Ángela Cabezas








Docente, directora de teatro. 




¿Cómo te definís profesionalmente?
Es difícil definirse. Ahora que estamos con Groenlandia soy directora. Pero luego soy docente de teatro. A veces se dan las dos al mismo tiempo. Escuché alguna vez que en el teatro no nos puede definir el título, por lo tanto soy, en la medida que estoy haciendo. Creo que estoy todo el tiempo intentando mantenerme cerca del teatro, haciendo lo posible porque mi vida tenga relación con la escena.
¿Qué disciplinas resultaron fundamentales en tu formación?
Las artes visuales. Antes de estudiar teatro, estudié Artes Plásticas. Escultura.
¿Qué es lo más útil que te ha enseñado tu trabajo?
Que todos tenemos razones para lo que decimos, odiamos, amamos, y que cada uno anda por la vida persiguiendo y defendiendo su súper-objetivo.
¿Y lo más hermoso?
Disfrutar de la gente, disfrutar de cada ser humano. Una puesta en escena te permite conocerte casi por completo con las personas con las que estás trabajando. Aprendes a disfrutar esa convivencia desnuda que impulsa el teatro.
¿Cuáles considerás que son tus principales fuentes e influencias creativas?
La mayoría viene de las artes plásticas. Sobre todo de la instalación, me encanta Joseph Beuys, Duchamp, Vostel, y el chileno Carlos Leppe.
¿Crees haber sacrificado algo importante para dedicarte a esto?
Creo que renuncié al trabajo fácil. Con mi socio y pareja tenemos una escuela de teatro, y su crecimiento ha implicado años de trabajo dedicados casi por completo a esto. Pero no sé si es precisamente sacrificio. La docencia me permite estar siempre cerca de la creación y eso me llena.
¿En cuántos proyectos laburaste el año pasado?
Tres. Antes de Groenlandia, estábamos en otro intento de puesta sobre Juana de Arco. También estuve montando con un grupo Negro Animal Tristeza de Anja Hillling, eso se estrena pronto al fin.
¿Cuántos te esperan ahora?
Dos. Queremos seguir trabajando con el equipo de Groenlandia, y estamos definiendo el impulso para iniciar. Además quiero dirigir un monólogo con un actor, sobre una historia de Patrick Suskind.
¿Cuál es el proyecto al que dedicaste más tiempo hasta la fecha?
Un tiempo de ensayos eternos, en búsqueda de una puesta desde textos de Judith de Hebbel y Salomé de Wilde. Fueron largos meses de experimentación, sin estreno. Un tiempo muy rico, de libertad, de prueba sin la presión del estreno, nos permitimos jugar con el sonido, con el cuerpo.
¿Vivís de lo que amás o tenés otra actividad que ayuda a pagar las cuentas?
Vivo de y para la docencia, pero una docencia teatral ligada absolutamente al acto creativo.
¿Con qué otras artes te relacionas habitualmente?
Con la plástica en todas sus formas. Sobre todo con la fotografía y la escultura. La instalación y todo lo que tenga que ver con un desarrollo y proyección objetual en el espacio.
¿Qué estás leyendo?
Detrás de escena, editado por Excursiones.  Me lo trajo un alumno desde Buenos Aires.
¿Qué autores recomendás siempre?
Patrick Suskind, Clarice Lispector, Diamela Eltit, Lihn, Girondo.
¿Qué películas volvés a ver una y otra vez?
Sobre todo Blade Runner. Creo que es una película perfecta en muchos sentidos. Las actuaciones, los tiempos, los espacios, la música, la historia. North by Northwest (Intriga Internacional) de Hitchcock es un recurrente también. Y este año me quedé pegada con The Twilight Zone, la serie de los 50s. Me fascinan las historias, la estética y las actuaciones con esos tiempos infinitos que ya no caben en el cine y la televisión actual.
¿Qué buscás en la gente con la que elegís laburar?
Parto por las ganas de trabajar con esa persona, siempre. Por las ganas de conocer a esa persona en profundidad. Sin lazo afectivo, de amistad o admiración por esa persona me resulta difícil trabajar.
¿A qué profesionales de tu ámbito seguís de cerca?
En Chile a Rodrigo Pérez (Teatro La Provincia), a Bélgica Castro (por la forma en la que asume el trabajo teatral); en Argentina a Veronese y Santiago Loza. Me mueve mucho lo que hace Rodrigo García también.
¿Con quién hablás sobre tu trabajo? ¿Pedís consejo o asesoramiento a alguien de confianza?
No siempre se puede contar con alguien. Para Groenlandia tuve la suerte de contar con Marco Espinoza, profesor de la Universidad de Chile. Fue un diálogo fundamental.  
¿Cuándo te das cuenta de que tenés un nuevo proyecto entre manos?
Cuando me doy cuenta de que todo el día gira en torno a ese tema, imagen o texto. Todo lo veo a través de eso. La gente en la calle, la música, todo. Como si me envolviera. Con Groenlandia me pasó que me encontraba como nunca con madres y sus hijos por la calle. Estaban en todos lados, mostrándome muchas situaciones que están presentes en la puesta.
¿Qué hacés cuando no estás trabajando?  
Estoy viendo películas viejas, o caminando con mis perros, o no sé, lavando platos. La vida.





