La lluvia y otras cigüeñas fue una obra que supimos ensayar y estrenar en 2010.
Hacían llover y
actuaban Lorena Barutta, Clarisa Hernández, Paloma Lipovetzky, Nadia Marchione y
Francisca Ure. Sol Soto y Luciana Sanz cuidaban la magia. Las voces eran cinco.
Ellas nunca tuvieron nombre. Cantaban. Y quizá predecían el futuro.
El texto decía cosas así.
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UNA: Cuando la lluvia se detuvo llegó el
silencio. Ese silencio que dicen que enloqueció a tantos. No llegaban los
murmullos del bosque y las que fueron hasta el río dijeron que había
enmudecido, era como mirar un cuadro apenas y todo estaba muerto
alrededor. Se pensó entonces que aquello era un castigo: la lluvia y el
silencio. Pero jamás llegó nadie a explicarnos el sentido de la lluvia y de sus
muertes, la razón de la locura o el silencio. Jamás se aclaró nada. Repartimos
la culpa igualmente. Así era más sencillo para todas.
Dos ante una cuna.
- Parece un pescado.
- Un ciempiés.
- Una mariposa herida.
- Un conejo tonto.
- No hace nada, no dice nada.
- No lo necesita.
- Nadie lo necesita a él.
- Pero él no lo sabe.
- Lo sabrá. No todos van a
mentirle siempre.
Se burlan.
- ¿No es la criatura más
hermosa que hayas visto?
- ¡Ay, cómo se parece a la
mamá!
- ¡Ay, cómo se parece al papá!
- No, no. Es idéntico a su
abuelo antes de morir.
Pausa.
- Mira cómo duerme.
- Mira cómo mira.
- Mira cómo muere.
Pausa.
- Es inútil. Me aburre.
- Vos fuiste igual de inútil
alguna vez.
- Sigo siendo inútil.
- No. Innecesaria.
Pausa.
- Parece una gaviota.
- Un puercoespín.
- Un centauro cojo.
- Exagerada.
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UNA: Nadie sabe cuánto duró. Días
que fueron semanas que llegaron a meses de a poquito. El sentido del tiempo se
perdió, quedó tan embarrado como el resto. Recuerdo que respirábamos como
peces, hasta los pulmones se pusieron verdes. Ah, y el color de los ojos nos
cambió. Se oscurecieron los claros, se aclararon los oscuros… Como si fuera un
capricho de los espejos, como si estos recordaran su pasado de agua y se
sumaran a la burla. No se tenía hambre. Pronto se pudrió todo: la carne, la
reserva de nuez, hasta el vino de la bodega se echó a perder. La harina y la
sal se humedecieron. Nos
quedábamos quietas. Ahí, sentadas en el patio, viendo caer la lluvia
interminable que en un rato era helada y luego tibia. Y no paraba nunca. Te
hechizaba. Era como en la hoguera, sólo que el fuego termina por morirse si no
se alimenta y la lluvia no sabíamos pararla.
Todo nos lo deshizo. Algunas
casas no hubo manera de componerlas de vuelta. La que pudo se mudó para otro
lado, pero muchas se marcharon por los bosques y no regresaron. La locura de la
lluvia no es sencilla. A todas nos enfermó. Del corazón, los ojos, la palabra.
OTRA: Después de lo ocurrido las cosas no cambiaron demasiado.
Es raro de explicar y es del todo imposible que lo entiendan los que no estuvieron,
los que vienen de paso, y piensan que la vida transcurre como siempre, que está
el lunes después de los domingos y el viernes sigue al jueves mansamente. Es
imposible, digo, del todo incomprensible para aquellos que siguen con sus
sueños, que aún tienen esperanza. Nunca lo entenderán.
UNA: Las que vivimos la época de lluvias entendimos de pronto
que el tiempo es un invento extraño, que ya no sirve más. Alguien lo ha roto.
No hay un buen momento ni una hora mejor del día. Cada uno tiene un número
asignado y, desde la lluvia, la suerte gira cada vez más deprisa. Y hoy sí, hoy
aún tienes aliento pero mañana nadie sabe, en unas horas, nadie sabe, a
medianoche, quién te dice.
OTRA: Sí, nada fue igual desde la lluvia para nadie. Ahora se
esperan pocas cosas. Se esperan sin que se note, como si no, como si la espera
no fuera con una, como si todos los deseos hubieran desparecido con el agua de
esos días.
