Cualquiera que haya visto alguno de los textos de Loza en escena se habrá entusiasmado al descubrir no sólo un gran talento sino el amor que late en cada una de sus creaciones. Amor por la palabra y por cada una de sus criaturas. Sus personajes no pueden ser más vulnerables y profundos. Habitan lo cotidiano pero saben que no pertenecen a este mundo. Conocen la importancia vital de los silencios y de los sueños como faros de la esperanza o la cordura y, sobre todo, conocen el dolor, sus mañas, su presteza para hacerse presente, para detener la existencia en un único día, un gesto, ese mínimo azar que altera para siempre el curso de una vida. Las mucamas de Sencilla, la costurera de Nada del amor me produce envidia, la madre de He nacido para verte sonreír o el singular trío que da vida a Pudor en animales de invierno, son ejemplos tan únicos como diferentes entre sí, de todo lo dicho.
Uno de los grandes alicientes para los creadores teatrales debiera ser la absoluta confianza en la naturaleza ilimitada de lo escénico. No hay nada que no pueda contarse desde un escenario, sólo hay que encontrar la forma que se corresponda con nuestros deseos y lenguajes. Loza lo sabe. Deposita sus textos en manos de directores que le son de entera confianza y ese mutuo respeto diferenciador de roles, quizá sea una de las claves para que la belleza y la profundidad de sus palabras no se entibie.
Las puestas de sus textos, hasta ahora, se definen por una sana economía de recursos y priman el trabajo del actor como creador. No es casual. Los directores saben que el público se sentaría con los ojos cerrados en la platea sólo para escuchar a un actor o una actriz, que lea esas palabras. Con eso alcanzaría para la catarsis porque Loza nos respeta y desafía. No nos entretiene. No escribe para un público que escucha en la oscuridad alimentando su ego de consumidor de cultura alternativa. No. Loza escribe porque lo necesita. Porque sabe hacerlo. Con excelencia. Y porque confía en la potencialidad de las palabras para revelarnos la belleza y el dolor de la vida. Loza es un poeta. Y cumple hasta las últimas consecuencias con tan ancestral oficio.
Pudor en animales de invierno es un largo poema nocturno. Un poema que se nutre de la rara naturaleza de los sueños donde todo es posible. El espacio escénico se abre como metáfora de nuestro interior. Una casa donde todo está a la vista. Sin lugar para esconderse. Una casa cualquiera en medio de la gran ciudad. La inmensa soledad que eso conlleva. Nuestra cabeza es esa casa. Repleta de recuerdos y rincones oscuros, de frases que se dicen sin pensar para salvar un vacío insondable. Hay lugar para varios mundos posibles entre esas cuatro paredes porque en ellas convive lo mejor y lo peor de uno mismo.
Loza nos ilumina desde el programa de mano: "es la historia de una despedida. Abandonar la juventud. El deseo de ir lejos con la vida. Y al mismo tiempo descubrir que la memoria insiste en quedarse y los recuerdos son cicatrices en el cuerpo. Y que aquello que amamos no termina nunca y que, tal vez, podamos encontrar breves momentos de calma".
Todo eso y mucho más.
La dirección de Lisandro Rodríguez ha sabido llenar este poema de momentos tan cotidianos como inquietantes. Algo está a punto de quebrarse todo el tiempo. Quizá sólo el silencio. Pero se romperá, y cuando eso suceda, no seremos los mismos.
Los actores están muy afianzados en la fragilidad de este poema que habitan y nos llevan de la mano con esa impunidad que sólo poseen los narradores omniscientes. Sus personajes lo saben todo: lo que pasó, lo que hacen ahora, lo que los otros sueñan y porqué, y, sobre todo, saben lo que vendrá. Nos recuerdan la fugacidad como condición de la existencia. Los momentos en los que el hijo (Martín Shanly) nos hace testigos de su recuerdo son de una vulnerabilidad tan atrapante como sugestiva porque su relato se convierte en el nuestro. No nos deja escondernos. Sólo podemos escucharle sabiendo que está hablando por todos y cada uno de nosotros y, una vez más, agradecerle a Santiago Loza, por ser tan generoso con su arte.
Ver también.
Christian Lange: http://poiesisteatral.blogspot.com.ar/2011/11/impresiones-pudor-en-animales-de.html
Pudor en animales de invierno
El camarín de las musas
Mario Bravo 960.
Viernes y sábado, 21hs.
Texto: Santiago Loza.
Dirección: Lisandro Rodríguez.