Acá el tiempo es otra cosa

Cuando el rumor de un libro se instala pese a no  ser negocio de gran editorial, cuando el título se cita alabando el contenido sin desmenuzar argumento para aludir un aire inesperado entre sus páginas, nos vamos a buscar la novedad mandando los prejuicios a otra cosa y, a veces, el esfuerzo es compensado. 

Acá el tiempo es otra cosa, afirma la portada para nada inocente del libro de cuentos de Tomás Downey.

Apenas avanzamos en la arena movediza de sus páginas, intuimos a qué se refiere. El tiempo no es una medida más de vida, no avanza lineal e imparable, ni siquiera es algo que termine de suceder. Más bien es una suerte de herramienta obradora de prodigios en las líneas de Downey. 

El autor lo rebobina hasta una imagen que abre plano general sobre un recuerdo y avanza sin temor hacia el pasado - "You make me dizzy miss Lizzie", "Gutiérrez" -;  lo detiene en un punto que logra hacerse fijo, un punto que se clava en el vacío y se expande en forma de muerte, de caballo, de ruptura, de noche aterradora y repetida, de días en provincia que se igualan... O lo acelera para revelarnos un futuro a la vuelta de la esquina donde la lluvia, la ingravidez o la presencia de un niño son signos de algo más, huellas de la incertidumbre en un mundo que se nutre de este, que comenzó en este. 

El tiempo detenido, los imprevistos de esa barbaridad, son una gran tentación para el imaginario de un creador. Downey nos introduce en esa pausa como si de un cortocircuito se tratara. 

"Adelante no hay nada, todo es pasado. No miro mi reloj por miedo a que las agujas estén quietas". (Mamá.)

La situación es una, sencilla y humanísima - la tormenta a punto de estallar, una llamada pendiente, una tarde de pileta entre padre e hija -, hasta que deja de serlo. Hasta que el autor abre una brecha, lo imposible se torna cotidiano y lo cotidiano, metáfora. 

La violenta naturaleza de nuestra especie aparece una y otra vez. Soterrada, oculta, convertida en costumbre, en práctica familiar, en abuso silencioso y silenciado. En ocasiones explota solo para mostrarnos que el espectáculo de la existencia prosigue contra todo. El mal ya está hecho en todas sus formas y la vida nunca se detuvo por eso.

Acá el tiempo es otra cosa, son dieciocho cuentos donde lo simbólico, el extrañamiento y el humor tejen con hilos de oro una lógica de pensamiento donde el delirio toma forma de accidente. Sus personajes asumen y encarnan la fatalidad como un paisaje hipnótico que contemplan sin parpadear. 

"Supuse que morir era eso: una confusión creciente, un ruido molesto que alcanza un clímax y se apaga de golpe. Pero no. Estaba lloviendo". (La nube).

