Sigo los textos de Loza. Sigo la aparición de sus palabras y, casi siempre, nos llegan como obras de teatro. Hay ratos en los que varios estrenos llevan su nombre y nos preguntamos cómo hace, qué come, ¿duerme? Después recordamos que Loza es dramaturgo y que, por el momento, elige no dirigir sus textos. Eso debe ayudar a gestionar su prolífica creatividad. Sea como fuere, me consta que nos pasa a muchos, Loza es un autor al que "seguimos" y eso, siendo dramaturgo, (último escalafón de la jerarquía literaria) habla muy bien no sólo de su impronta, sino de sus búsquedas y de una sólida poética que expansión que, por cierto y por fin, pronto tendremos en forma de libro.
Almas ardientes es la primera obra de Santiago Loza que vemos en un teatro oficial y está dirigida por Tantanian. En el programa el autor afirma que la obra fue fruto del encuentro con el director y del deseo de laburar con un grupo de actrices sobresalientes. Con mucha menos dinamita se vuelan puentes, así que no es de extrañar que el resultado de tanta iniciativa resulte no sólo interesante, sino también un divertimento potente, una obra que nos deja observar el mecanismo de construcción de su puesta para recordarnos que la gracia de las recetas no está tanto en los ingredientes como en el modo en que se cocinan. Y Almas ardientes tiene mucho de cocina. Gran cocina teatral. Grandes lecciones de interpretación por parte de un elenco impecable y, por momentos, implacable en la construcción de certezas que sostienen a sus personajes. La cocina como tal se muestra como ámbito de soledad, lugar redentor donde roles de madres e hijas se perpetúan mientras el tiempo moderniza, con suerte, los electrodomésticos que las rodean. Y otra cocina pispeada, la literaria. Un taller de escritura donde las mujeres comparten todo lo que las separa. Un espacio donde buscan expresar(se), sin saber qué decir. Claro que es difícil encontrar las palabras adecuadas cuando el mundo, una vez más, se viene abajo.
Almas ardientes está contextualizada en diciembre de 2001. El eco de esa temporada de historia apocalíptica aún resuena en nosotros. No sólo Buenos Aires era un hervidero, el mundo entero parecía signado por un precipitación hacia el abismo. Sin embargo, la historia se repite y bien lo sabe, todo cambia para que todo permanezca.
La violencia de esos días les llega a las protagonistas como un eco lejano capaz de enrarecer su nada cotidiana y acentuar sus vagos temores. Vagos pero constantes. En todas palpita desbocado el miedo a lo desconocido, ese gran runrún cósmico que acompaña la existencia.
Almas ardientes hace reír a carcajadas gracias a la frescura con la que sus actrices manejan una impunidad temeraria que las convierte en seres tan odiosos como fascinantes, pero ojo, no deja que las contemplemos cómodamente. La identificación aparece y nos sonroja. El malestar de ellas puede ser nuestro. Su soledad, la inercia de los días, el absoluto desconocimiento del mundo... Elijan su porción de torta. Hay para todos.
Tantanian elaboró una puesta en escena elegante e irónica. Literalmente enmarca a estas mujeres en sus ensoñaciones subrayando lo inerte de sus vidas y su museístico transcurrir. El peso de la historia también se evoca en ese marco dorado donde las escenas se abren hacia otras realidades posibles. Sin duda, la carcajada cósmica sostenida la aporta la única presencia masculina. Esa figura que atraviesa el escenario una y otra vez sin hacerse cargo del caos que su belleza provoca. Un hombre bello pero antiséptico, esterilizado. Tanto que termina siendo un ángel. Almas ardientes abre de par en par una entrada del infierno femenino. Una de sus muchas salas de tortura. Y lo masculino, se quiera o no, forma parte consciente o inconsciente de lo inalcanzable, lo deseado y olvidado. Acá, para variar, el hombre es el objeto. Se agradece la ironía de la dirección para aportar un elemento tan crítico como apuesta estética.
Aparecen varias frases en el programa de mano que ubican el ánimo donde corresponde. Compartimos una de Virginia Woolf en La señora Dalloway porque resume muy bien todo lo que acá no vamos a contarles.
"Lo que ocurría siempre, ocurrió entonces; lo que ocurría todos los atardeceres de sus vidas".
Almas ardientes.
Autoría:Santiago Loza.
Actúan: Eugenia Alonso, Maricel Alvarez, Mirta Busnelli, Analía Couceyro, Gaby Ferrero, Stella Galazzi, Santiago Gamardo, Paula Kohan, María Onetto, Maria Ines Sancerni.
Músicos: Emiliano Álvarez, Rafael Delgado, Diego Penelas.
