Qué se puede esperar y quién merece.
Dónde atrinchera el tiempo mientras tanto.
En este gran convento
los días son excusas milenarias
que a nadie pertenecen.
La eternidad no ciñe la costumbre,
apenas si protege
de la lluvia de insultos cuando afuera.
A veces hay un dios donde el amor se posa.
A veces el silencio es más preciso.
Morir es tan constante y necesario
como la vida misma.
Teme quien se resiste a la evidencia,
quien sólo aspira a amar por vocación.
Sin fe.
Se duele cada hueso desterrado del cuerpo de la luz.
Fuimos polvo de estrellas y agua helada.
La sangre sólo es roja, créanme.
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No es esto lo que pienso, me insulto en el teclado.
La forma de este amor debe ser otra.
No acepto parecidos, ecos, sombra.
Quiero mudar caverna, piel, serpiente.
Quiero aprender de nuevo cada herida.
Me enojo con la forma del relato
y el pulso de mi inercia.
Volar todos los puentes tiene un precio.
Me falta infraestructura y algo de inteligencia.
Emocional también, sí, por supuesto.
Quiero dinamitar cada sagrario
donde mi corazón late por nadie.
Volver a llorar dentro de ese músculo infame.
Desmemoriar completa la heroicidad idiota.
No sé explicarte nada
que no parezca un rezo a un dios cansado.
Quizá deba tallar piedras ahora.
Quizá el amor no sirva si es escrito.
m. trigo