En estos días volvemos a aprender a mirar con John Berger.
No hay mucho que añadir.
Leer. Crecer. Vivir.
**
Fragmentos del capítulo "Ralph Fasanella y la ciudad" en Mirar. Ed. de la Flor, Buenos Aires, 2004.
Una ciudad moderna (...) no es sólo un lugar, sino que además, mucho antes de ser pintada, constituye por sí misma una serie de imágenes, un circuito de mensajes. Una ciudad enseña y condiciona mediante sus diferentes aspectos, sus fachadas, su trazado. (...)
La ciudad (...) habla a través de las ventanas. Ventanas de viviendas, ventanas de fábricas, escaparates, ventanas de oficinas. En las casas de vecinos, las ventanas son tan repetitivas como los ladrillos, aunque todas son distintas. A veces hay una persona asomada. Sin embargo, las figuras asomadas a las ventanas son diferentes de las que están en la calle. Estas últimas tienen su propia silueta y carácter. (...) Las figuras que se asoman a las ventanas son meros signos dentro del rectángulo que las enmarca. (...) Cada ventana enmarca el lugar de una actividad social o privada. Cada marco contiene el signo de una experiencia vivida. El tríptico en su conjunto reúne la suma de esos signos de experiencia, que son agrupados conforme a una visible ley de la acumulación, ladrillo sobre ladrillo, un piso encima de otro piso, una ventana al lado de otra ventana. La ciudad ha crecido como una colmena; pero, a diferencia de ésta, cada celda, cada ventana, es distinta a las demás. Sin embargo, esas diferencias, que han de expresar recuerdos, esperanzas, opciones, desesperanzas particulares, se anulan entre sí, y siempre se puede sustituir una serie por otra. (Cuando muere o desaparece un inquilino, la habitación que deja vuelve a ser alquilada). Lo que continúa día y noche, años tras año, es el marco de la ciudad. El resto es como el periódico que se imprime a diario. Esta es la primer lección.
Las ventanas revelan lo que hay dentro de los edificios. Sólo que revelan no es la palabra correcta, pues sugiere que antes de la revelación había un secreto. Las ventanas presentan la vida o las vidas de sus edificios. Presentan sus interiores de una forma que muestra que nunca fueron interiores. Nada tiene interiores. Todo es exterioridad. En este sentido, la ciudad entera es como un animal sin vísceras. (...)
La superficie típica del nuevo urbanismo (...) es la brillante superficie del espejo, del cromo, del metal pulido, de los poliésteres; una superficie que, al reflejar lo que tiene enfrente, niega lo que está detrás. (...) La ciudad ha suprimido todo espacio para lo que está detrás o dentro. El único espacio interior autorizado es el de la caja fuerte. Ésta es la segunda lección. (...)
Fueron unos procesos económicos (...) básicos los que destruyeron, invadieron el interior de las casas de vecinos. La casa ya no era un almacén; por el contrario, el almacén era el lugar al que uno tenía que comprar cada día los elementos necesarios para vivir. Estos se pagaban con las horas de trabajo asalariado. El tiempo de la ciudad, el tiempo de las horas de trabajo, dominaba todos los hogares. No había dónde refugiarse de ese tiempo. El hogar nunca contenía los frutos del trabajo, un excedente ya sea de bienes o de tiempo. El hogar no es más que una casa de huéspedes. Ésta es la tercera lección.
En los años veinte Brecht escribió un poema titulado "Sobre el efecto aplastante de las ciudades". Termina así:
Tan breve era el tiempo
que entre la mañana y la noche
no había mediodía
y en el antiguo suelo familiar
se levantaban montañas de cemento.
Así como el capital está obligado a reproducirse sin cesar, así también su cultura es una cultura de perenne anticipación. Lo-que-ha-de-venir-, lo-que-se-ha-de-ganar, vacía lo-que-es. (...) El tiempo es oro. Esto también puede querer decir que el dinero es la apariencia del tiempo. Al ser puramente cuantitativo, el dinero no tiene contenido, pero puede ser intercambiado por uno: con el dinero se compra. Esta misma es la realidad del tiempo: también éste se intercambia en la actualidad por el contenido del que carece. El tiempo de trabajo por un salario, el salario por el tiempo no vivido "encapsulado" en la compra: la "velocidad" del automóvil, el eterno presente de la pantalla de televisión, el tiempo "ahorrado" con los cientos de electrodomésticos, la paz futura de la pensión de jubilación. La cuarta lección de la ciudad es una ilusión en la que se combinan la negación del tiempo y del espacio.
