El ciclo Invocaciones curado por Mercedes Halfon sigue regalando obras necesarias. En esta ocasión la figura invocada es la de Kantor y la directora que se enfrenta al fantasma del maestro, Mariana Obersztern.
Kantor es un desafío exquisito sobre la ardua tarea de (re)construcción de una obra teatral. El hombre y creador es la figura omnipresente que atormenta a la directora, personaje inserto como una anomalía, como una extensa nota al pie que adquiere cuerpo y voz para guiarnos y, en el camino, perderse. Mariana Obersztern se interpreta a sí misma elaborando una singular caricatura de lo que puede llegar a ser una directora enfrentando sus demonios en la empresa de invocar una referencia artística del calibre de Kantor. La investigación y el análisis dan como resultado una simbiosis donde la directora / personaje, habla un polaco fonético que reconoce no entender, un idioma otro donde se encuentra sumergida tratando de encontrar respuestas para dudas que se tornan ridículas al ser expresadas en voz alta. Su personaje está acompañado en una primera instancia por otra mujer, Agustina Muñoz, que ejerce como asistente, intermediaria o discípula de esa directora en tránsito. Encarna la necesidad del orden, persigue claridad, resultados, una toma de decisiones hacia la que azuza a la directora para que la obra adquiera formato manejable, un sentido, quizá un final feliz. Sin embargo, a medida que la obra avanza vemos que eso es imposible.
También están junto a la directora "los personajes", reproducciones de la estética de Kantor que poseen una preexistencia desde la que se les ha dado cita, no obstante, acá deambulan sin las imprescindibles circunstancias dadas. Son la esencia de Kantor pero en esta obra, la pieza en proceso, aparecen difuminados: ni sus acciones, ni sus urgencias, objetivos o espacios son claros. Los diálogos y pensamientos se convierten en una trampa poética donde la metáfora los atrapa. Cuánta más luz analítica emiten, más sinsentido adquieren. El humor inteligente, raudo e irónico del texto es uno de los factores que nos permite anclarlos en el extraño presente que la obra propone: un presente abierto como infinito paréntesis. El lenguaje cambia del registro literario al coloquial y porteño, generando un zapping delicioso que atrapa al público en un ejercicio de atenta escucha.
La puesta es coral y minuciosa. Construye un desorden aparente donde la fragilidad de cada elemento materializa lo inestable del proceso creativo. Cada decisión que la autora / directora toma, consciente o inconscientemente, repercute en ese espacio que se arma y desarma atendiendo a una partitura ritmada que se coreografía. Obersztern reflexiona sobre el papel del público: el ingreso en la sala nos desorienta como a los personajes que conoceremos y resignifica el ritual de acomodarse en platea. Se nos observa como a criaturas extravagantes mientras el interrogante de qué hacemos ahí, por qué vamos, por qué seguimos yendo al teatro queda sin respuesta.
Entre los textos manejados por Obersztern en la composición de su propuesta es probable que estuviera este poema de Kantor que resuena ahora como cartografía posible de esta invocación.
El fin del mundo
Todo empezó hace mucho tiempo
mucho antes,
mucho antes de la obra de la que estoy hablando aquí.
La imagen del fin,
del fin de la vida,
de la muerte,
de la catástrofe,
del fin del mundo
ya estaba claramente arraigada
en mi imaginación
y quizás en mi naturaleza.
¡Y no sin razón!
Antaño siempre me habían fascinado
el cataclismo
de la Atlántida,
de ese “mundo” anterior a nuestro mundo,
y el único “relato” que tenemos de él, el de Platón,
que contiene estas palabras:
“esa noche”.
Después de eso todo volvió a empezar desde el principio, de cero.
Y lo mismo sucede ahora en el escenario:
el fin del mundo,
después de la catástrofe,
una pila de cuerpos inanimados
(cuántos ha habido ya),
y una pila de Objetos fragmentados,
eso que quedó.
Después de eso,
según mi idea del teatro,
los muertos “se levantan de entre los muertos”
y desempeñan sus papeles,
como si no pasara nada anormal.
Eso no basta.
Los personajes
que empiezan a vivir por segunda vez
lo han olvidado todo.
Sus relaciones
(quieren recomponerlas de nuevo)
no son más que trozos de recuerdos,
trágicos y desesperados.
Lo mismo vale para los objetos fragmentados,
que luchan por rearmarse a sí mismos
correctamente
y por deducir su función.
La cama, la banqueta, la mesa, la ventana, la puerta,
después, más “compuestos”,
la cruz, la horca,
y al final los instrumentos
de guerra...
Qué magnífica serie de inventos, de desesperaciones,
de sorpresas, de errores...
Poco a poco,
el mundo de todos los días,
y la esfera más primitiva de la existencia básica,
consiguen nacer.
Luego vienen el mundo
de los fenómenos sobrenaturales,
los milagros, los símbolos sagrados.
Y por fin el mundo
de los acontecimientos colectivos,
la civilización...
Lo más asombroso es que todo es
repetición, ensayo.
A partir de allí, todo
(en escena) está permitido:
otra versión,
deformación,
blasfemia,
corrección...
Quizás
este ensayo,
con su versión, que no encaja con “el original”,
nos permita percibir nuestro mundo,
“el original”,
como si lo viéramos por primera vez.
Nosotros, espectadores de la época
previa a “esa noche” tan terrible,
contemplamos esta segunda
“edición”
del mundo
muy seguros de nosotros mismos.
Sabemos todo de todas las cosas,
lo sabemos tan bien
y lo hemos sabido durante tanto tiempo
que la realidad se ha vuelto
algo tan obvio
que ya no merece ser comprendido.
Contemplamos esas
luchas primitivas y torpes
y descubrimos
inesperadamente,
como si fuera nueva,
la esencia de esos actos elementales,
de esos objetos,
de esas funciones.
Por ejemplo:
una banqueta...
sentarse...
el estado de estar sentado...
Será más bien así
como habrá de desplegarse
el argumento de este
relato casi aventurado.
Nos estamos acercando al final.
Con los restos de una
civilización desaparecida
el hombre vuelve a construir
algo completamente desconocido,
un objeto-monstruo.
El objeto-monstruo explota.
¡Sabemos qué es eso!
El fin.
¡El fin del mundo!
Éste era el boceto bruto, simplificado,
de esta obra,
que, entre otros,
tenía pegado en la pared
de mi pobre Cámara de
la Imaginación
y la Memoria.
T. Kantor
KANTOR
Wielopole, mezrich, wielopole
Texto: Mariana Obersztern
Traducción: Magda Banach
Actúan: Juan Barberini, Lucas Cánepa, Cristina Coll, Lucio Giuggioloni, Walter Jakob, Agustina Muñoz, Mariana Obersztern, Valentina Pagliere, Ángeles Piqué, Verónica Walfish
Vestuario: Lara Sol Gaudini
Iluminación: Gonzalo Córdova
Diseño de objetos: Mariana Obersztern
Realización de objetos: Santiago Rey
Subtítulos: Julia Perette
Fotografía: Catalina Bartolomé
Asistencia de dirección: Julia Perette
Producción ejecutiva: Lia Comaleras, Gabriel Zayat
Producción general: Carolina Martin Ferro
Curaduría: Mercedes Halfon
Dirección: Mariana Obersztern
Centro Cultural San Martín
Viernes 20h y sábados a las 21h.