Vestuario y escenografía: Oria Puppo.
Iluminación: Jorge Pastorino.
Diseño sonoro: Diego Penelas.
Video: Vasko Films, Eduardo Crespo.
Música original y dirección musical: Diego Penelas.
Dirección: Alejandro Tantanian.
Teatro San Martín
Av. Corrientes 1530
Funciones de miércoles a domingo.
Almas ardientes es la primera obra de Santiago Loza que vemos en un teatro oficial y está dirigida por Tantanian. En el programa el autor afirma que la obra fue fruto del encuentro con el director y del deseo de laburar con un grupo de actrices sobresalientes. Con mucha menos dinamita se vuelan puentes, así que no es de extrañar que el resultado de tanta iniciativa resulte no sólo interesante, sino también un divertimento potente, una obra que nos deja observar el mecanismo de construcción de su puesta para recordarnos que la gracia de las recetas no está tanto en los ingredientes como en el modo en que se cocinan. Y Almas ardientes tiene mucho de cocina. Gran cocina teatral. Grandes lecciones de interpretación por parte de un elenco impecable y, por momentos, implacable en la construcción de certezas que sostienen a sus personajes. La cocina como tal se muestra como ámbito de soledad, lugar redentor donde roles de madres e hijas se perpetúan mientras el tiempo moderniza, con suerte, los electrodomésticos que las rodean. Y otra cocina pispeada, la literaria. Un taller de escritura donde las mujeres comparten todo lo que las separa. Un espacio donde buscan expresar(se), sin saber qué decir. Claro que es difícil encontrar las palabras adecuadas cuando el mundo, una vez más, se viene abajo.
Almas ardientes está contextualizada en diciembre de 2001. El eco de esa temporada de historia apocalíptica aún resuena en nosotros. No sólo Buenos Aires era un hervidero, el mundo entero parecía signado por un precipitación hacia el abismo. Sin embargo, la historia se repite y bien lo sabe, todo cambia para que todo permanezca.
La violencia de esos días les llega a las protagonistas como un eco lejano capaz de enrarecer su nada cotidiana y acentuar sus vagos temores. Vagos pero constantes. En todas palpita desbocado el miedo a lo desconocido, ese gran runrún cósmico que acompaña la existencia.
Almas ardientes hace reír a carcajadas gracias a la frescura con la que sus actrices manejan una impunidad temeraria que las convierte en seres tan odiosos como fascinantes, pero ojo, no deja que las contemplemos cómodamente. La identificación aparece y nos sonroja. El malestar de ellas puede ser nuestro. Su soledad, la inercia de los días, el absoluto desconocimiento del mundo... Elijan su porción de torta. Hay para todos.
Tantanian elaboró una puesta en escena elegante e irónica. Literalmente enmarca a estas mujeres en sus ensoñaciones subrayando lo inerte de sus vidas y su museístico transcurrir. El peso de la historia también se evoca en ese marco dorado donde las escenas se abren hacia otras realidades posibles. Sin duda, la carcajada cósmica sostenida la aporta la única presencia masculina. Esa figura que atraviesa el escenario una y otra vez sin hacerse cargo del caos que su belleza provoca. Un hombre bello pero antiséptico, esterilizado. Tanto que termina siendo un ángel. Almas ardientes abre de par en par una entrada del infierno femenino. Una de sus muchas salas de tortura. Y lo masculino, se quiera o no, forma parte consciente o inconsciente de lo inalcanzable, lo deseado y olvidado. Acá, para variar, el hombre es el objeto. Se agradece la ironía de la dirección para aportar un elemento tan crítico como apuesta estética.
Aparecen varias frases en el programa de mano que ubican el ánimo donde corresponde. Compartimos una de Virginia Woolf en La señora Dalloway porque resume muy bien todo lo que acá no vamos a contarles.
"Lo que ocurría siempre, ocurrió entonces; lo que ocurría todos los atardeceres de sus vidas".
Almas ardientes.
Autoría:Santiago Loza.
Actúan: Eugenia Alonso, Maricel Alvarez, Mirta Busnelli, Analía Couceyro, Gaby Ferrero, Stella Galazzi, Santiago Gamardo, Paula Kohan, María Onetto, Maria Ines Sancerni.
Músicos: Emiliano Álvarez, Rafael Delgado, Diego Penelas.
Vestuario y escenografía: Oria Puppo.
Iluminación: Jorge Pastorino.
Diseño sonoro: Diego Penelas.
Video: Vasko Films, Eduardo Crespo.
Música original y dirección musical: Diego Penelas.
Dirección: Alejandro Tantanian.
Teatro San Martín
Av. Corrientes 1530
Funciones de miércoles a domingo.