"No podía quitar los ojos del mar, que parecía hervir; las olas cargadas de espuma se arrojaban las unas sobre las otras. Todo era demasiado intenso, demasiado hermoso e insoportable. No entendía qué le pasaba; pero tampoco intentaba entender, esa era la sorpresa. La lluvia se convirtió en tormenta, el agua no paraba de caer. Ana no se movió por un largo rato". (Una historia de amor). 

"Me acerco a la ventana y miro hacia arriba. Qué habrá más allá de ese cielo grisáceo. Me quemaré como un asteroide o me ahogaré en el vacío del espacio". (Astronauta). 


Una buena lectura contra la domesticación de los sentidos.




Acá el tiempo es otra cosa
Tomás Downey
Ed. Interzona, Buenos Aires, 2015. 

Ganador del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes en 2013. 

Se elige cada vez

La geografía de las ciudades como algo (re)construido en cada esquina, en la suma de todos sus grafittis, socavones, en los itinerarios invisibles que trazamos para volver a pasar una y mil veces por los lugares donde siempre desfila un carnaval de recuerdos de quien alguna vez fuimos. Las ciudad como una historia interminable escrita por todos, donde millones de voces guionizan un sentido posible para justificar nuestros pasos camino de un trabajo detestable o en esa vuelta al perro a medianoche que siempre es tan distinta. La ciudad como infierno elegido para enterrar nuestras vidas,* para dejarlas pasar, ocupadísimas y preocupadas con tantísimos miedos.

En todas las ciudades el aire nos abraza o nos escupe de modo bien distinto. Sabemos que París no es nuestra fiesta, en Londres somos nadie, en Madrid somos todos, en Florencia podríamos morirnos cada tarde y enamorarnos, quizá,  ya solo en Roma. Sabemos que en Oviedo la lluvia es literal y literaria, que en Sevilla la infancia nos persigue y en Valladolid nada cambiará y está bien que así sea.

Algunas ciudades recortan el aire y el espacio a nuestro alrededor, dejándonos clarito que apenas somos extra de sus días, estamos ahí de paso y no nos pertenece. Tampoco va a extrañarnos. Suele ser algo mutuo. En otras, sin que sepamos bien cómo funciona, pareciera que el fondo se nos pega a la piel, que su mugre en nuestras uñas nos hermana y que la luz, esa luz tan distinta en todos lados, nos descifra un mensaje clandestino que el tiempo nos tenía reservado.

Cualquier ciudad de Italia, cualquier pueblo, todas sus carreteras, me llenan los bolsillos de postales que llegan sin remite desde mi adolescencia remotísima. Italia me silencia, resucita mis ojos, me obliga a detenerme a cada paso, a pensar en las piedras y en sus dioses, en la belleza insólita que yace contra todo entre sus piernas.

Cualquier ciudad francesa o alemana genera lo contrario. Soy un paraguas feo que alguien dejó olvidado, un papelito sobre el que se escribió un número de teléfono al que no se llamó. Mi alma extranjeriza sus maneras y hasta el agua es distinta y el hambre diferente.

Madrid es ese bar donde brindar con cañas por mi vida o mi muerte. Lo elegí como puerta para llegar al mundo y todos mis embarques terminan en sus brazos. Pero sé que es jodida como amante y no me cuida bien ni quiere mucho.

Buenos Aires encierra ya en su nombre una trampa mortal, un chiste argento. Anuncia sobredosis de mentira, es decir, de ficción. Funciona como centro de todos los orígenes, metaforiza el mundo completito. Encarna su dolor y sus miserias, pero también conquista el horizonte infame dejando que lo firmen pintores de alta escuela cada tarde. Sobre todo en verano, como ahora. Vos pensás en morirte, o en matarlos, porque termina el día y todo ha sido en vano, cuando el cielo inaugura su servicio de espectáculo gratis y te alivia la arruga de la frente. Te obliga a suspirar, a mirar lejos y a entrar en duda nueva.

Otra vez esta vez. 

