El poema puede ser considerado como testigo de la vida externa e interna del poeta, lo que vio e hizo, su forma de vivir, cómo eran sus cualidades mentales y su sensibilidad, su personalidad o incluso los que pudieron ser sus sentimientos de culpabilidad que, de acuerdo a algunas escuelas del psicoanálisis están detrás tanto de los sueños como de la poesía. (...)
Dado que la poesía representa e interpreta imágenes dramáticas de la condición humana, a menudo los aspectos más duraderos y serios, o muestras ideas y doctrinas, apenas puede evitar su influencia sobre los pensamientos y la conducta del lector. Cuando este analiza un poema desde este punto de vista, comienza preguntándose por las implicaciones morales de la acción humana representada en el poema y las cualidades de los protagonistas. Se trata de comparar el aliento, la complejidad y la verdad de la visión que, acerca de la vida, retrata el poeta con las visiones de los otros poetas y calcular los posibles efectos morales sobre los lectores. (...)
Pero además de las relaciones del poema con la época en la que se escribe, con la personalidad del autor y con el ámbito de valores morales y filosóficos, el poema existe por derecho propio como objeto independiente que tiene su forma propia y sus propias relaciones internas. No es el producto de leyes naturales como las plantas y los animales, ni nace exclusvimente a causa del temperamento dominante de una época o porque el poeta esté dotado de especiales poderes de sentimiento, pensamiento o imaginación. Más bien, el poema existe porque el poeta lo hace, lo construye; pone sus capacidades especiales al servicio de alguna finalidad o diseño organizativo suficientemente distintivos como para dar a su poema una identidad en sí mismo. Esta es la opción personal de los autores, todo ello en función de la consecución del principio organizador que una las partes en un todo - el synolon aristotélico - que debe ser analizado sin teorías previas, sin premisas que puedan mediatizar la lectura que, desde la perspectiva pluralista, es única e insustituible para cada poema y cada autor; la lectura, como el análisis práctico, debe hacerse tomando el poema como objeto artístico de base lingüística, creado en un contexto determinado, con un propósito por parte del autor, mendiante una técnica concreta y un estilo particular, elementos que, como puede comprobarse, afectan a todos y cada uno de los componentes del hecho literario, renunciando metodológicamente a la distinción entre análisis intrínseco y extrínseco.
Javier García Rodríguez
"Adaptación de los planteamientos de Friedman y McLaughlin" en La escuela de Chicago: Historia y poética, ed. Arco Libros, Madrid, 1998, pp. 105-107.
Dado que la poesía representa e interpreta imágenes dramáticas de la condición humana, a menudo los aspectos más duraderos y serios, o muestras ideas y doctrinas, apenas puede evitar su influencia sobre los pensamientos y la conducta del lector. Cuando este analiza un poema desde este punto de vista, comienza preguntándose por las implicaciones morales de la acción humana representada en el poema y las cualidades de los protagonistas. Se trata de comparar el aliento, la complejidad y la verdad de la visión que, acerca de la vida, retrata el poeta con las visiones de los otros poetas y calcular los posibles efectos morales sobre los lectores. (...)
Pero además de las relaciones del poema con la época en la que se escribe, con la personalidad del autor y con el ámbito de valores morales y filosóficos, el poema existe por derecho propio como objeto independiente que tiene su forma propia y sus propias relaciones internas. No es el producto de leyes naturales como las plantas y los animales, ni nace exclusvimente a causa del temperamento dominante de una época o porque el poeta esté dotado de especiales poderes de sentimiento, pensamiento o imaginación. Más bien, el poema existe porque el poeta lo hace, lo construye; pone sus capacidades especiales al servicio de alguna finalidad o diseño organizativo suficientemente distintivos como para dar a su poema una identidad en sí mismo. Esta es la opción personal de los autores, todo ello en función de la consecución del principio organizador que una las partes en un todo - el synolon aristotélico - que debe ser analizado sin teorías previas, sin premisas que puedan mediatizar la lectura que, desde la perspectiva pluralista, es única e insustituible para cada poema y cada autor; la lectura, como el análisis práctico, debe hacerse tomando el poema como objeto artístico de base lingüística, creado en un contexto determinado, con un propósito por parte del autor, mendiante una técnica concreta y un estilo particular, elementos que, como puede comprobarse, afectan a todos y cada uno de los componentes del hecho literario, renunciando metodológicamente a la distinción entre análisis intrínseco y extrínseco.
Javier García Rodríguez
"Adaptación de los planteamientos de Friedman y McLaughlin" en La escuela de Chicago: Historia y poética, ed. Arco Libros, Madrid, 1998, pp. 105-107.