Cuando leíamos notas sobre el argumento de esta obra no dejábamos de preguntarnos cuál sería el secreto. Apostábamos por el humor como una de sus claves. No nos equivocamos. Se ríe mucho con esos jóvenes actores que logran exprimir el texto bajo una meticulosa dirección atenta a los tempos, silencios, miradas, emociones encontradas, bloqueos y ridículos.
Estamos en una noche de sábado en Buenos Aires. Una noche de sábado igual a tantas otras, sometida a los rituales de la amistad, a la inseguridad disimulada bajo grandes certezas, al torpe azar sobre el que creemos decidir rotundamente. La falta de plata, de belleza, de confianza en uno mismo, se disimula con el humor, el intelecto, la ironía, la complicidad que nos une desde un pasado remoto asentado en interminables horas donde inventaron mundos. La realidad y las mujeres están afuera, al otro lado de la puerta, en ese mundo-boliche en el que no se encaja, donde todo es absurdo y desmedido, donde el ritual es otro, distinto, impracticable.
Son amigos y compiten. Son amigos y se conocen. Creen conocerse. Las alianzas se montan y desmontan fácilmente con cada nueva frase que confirma o refuta sus creencias. No reconocen su soledad porque se sienten amparados por otros como ellos, artistas mayúsculos de siglos pasados a los que vislumbran desde lejos, desde una pedantería ridícula que los fortalece porque los distingue. Creen conocer la importancia del no mostrar, de no tomarse en serio. Ninguno habla de "obra", de "creación". No. Apenas son cosas que hacen, que han hecho desde siempre, algo que quizá podría interesar a otros, insiste el tercero en discordia. Y los otros se ríen. Se ríen de sí mismos, del tiempo dedicado a sus juegos, del nulo valor que tienen las cosas que los ayudaron a crecer, que eligieron sin darse cuenta, que los trajeron hasta esta noche de sábado que es una más pero que les obligará a enfrentar la realidad con la llegada de, no podría ser de otra manera, una chica, la hermana de uno, la conocida a la que se miraba desde lejos por ser "hermana de", que ahora regresa tras dos años en París convertida en una rareza, en alguien que los mirará pero no lo reconocerá, no podrá ver a los futuros hombres que quieren ser escondidos tras sus camisas gastadas, sus gestos torpes y sus juegos de palabras.
Aquellos que vieron la película El hombre de al lado, quizá experimentaron por momentos ese grueso e incómodo reconocimiento de uno mismo en con lo peor de estos personajes. Hay algo de esos chicos que todos fuimos o seguimos siendo. Algo de esa incapacidad para enfrentar al mundo, de ese tremendismo negador que se burla cruelmente de los otros pero también de uno y sus secretas aspiraciones. No somos el centro de nada, pero noches como esa nos ayudaron a seguir, a creer que quizá algún día la vida nos daría la razón, que nuestra estrategia de supervivencia sería por fin entendendida y recompensada.
Esas noches de sábado aún nos llegan y nos hacen reír y nos duelen lo mismo.
Excelente trabajo de síntesis, una gran dirección y unas muy buenas actuaciones a la altura de un texto impecable, como todos los que cuentan con Agustín Mendilaharzu en sus alrededores.
Los Talentos.
Estamos en una noche de sábado en Buenos Aires. Una noche de sábado igual a tantas otras, sometida a los rituales de la amistad, a la inseguridad disimulada bajo grandes certezas, al torpe azar sobre el que creemos decidir rotundamente. La falta de plata, de belleza, de confianza en uno mismo, se disimula con el humor, el intelecto, la ironía, la complicidad que nos une desde un pasado remoto asentado en interminables horas donde inventaron mundos. La realidad y las mujeres están afuera, al otro lado de la puerta, en ese mundo-boliche en el que no se encaja, donde todo es absurdo y desmedido, donde el ritual es otro, distinto, impracticable.
Son amigos y compiten. Son amigos y se conocen. Creen conocerse. Las alianzas se montan y desmontan fácilmente con cada nueva frase que confirma o refuta sus creencias. No reconocen su soledad porque se sienten amparados por otros como ellos, artistas mayúsculos de siglos pasados a los que vislumbran desde lejos, desde una pedantería ridícula que los fortalece porque los distingue. Creen conocer la importancia del no mostrar, de no tomarse en serio. Ninguno habla de "obra", de "creación". No. Apenas son cosas que hacen, que han hecho desde siempre, algo que quizá podría interesar a otros, insiste el tercero en discordia. Y los otros se ríen. Se ríen de sí mismos, del tiempo dedicado a sus juegos, del nulo valor que tienen las cosas que los ayudaron a crecer, que eligieron sin darse cuenta, que los trajeron hasta esta noche de sábado que es una más pero que les obligará a enfrentar la realidad con la llegada de, no podría ser de otra manera, una chica, la hermana de uno, la conocida a la que se miraba desde lejos por ser "hermana de", que ahora regresa tras dos años en París convertida en una rareza, en alguien que los mirará pero no lo reconocerá, no podrá ver a los futuros hombres que quieren ser escondidos tras sus camisas gastadas, sus gestos torpes y sus juegos de palabras.
Aquellos que vieron la película El hombre de al lado, quizá experimentaron por momentos ese grueso e incómodo reconocimiento de uno mismo en con lo peor de estos personajes. Hay algo de esos chicos que todos fuimos o seguimos siendo. Algo de esa incapacidad para enfrentar al mundo, de ese tremendismo negador que se burla cruelmente de los otros pero también de uno y sus secretas aspiraciones. No somos el centro de nada, pero noches como esa nos ayudaron a seguir, a creer que quizá algún día la vida nos daría la razón, que nuestra estrategia de supervivencia sería por fin entendendida y recompensada.
Esas noches de sábado aún nos llegan y nos hacen reír y nos duelen lo mismo.
Excelente trabajo de síntesis, una gran dirección y unas muy buenas actuaciones a la altura de un texto impecable, como todos los que cuentan con Agustín Mendilaharzu en sus alrededores.
Los Talentos.
Idea: Agustín Mendilaharzu.
Dramaturgia y dirección: Walter Jakob, Agustín Mendilaharzu
Con: Julián Larquier Tellarini, Carolina Martín Ferro, Pablo Sigal, Julián Tello.
Escenografía e iluminación: Magali Acha.
Fotografía: Soledad Rodríguez.
Diseño gráfico: Paula Erre, Andrés Mendilaharzu.
Asistencia de dirección: Agustín Godoy.
Producción ejecutiva: Carolina Martin Ferro.
ELKAFKA ESPACIO TEATRAL
Lambaré 866. Te. 4862-5439
Miércoles - 20.30hs. y sábados 22hs.
Dramaturgia y dirección: Walter Jakob, Agustín Mendilaharzu
Con: Julián Larquier Tellarini, Carolina Martín Ferro, Pablo Sigal, Julián Tello.
Escenografía e iluminación: Magali Acha.
Fotografía: Soledad Rodríguez.
Diseño gráfico: Paula Erre, Andrés Mendilaharzu.
Asistencia de dirección: Agustín Godoy.
Producción ejecutiva: Carolina Martin Ferro.
ELKAFKA ESPACIO TEATRAL
Lambaré 866. Te. 4862-5439
Miércoles - 20.30hs. y sábados 22hs.