Acá yace el tesoro, le dijo una mañana
sonriendo.
Ella observó prudente sus dedos en el aire
como tanta otra vez.
Su espera alimentaba la esperanza, pero ya no
era joven y nunca fue feliz.
Miró el punto de luz donde su anillo brillaba
bajo el sol y quiso hacer preguntas.
Pero no fue educada para eso.
Apenas asintió.
La palabra es distinta cuando vuela. El papel
no es su casa.
Los antiguos contaban frente al fuego los
misterios exactos.
La forma de la estrella y de los números es el
nombre de dios. Impronunciable.
Y tus ojos también, sentenció categórico logrando
que temblara como si.
La canción es del aire y nosotros la luz, su
forma en este mundo.
La voz que ahora te llega ya no es mía, ni
tuya. El sonido no es eco.
La impronta no es tu huella sobre esta
cicatriz.
Algún día la voz será libre y de todos. También
nuestra.
La música se aprende pero la voz acierta a
defenderse,
se maleduca sola, contradice, reniega. También
está cansada. Como vos.
Pero sabe callar. Puede volver.
Ella cerró los ojos para no contemplar su
forma en este mundo cuando inició su canto
porque aquella belleza era siempre extranjera
y sabía doler y hacerse recordar.
La voz supo contar lo del almendro en flor y una
forma de amor muy desmedida
donde el pasado incierto ya anunciaba lo mucho
que después y todo cuanto ahora.
El silencio entre ambos cayó como la arena del
reloj en el templo.
Sintió su mano suave difuminando el fondo de
paisaje
sobre el lienzo que siempre dibujaba para
explicarle el mundo,
y se atrevió a volver. Y se atrevió a mirar su
boca amable sin saber qué buscar.
Y quiso hacer preguntas. Pero no fue educada
para eso.
El prodigio era así. Fugaz pero constante. Su
voz era un legado.
Él era tantos otros bajo un nombre que sólo al darles voz podía ser y estar.
Ella estaba segura de no soñar despierta en
ese instante
porque en sus sueños la voz era lejana y no
invocaba al viento
y no hacía llover o alimentaba así.
No hay nada que temer, le aseguró discreto
como tanta otra vez.
Lo que sentís, sucede. Justo ahora.
No soy la voz que ves, pero está en mí quizá
sólo por vos.
La voz no pertenece. Nos habita. Cuando la luz
se apague, la voz sabrá gritar.
Yo cantaré por vos. No hay nada que temer.
Y supo sonreír antes del tarareo acostumbrado.
Ella quiso abrazarlo. Pero no fue educada para
eso.
m.trigo
ph. Tomás Browne