Este empeño por seguir en lo que somos. Llámese como sea. En este espacio el teatro es el arte más citado pero, en gran medida, lo es porque en él coexisten los demás. El escenario puede ser un campo de pruebas para todas las disciplinas, un lugar de encuentro, un territorio otro, nuestro, abierto, ilimitado, sin banderas, donde nos sabemos compartiendo credos y fórmulas tan frágiles que en cualquier momento podemos y debemos romper para favorecer quién sabe. Tenemos la inverosímil fortuna de haber encontrado una forma de darnos sentido, de significar. Y la necesidad, no sólo el deseo, es tan grande, que sabemos que no hay forma de evitarnos. No queremos evitarnos. No es mucho saber, pero en los tiempos que corren, la certeza de sabernos necesarios, la posibilidad de vernos como una luz, una voz, mínima, por supuesto, pero luz al fin, voz al fin, no es menor. Y no es un privilegio, sino una responsabilidad. Una de esas responsabilidades a celebrar, de las que humanizan e integran lo mejor de esta especie maligna. Tenemos la posibilidad de ser luz y voz en tiempos en los que todo ensordece y ciega.
De algún modo ya estuvimos acá, ya vivimos lo peor de todo esto. Nos prometieron y prometimos que esta oscuridad no volvería, pero. Acá estamos. Rodeados de cursivas, comillas y paréntesis para contextualizar de un modo justo, operativo, didáctico, un modo políticamente correcto, nuestro día a día. Lo inestable del mundo se subraya con sangre fresca. Nadie podrá decir que no lo vio, que no se enteró. No. El desastre está fuera y acá, al alcance de un clic. Nos alcanza a todos. Nos lastima y pertenece. La cuestión, la única quizá, es qué hacer con él. Con su repercusión en nuestras vidas. Qué hacer ahora. Qué hacer de nuevo. Cómo insistir. La respuesta no es otra que insistiendo. Hay que escribir, pintar, hacer música, tomar fotografías, actuar, bailar y... hasta el final. Nuestra práctica, nuestro desempeño como artistas saldrá favorecido, pero la urgencia es otra. Hay que escribir para no callar, hay que hablar para no callar, hay que señalar cuando no nos queden palabras. Mostrar, abrir, desnudar la evidencia una y otra vez. Nuestra amorosa tarea como artistas acompañará el desastre, se nutrirá de él, nuestras obras caerán en el caos y pasarán desapercibidas en medio del dolor, pero serán parte. Tenemos que seguir siendo parte. Accionar desde ahí. Con lo que tenemos, con lo que sabemos. Alejémonos de todo cuanto ningunea nuestra labor. Ventilemos, abandonemos, cambiemos de lugar, de ideas, probemos otra cosa. Quién sabe. No encontraremos respuestas. Y si aparecen, desconfiemos. Desconfiemos de la certidumbre y la verdad. Dudemos incansablemente. No dejemos de preguntar, de aprender a preguntarnos. Qué no hemos hecho aún. Qué más podemos hacer. Y cómo.
Si nunca hay tiempo, este es el mejor momento. Todo lo que aún podemos decir, pensar, sentir, debe ser. Quizá mañana todas nuestras limitaciones de hoy nos parezcan libertades. Tenemos miedo, sí. Pero no sólo. Por eso, de algún modo, llegamos acá, hacemos esto, encontramos el modo. Lo inevitable encuentra su camino. Nada evitará el mal, pero lo que hagamos para enfrentarlo, lo que hagamos con y pese a él, lo que logremos, será lo que ayude. Ojo, lo que ayude. Nada nos salvará. Ni nadie. Pero mientras seguiremos haciendo todo lo que sea necesario para.