Martes con Deleuze




En la vorágine de contenidos compartidos estos días, alguien rescató a Deleuze en esta conferencia y aquietó mi impulso de muerte en este martes luminoso. Deleuze, entra varias otras maravillosas de filósofo en la suya, afirma en un momento de su charla: “las ideas no tienen que ver con la comunicación”, y un un poco más adelante, “la obra de arte no tiene que ver con la comunicación”. 

Lo articula mientras se regocija en el misterio. Disfruta como loco de entregar a su público la llave de la puerta de emergencia porque su conclusión es que la obra de arte es una forma de resistencia. ¿A qué resiste? A la muerte, por supuesto. ¿Acaso hay algo más? Deleuze está ahí, un 15 de mayo de 1987 hablándome a mí en este incierto 14 de abril del 2020 donde todo está muerto y nadie y todavía.

Ayer fue lunes. Y llovió. Dos condiciones espeluznantes en sí mismas que la cuarentena no logró disimular. Ayer las coordenadas de incertidumbre eran idénticas a las del domingo, sin embargo, las ganas de sobrevivirse brillaron por su ausencia y esas nimiedades que el domingo alcanzaron para tener paciencia o fe, no fueron suficientes. Somos nuestra ciclotimia, el biorritmo aturdido por la angustia compone una melodía que esperamos olvidar, pero quién sabe. La memoria del cuerpo obra prodigios y es difícil aún presentir la marca que dejará en nosotros esta ausencia de sentido, estructura y límite.

No obstante, sobre este desconcierto estamos. No somos tanto como nos gustaría o como recordamos que era ser, sin duda, pero cabe preguntarse cuánta vida hemos pisado sin tanta pretensión, cuántos días pasaron sin que llegáramos nunca a ser poco más que un cuerpo en tránsito. Después de un mes no es solo fácil, también resulta inevitable idealizar esa vida otra que ahora sabemos inalcanzable. No sólo estábamos mejor, también éramos más. Nos gusta creerlo.

Quizá salgamos de esta experiencia manejando mejor la distancia entre ser persona y ocupar espacio. 

Como creadores tenemos ahí un hermoso objetivo. Nuestra concepción de una vida posible no se limita a la subsistencia. Queremos más. Queremos lo que no está, ni fue ni será. Trabajamos para darle forma y lugar a todo eso con las herramientas elegidas. Trabajamos para que nuestros días sean ese no-tiempo del ensayo, el trazo, la composición, la palabra liberada capaz de devorar y apaciguar. Trabajamos en la periferia del sistema que nos (in)habilita. 

Ahora es martes. Hay sol. Mi mañana voló. Hablé con tres personas sobre la necesidad de hacer lo que no se sabe como si. Hagamos arte como si supiéramos en qué consiste, del mismo modo en el que amamos sin idea. Apasionadamente. Cedamos nuestro cuerpo a ese deseo para ser. No para seguir. No sigamos. No nos limitemos a esperar en la sala de espera de un hospital de campaña donde la única noticia es estadística. Eso será y será sin que podamos contra. No tenemos que poder hacer arte, ojo. Ahora mismo no tenemos más obligación que cuidar y cuidarnos en la medida de nuestras posibilidades. Pero quizá tengamos la necesidad de hacerlo. Sí, quizá tengamos la necesidad de hacer nuestro arte ahora más que nunca, ahora por vez primera, ahora y como siempre. 

Quizá.

Deleuze afirma también que la idea nace de la necesidad. Nuestra amorosa, inquietante, deslumbrante y jodida tarea no es otra que enfrentar nuestra necesidad. Hacernos cargo. Porque hoy, menos que nunca pero también como siempre, no hay dónde esconderse de uno mismo, del deseo y nuestras necesidades primarias.