“Escuchar es un acto creativo y puede ser un acto de amor.”
A. Bogart
BIOSONORA nació como ciclo a fines del año pasado en Espacio33 de la mano de Ariadna Mierez. Su propuesta reúne a dos músicos a quienes se
invita a realizar un recorrido por sus fuentes e influencias y compartirlas en
público. Para ello los intérpretes se (re)conocen previamente y ensayan en
diversas ocasiones generando así un intercambio enriquecedor de quehaceres,
referencias, inverosímiles y algún que otro misterio. Lo
interesante de la cita es que nunca sabemos qué tono tendrá el acústico ni cuál
será el repertorio. Si en marzo Ivanna Rud y Virginia Lev elaboraron un
itinerario donde se desafiaron a encontrar voces de mujeres que las
determinaran o acompañaran en un momento de su formación, en esta ocasión,
la dupla prodigio de Nicolás Blum y Federico Justo trazó un viaje
sobre su cartografía cronológica remontándose a sus primeras marcas de
infancia para terminar homenajeando a algunos de sus pares contemporáneos. Fue
así como llegamos a escuchar a Justo interpretando a capella nada menos que “Granada”,
tema al que llegó con poquísimos años cuando jugaba a dirigir a los Tres
Tenores en el salón de su casa; y acto seguido la intro de la película de
Disney, Aladdin, ejecutada por un Blum tan lúdico como exquisito, que supo dar
lugar al primer tema griego que cantara en público siendo un niño en pleno
campamento helénico.
Durante la velada desgranaron temas de Carlos Gardel, Alejandro
Dolina, Silvio Rodríguez, el Tata Cedrón, Leo Maslíah y Les Luthiers, entre otros.
La noche cerró con “Pluma carbón”, tema del disco Mi averío, de Blum, versionado
para la ocasión en una perfecta combinación de ambos intérpretes.
Quien escribe tuvo la suerte de estar presente hace dos años
la noche en que Federico Justo y Nicolás Blum se escucharon tocar en vivo por
primera vez. Desde entonces han compartido escenario en muchas ocasiones. De
hecho, Blum fue uno de los músicos invitados en la presentación de Sueño querido, primer disco de Justo que salió a la luz el año pasado. Su excelencia
técnica supera con creces mi capacidad de adjetivar y,
lamentablemente, carezco de la formación necesaria para extenderme sobre ese aspecto; sin embargo, sí
puedo afirmar que la intensidad y la profundidad de sus búsquedas como creadores
no deja de sorprenderme. Uno de los aspectos más destacables que comparten es su
personalísima interpretación de los temas. El repertorio de Justo
recupera tangos, en ocasiones poco conocidos, y su modo de habitar la palabra y
las imágenes, sin duda, le debe mucho a su
formación actoral, ámbito en el que también se formó desde chico. La
obra de Blum, por otra parte, se nutre del tango pero también de la canción de
autor, del folclore urbano y, sobre todo, de un imaginario singular que
forjó al musicalizar a poetas como Girondo, Cortázar, Vallejo o Juan Carlos
Bustriazo Ortíz, así como a autores griegos a los que traduce. Compositor y
poeta se dan la mano en sus discos y alcanza echar un vistazo a sus letras para
apreciarlo. Ambos comparten un amor profundo por la palabra y su poder demiúrgico y eso, vaya usted a saber cómo, se nota. Y mucho.
En sus presentaciones abunda el humor, la explicación
anecdótica que determina el azar o la aún más rara causalidad que los llevó
hasta un tema, e incluso desarrollan cierta teatralidad que depliegan cuando corresponde, algo que sucedió de modo ejemplar en esta velada cuando la emprendieron
con “Aria agraria” de Les Luthiers. Sobran motivos para
recomendarlos, juntos y por separado. Sabemos que esta noche fue una más entre
las que vendrán, pero también tenemos la certeza de saberla única. Fundacional,
quizá.