La misma vez de siempre. La que vuelve a engacharte al vicio de la herida como si fueran tuyas todas sus cicatrices. Como si sus tormentas solo hablaran de vos. Te hace sentir cualquiera Buenos Aires. No solamente vos, circunstancia torpísima, sino otros tantos muchos de los que nada sabes. Te convencen las plazas de que hay una legión de enamorados dispuestos a latir sus corazones, prender fuego al imperio de la norma, vivir a contramano cuando toque. Te convencen su turbio desconcierto, su espanto repetido, su dilema tanguero…

Otra vez esta vez.

Se elige el nacimiento y la rara certeza de tropezarse vivo cada día aunque nunca sepamos para qué. Se elige, cómo no, dónde seguir en pie como si nada.

Se elige. Cada vez.



m.trigo






“Madrid es una ciudad con más de un millón de cadáveres”, calculó Dámaso Alonso en un insomnio. 

Primer manifiesto infrarrealista. (Fragmentos)

Prueben a dejarlo todo diariamente.
Que los arquitectos dejen de construir escenarios hacia dentro y que abran las manos (o que las empuñen, depende del lugar) hacia ese espacio de afuera. Un muro y un techo adquieren utilidad cuando no sólo sirven para dormir o evitar lluvias sino cuando establecen, a partir, por ejemplo, del acto cotidiano del sueño, puentes conscientes entre el hombre y sus creaciones, o la imposibilidad momentánea de éstas.
Para la arquitectura y la escultura los infrarrealistas partimos de dos puntos: la barricada y el lecho.

*

La verdadera imaginación es aquella que dinamita, elucida, inyecta microbios esmeraldas en otras imaginaciones. En poesía y en lo que sea, la entrada en materia tiene que ser ya la entrada en aventura. Crear las herramientas para la subversión cotidiana. Las estaciones subjetivas del ser humano, con sus bellos árboles gigantescos y obscenos, como laboratorios de experimentación. Fijar, entrever situaciones paralelas y tan desgarradoras como un gran arañazo en el pecho, en el rostro. Analogía sin fin de los gestos. Son tantos que cuando aparecen los nuevos ni nos damos cuenta, aunque los estamos haciendo / mirando frente a un espejo. Noches de tormenta. La percepción se abre mediante una ética-estética llevada hasta lo último.

*

Las galaxias del amor están apareciendo en la palma de nuestras manos.
-Poetas, suéltense las trenzas (si tienen).
-Quemen sus porquerías y empiecen a amar hasta que lleguen a los poemas incalculables.
-No queremos pinturas cinéticas, sino enormes atardeceres cinéticos.
-Caballos corriendo a 500 kilómetros por hora.
-Ardillas de fuego saltando por árboles de fuego.
-Una apuesta para ver quién pestañea primero, entre el nervio y la pastilla somnífera.

*

El riesgo siempre está en otra parte. El verdadero poeta es el que siempre está abandonándose. Nunca demasiado tiempo en un mismo lugar, como los guerrilleros, como los ovnis, como los ojos blancos de los prisioneros a cadena perpetua.


*

Fusión y explosión de dos orillas: la creación como un graffiti resuelto y abierto por un niño loco.
Nada mecánico. Las escalas del asombro. Alguien, tal vez el Bosco, rompe el acuario del amor. Dinero gratis. Dulce hermana. Visiones livianas como cadáveres. Little boys tasajeando de besos a diciembre.



Roberto Bolaño

México, 1976






Completo acá: 

Contra la soledad de la escritura

“No nos engañemos: escribimos siempre después de otros”. 

Enrique Vila-Matas


No escribimos solos. Aunque lo hagamos, quizá, para sentirnos menos solos, para domesticar a los demonios que andan siempre de joda sin entender de fechas, distracciones, paciencia, madurez o distancia. Qué mierda les importan los modales o las cuentas. No los convencerás de que guarden silencio cuando es final de mes, o lunes nuevamente, o se cumplen diez años de la muerte del padre o tus hijos precisan que los salves. Para algo son demonios, los demonios.