No hay mucho que añadir.
Leer. Crecer. Vivir.
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Fragmentos del capítulo "Ralph Fasanella y la ciudad" en Mirar. Ed. de la Flor, Buenos Aires, 2004.
Una ciudad moderna (...) no es sólo un lugar, sino que además, mucho antes de ser pintada, constituye por sí misma una serie de imágenes, un circuito de mensajes. Una ciudad enseña y condiciona mediante sus diferentes aspectos, sus fachadas, su trazado. (...)
La ciudad (...) habla a través de las ventanas. Ventanas de viviendas, ventanas de fábricas, escaparates, ventanas de oficinas. En las casas de vecinos, las ventanas son tan repetitivas como los ladrillos, aunque todas son distintas. A veces hay una persona asomada. Sin embargo, las figuras asomadas a las ventanas son diferentes de las que están en la calle. Estas últimas tienen su propia silueta y carácter. (...) Las figuras que se asoman a las ventanas son meros signos dentro del rectángulo que las enmarca. (...) Cada ventana enmarca el lugar de una actividad social o privada. Cada marco contiene el signo de una experiencia vivida. El tríptico en su conjunto reúne la suma de esos signos de experiencia, que son agrupados conforme a una visible ley de la acumulación, ladrillo sobre ladrillo, un piso encima de otro piso, una ventana al lado de otra ventana. La ciudad ha crecido como una colmena; pero, a diferencia de ésta, cada celda, cada ventana, es distinta a las demás. Sin embargo, esas diferencias, que han de expresar recuerdos, esperanzas, opciones, desesperanzas particulares, se anulan entre sí, y siempre se puede sustituir una serie por otra. (Cuando muere o desaparece un inquilino, la habitación que deja vuelve a ser alquilada). Lo que continúa día y noche, años tras año, es el marco de la ciudad. El resto es como el periódico que se imprime a diario. Esta es la primer lección.
Las ventanas revelan lo que hay dentro de los edificios. Sólo que revelan no es la palabra correcta, pues sugiere que antes de la revelación había un secreto. Las ventanas presentan la vida o las vidas de sus edificios. Presentan sus interiores de una forma que muestra que nunca fueron interiores. Nada tiene interiores. Todo es exterioridad. En este sentido, la ciudad entera es como un animal sin vísceras. (...)
La superficie típica del nuevo urbanismo (...) es la brillante superficie del espejo, del cromo, del metal pulido, de los poliésteres; una superficie que, al reflejar lo que tiene enfrente, niega lo que está detrás. (...) La ciudad ha suprimido todo espacio para lo que está detrás o dentro. El único espacio interior autorizado es el de la caja fuerte. Ésta es la segunda lección. (...)
Fueron unos procesos económicos (...) básicos los que destruyeron, invadieron el interior de las casas de vecinos. La casa ya no era un almacén; por el contrario, el almacén era el lugar al que uno tenía que comprar cada día los elementos necesarios para vivir. Estos se pagaban con las horas de trabajo asalariado. El tiempo de la ciudad, el tiempo de las horas de trabajo, dominaba todos los hogares. No había dónde refugiarse de ese tiempo. El hogar nunca contenía los frutos del trabajo, un excedente ya sea de bienes o de tiempo. El hogar no es más que una casa de huéspedes. Ésta es la tercera lección.
En los años veinte Brecht escribió un poema titulado "Sobre el efecto aplastante de las ciudades". Termina así:
Tan breve era el tiempo
que entre la mañana y la noche
no había mediodía
y en el antiguo suelo familiar
se levantaban montañas de cemento.
Así como el capital está obligado a reproducirse sin cesar, así también su cultura es una cultura de perenne anticipación. Lo-que-ha-de-venir-, lo-que-se-ha-de-ganar, vacía lo-que-es. (...) El tiempo es oro. Esto también puede querer decir que el dinero es la apariencia del tiempo. Al ser puramente cuantitativo, el dinero no tiene contenido, pero puede ser intercambiado por uno: con el dinero se compra. Esta misma es la realidad del tiempo: también éste se intercambia en la actualidad por el contenido del que carece. El tiempo de trabajo por un salario, el salario por el tiempo no vivido "encapsulado" en la compra: la "velocidad" del automóvil, el eterno presente de la pantalla de televisión, el tiempo "ahorrado" con los cientos de electrodomésticos, la paz futura de la pensión de jubilación. La cuarta lección de la ciudad es una ilusión en la que se combinan la negación del tiempo y del espacio.