En Amanece que no es poco, la genial película de José Luis Cuerda, el personaje del escritor termina su novela y ante el pedido de uno de los parroquianos de que se la deje leer, responde: "Sí, hombre, a ti te la voy a dejar, para que la estropees." Algo así se siente al tratar de escribir sobre La terquedad. ¿Qué comentario estaría a la altura? La terquedad es lo más parecido al descubrimiento de una nueva pirámide en Egipto, una pirámide donde los arqueólogos encuentran, por fin, el jeroglífico que desvela los misterios de aquella civilización. ¿Exagero? ¿Importa? Lo desmedido del arte nos salva, ahí donde el orden conocido vuela por los aires para enfrentarnos a algo nuevo. En este caso, la novedad es la enorme suma de posibilidades que esta obra regala: Sí, es posible estrenar una obra compleja en todos los sentidos - fondo, estética, ideología y duración - en el marco del teatro oficial. Sí, es posible que agote las entradas. Sí, es posible que el artefacto no sea una pompa fúnebre. Sí, es posible que no sólo resulte entretenida, sino inteligente, irónica. Brillante. Sí, es posible que una obra divida a su público como si fuera algo verdaderamente importante, como si fuera algo más que una obra de teatro. Porque, en efecto, lo es. La terquedad no es sólo una excelente obra. Es un corpus teórico, uno más firmado por Spregelburd, sobre qué cosa es el lenguaje y cómo constituye la infame realidad en la que estamos. También es una reflexión sobre el tiempo y sus maldiciones, sobre las repeticiones ritmadas de la historia y la continuidad de lo peor de la especie: el fascismo en todo su esplendor. Es una apuesta por el interrogante abierto como fórmula para que el público reconsidere el actual estado de las cosas. El modo en que esto sucede, se orquesta, dentro de un texto tan excepcional como delirante, encarnado por un elenco generoso en su compromiso con la titánica empresa, exige mucho más que una nota para hacerle justicia. La terquedad hará las delicias de semióticos y analistas de la puesta en escena, pero no sólo. No es una obra concebida para teóricos, aunque, sí, por supuesto, los sabe ahí, los ubica en su horizonte de expectativas. Spregelburd detona una y otra vez su artefacto para aproximárnoslo. No engendró una criatura oscurantista, sino un universo lúdico de apoteósica contudencia donde el lenguaje, el profundo entendimiento del valor de la lengua, y la potencialidad del hecho escénico comulgan para que la obra, una y otra vez, nos conquiste, nos atrape con humor, nos sorprenda y recuerde que hay más. Siempre hay más. El escenario no es sólo un territorio para la tan mentada organicidad, también es el campo por excelencia para la contradicción y la paradoja. Y, por supuesto, para lo poético. Quien sopesa y controla la fuerza de esos caballos desbocados, puede hacer con y en nosotros, lo que quiera.
La obra se estrena en Buenos Aires con diez años de retraso. Alemania la disfrutó en 2007 y desde entonces se estrenó en Francia, Suiza y España. "No todas las explicaciones de esta demora son comprensibles", afirma Spregelburd en el programa. Ciertamente, no. Sin embargo, consideremos que la recibimos en uno de los mejores momentos: cuando más la necesitamos. El argumento comienza en un pueblo valenciano en 1936, pero termina acá, en la realidad más inmediata, habla de lo que está pasando en nuestras calles, de lo que, una vez más, sucede en Argentina y en gran parte del mundo. "¿Por qué el fascismo no se presenta nunca como el mal, sino que acude disfrazado de humanismo?".
La obra se estrena en Buenos Aires con diez años de retraso. Alemania la disfrutó en 2007 y desde entonces se estrenó en Francia, Suiza y España. "No todas las explicaciones de esta demora son comprensibles", afirma Spregelburd en el programa. Ciertamente, no. Sin embargo, consideremos que la recibimos en uno de los mejores momentos: cuando más la necesitamos. El argumento comienza en un pueblo valenciano en 1936, pero termina acá, en la realidad más inmediata, habla de lo que está pasando en nuestras calles, de lo que, una vez más, sucede en Argentina y en gran parte del mundo. "¿Por qué el fascismo no se presenta nunca como el mal, sino que acude disfrazado de humanismo?".
Hay que ver La terquedad porque supone una experiencia y obliga a activar los resortes oxidados de nuestra percepción del mundo como un lugar mejor y posible. Un lugar donde quizá merece la pena estar para ser testigo y cómplice, partícipe, de acontecimientos como éste.
Vendrán otros y encontrarán un pelo en la sopa. Sea.
La terquedad
Actúan: Paloma Contreras, Analía Couceyro, Javier Drolas, Pilar Gamboa, Andrea Garrote, Santiago Gobernori, Guido Losantos, Mónica Raiola, Lalo Rotaveria, Pablo Seijo, Rafael Spregelburd, Alberto Suárez, Diego Velázquez.
Vestuario: Julieta Álvarez.
Iluminación y escenografía: Santiago Badillo.
Diseño Audiovisual: Pauli Coton, Agustín Genoud.
Música original: Nicolás Varchausky.
Asistencia de escenografía: Isabel Gual.
Asistencia de dirección: Juan Doumecq.
Producción: Yamila Rabinovich, Ana Riveros.
Colaboración artística: Gabriel Guz.
Dirección: Rafael Spregelburd.
Teatro Nacional Cervantes
Libertad 815
De jueves a domingo.