Cerrás la novela pensando que vos, como la profesora, sos un poco boluda. Posteaste de madrugada justo el anticipo de la frase con la que al final resume y redime todo el tema del amor. Sabés que no es casual pero un poco te mata la obviedad de haber elegido compartir eso de que "el enamoramiento era surfear las olas de un mar que siempre reventaba contra un paredón". Sonreís cuando encontrás la cruz de esa frase en la penúltima página. Igual no la transcribís acá. Mejor lo leen para que experimenten eso de que "a una le hace click la cabeza en cualquier momento".
Pensás que lo que más te interesó de Electrónica es esa segunda voz de la escritura. Una segunda voz que hace que el narrador sea alguien inmediato. Un poco más omnisciente que el habitual. Alguien que está con la profesora todo el tiempo, como Rabec, pero sin que ella se de cuenta. Maqueira acierta mucho y bien al rescatar a Natasha justo ahí porque entendés que nunca se fue. Sí, la vida es lo que sucede mientras vos...
La vida está plagada de esos lugares comunes que la profesora detesta pero que son los que construyen el imaginario colectivo y definen el noventa por ciento de los guiones cinematográficos. Y también los que salvan cada tanto. El lugar común es como el cuento con remate tradicional. Sabés cómo termina y eso tranquiliza al niño que seguimos siendo.
Pensás que es un muy pedante escribir así sobre el libro que recién cerraste sólo por el placer de seguir escuchando la segunda voz en tu cabeza. Recordás aquel ejercicio de escritura creativa donde había que imitar al escritor amado. Seguís entonces. Estabas tratando de explicar esto: la continuidad de esa voz que articula un perfecto punto de vista íntimo pero ajeno. Una distancia prudente que relacionás con los efectos secundarios de tanta droga junta en pocas páginas. (El fondo en la forma, por supuesto). También tiene que ver con el retortijón emocional que vive ella. La ella que no es la profesora. La elección de ese desdoble también nutre. Y ahí ya no es sólo técnica. Te sorprende que Maqueira sea Enzo. Un tipo. Porque esos desdobles de personalidad, una mina que dentro de sí lleva otras muchas, una concretísima, material, visible, "la profesora", la que termina siendo lo que el resto ve pero no lo que ella cree ser... Bueno, esos enrosques con los que una está familiarizada hasta la extenuación, los concebís femeninos. Pero no caerás en la pelotudez de la literatura con género. No. Lo que dirás es que esa agudeza refuerza la construcción de un personaje lleno de contradicciones. Igual, pobre, ciento veintitrés páginas de viacrucis atraviesa.
Pensás que, en efecto, como leíste por ahí antes de comprar el libro, hay mucho de retrato generacional. Y va más allá de la argentinidad al palo del ecosistema elegido para esas criaturas. Creciste en España y, sin embargo, en tu pulso laten muchos "ítems electrónicos". Amás la ironía. Mucho y siempre. Y cuando encontrás pensamientos propios redactados por otro, agradecés no tener que seguir pensando en ellos para darles forma. Algunos suenan así de parecidos:
"El mundo se había convertido en un lugar distinto al que la profesora conocía. Eso también era tener treinta años: que tu mundo hubiera pasado de moda". *
"Lo peor de todo, dijiste, era que por más bueno que estuviera Internet el futuro había resultado ser una cagada. (...) Porque sí, dijiste, porque creíamos que iban a existir robots y naves voladoras, por lo menos que iban a inventar la patineta que flota de Volver al futuro, nunca pensamos que el siglo XXI iba a ser eestar con un pie en la realidad y con otro pie adentro de una pantalla".
"Si la rubia estaba comprando libros no era tan estúpida como pensabas".
"Cada chongo que pasa por tu cama es una aplicación nueva para el celular que tenés en tu cabeza".
Pero no te hagas la boluda por más rubia que finjas ser ahora. No comentás Electrónica por empatía argumental. Es sobre el horizonte de expectativas confirmado que querés hablar sin saber por dónde empezar. Por eso no empezás. El horizonte es esa línea que no se cansa nunca de fugarse. Te imaginás releyendo la novela en verano y te preguntás qué pasará entonces con esas marcas que ahora hiciste. Si habrá otras.
Pensás en sus fluidos poéticos.
"La profesora y Natasha con las manos abajo de un chorro de crema, sintiendo los dedos como peces haciéndose el amor en un frasco de miel".
"Miraste el techo: tenía las mismas manchas de humedad de siempre, la que parecía un elefante sin trompa, la de una mujer de tetas grandes y el animal con cuernos que de chica creías que te iba a comer las manos mientras estabas durmiendo".
Eso.
Considerás que si son eso no les dan ganas de leer Electrónica, no merece la pena insistir.
Macarena Trigo.
