Saer

(...) "si él hubiera sabido que lo que se dice debe tener un mínimo de coincidencia con lo que se hace, porque de otra manera cada palabra se convierte en un instrumento destinado a sonar y que no suena, en un oído ensordecido perpetuamente, en una cosa parecida a tener el impermeable en la tintorería un día de lluvia; si hubiera sabido además y al fin de cuentas que cada uno en sí lleva la culpa de lo que le pasa y que achacar a los de afuera es una cosa fea y hasta de bajo sentimiento, y que si bien nadie con ocupación permanente busca el perjuicio de los demás, procurando el provecho propio debe sacrificar los provechos ajenos, y que cuando existe pugna de necesidades va a salir gananciosa la que esté protegida por más fe; (...) si hubiera sabido que cada cosa admite una cosa contraria que invierte sus propiedades de lo que resulta que estando en un sitio a tiro no se puede estar en un sitio a salvo; y si, por fin, hubiera sabido que lo que se levantó de igual modo se desmorona y que lo que parece perfecto es sólo perfecto en relación a su crecimiento y no lo es respecto de su decadencia, y que cuando la decadencia de una cosa comienza a crecer y a crecer entonces se ahoga y destruye su antigua perfección.

Juan José Saer, "Un caso de ignorancia".
En la zona, Seix Barral, Buenos Aires, 2003. (1960)