ph. Ignacio Rial - Schies
Qué eres.
Pregunta trampa que no
interroga necesariamente sobre el quehacer. Un amigo respondía hace poco, "por
encima de cualquier otra cosa, en este momento, soy viudo", y durante un instante recordamos que, en efecto, somos un latido que no deja de sentir. Así pues, considerándonos personas, es decir, especie,
entendiendo que eso no iguala ni un poquito ni nos pone a la
altura de las mismas circunstancias, dando por hecho muchísimas cosas que no
debieran nunca tramitarse a la ligera, responder a la inquietante pregunta de
qué somos, a menudo nos remite a las cosas del oficio, ya sea ese que nos paga el
alquiler o aquel a cuya práctica dedicamos la vida que nos queda.
En esa ocupación ciframos gran parte de nuestras inquietudes, búsquedas, deseos y absurdas aspiraciones.
Si el oficio en sí nos ubica en el siempre confuso y perverso mundo del arte,
encontraremos a muchos oficiantes acomplejados con su desempeño que esperan,
después de varias décadas de formación intensiva con Fulano y Mengano, en la
Escuela, la Academia, la Realísima o Incierta Sede del Conocimiento Dosificado
en Años Luz… Después, siempre después, esperan aún y quizá para siempre un
reconocimiento tácito pero ajeno. Un don o doña Alguien que venga y certifique
con flamante sello la importancia adquirida en todo eso, nuestro lugarcito
entre pares conseguido más por constancia y terquedad que por necesidad.
Desde acá defendemos a la Rilke la certeza de que si usted puede vivir sin escribir,
no escriba. Por favor. Donde dice escribir aplica todo verbo desamparado:
cantar, pintar, tocar la tuba, actuar, filmar y largo etc. Si usted puede vivir
sin, por favor, no. Haga usted silencio, ya que paz nunca habrá.
Esa es la parte más o menos
fácil. Lo difícil es lo otro y lo demás. Cuando logramos que vivir
no pase por sobrevivir, cuando buscamos algo que nunca está y entendemos que
nuestra maldición es darle forma, tratar de entender eso que nos come, ese incordio
que devora y alienta sin prisa ni pausa. Ahí sí. Ahí comienza un desglose de
actividades insólitas para lograr ser el traductor
de una lengua propia, nuestra, que sin embargo, paradoja, utiliza sistemas
preexistentes. Después de todo, somos humanos, no dioses. Polvo de estrellas. "Polvo. No estrellas", que recuerda un poema de David González.
Este polvo de estrellas cae, desaprende.
Se equivoca sin error. Ah, sí, cada error es un acierto. Se entiende después,
siempre después, pero en algún momento. Al beckettiano modo fracasamos de nuevo
y mejor. Cada vez. Y toda vez es única. En el medio del camino de nuestros
fracasos entendemos poco, con suerte cada vez menos,
pero ejercitamos el desempeño en lo imposible. Nuestro instrumental quirúrgico
termina por estar siempre afilado. Es un placer mirarlo. Y otro cortar la tela,
la carne, el asunto. Es un placer a ratos. La perpetuidad de la bondad o la
felicidad no es conveniente. Se recomienda besar y salir corriendo en toda dirección.
Bienaventurados los que dudan antes de saber qué son porque de ellos serán el infierno del
tránsito en hora punta, la bronca, el estruendo de la biblioteca que se
desploma en medio de la noche. De ellos serán el (des)amor, la inestabilidad,
la insatisfacción constante. Y ellos serán quienes tarde o temprano dejen de
esperar la certeza y aprendan a hacer nuevas preguntas. Sí, no buscamos respuestas,
sino preguntas. También eso, con suerte, con mucha buena suerte, se
entiende después. Siempre después.
Qué eres. Un conjunto finito de
problemas. Un desastre tras otro. Una forma del ser. Y de la luz.
Poeta.
Entre todas las cosas de este
mundo, se puede ser poeta. Sin título firmado por un ministro idiota, sin aval,
ni credencial, ni prueba en mano. Se puede ser poeta. Ojalá se debiera ser
poeta. Cuando escribo poeta quiero decir mirada.
Qué eres. Tu mirada. Ese punto de
vista limitado y atroz. Original y extenuado. Determinista, miope, daltónico.
Eres esa mirada que se posa en y sobre hasta que decides, si tal cosa es
posible, decidir, que tu mirada opere en el paisaje, lo intervenga, difiera,
modifique. Empiezas a cortar el pelo a la mañana, cambias de lugar los
muebles, quizá escribes sin para qué pero a un amado Porquién,* quizá vuelves
a tomar la misma foto, limpias los pinceles, memorizas un texto que nadie
escuchará, tarareas la melodía sin título que te quita el sueño. Quizá
tocas el bandoneón en la casa vacía, ordenas un armario y descubres una
historia. Quizá todavía y mientras. Todo es posible en el oficio de quien
mira. Pero, ¿acaso es posible no mirar? La respuesta descansa y se burla en tu
mano. Nuestra dulce mirada amaestrada contempla más pantallas que horizontes.
Cómo volar entonces, cómo lograr que la menor expectativa abra sus alas.
Qué eres. Poeta.
No
necesariamente de palabra. Poeta hecho de verbo y omisión. Preferiría no
hacerlo. Poeta también es quien oficia el silencio, prende la luz y guía la
mirada. Poeta es quien abriga, quien recuerda que el pasado no está escrito y
vuelve para contarlo. A su manera. Tal y como quiso o pudo verlo. Poeta es
quien sueña y recuerda lo soñado y lo convierte en piedra. Quien en una madera
encuentra el alma del instrumento que en cuestión de unos meses sonará en otras manos.
Qué eres.
Respondamos sin miedo: El / la poeta que puedo.**
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* Figura arrebatada a Helga Fernández.
** "Uno es el poeta que puede, no el que quiere." Mauricio Kartun.