Pensás que lo que más te interesó de Electrónica es esa segunda voz de la escritura. Una segunda voz que hace que el narrador sea alguien inmediato. Un poco más omnisciente que el habitual. Alguien que está con la profesora todo el tiempo, como Rabec, pero sin que ella se de cuenta. Maqueira acierta mucho y bien al rescatar a Natasha justo ahí porque entendés que nunca se fue. Sí, la vida es lo que sucede mientras vos...
La vida está plagada de esos lugares comunes que la profesora detesta pero que son los que construyen el imaginario colectivo y definen el noventa por ciento de los guiones cinematográficos. Y también los que salvan cada tanto. El lugar común es como el cuento con remate tradicional. Sabés cómo termina y eso tranquiliza al niño que seguimos siendo.
Pensás que es un muy pedante escribir así sobre el libro que recién cerraste sólo por el placer de seguir escuchando la segunda voz en tu cabeza. Recordás aquel ejercicio de escritura creativa donde había que imitar al escritor amado. Seguís entonces. Estabas tratando de explicar esto: la continuidad de esa voz que articula un perfecto punto de vista íntimo pero ajeno. Una distancia prudente que relacionás con los efectos secundarios de tanta droga junta en pocas páginas. (El fondo en la forma, por supuesto). También tiene que ver con el retortijón emocional que vive ella. La ella que no es la profesora. La elección de ese desdoble también nutre. Y ahí ya no es sólo técnica. Te sorprende que Maqueira sea Enzo. Un tipo. Porque esos desdobles de personalidad, una mina que dentro de sí lleva otras muchas, una concretísima, material, visible, "la profesora", la que termina siendo lo que el resto ve pero no lo que ella cree ser... Bueno, esos enrosques con los que una está familiarizada hasta la extenuación, los concebís femeninos. Pero no caerás en la pelotudez de la literatura con género. No. Lo que dirás es que esa agudeza refuerza la construcción de un personaje lleno de contradicciones. Igual, pobre, ciento veintitrés páginas de viacrucis atraviesa.
Pensás que, en efecto, como leíste por ahí antes de comprar el libro, hay mucho de retrato generacional. Y va más allá de la argentinidad al palo del ecosistema elegido para esas criaturas. Creciste en España y, sin embargo, en tu pulso laten muchos "ítems electrónicos". Amás la ironía. Mucho y siempre. Y cuando encontrás pensamientos propios redactados por otro, agradecés no tener que seguir pensando en ellos para darles forma. Algunos suenan así de parecidos:
"El mundo se había convertido en un lugar distinto al que la profesora conocía. Eso también era tener treinta años: que tu mundo hubiera pasado de moda". *
"Lo peor de todo, dijiste, era que por más bueno que estuviera Internet el futuro había resultado ser una cagada. (...) Porque sí, dijiste, porque creíamos que iban a existir robots y naves voladoras, por lo menos que iban a inventar la patineta que flota de Volver al futuro, nunca pensamos que el siglo XXI iba a ser eestar con un pie en la realidad y con otro pie adentro de una pantalla".
"Si la rubia estaba comprando libros no era tan estúpida como pensabas".
"Cada chongo que pasa por tu cama es una aplicación nueva para el celular que tenés en tu cabeza".
Pero no te hagas la boluda por más rubia que finjas ser ahora. No comentás Electrónica por empatía argumental. Es sobre el horizonte de expectativas confirmado que querés hablar sin saber por dónde empezar. Por eso no empezás. El horizonte es esa línea que no se cansa nunca de fugarse. Te imaginás releyendo la novela en verano y te preguntás qué pasará entonces con esas marcas que ahora hiciste. Si habrá otras.
Pensás en sus fluidos poéticos.
"La profesora y Natasha con las manos abajo de un chorro de crema, sintiendo los dedos como peces haciéndose el amor en un frasco de miel".
"Miraste el techo: tenía las mismas manchas de humedad de siempre, la que parecía un elefante sin trompa, la de una mujer de tetas grandes y el animal con cuernos que de chica creías que te iba a comer las manos mientras estabas durmiendo".
Eso.
Considerás que si son eso no les dan ganas de leer Electrónica, no merece la pena insistir.
Macarena Trigo.
*: "nosotros nos quedamos ahí, en los Simpsons", dice el ninja. Carcajada en esa línea. En el momento en el que esa serie se convirtió en referente académico el mundo ya era otro. Cuán cierto es que "los noventa habían cambiado todo y enseguida todo había cambiado otra vez". Demasiadas series, películas y libros cumplen aniversario redondo últimamente. Y Electrónica se hace eco de esa caducidad de la ficción como nuevo calendario. Recordás Friends. Terminaron casándolos y convirtiéndolos en padres para que pasara algo, para que pudieran salir de esa eterna carcajada bien peinada que los mantenía imperturbables. La serie cumplió veinte años y todos nos sabemos más viejos ahora.
Electrónica
Enzo Maqueira.
ed. Interzona, Bs. As, 2014.