"Cuando se comienza a ensayar, desde que dos o tres personas comienzan a preparar algo, se constituye un grupo. La confluencia de las personas en el "nosotros" da lugar a un fenómeno que a mí me sigue sorprendiendo: cada uno tratará de resolver en el grupo lo que desea individualmente, pero hará lo que el grupo le impone con sus propias estrategias. El grupo que funciona ya no es una suma de personas sino otra cosa "más que humana" que se conecta con sus semejantes y consigo misma utilizando maniobras que no pueden ser llamadas conceptos ni sentimientos o que lo sólo por extensión. El grupo está formado por los que ensayan y por todos los que, de una u otra manera, participan de la actividad - escenógrafos, vestuaristas, técnicos, productores, agentes de prensa -, por el espacio que eligen para ensayar, por la tradición de la institución donde se constituyen si es en alguna, por los grupos anteriores y por los que le son contemporáneos. Serán muchos o pocos, pero serán un grupo, lo serán aunque crean que son una familia feliz o una casualidad. Ese grupo que primordialmente se consolida con el objetivo de llegar a hacer una obra y encontrarse con otro grupo - el público - encuentra o provoca inevitablemente una delimitación de zonas internas y de su mecánica de producción con las que armará una definición de sí mismo. Como todos los grupos, inventará parejas, condensará historias, manejará las intensidades como espejismos, pero además tendrá el fantasma de una obra, que siempre propone un ordenamiento distinto del grupo. Pero la historia que teje el grupo nunca coincide con la obra, no quiere encajar fácilmente, forcejea. La obra viene con su impulso y su propio registro, su colocación en la tradición literaria y actoral, la relación del propio idioma con otros idiomas cuando es una traducción, su ubicación en el teatro nacional. En ese combarte entre el grupo y la obra se juega buena parte de lo que sucederá en las representaciones, porque es donde la actuación traza sus acuerdos y carga los signos con un impulso personal. (...)
El primer problema que se me presenta en un grupo de ensayo es, y cada día me pasa más, cómo hablar. Lleva varias sesiones que las palabras comiencen a circular tímidamente con algún peso, mientras el funcionamiento del grupo va verificando su validez. Si bien cualquier director con experiencia reconoce cuándo comienza a aparecer la actuación que está buscando, eso no basta para ordenar un grupo que necesita hablarse. Además, durante todo el curso del ensayo, la actuación aparece y desaparece con bastante arbitrariedad aparente y su reconocimiento no significa su control. Para rodearla y desarrollarla tiene que haber un lenguaje que clasifique y jerarquice. (...)
"No, las cosas no son así", dice un director y allí comienza una posible serie de equívocos. Puede ser que un grupo se forme con actores que tengan experiencias comunes, que se quieran, pero si no están tratando de repetirse también tendrán que buscar un nuevo lenguaje, porque los grupos no siguen con obediciencia la historia que se les debería atribuir según las ideas, ni son tan románticos como las personas. Lo que un grupo utiliza como pasado es aún más misterioso y variable que lo que una persona utiliza. El lenguaje se traza, para mí, delimitando lo que puede llamarse imaginario del grupo. (...)
Y el imaginario no se retira cuando uno se lo ordena después de haberlo convocado, sino que sigue operando engolosinado hasta que se cansa. No termina pero tampoco empieza tan claramente como para hacer una marca confiable, siempre está empezando antes de empezar, difusamente. En esos momentos en que no están específicamente actuando - antes, después, en las esperas, en los encuentros-, los actores están seleccionando con más o menos discrección lo que utilizarán para elaborar la actuación. Y drenando lo que queda irresuelto de los intentos de actuación, imágenes deshilvanadas que se enredan en la vida. ¿Dónde termina la realidad y dónde empiezan los derechos a lo imaginario? Por estricto que sea el encuadre, nadie es tan respetuoso de las normas en su interior ni puede controlar a éste totalmente, y menos si es actor. (...) El establecimiento de dos niveles que inevitablemente se comunican pero no se perturban, eso que no hay más remedio que separar en la práctica como realidad e imaginario, requiere una fluidez afirmada en la confianza mutua, condición fundamental para que relampagueen los contactos. Claro que ese campo no se crea deliberadamente, pero tampoco se crea solo: es el trabajo del director, su primer trabajo. (...)