Escribimos en el marco de jurisprudencia de nuestros antecesores. Competimos con cadáveres amados y admirados que atinan a burlarse, con razón, de nuestras paredes acolchadas, nuestra locura transitoria que paga el alquiler, se toma vacaciones quince días y rebaña el caramelo de los postres como premio cuando ya no tiene hambre. Ahí están ellos con sus valijas exiliadas, underwoods, olivettis  y otros lirios calibrados para el tiro al blanco en piezas de hotel donde el miedo mordía los talones y se vivía a contramano del recuerdo, sembrando memoria para un futuro extraño que nunca imaginaron tan gris y desprolijo como este. Ahí están ellos, los amantes célebres con sus enfermedades (in)dignas, sus traducciones, conferencias, diarios y cartas con copia que el correo internacional disimulaba entre millones de noticias infrahumanas. Escribimos para los que nos demostraron que el terror es una excusa y el amor un búnker antimisiles.

Cómo sentirse solo cuando están todos ahí, la copa en alto, deseando brindar con cualquiera que se atreva a vivir.

No escribimos solos porque hemos llegado a esta absurda mañana de verano de un siglo cualquiera gracias al esfuerzo de muchísimos. La causalidad pesa sobre la frente tanto como el revólver que nunca compraremos. Amamos pese al miedo, o gracias a eso mismo, y el amor, disfrazado de cualquier cosa, nos saca a patadas de la cama y la agenda, detiene el tiempo y nos pone a cumplir con la tarea infame de lo inútil, la acción innecesaria que descorcha poética en el rostro de una realidad herida de muerte. Un mundo al que es posible odiar mientras se aman todas y cada una de sus puestas de sol, sus pueblos sin memoria, sus especies extintas, daños colaterales, largo etcétera.

Se escribe en compañía de esas sombras, al amparo de la luz que proyectan nuestras dudas. Cómo llevarle el apunte a este pobre corazón encadenado a su experiencia y coyuntura. Y qué estúpida hazaña esta conquista nuestra, esta constatación de que existimos en el registro de nuestras necedades, cuando sabemos que en breve miraremos hacia atrás desconociendo, negando, avergonzados de este dios que hoy escupe palabras que mañana deseará no haber pensado.

Se escribe con la infancia sentada en las rodillas, dejando sus huellas pegajosas en el teclado, dibujando arbolitos en cada cuaderno, llorando luego a gritos en medio de algún parque donde el juego termina sin una fuente cerca para lavar la herida de otro susto.


Escribimos sin atrevernos a llamar a las cosas por su nombre, deseando encontrarles otros muchos, mejores y distintos. Un modo renovado y solo nuestro de traducir la inercia en belleza (im)posible y necesaria. Esa idea avergüenza a los fantasmas, a la familia, a los amigos y le da sueño al niño ya cansado. 

Qué belleza es posible a estas alturas, qué debemos mirar tan ciegamente para herirnos así. 


m.trigo






Yago Ferreiro












Escritor







Foto: Jr Vega



¿Cómo te definís profesionalmente? 

Estupendo camarero a tiempo completo y escritor mediocre a tiempo parcial.

¿Sabés por qué te dedicás a esto?

Entiendo que algo duele y que algo habrá que curar.  

¿Qué disciplinas resultaron fundamentales en tu formación?

El cine, principalmente. Si me diera el talento me dedicaría a escribir guiones y producir películas diminutas que harían felices a mis amigos. Como no, me quedé con la literatura, que es una novia bastante fea pero muy simpática.  

¿Qué es lo más útil que te ha enseñado tu trabajo?

No importa el resultado, no importa el camino, no importa la trayectoria, todos los días son el día primero. 

¿Y lo más hermoso?

No hay nada bonito en escribir, si fuera hermoso escribir se vendería en las tiendas. 

¿Cuáles considerás que son tus principales fuentes e influencias creativas?

Soy una esponja, me seduce cualquier literatura que me resulte sincera al tacto.  

¿Qué es lo que más te duele a la hora de ejercer tu vocación? 

