El estreno de una obra es poco
más que el resultado, tan delirante como accidental, de una cadena infinita de
favores, cruces y fuerzas indómitas que se intercalan, (des)articulan y alinean
para materializar algo parecido a una forma. La obra en apariencia es una
estructura habitada y, en realidad, un organismo vivo terroríficamente frágil
al que cualquier ente externo daña: una tormenta, un celular que suena, la ausencia de políticas culturales, la
enfermedad de un intérprete, un corte de luz, el caramelo en manos de un
impune, una alarma de auto en la vereda, una consola
exhausta… A medida que la experiencia se hace oficio aprendemos a defendernos de algunos virus, a obviar otros y, sobre
todo, a aceptar que hay cosas que superan nuestro control. El imprevisto existe.
El estreno de una obra no es una
función más. Es la primera. Enfrenta ese ecosistema hostil pero también suma
inquietudes singulares que nunca más se repetirán. Por primera vez el universo
de la obra, esa intimidad absoluta, esa apuesta por una serie de decisiones tan
caprichosas como significativas, se abre. Se comparte sin el atenuante del
ensayo y nos acompañan amigos, amigos de amigos, familiares y, con suerte,
algún extraño que nos quitará el sueño. Quién era, cómo llegó a saber de
nuestra existencia, por qué vino, qué pensó del trabajo. Quién era.
Normalmente un estreno viene
precedido de ensayos intensos y frecuentes, privilegio que, salvo situaciones
excepcionales, no volveremos a tener. Esa omnipresencia de la ficción
contaminando el día a día durante la semana previa, deja un poso que en
ocasiones se aproxima a una certeza: “la cosa” “funciona.” La cosa es un tejido
impalpable que, sin embargo, podemos diseccionar con facilidad. Un texto, un
espacio, luces, objetos, infinitas marcas, música quizá. Ingredientes adecuados
a la receta. “La cosa” está diseñada para hacer lo que decidimos. Sin embargo,
solo tras el estreno tendremos una noción de los efectos de “la cosa”, criatura
al fin, en los otros. Algunos resultados coincidirán con nuestra expectativa
limitada: rieron ese chiste, mantuvieron la atención o no se durmió nadie…
Otros, afortunadamente, serán inesperados. Las lágrimas, las carcajadas, la
inquietud tensa, el silencio compacto de un final, el boca en boca.
El estreno es una instancia más de la
naturaleza escénica. Un momento único del proceso que olvidamos cuando se
impone la progresión de las funciones, ya que su dinámica fortalece y profundiza todo
aquello que el estreno reveló. El estreno es una cita con el empeño personal y
colectivo. Una pausa en el devenir infernal para reconciliarnos
con nuestras elecciones y nuestras (in)capacidades. Abrazamos ahí la
posibilidad de dedicarnos a lo que más necesitamos. El estreno es Y no es lo
esperado. Prueba nuestra existencia dentro de “la cosa” pero esa visibilidad
nos otorga nuevas responsabilidades: hay que defender ese trabajo, acompañarlo,
no solo mantenerlo, lograr que crezca. Con el estreno inicia otro movimiento,
una exploración del territorio de la creación que puede llevarnos a instancias
insospechadas.
El estreno es una renovación del
compromiso con una vocación inestable que en poco y nada recuerda a un
mercado laboral. Un estreno favorece la continuidad de muchos oficios. Nos
sabemos creadores de otro grano de arena en el desierto, sí, pero ahí estamos.
Pertenecemos al paisaje. El estreno también renueva nuestras dudas. ¿Por qué
hacemos esto? ¿Para quién? ¿Por qué ahora y acá? Cada estreno trae nuevas y
volátiles respuestas.
Dentro del insalvable contexto
que deterimina toda creación, no está de más afirmar que estrenar una obra en
una sala de teatro independiente en la Buenos Aires que nos queda, en la
Argentina de Macri y del FMI, es, sigue siendo una forma de resistencia. Una acción
tan política como poética. La suma de acciones invisibles y hazañas
microscópicas violenta la inercia. Nuestra tarea es disentir, quebrar las
apariencias, ofrecer un tiempo y un espacio donde las opciones para el
pensamiento sean otras. En un estado de emergencia cultural como este, el arte
deja de ser mercancía y tenemos la posibilidad de que su función sea
otra. La creación como punto de encuentro, como búsqueda, como incordio
interrogante, como toma de sentido. Nuestro capital simbólico no opera en cuentas
internacionales, pero sigue siendo la única inversión que a largo plazo nos
rescatará.
Un estreno es una hazaña, una
hipóetesis práctica, un desafío, una intrascendencia inolvidable para pocos, un
acto de soberbia y de humildad, un tránsito inevitable para que el viaje de
toda obra comience. No podemos garantizar próximos estrenos, pero sabemos que
son muchos los que siguen trabajando para que la paradoja continúe.