En realidad, un grupo de ensayo es casi lo contrario de un grupo terapeútico en su funcionamiento formal: lo que para cualquier persona sería una madeja de delirios fragmentados que caprichosamente quieren enredarse con la realidad, para un actor es la materia prima de su trabajo, la estrofa que rellenará burdamente pero que luego mostrará sus formas con autonomía. (...)
Cuando el espectáculo se representa con público, residuos de esta preparación quedan en la vida de los camarines, en los encuentros que se sigue manteniendo el grupo fuera del escenario, pero ya son inútiles. Son puros tics, condensaciones de recuerdos, saludos desde lejos".
Alberto Ure.
"El ensayo teatral, campo crítico 1", Sacate la careta, ed. Biblioteca Nacional, Bs. As., 2012.
El primer problema que se me presenta en un grupo de ensayo es, y cada día me pasa más, cómo hablar. Lleva varias sesiones que las palabras comiencen a circular tímidamente con algún peso, mientras el funcionamiento del grupo va verificando su validez. Si bien cualquier director con experiencia reconoce cuándo comienza a aparecer la actuación que está buscando, eso no basta para ordenar un grupo que necesita hablarse. Además, durante todo el curso del ensayo, la actuación aparece y desaparece con bastante arbitrariedad aparente y su reconocimiento no significa su control. Para rodearla y desarrollarla tiene que haber un lenguaje que clasifique y jerarquice. (...)
"No, las cosas no son así", dice un director y allí comienza una posible serie de equívocos. Puede ser que un grupo se forme con actores que tengan experiencias comunes, que se quieran, pero si no están tratando de repetirse también tendrán que buscar un nuevo lenguaje, porque los grupos no siguen con obediciencia la historia que se les debería atribuir según las ideas, ni son tan románticos como las personas. Lo que un grupo utiliza como pasado es aún más misterioso y variable que lo que una persona utiliza. El lenguaje se traza, para mí, delimitando lo que puede llamarse imaginario del grupo. (...)
Y el imaginario no se retira cuando uno se lo ordena después de haberlo convocado, sino que sigue operando engolosinado hasta que se cansa. No termina pero tampoco empieza tan claramente como para hacer una marca confiable, siempre está empezando antes de empezar, difusamente. En esos momentos en que no están específicamente actuando - antes, después, en las esperas, en los encuentros-, los actores están seleccionando con más o menos discrección lo que utilizarán para elaborar la actuación. Y drenando lo que queda irresuelto de los intentos de actuación, imágenes deshilvanadas que se enredan en la vida. ¿Dónde termina la realidad y dónde empiezan los derechos a lo imaginario? Por estricto que sea el encuadre, nadie es tan respetuoso de las normas en su interior ni puede controlar a éste totalmente, y menos si es actor. (...) El establecimiento de dos niveles que inevitablemente se comunican pero no se perturban, eso que no hay más remedio que separar en la práctica como realidad e imaginario, requiere una fluidez afirmada en la confianza mutua, condición fundamental para que relampagueen los contactos. Claro que ese campo no se crea deliberadamente, pero tampoco se crea solo: es el trabajo del director, su primer trabajo. (...)
En realidad, un grupo de ensayo es casi lo contrario de un grupo terapeútico en su funcionamiento formal: lo que para cualquier persona sería una madeja de delirios fragmentados que caprichosamente quieren enredarse con la realidad, para un actor es la materia prima de su trabajo, la estrofa que rellenará burdamente pero que luego mostrará sus formas con autonomía. (...)
Cuando el espectáculo se representa con público, residuos de esta preparación quedan en la vida de los camarines, en los encuentros que se sigue manteniendo el grupo fuera del escenario, pero ya son inútiles. Son puros tics, condensaciones de recuerdos, saludos desde lejos".
Alberto Ure.
"El ensayo teatral, campo crítico 1", Sacate la careta, ed. Biblioteca Nacional, Bs. As., 2012.