La cantidad de escritores que no sienten mayor vocación que la de trepar y trepar, los escritores funcionarios, los que buscan un estatus a través de la literatura. Como en cualquier trabajo, lo que más me molesta es soportar a mis compañeros de oficina. 

¿Crees haber sacrificado algo importante para dedicarte a esto?

Más bien he sacrificado la poca literatura que llevo dentro para intentar sobrevivir regentando un bar* que, paradójicamente, da deudas.  

¿En cuántos proyectos laburaste el año pasado?

El año pasado no produje ni una sola página de literatura, pero participé en diversos fanzines perpetrando diversos textos bajo pseudónimo que no llegaron a nada. 

¿Cuántos te esperan ahora?

Entiendo que en año par algún editor me escribirá para publicarme un libro y que yo aceptaré sin problema. 

¿Cuál es el proyecto al que dedicaste más tiempo hasta la fecha?

No tengo mucha voluntad y si veo que la cosa no tira desisto rápido así que podría decirse que dediqué más tiempo a Antología de la poesía espectacular ** aunque sólo sea porque Poética para cosmonautas lo escribí en apenas 3 noches.

¿Vivís de lo que amás o tenés otra actividad que ayuda a pagar las cuentas?

A pesar de llevar desde los 18 años trabajando en diversos oficios me sustento gracias a ir saltando de beca en beca, la que más me viene durando es la Dolores Molina, que es una beca que me da mi abuela. 

¿Con qué otras artes te relacionas habitualmente?

Durante años me dediqué solo a la literatura y sus contornos, desencantado de esto y desde que tengo el bar, 2012, he ido aparcando el conocimiento de poetas y novelistas y me relaciono fundamentalmente con músicos. Sus egos se camuflan bastante mejor, en general y suelen cobrar por su trabajo lo que despeja de sus frentes la palabra frustración.   

¿Qué es lo más absurdo que has hecho por amor al arte? 

Firmar a mi nombre pagarés para que a otro le subvencionaran con dinero público. 

¿Hay algo que no volverías a hacer? 

Firmar a mi nombre pagarés para que a otro… eso nunca más, gracias. 

¿Qué estás leyendo? 

Ahora tengo un montón de libros empezados. Lo último que leí y que recuerdo con gratitud infinita fue 10:04 de Ben Lerner. 

¿Qué autores recomendás siempre?

Francisco Casavella, Luis Rosales, Nacho Abad. Basta. 

¿Qué películas volvés a ver una y otra vez? 

El apartamento de Billy Wilder. Vértigo de Hitchcock. 

¿Qué artistas – de cualquier ámbito - te resultan imprescindibles? 

No soy una persona mitómana así que me cuesta usar el término imprescindible. No podría concebir el mundo sin música, sin embargo. Cualquier músico me parece imprescindible.  

¿Qué buscás en la gente con la que elegís laburar?

Que sean honestos, que aparten el ego, que no jodan con el dinero, que sean profesionales, que no engañen a su público.  Sigo buscando.

¿A qué profesionales de tu ámbito seguís de cerca? 

No tengo particular entusiasmo por ninguno de mis colegas. No creo en las camarillas.   

¿Con quién hablás sobre tu trabajo? ¿Pedís consejo o asesoramiento a alguien de confianza? 

El corazón es un cazador solitario y el del escritor lo es aún más. No confío en la adulación excesiva ni en el crítica despiadada. Es imposible no recibir una u otra así que mejor no preguntar a nadie y tirar hacia adelante. 

¿Pedís subsidios para tus proyectos? ¿A qué instituciones? 

No. Los pedí y lloré y supliqué cuando era adolescente y pensaba que el estado era mi padre. Ahora me lo tomo todo con más seriedad. 

¿Hay algún viaje que marcara un antes y un después en tu trabajo? 

No soy proclive a la creación en un viaje, me agota y me perturba. Sin embargo mi último poemario Antología de la poesía espectacular se fraguó en Vietnam, donde viví durante 9 meses y 3 días. Más que un viaje, por otra parte, fue como estar en la cárcel así que bien. 

