Destructivo de un desastre irruptivo






El título ya es un desafío, difícil anticipar la temática, el color del contenido de la pieza. Todas nuestras hipótesis harán agua al encontrarnos frente a Eugenia M. Roces, creadora e intérprete de esta singular propuesta donde danza, teatro, política y pensamiento feminista se interrelacionan con poesía y contundencia.

En escena, una mujer. Una mujer que comienza siendo cuerpo. Puro cuerpo. No uno cualquiera. Uno desarmado, fragmentado, disociado de y entre sí, pero también aparentemente distanciado de lo inmediato. Envuelto en humo. Lo primero que conoceremos de ese cuerpo será su rostro. Lentamente cobrará vida para adquirir una expresividad que se nutre de la propuesta musical y la trasciende al convertirla en otra cosa. La música es una herramienta de transformación pero también de extrañamiento. Lo que podría ser un cuadro flamenco armónico se torna inquietante acertijo y presenta otro ingrediente clave: un humor sutil, crítico y personal que acá y allá abre interrogantes que no precisa cerrar.

La obra es una reflexión práctica que toma el espacio dejándonos participar de su evolución, esa destructiva re-construcción que el título anuncia. Demanda un público no sólo atento, sino cómplice, capaz de sonreír o soltar la carcajada ante lo que se cuenta y se recuerda sin palabras, pero también capaz de enjuiciar ese relato, de posicionarse a un lado u otro de cada verdad enunciada.

Eugenia M. Roces expone el cuerpo para abstraerlo. Logra por momentos que sea un objeto pero también un ente insólito que observa con incredulidad, desparpajo y socarronería, pues de eso se trata: una burla irónica que pisa, baila, zapatea, sobre el ideal que canoniza y estereotipa lo femenino de un cuerpo. “Tranquilos, son solo un par de tetas mirando”, aclara el programa de mano. Pero son mucho más. Son dos tetas grandilocuentes que no precisan palabra para imponerse como nota al pie de siglos de iconografía. La composición estética remite a la obra pictórica del simbolista español Julio Romero de Torres, en cuya producción se asentó con fuerza la imagen de una mujer ibérica asociada a la tradición romana y árabe e, íntimamente ligada a esa idea, la concepción de una mujer desafiante, peligrosa, tan objeto de deseo como indeseada por temida. No es casual que Torres fuera a principios de siglo XX uno de los pintores que triunfaba entre la aristocracia porteña. Roces retoma esa imaginería, la refuerza con música flamenca y mediante un mecanismo de desintegración del sentido - la desaparición de su cabeza, la violenta disección de las frutas que termina tra(n)splantándose – concluye su intensa metamorfosis dando lugar a una nueva naturaleza, híbrida, donde el cuerpo adquiere el carácter de nueva frontera: ese cuerpo también es un origen, un punto de salida y de encuentro. Es en esa instancia donde el discurso incorpora la palabra como último recurso.

Son muchas las inquietudes que debieron nutrir este excelente trabajo y, sin duda, su capacidad de síntesis al dotarlas de cuerpo escénico es uno de sus hallazgos más significativos. Una pieza idónea para que sigamos reflexionando sobre este momento histórico donde las mujeres gritan basta.



Destructivo de un desastre irruptivo

Idea y actuación: Eugenia M. Roces
Vestuario: Marianela Castellanos Gotte
Escenografía y concepción visual: Carola Etchepareborda
Diseño de luces: Lucas Lavalle
Diseño sonoro: Matías Coulasso
Fotografía: Carola Etchepareborda
Asesoramiento en danza: Daniel Antonio Corres
Asistencia general: Agustina Annan, Juan Salvador Giménez Farfan, Mauro Podesta
Dirección: Eugenia M. Roces