Leandro Orellano

Teatro Sarmiento.
Avda. Sarmiento 2715.
De jueves a domingo. 21hs.

Más extraordinaria


Historias extraordinarias.
La vimos de nuevo.
La recomendamos doblemente. 
30 de enero, otra oportunidad para verla
Cine Cosmos.18hs.

El viento en un violín se estrenó en París


Ayer, en la Maison des Arts de Creteil (MAC) en París, se presentó por primera vez la nueva obra de Claudio Tolcachir, El viento en un violín. Pese a estar tan lejos de Buenos Aires, los argentinos de Timbre 4 contaron con la calidez incondicional de parientes y amigos llegados desde lejos para acompañarles en ese momento tan significativo que supone el compartir el trabajo de un año con un público curioso y expectante. Esta tercera obra de Tolcachir como dramaturgo y director ve la luz compartiendo gira en Francia con La omisión de la familia Coleman, que durante cuatro semanas ha sido uno de los espectáculos teatrales más comentados en París.

El viento en un violín nos regala a gran parte del elenco Coleman enfrentándose al desafío que supone encarnar nuevos personajes después de cinco años dando vida a ese clan tan singular. Si pudiéramos diseccionar capa a capa el arduo proceso de creación de una obra, sería muy interesante conocer cuáles son los elementos fundamentales que hacen que un equipo de trabajo pueda generar tanta solidez en sus proyectos. Sin duda, hay tantos métodos de trabajo como actores en escena, pero hay algo difícil de clasificar que quizá tenga que ver con el modo en el que la suma de todas sus experiencias y trayectorias se aúnan con éxito bajo las afinadísimas intuiciones de un director del calibre de Tolcachir.

Una vez más, el universo creativo de este joven autor, nos habla a través de personajes que luchan desesperadamente por tratar de ser felices, amar y ser amados. Tanto en La omisión... como en Tercer Cuerpo, sus personajes tratan de encajar, anhelan una normalidad de la que se saben expulsados, sus pasiones, sus miedos, sus silencios o culpas, los aislan. El viento en un violín aborda de nuevo los inagotables temas de la familia y el amor interrogándonos sobre sus infinitas posibilidades, mostrándonos que la búsqueda de la felicidad tiene instancias tan patéticas y egoístas como el amor en sí, sin importar que ese amor sea el de los padres por sus hijos o el de amantes que aspiran a ser plenos por su reconocimiento en el otro, y lo hace a través de personajes tan intensos y extremos como limitados en sus capacidades de relación. Sus formas de dar y recibir son siempre brutales.

La apuesta dramatúrgica se sostiene en la excelencia de las actuaciones. Todos los que disfrutaron y recuerdan el trabajo de Miriam Odorico, Lautaro Perotti, Inda Lavalle, Tamara Kiper, Araceli Dvoskin y Gonzalo Ruiz, podrán verlos abordar ahora estas nuevas criaturas donde las formas se trascienden generando ese magia tan necesaria en la escena: la unión de una verdad creativa y una emoción. No nos detendremos en las claves del argumento o los vínculos entre los personajes. Aún faltan meses para que la obra se estrene en Buenos Aires y muchas serán las críticas que traten de resumirnos la historia. Sin duda, es una cita importante para el público de teatro porteño y serán muchos los comentarios y las comparaciones que se establezcan. Nos atrevemos a decir que El viento en un violín no dejará lugar a la indiferencia.

En cuanto a la puesta en escena, vuelve a estar presente el despojo y la economía de medios. Las obras de Tolcachir se resisten a las paredes acortonadas de una escenografía y logran sostenerse en amplios espacios vacíos delimitados por piezas de mobiliario. Gonzalo Córdoba es el responsable de la puesta que hoy puede verse en París y, como anécdota de los raros azares que el mundo teatral arma, muchos de los elementos utilizados fueron cedidos generosamente por el teatro du Soleil para este proyecto. La iluminación de Omar Possemato vuelve a generar los climax adecuados con ese sabio uso de la luz que nutre una escena sin grandilocuencia. Sin duda, toda una serie de buenas razones para no perderse esta obra donde quiera que uno la encuentre.


