Hacíamos teatro
porque no hubiéramos podido hacer otra cosa.
No servíamos para
nada más.
Nunca aprendimos
otra cosa.
Yo sí.
Vos no sos
profesional.
Pero gané un
premio.
Una vez ganó un
premio y ahora se siente premiado.
Pudimos tener un
plan B.
¿Esto era el plan
A?
No, no, esto pasó nomás.
Llegamos y ya
estaba listo.
Un día empezamos y después no hubo modo de parar.
Mucho no se
entiende. Te tiene que pasar.
En el cuerpo.
Hacíamos teatro
mientras los otros jugaban en los parques, en sus patios de escuela, en sus
piezas.
Nosotros hacíamos
teatro dentro y fuera de la escuela.
Hacíamos teatro
cada vez que nos caíamos, cuando nos pegaban, cada vez que nos castigaban.
Ahí, ya estábamos
actuando.
Nunca lloré mejor
que en esos años.
Yo armé una escena
tremenda cuando se murió mi abuela. Aún hablan de esa escena en navidades,
cuando nos juntamos.
Qué hiciste.
Odiaba a mi
abuela, pero me di cuenta enseguida del potencial dramático de aquella
situación y decidí acaparar toda la atención. Entonces fingí que su muerte me
importaba y lloré como nunca me habían visto llorar. Lloré con toda el alma.
Lloré tirándome al piso, retorciéndome, me provoqué arcadas de tanto llorar. Mi
madre tuvo que abrazarme como si me quisiera frente a todos, muerta de
vergüenza. No me lo perdonó nunca.
En tu casa son muy
reservados.
Y muy hijosdeputa,
sí.
Aquella fue una de
mis mejores escenas y no hubo nadie que lo grabara. Pero todavía en mi familia
la recuerdan.
Hacíamos teatro
para no parecernos a nuestros padres.
O para imitarlos.
Para no tener que
jugar con otros niños.
Odiábamos jugar a
mamás y papás, al escondite, a las cartas.
Odiábamos los
balones.
Hacíamos teatro
para no tener que hacer nada de eso.
Y nos salía bien.
Sobre todo cuando
no miraba nadie.
Aprendíamos poemas
larguísimos.
Poemas del Siglo de
Oro español.
Poemas de Lorca.
De
Baudelaire.
Poemas que nos
inventábamos sin darnos cuenta porque terminábamos mezclando sus versos con
nuestros deseos.
Nuestros deseos con
las ganas de ser ellos.
Ser otros.
Parecernos a alguien más.
Hacíamos teatro
porque la infancia era un patio diminuto donde nos pegaban.
Nos robaban el
almuerzo.
Nos castigaban.
Nos explicaban cómo
eran las cosas.
La vida.
Y la vida, ya
entonces, era una mierda.
Hacíamos teatro
para que la vida no fuera solo aquello.
Para que la vida no
fuera solo una sala de torturas.
Para ser nosotros
los que torturábamos.
Los torturadores.
No ser solo las
víctimas.
No tener ocho años.
Doce.
Quince.
Nunca más.
Crecer deprisa.
Sin mirar atrás.
Convertirnos en
adultos a la altura de nuestras expectativas.
Conquistar nuestros
sueños.
No ser como todos.
Como ellos.
No parecernos a
nadie.
(Silencio)
¿Qué nos pasó?
La vida.
La vida es una
mierda.
Por suerte dura
poco.
Quién lo dice.
La gente.
La gente es
imbécil.
Optimista.
Es lo mismo.
m.trigo