Ilustración: Dalmiro Zantleifer
Cuando comencé este blog no tenía claro cómo funcionaba el invento. Sí recuerdo que la bronca fue
el primer motor. No sabía dónde ponerla, qué
hacer con las malditas contradicciones del oficio teatral. Cómo podíamos pasar
de tocar el cielo con las manos a no encontrarle el menor sentido a nada de un día para otro. Cómo podía ser que una obra
buenísima pasara desapercibida y otra que no poseía la menor virtud recibiera
todas las atenciones. Por qué éramos tantos haciendo lo mismo, cómo podíamos
ser tan estúpidos, soberbios, grandilocuentes, vagos, insufribles. Cuándo
demonios iba a cambiar algo, quién nos salvaría de nosotros mismos, por qué el
público soportaba nuestros fracasos. ¿Quién era el público? ¿Alguna
vez romperíamos la barrera de los amigos de los amigos que se apiadaban de
nuestras súplicas para llenar la platea una vez a la semana? ¿Esto era la vida?
¿Así era el arte? Todo parecía un callejón sin salida, una trampa, una estafa.
Cada vez que discutíamos sobre una obra y alguien decía "sobre
gustos no hay nada escrito", me iba. Abandonaba el intercambio de opiniones, me rendía. Y me
frustraba.
Pensé que escribir sobre obras
sería una forma de transformar esa bronca. Reflexionar sobre eso que diferenciaba una buena propuesta. Entenderlo mejor, no digerir sin más esa píldora de la felicidad efímera,
paladearla. Escribir sobre teatro también es mi forma de agradecer. Una buena
obra debería cambiar el curso de tu día, despertarte, sacarte del
ensimismamiento de la rutina, de la miseria y la queja cotidiana, puede
inspirar y ponernos delante de lo único que necesitábamos sin saberlo, puede
concedernos el merecido descanso de nosostros mismos, devolverle algún sentido a nuestras vidas. Después se pasa, sí, se olvida. Pero gracias a
que sabemos que eso puede suceder no dejamos de ir al teatro, no perdemos la
fe. Es lo más parecido al amor. Quien estuvo enamorado alguna vez teme pero, en
ocasiones, desea que el prodigio se repita. No podemos salir de todas las
funciones enamorados, pero cuando pasa…
Cuando pasa queremos que
todos nos entiendan y experimenten eso. Pero nadie escarmienta
en cuerpo ajeno. Hay que lograr que el otro ponga el suyo, se arriesgue,
cruce la ciudad, gaste plata, se permita el tiempo del deseo, se deje querer.
Es mucho pedir. A veces ni siquiera alcanza. Porque el amor no es suficiente. La obra que a vos te calienta, otro la odia. Ojo, ahí hay algo. Eso
siempre es interesante. El odio y el amor comparten naturalezas desmedidas.
La obra que genera ese conflicto es una bendición. Escasa. Son más, muchas más, las devoluciones tibias, el intercambio educado de
opiniones. Nada puede construir la indiferencia, salvo el olvido.
La aparición de las redes
le dio a este espacio una visibilidad nueva. Compartir las notas con los
elencos trajo muchas satisfacciones. Colaborar humildemente en la difusión de
esos trabajos se convirtió en un enorme incentivo para esta escritura subjetiva
que con el tiempo se alejó de la bronca para construir desde otro lugar
posible: el del encuentro. Me gusta pensar que
desde acá aprendo a traducir e interpretar como público.
Este blog, desfasado ya
como plataforma por tantas otras alternativas, es una herramienta de búsqueda, de investigación, un compromiso con el quehacer teatral y con una comunidad de la que me siento parte.
Son muchas las obras que
me devolvieron el deseo de seguir adelante cuando daba todo por perdido. Por
ellas, y en espera de que vengan otras mejores, sigo viendo teatro. En
ocasiones escribo sobre.
Ah, también hay poemas por acá,
sí. Nunca entendí una cosa sin la otra.
Macarena Trigo