Próximas actuaciones:
* MAC de Creteil, París, hasta el 20 de noviembre. Funciones a las 20.30hs.
http://www.maccreteil.com/
* SALA PLANETA, Gerona, Festival de Temporada Alta.
30 de noviembre y 1 de diciembre.
* THEATRE GARONNE, Toulouse.
3 y 4 de diciembre.

Sacate la careta

Hay libros que nos llegan cuando más los necesitamos, sin que nosotros supiéramos que nos hacían tanta falta. En estos días nos acompaña la voz de un inagotable Alberto Ure desde Sacate la careta, una joya imposible de encontrar que exige una reedición urgente ya. De lectura obligatoria para todos los que tengan alguna inquietud hacia el mundo teatral es el ensayo titulado "Manual de autodefensa para estudiantes de teatro", pero hoy nos quedamos con estas líneas de "Promoción o muerte":

"Una vez, hace años, yo estaba sumergido en las últimas peleas de una separación matrimonial: todas las tarjetas marcaban empate, en el round 12 nos dábamos con todo, ensangrentando el ring. Más acusaciones, traiciones y ofensas no entraban en el mundo. De pronto ella me gritó: "¡Y ahora qué hacemos con todo esto! ¿Cómo seguimos viviendo?". Yo, agotado, mirando el reloj en el clinch, fui sincero: "Hagamos algo por el bien de los dos. Tengamos un ataque de amnesia". Creo que fue una de las pocas cosas cuerdas que dije en mi vida y no fue comprendida. (...) Yo, por mi oficio, debería haber sabido antes que el pasado sólo puede llamarse tal cuando estalla, irremediable, en las situaciones más urgentes del presente, cuando deshace el futuro que se proyectaba ingenuamente. Pero eso no lo puede planear ni el vengador más ensañado. (...)
La única verdad es el presente, como sabe el que sufre una pasión o la ha sufrido alguna vez; los demás, las almas serenas y bien pensantes, le hablan del futuro y del pasado para distraerlo, para calmarlo, para aplacarlo con tácticas reformistas".


Alberto Ure, Sacate la careta. Ensayos sobre teatro, política y cultura, ed. Norma, Bs. As. 2003.

El tiempo visto cómo

Por una vez, tenemos que agradecer el hecho de que los derechos de autor sean tan caros. Parece que el coste de los de T. Williams, fue una de las razones por las que Romina Paula llegó a escribir El tiempo todo entero. Su trabajo de escritura y dirección no sólo visita El zoo de cristal, si no que lo revitaliza con una coherencia, resolución y frescura gratamente sorprendentes. No es fácil aproximarse a uno de los dramaturgos más reverenciados y llegar a ese lugar donde se aporta algo interesante. Ojo, no algo "diferente" o pretenciosamente novedoso. Algo sencillo y personal. Si bien la melodía de la obra y la composición de los personajes se sostiene en Williams, la letra y la forma es, sin duda, de Paula. Y en esa inmediata contemporaneidad descansa buena parte de la gracia de esta propuesta. 

Destaca, como ya tantos han señalado, el trabajo de la dirección actoral en un elenco sólido y bien equilibrado donde algunos de los personajes juguetean en esa peligrosa zona de la histeria emotiva.

El espacio, la iluminación y la utilería remiten a un afuera - los otros, la ciudad, la infancia - abandonado. Otro tiempo mejor, otro país en el que se vivió, otro que uno fue y que ahora a duras penas reconoce. Todo lo que se tuvo y se fue perdiendo o, simplemente, se convirtió en otra cosa. La vida frágil a punto de quebrarse por casi cualquier cosa. En definitiva, El zoo de cristal.

Texto y dirección: Romina Paula

Actúan: Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa, Esteban Lamothe, Susana Pampín
Iluminación: Matías Sendón
Diseño de espacio: Alicia Leloutre, Matías Sendón
Asistencia general: Leandro Orellano
Prensa: Pintos Gamboa

Espacio Callejón. www.espaciocallejón.blogspot.com
Lunes y miércoles, 21hs.