UNA: No es tan malo. Se está más tranquila. Se duerme mejor y
a cualquier hora. Claro que es un poco triste, sí, pero la vida nunca fue una
fiesta por acá, ya me entiende. Estamos acostumbradas a la tristura como
estamos acostumbradas a la muerte. Las cosas son así. Los días siguen. La
suerte gira. La vida cansa.
TODAS: Lo que tenga que llover, que llueva.
UNA: Llueve desde hace tres días. Tres días enteros de lluvia.
Dale que dale con el agua. Ayer la niña cantó: que llueva, que llueva… Y le di
un bofetón como es lógico. La niña algunos días parece idiota. No se nos
parece. No sabemos a quién ha salido. De quién es. Ahora no está. Debe andar
perdida pero volverá. Tarde o temprano siempre la devuelve alguien. Los
desconocidos son amables. No deben tener nada que hacer y pierden su tiempo con
la niña perdida. La traen hasta aquí.
No, nos habíamos dado cuenta. Sí, lo hace a menudo. Cosas de
ella. Sí, es seguro que volverá a pasar.
No podemos estar todo el día vigilándola, aquí tenemos cosas que hacer, ¿sabe?
No podemos encerrarla en el armario tampoco. Nos han dicho que no se hace. No
se preocupe usted tanto, siempre la encuentra alguien, ¿ve? Usted la trajo y
ella está perfecta. No le falta nada. No, eso ya lo tenía. Le digo que sí, ya
lo tenía, nunca fue una niña linda, es la verdad.
A nosotros no nos importa demasiado. La niña, digo. Ni la niña
ni otras muchas cosas. No tenemos tiempo para que las cosas nos importen, para
preocuparnos de lo que no tiene solución. Algunos vienen hasta acá y te cuentan, hablan sin parar sobre
quién sabe, sinsentidos hablan. Pueden hacerlo durante horas mientras nosotros
seguimos a lo nuestro. Si paramos, habrá más trabajo para luego, se terminará
más tarde, será peor para todos. No merece la pena detenerse a escucharlos.
Igual ellos pueden hablar sin que los miremos siquiera. Son de los que no hacen
otra cosa. Por ahí sólo saben hablar, puede ser. Algunos sólo sirven para hacer
una cosa. Nosotras tenemos suerte. Suerte es una de esas palabras que se les
escaparon. A veces funciona como un consuelo y otras no quiere decir nada.
Cuando digo que tenemos suerte trato de consolarme pero no sé si lo logro.
No llovía así desde los funerales así que andamos todos
pensando en muerte. En quién se habrá ido y de dónde. A dónde no nos lo dicen y
tampoco importa. “La lluvia es algo que sigue sucediendo en el pasado”. Uno
dijo eso. O algo parecido. Lo escribió. No debía tener una niña perdida el que
tenía tiempo para escribir. Ahora no se puede. Ni papel queda. Y si aparece un
trozo a nadie se le va ocurrir escribirle nada encima. Suponiendo que alguno
escriba. No lo creo. Hay muchos que hablan, sí, porque tienen tiempo o porque,
pobres, no saben hacer otra cosa. Pero eso de escribir, no, no he visto a nadie
que lo haga. A lo mejor a escondidas. A escondidas se hace casi de todo.
Si sigue lloviendo así van a morirse otros cuantos. De asco.
De aburrimiento van a morirse. Porque mientras llueve no hacen nada, se quedan
ahí mirando esa agua rara, loca y sucia que se pierde por adentro de la tierra,
que rompe todo, que lo quiebra. Ahí es donde comienza a aparecer la muerte.
Todos se acuerdan de los funerales porque fueron días y noches de agua, de
miedo y de algunos que lloraban sin parar hasta que otro los callaba. Yo creo
que la niña no se acuerda de los funerales. Puede que en esos días también se
perdiera y por donde estuvo no pasaron. Por eso se puso a cantar lo de la
lluvia. Nunca se sabe, nunca se sabe si las canciones funcionan. Son otra cosa
rara que no se entiende mucho. A vece parecen buena cosa pero no hay modo de
estar seguro. De todos modos, sólo a la niña podría ocurrírsele eso de cantar
como si nada y le di un bofetón como es lógico.
Y mentirte, mentir un poquito
y mentirte, mentirte de veras
y mentirte, mentir muy bajito
y mentirte, mentir aunque
duela,
aunque muera por dentro, por
vos.
Fotos: Giampaolo Samá / Gráfica: Dalmiro Zantleifer
Texto y dirección: Macarena Trigo