Escena 7












Hacíamos teatro porque no hubiéramos podido hacer otra cosa.

No servíamos para nada más.
Nunca aprendimos otra cosa.
Yo sí.
Vos no sos profesional.
Pero gané un premio.
Una vez ganó un premio y ahora se siente premiado.
Pudimos tener un plan B.
¿Esto era el plan A?
No, no, esto pasó nomás.
Llegamos y ya estaba listo.
Un día empezamos y después no hubo modo de parar.
Mucho no se entiende. Te tiene que pasar.
En el cuerpo.
Hacíamos teatro mientras los otros jugaban en los parques, en sus patios de escuela, en sus piezas.
Nosotros hacíamos teatro dentro y fuera de la escuela.
Hacíamos teatro cada vez que nos caíamos, cuando nos pegaban, cada vez que nos castigaban.
Ahí, ya estábamos actuando.
Nunca lloré mejor que en esos años.
Yo armé una escena tremenda cuando se murió mi abuela. Aún hablan de esa escena en navidades, cuando nos juntamos.
Qué hiciste.
Odiaba a mi abuela, pero me di cuenta enseguida del potencial dramático de aquella situación y decidí acaparar toda la atención. Entonces fingí que su muerte me importaba y lloré como nunca me habían visto llorar. Lloré con toda el alma. Lloré tirándome al piso, retorciéndome, me provoqué arcadas de tanto llorar. Mi madre tuvo que abrazarme como si me quisiera frente a todos, muerta de vergüenza. No me lo perdonó nunca.
En tu casa son muy reservados.
Y muy hijosdeputa, sí.
Aquella fue una de mis mejores escenas y no hubo nadie que lo grabara. Pero todavía en mi familia la recuerdan.
Hacíamos teatro para no parecernos a nuestros padres.
O para imitarlos.
Para no tener que jugar con otros niños.
Odiábamos jugar a mamás y papás, al escondite, a las cartas.
Odiábamos los balones.
Hacíamos teatro para no tener que hacer nada de eso.
Y nos salía bien.
Sobre todo cuando no miraba nadie.
Aprendíamos poemas larguísimos.
Poemas del Siglo de Oro español.
Poemas de Lorca.
De Baudelaire.
Poemas que nos inventábamos sin darnos cuenta porque terminábamos mezclando sus versos con nuestros deseos.
Nuestros deseos con las ganas de ser ellos.
Ser otros. Parecernos a alguien más.
Hacíamos teatro porque la infancia era un patio diminuto donde nos pegaban.
Nos robaban el almuerzo.
Nos castigaban.
Nos explicaban cómo eran las cosas.
La vida.
Y la vida, ya entonces, era una mierda.
Hacíamos teatro para que la vida no fuera solo aquello.
Para que la vida no fuera solo una sala de torturas.
Para ser nosotros los que torturábamos.
Los torturadores.
No ser solo las víctimas.
No tener ocho años.
Doce.
Quince.
Nunca más.
Crecer deprisa.
Sin mirar atrás.
Convertirnos en adultos a la altura de nuestras expectativas.
Conquistar nuestros sueños.
No ser como todos.
Como ellos.
No parecernos a nadie.
(Silencio)
¿Qué nos pasó?
La vida.
La vida es una mierda.
Por suerte dura poco.
Quién lo dice.
La gente.
La gente es imbécil.
Optimista.

Es lo mismo. 


m.trigo