Hay
experiencias escénicas que nacen con la vocación de un desafío, propuestas que
toman el escenario como un lugar donde todo es aún posible. Desde ahí, y
en ocasiones pareciera que ya sólo desde ahí, podemos recordar, celebrar, homenajear,
discutir, denunciar e interrogarnos. El acontecimiento escénico trasciende,
porque puede, las funciones de entretenimiento o distracción y también la función poética. Cuando somos partícipes de esas iniciativas,
cuando se tiene la suerte de estar ahí, no sólo como público a salvo en la
oscuridad de una platea, sino como parte del acontecimiento al que se nos
invita sin propósito claro pero, sin duda, con fe ciega en la potencialidad del
dispositivo que se articulará para y con nosotros, lo escénico se revela como
uno de los últimos reductos donde la humanidad aún es capaz de encontrarse. No
hay arte capaz de cambiar el mundo pero sigue habiendo obras y autores que aspiran a (con)mover de forma efectiva:
no apelan sólo a la emoción, logran sembrar la duda y desestabilizar lo
aparentemente inmutable.
Lola Arias ha convertido varios de sus trabajos en
estos fenómenos. Sus proyectos se desarrollan en el fértil territorio
entre los límites, nunca dentro de un círculo de confort donde forma y fondo comulguen predecibles. La memoria y sus modos de
representación son una de sus constantes. Los recuerdos personales sirven para (re)construir
la historia, otros lados de la historia mayúscula, otras voces. Necesarias,
silenciadas. El testimonio se convierte en material narrativo y a lo largo del
proceso de creación se ficcionaliza hasta adoptar un punto de vista
desde el que podemos contemplar lo que de cualquier otra forma sería
indigerible: el dolor. En todos sus grados.
Mi
vida después (2009), Melancolía y otras manifestaciones o El año en que nací (2012)
son algunos de los ejemplos más destacados de esa búsqueda. Proyectos donde lo
personal es colectivo, histórico y político. Inflexiones donde se nos recuerda
que la (des)gracia nunca viene sola, no hay suerte o maldición en nuestras
vidas que no podamos abordar en el afán de no dar nada por
hecho. El pasado no está escrito mientras aprendamos a seguir contándolo,
mientras no perdamos el valor de iluminar nuestras heridas.
Campo
minado es un trabajo sobre la infinita guerra en que el mundo arde.
Malvinas es el objeto de estudio sobre el que se disecciona el absurdo de la barbarie.
Todas las guerras se parecen, pero cada una es un singular desastre. Malvinas
está ahí, demasiado reciente y demasiado olvidada. Indigerible para unos y
apenas anecdótica para otros. Seis veteranos de esa guerra, tres ingleses y
tres argentinos, estrenaron esta obra en 2016. Antes, en 2014,
Arias ya había presentado una video instalación donde se aproximaba a la figura del veterano de Malvinas, y hace unos días se estrenó en
la sala Lugones, Teatro de guerra, película documental grabada como una extensión
de la obra donde el material se reorganiza generando una pieza más de lo que se
intuye como inagotable.
Cuando
hablamos de la necesidad que alienta una creación, insistimos sobre la
importancia que debe tener la temática elegida para el autor o el equipo. No
alcanza con que resulte interesante o atractivo. El deseo sólo
superará los inconvenientes del camino si la cuestión y el imaginario que se
abre con ella es tan poderoso como para atraparnos por tiempo indefinido, quizá para siempre. La
red que se teje en torno a una obra es tan impredecible como sus
consecuencias. Campo minado hoy, en el teatro San Martín, no es lo mismo que
Campo minado en 2016 en el Centro de las Artes de la UNSAM. No lo es,
principalmente, porque en estos dos años Argentina no ha dejado de perder batallas. Si algo define la política del actual gobierno es el olvido y el abandono.
Hace unos días se anunciaba un nuevo billete de cincuenta pesos donde las islas
Malvinas desaparecen, reemplazadas por un cóndor. La síntesis metafórica con que labran heridas en la memoria colectiva pocas veces fue tan ejemplar. Es
mucho, muchísimo, lo perdido desde 2016, quizá por eso mientras los veteranos de
Malvinas cantan por y para nosotros preguntándonos si fuimos a la guerra, si
vimos morir, si matamos, la violencia cotidiana de nuestros días aparece como respuesta silenciada, dolorosa e indigerible. Las formas de la guerra cambiaron.
Las pérdidas continúan.
Quizá ya no sabríamos tomar las armas, pero no dejamos
de abrir trincheras. Campo
minado es mucho más que una obra documental testimoniada por sus protagonistas.
Viéndola podemos recordar que el mundo desconoce la paz, pero también que el
enemigo es nadie mientras no se nombra. Ninguna muerte es ajena.
Pareciera que sólo la ficción en estos días vuelve a hablar de lo importante.
Campo minado
Escrito y dirigido por
Lola Arias.
Con Lou Armour, David
Jackson, Gabriel Sagastume, Ruben Otero, Sukrim Rai, Marcelo Vallejo
Investigación y
producción: Sofia Medici y Luz Algranti
Escenografía: Mariana
Tirantte
Música: Ulises Conti
Diseño de luces y
dirección técnica: David Seldes
Video: Martín Borini
Ingeniero de sonido:
Roberto Pellegrino, Ernesto Fara
Vestuario: Andy Piffer
Asistencia de dirección:
Erika Teichert
Asistencia de
producción: Lucila Piffer
Asistente técnico y de
producción: Imanol López
Asistente de vestuario:
Federico Castellón Arrieta
Asistencia de
investigación UK: Kate O’Connor
Teatro San Martín
Corrientes 1530
Miércoles a domingo,
20.30h.