¿Cuándo te das cuenta de que tenés un nuevo proyecto entre manos?

Por suerte o por desgracia mis proyectos suelen surgir como encargos, no tengo especial necesidad de publicar y todos mis libros han sido encargados por diversas personas, editores, amigos y etc. 

¿Sentís que tenés un sistema personal de trabajo?

No, en absoluto. Escribo de pie.  

¿Qué hay en tu lista de cosas pendientes?

Me gustaría mucho poner en marcha un cine en un pueblo de la costa catalana. Más sueños no tengo.  
¿Tenés un panorama claro de lo que vendría siendo tu trayectoria?

Un horror, sin duda. Tropiezos que se encadenan y de pronto una fama desmedida. Después un largo silencio y ahora un desierto. Espero la próxima parada, esto es: la nada.

¿Qué es lo que más te preocupa en tu futuro?

Que se muera la gente a la que quiero.  

¿Qué hacés cuando no estás trabajando? 

Aburrirme, pensar en trabajar, trabajar a escondidas. 

¿Si no te dedicaras a esto qué estarías haciendo?

Ser feliz, particular y extrañamente feliz. 




* Bar Belmondo 


"Soñé con una estrofa"


La poesía sabe ser el juguete de los niños sin sueño que nos empeñamos en seguir siendo. Nos deja sobre la alfombra todas sus piezas para que armemos un mundo nuevo a nuestro antojo. Al abrir un libro de poemas sabemos que no habrá allí una historia, sino muchas, no habrá un personaje, sino infinitas voces afinadas en una que nos cante contando quién sabe qué dilemas que solo a ella inquietaron algún día. Para cuando los poemas nos llegan su autor/a ya está lejos y, quizá, a salvo de los puentes que voló a su paso.

Desde las bisagras, de Luciana Ravazzani, es un álbum de fotos rescatado del fondo del océano. Todo está ahí: mañanas de sol, silencios, la certeza fugaz y necesaria que alimenta el deseo y descorcha un poquito de esperanza sobre la existencia. En todas las fotos de ese álbum, en cada poema, el tiempo está ya listo para convertirse en estatua de sal, flor de instantánea.

“Él parece no ser / de este mundo / hasta que también / abre cartones de leche, / mira el horario, / habla por teléfono. / Qué tranquilidad / me invade / en esos momentos”.

“Quisiera ser parte de la luz / que entra en tu casa a las nueve / para poder iluminarte cuando sean las diez”.

El poema nace de lo mínimo y lo máximo: la cercanía del amado – ese invento a la medida de nuestras circunstancias que acertamos a iluminar con el mejor de los efectos especiales –;  pero también de la rutina de una vida que acierta a reclamar los cuidados de una planta exótica, única y caduca.

“Hay momentos en la vida / que les pasan a todos / pero a mí me gustaba / que me pasaran con vos”.

"Todos los días nace algo / y se muere algo / en mi jardín".

En esa suma de fugacidades, el sueño, su constancia, su enrarecimiento como extensión en el día, también acierta a convertirse en mariposa diseccionada por su autora con el humor y la lucidez de quien elije el imposible cotidiano como materia prima.

“Lo mejor de la vida pasa por Piero” / dice la etiqueta de un colchón / donde soñé con las lágrimas de dos hombres”.

"... me desperté confundida con el tibio desorden / de no saber cómo encarar el día, / si mi cara iba a estar a la altura de las circunstancias, / si iba a tener ganas de ponerme el abrigo / o de salir corriendo desnuda como en un cuento / de Anderson que nunca me pareció bueno". 

“Soñé que escribía un poema de los que ya no escribo”, afirma desde el recuerdo la voz afinada que deshoja y desnuda su memoria para acompañarnos.


Si el libro le hace al lector lo que el autor al mundo, Desde las bisagras, bien merece un lugar en nuestra experiencia. 

m.trigo


Desde las bisagras, Luciana Ravazzani, ed. En Danza, Buenos Aires, 2015.