"La obra, un accidente."




¿Cuánto crece una obra en dos meses y medio? ¿Cómo medir ese crecimiento?  Hace dos meses y medio presenciamos un ensayo de El mundo es más fuerte que yo. La puerta de Roseti se abría después de más de dos años para compartir ese trabajo y la criatura palpitaba un entusiasmo febril. Sin luces, ni vestuario, ni final ni… Era un regalo honesto e inagotable. Reposada la impresión del primer cuerpo a cuerpo, volvimos a verla para renovar la experiencia acumulada. 

¿Dónde ponemos la expectativa al entrar en una sala de teatro? ¿Y al volver a una obra? ¿Qué buscamos? ¿Qué se desea? Sobre todo, que no nos decepcionen, que no roben nuestro escaso tiempo con algo que no. Y, por supuesto, que aquello, lo que fuere, esté tan vivo que me obligue a quedarme ahí, que tome mi mente y mi cuerpo y los vacíe llenándolos de algo más. Poder salir de esa obra, de esa sala, con el ánimo restaurado, con un poco de entusiasmo que cauterice el resto del sindios. Eso es ir al teatro y lo demás, sociales. En la república de Roseti trabajan arduo para ese umbral de expectativa no decaiga. 

El mundo es más fuerte que yo, quizá, pienso ahora, hoy, no quiere ser una obra de teatro. Pero es un bicho de. No quiere ser una trampa, una elipsis donde el público envejezca. Su naturaleza es la de un campo de pruebas, territorio abierto al que se nos invita y donde todo se presta a correcciones, cambios. Una de sus grandes virtudes es que capitaliza en el instante cuanto sucede y eso, sin duda, la mantendrá viva mientras su equipo la ampare. En cualquier momento puede suceder algo inesperado que modificará la puesta, quizá para siempre, y eso, el accidente, es tan bienvenido como deseado.

Nada es lo que parece. Ni el espacio, ni nuestra llegada, ni los roles asignados en remeras. El mundo está lleno de significantes agotados, de cosas que son sin estar, de acuerdos tácitos y absurdos. El pacto ficcional, esa convención vapuleada, esa anestesia… ¿Puede quebrarse? ¿Cómo? ¿Qué hay que hacer para que la ficción se rompa? ¿Dónde está la fisura que permite ir y volver? Y, en última y primera instancia, ¿qué nos importa más? ¿Nos define la realidad que nos rodea o la ficción a donde escapamos? La ficción que nos consume y consumimos, ¿acaso no nos (pre)ocupa más que la vida? ¿Dónde vivimos más y mejor?

El mundo es más fuerte que yo no necesita ser una obra de teatro más. Es un ensayo práctico, un experimento escénico que aspira a involucrarnos medularmente. Su programa así lo sugiere: "La cooperativa está inscripta en ACTORES con el número de orden: 21061. Una vez finalizada la obra, ustedes deberán inscribirse en la misma y cobrar el porcentaje correspondiente por la función que acaban de representar.”

La dirección de Juan Coulasso exprime las paradojas de la literalidad hasta las últimas consecuencias. Nos convierte en sus actores por obra y gracia de su concepción del hecho escénico como un acontecimiento limítrofe e incierto. Su puesta en escena nos recuerda, nos obliga a recordar, que no hay punto de vista adecuado. Ver o no ver, escuchar o no, aplaudir o no, son convenciones prescindibles si el bicho teatral está vivo. “No hay obra”, nos recuerdan una y otra vez, un guiño a Lynch, sí, pero, sobre todo, un regalo para nosotros, el público. Un público personaje al que se apela con inteligencia honestidad y humor. 

La no-obra comienza varias veces. Mientras el público se acomoda, su dinámica resuena en el audio de un ensayo. La sala se nos abre de una forma y se nos entrega en otra. Nos exigen atención desde el vamos. Miren, esta podría ser la puesta, pero no. Este podría ser el espacio, pero no. No sólo. Vos estás ahí pero también acá. Nada nos separa. La incertidumbre nos acosa.

En esta poética de ensayo sobre el quehacer teatral no hay rol menor, sin embargo, es el vínculo entre la actriz y el director, omnipresente en la puesta como una parodia de sí mismo y de todos los directores que en el mundo son y han sido, el que se desarrolla casi sin palabras. Mientras la actriz, una generosa y explosiva Victoria Roland, verbaliza la evidencia de esa relación tan tortuosa como necesaria,  contemplamos como, por momentos, su cuerpo y su voz se transforman en materia informe al servicio de una búsqueda vital, una comunión energética. La actuación concebida como un umbral de entrega, de intimidad tan absoluta como pública. El rol de actriz cuestionado como una extensión física y mental del director.

¿Qué es un director de teatro a fin de cuentas? ¿Cuál es su trabajo exactamente? Por suerte, a nadie le interesa una respuesta unívoca.


Hay más, tanto y mucho más sobre lo que puede escribirse y se escribirá en torno a esta producción de Roseti. Lo importante, de más está decirlo, es el acontecimiento. La cosecha de preguntas y sensaciones - el eco de la percusión en el cuerpo, por ejemplo - que cada quien se lleva al abandonar la sala como un actor más: obligado por la dirección. 



El mundo es más fuerte que yo

Texto: Juan CoulassoVictoria Roland
Actúan: Victoria RolandFlor Sánchez Elía
Músicos: Matías Coulasso
Diseño de vestuario: Endi Ruiz
Diseño de luces: Matías Sendón
Diseño sonoro: Matías Coulasso
Realización de vestuario: Emiliana De CristofaroLuisa Vega
Video y trailer:  Nadia Lozano
Operación de sonido: José Feliciano Ramirez
Fotografía: Nora Lezano
Asesoramiento coreográfico: Carmen Pereiro Numer
Entrenamiento vocal y asesoramiento musical y artístico: Bárbara Togander
Asistencia de dirección: Nadia LozanoMarina Ollari
Dirección de arte: Endi Ruiz
Colaboración en dirección: Carmen Pereiro Numer
Dirección: Juan Coulasso

Roseti

Roseti 722
Sábados 18.30h