Después de ocho meses y medio sin funciones de teatro, este fin de semana algunas salas, pocas, volvieron a abrir sus puertas. El Picadero, entre ellas. Toma de temperatura, limpieza de calzado, firma de declaración jurada sobre la responsabilidad como asistente y el estado de salud, protocolo de acceso y de salida, butacas distanciadas, filas canceladas, treinta por ciento de aforo y un personal atento, coordinado, amable, que en todo momento trata de que nada resulte detestable. Y lo logra. El audio que anuncia el comienzo de la función recuerda que debemos permanecer con el barbijo, informa que la ventilación cumple con los requisitos establecidos y advierte que al terminar esperemos sentados para evitar aglomeraciones. Pienso que en todos estos meses nunca estuve en un lugar tan seguro y lamento, una vez más, que tanto el gobierno nacional como el GCBA, hayan menospreciado tanto la capacidad de nuestros teatristas para organizarse del mejor de los modos posibles. Pero no vine a enojarme, sino a reconciliarme con la vida.
Yo, Encarnación Ezcurra, texto de
Cristina Escofet, con dirección de Andrés Bazzalo, se estrenó en 2017, ha
pasado por nueve salas y cuenta en su recorrido con importantes
premios. Es uno de esos unipersonales femeninos de largo aliento. Quien escribe
llega tarde con su recomendación, pero elige la obra a conciencia para
reencontrarse con la experiencia escénica presencial. Los unipersonales
aparecen en el extraño horizonte de expectativas del teatro como la posibilidad
más viable en este momento y la Encarnación Ezcurra que habita en Lorena Vega
goza de excelente salud. La esposa de Rosas es retratada con una contundencia
poética que equilibra inteligencia, humor y erotismo logrando que el contexto
histórico sea un telón de fondo sobre el que se despliegan juicios, críticas, deseos y temores. El amor y la política se funden en una
misma causa que humaniza el concepto de patria para convertirla en mucho más
que un territorio. La patria, para esta mujer, es el sentido de una vida agotada
en contrariar la expectativa. El poder se conquista, afirma.
Lejos de abrumar con la historicidad,
la propuesta rebosa frescura y exprime cada uno de los recursos de la puesta
para que así sea. La música en vivo de Agustín Flores Muñoz, Victoria Tolosa y
Martín Miconi, atraviesa el relato dinamizando intensidades, cambios de estado, y acentúa la potencia del candombe que irrumpe como celebración y metáfora del pueblo. Lorena Vega ofrece
una clase magistral de actuación donde, casi sin tregua, alterna interlocutores y recuerdos ofreciendo ese curioso prodigio que solo el teatro puede hacernos
ver: envejece ante nuestros ojos. Una obra que invita a recordar que el pasado no está escrito y que son muchas las voces silenciadas que esperan su momento.
El teatro se encuentra en una
situación inclasificable. Muchas salas cerrarán definitivamente sus puertas en los
próximos meses si el Estado no declara la Emergencia Cultural e implementa un protocolo económico a la altura de las circunstancias. Si aún pueden permitirse colaborar con la comunidad teatral de
su ciudad, donde quiera que se encuentren, no dejen de acudir a las salas antes de que sea demasiado tarde.
Yo, Encarnación Ezcurra
Teatro El Picadero
Pasaje Santos Discépolo 1857
Sábados 21h.