Actúan: Ricardo Félix, Valeria Roldán, Martin Shanly.
Músico: Lisandro Rodríguez.
Diseño de vestuario: Mariana Tirantte.
Diseño de escenografía: Mariana Tirantte.
Diseño de luces: Matías Sendón.
Fotografía: Nora Lezano.
Entrenamiento corporal: Leticia Mazur.
Asistencia de dirección: Sofía Salvaggio.
Prensa y producción: María Sureda.
Uno de los grandes alicientes para los creadores teatrales debiera ser la absoluta confianza en la naturaleza ilimitada de lo escénico. No hay nada que no pueda contarse desde un escenario, sólo hay que encontrar la forma que se corresponda con nuestros deseos y lenguajes. Loza lo sabe. Deposita sus textos en manos de directores que le son de entera confianza y ese mutuo respeto diferenciador de roles, quizá sea una de las claves para que la belleza y la profundidad de sus palabras no se entibie.
Las puestas de sus textos, hasta ahora, se definen por una sana economía de recursos y priman el trabajo del actor como creador. No es casual. Los directores saben que el público se sentaría con los ojos cerrados en la platea sólo para escuchar a un actor o una actriz, que lea esas palabras. Con eso alcanzaría para la catarsis porque Loza nos respeta y desafía. No nos entretiene. No escribe para un público que escucha en la oscuridad alimentando su ego de consumidor de cultura alternativa. No. Loza escribe porque lo necesita. Porque sabe hacerlo. Con excelencia. Y porque confía en la potencialidad de las palabras para revelarnos la belleza y el dolor de la vida. Loza es un poeta. Y cumple hasta las últimas consecuencias con tan ancestral oficio.
Pudor en animales de invierno es un largo poema nocturno. Un poema que se nutre de la rara naturaleza de los sueños donde todo es posible. El espacio escénico se abre como metáfora de nuestro interior. Una casa donde todo está a la vista. Sin lugar para esconderse. Una casa cualquiera en medio de la gran ciudad. La inmensa soledad que eso conlleva. Nuestra cabeza es esa casa. Repleta de recuerdos y rincones oscuros, de frases que se dicen sin pensar para salvar un vacío insondable. Hay lugar para varios mundos posibles entre esas cuatro paredes porque en ellas convive lo mejor y lo peor de uno mismo.
Loza nos ilumina desde el programa de mano: "es la historia de una despedida. Abandonar la juventud. El deseo de ir lejos con la vida. Y al mismo tiempo descubrir que la memoria insiste en quedarse y los recuerdos son cicatrices en el cuerpo. Y que aquello que amamos no termina nunca y que, tal vez, podamos encontrar breves momentos de calma".
Todo eso y mucho más.
La dirección de Lisandro Rodríguez ha sabido llenar este poema de momentos tan cotidianos como inquietantes. Algo está a punto de quebrarse todo el tiempo. Quizá sólo el silencio. Pero se romperá, y cuando eso suceda, no seremos los mismos.
Los actores están muy afianzados en la fragilidad de este poema que habitan y nos llevan de la mano con esa impunidad que sólo poseen los narradores omniscientes. Sus personajes lo saben todo: lo que pasó, lo que hacen ahora, lo que los otros sueñan y porqué, y, sobre todo, saben lo que vendrá. Nos recuerdan la fugacidad como condición de la existencia. Los momentos en los que el hijo (Martín Shanly) nos hace testigos de su recuerdo son de una vulnerabilidad tan atrapante como sugestiva porque su relato se convierte en el nuestro. No nos deja escondernos. Sólo podemos escucharle sabiendo que está hablando por todos y cada uno de nosotros y, una vez más, agradecerle a Santiago Loza, por ser tan generoso con su arte.
Ver también.
Christian Lange: http://poiesisteatral.blogspot.com.ar/2011/11/impresiones-pudor-en-animales-de.html
Pudor en animales de invierno
El camarín de las musas
Mario Bravo 960.
Viernes y sábado, 21hs.
Texto: Santiago Loza.
Dirección: Lisandro Rodríguez.
Actúan: Ricardo Félix, Valeria Roldán, Martin Shanly.
Músico: Lisandro Rodríguez.
Diseño de vestuario: Mariana Tirantte.
Diseño de escenografía: Mariana Tirantte.
Diseño de luces: Matías Sendón.
Fotografía: Nora Lezano.
Entrenamiento corporal: Leticia Mazur.
Asistencia de dirección: Sofía Salvaggio.
Prensa y producción: María Sureda.