Hoy La omisión de la familia Coleman cumplió nueve años. Diez temporadas.
Varias vidas en ese tiempo para los que la hacemos. ¿Cómo imaginar que compartiríamos tanto?
Cuando comencé a trabajar como asistente de dirección en mayo de 2005 no tenía la menor idea de en qué consistía tal cosa. Sólo sabía que deseaba estar ahí. Quería estar presente en cada extenuante ensayo a deshora que nos convocaba en Boedo. Quería tomar notas como la recién licenciada en Teoría de la Literatura que era. Deseaba, más que cualquier otra cosa, aprender, entender algo del proceso creativo teatral que, por alguna misteriosa razón, se da en Buenos Aires con una cotidianidad tan frecuente como pasmosa.
Claudio es un animal de teatro. Es teatro. Quien lo conoce no deja de constatarlo. Nunca se sabe cuál será la clase o el ensayo donde aparecerá la luz, pero lo hará. Y todos queremos estar ahí cuando suceda. Creo que esa certeza es la que guió mi deseo de ser parte de esta familia. Tantos años después entenderán que, en efecto, la familia Coleman tiene mucho de nosotros. Es difícil escribir sobre una obra en la que se trabaja. Más aún cuando esa obra sigue tan viva. Dispuesta a salir a escena siempre. La omisión de la familia Coleman viajó mucho. La última función de nuestra primera gira española fue en lo que entonces aún era la Sala Ambigú de Valladolid. Espacio de la municipalidad que formaba parte nada menos que de mi antiguo instituto de secundaria. En esa misma sala, unos años antes, había visto Glorias porteñas y Mujeres soñaron caballos. Fue un gran regalo esa función. Uno de los muchos que llegaron. Siguen llegando.
Nos sentimos muy agradecidos por la generosidad con la que el público nos recibe. Acá y en todas partes. Una y otra vez se asienta la certeza de que, sí, todos tenemos algo de Coleman. Lo mejor y lo peor de sus personajes hace eco en la platea. Muchos ríen, otros lloran y cada tanto alguno guarda un extraño silencio que sólo a él le incumbe.
Diez temporadas. Unas dos mil funciones. Y aún recordamos la primera en Boedo 640. El pánico que sentí por ser la responsable de luces, por ejemplo. Aquellas primeras luces. Unos cuantos cuarzos y varias latas colgadas en la parrilla. Una vez una de las latas cayó sobre el escenario en plena función. Lautaro Perotti, inolvidable Marito, la observó impertérrito durante unos segundos y la incorporó a su escena con Tamara Kiper. Los dos contemplaron la lata como si aquello fuera apenas otra cosa más que se rompía dentro de esa casa. Marito abandonó la escena con la lata bajo el brazo y yo pensé que en algún lugar Beckett sonreía.
Antes de que las habilitaciones impusieran el límite obligatorio de cincuenta espectadores, la sala de Boedo supo albergar a muchas más. Si entrabas en último momento te ubicábamos en un banquito de madera rosa pegado a la vieja máquina de coser de Gabi. La primera fila retiraba sus pies para que los actores pasaran. Aquel espacio dotó a la obra de una veracidad tan contundente que cuando aparecieron los primeros viajes tuvimos serias dudas sobre su funcionamiento en otro lugar. Nada más lejos de lo que sucedió.
La omisión... se ha presentado en todo tipo de salas. ¡La hemos subtitulado en seis o siete idiomas! La puesta se adaptó y las interpretaciones se impusieron. Crecieron. Todavía lo hacen. El extraño privilegio de haber presenciado una década de funciones es que te conviertes en una especie de radar para los cambios sutiles. Una palabra que se cambia, otro lugar donde pararse, un objeto de utilería nuevo... Todo, absolutamente todo, modifica la melodía de la obra.
En su momento analicé el texto con inquietudes teóricas. Fue mi regalo para el elenco. Ese análisis terminó publicado junto a la obra. Cada tanto alguien lo lee y me escribe al respecto. No deja de sorprenderme como la dedicación o, lisa y llanamente, el amor por lo que se hace, nunca deja de dar frutos. Hace dos años reemplacé a Tamara Kiper durante una temporada. Y ya que hablamos de la vida de la obra, debo contar que ahora viajamos con una hermosa niña llamada Francisca. La llegada de Fran fue la razón de que el personaje de Gabriela Coleman fuera interpretado por esta española que puso el alma en deshacerse de su acento. Dicen que lo conseguí. Me gusta creerlo. Actuar en la obra que asistes siempre es extraño. A mí me ayudó a reconciliarme con la vocación. Llevaba años sin actuar y fue un desafío estar a la altura de lo que
La omisión ...
es.
Para nosotros es una parte importante de nuestras vidas. La obra es, sobre todo, el increíble grupo que hay tras, con y en ella. Hemos aprendido y encontrado cosas que ni siquiera sabíamos que buscábamos. Crecemos juntos. Cada semana. Cada nueva temporada que enfrentamos con la incertidumbre de si será la última, de si vendrán a vernos.
Gracias por acompañarnos en este viaje.
Macarena Trigo
Asistente de dirección de La omisión de la familia Coleman.
La omisión de la familia Coleman
son Araceli Dvoskin, Miriam Odorico, Inda Lavalle, Tamara Kiper, Diego Faturos, Fernando Sala, Jorge Castaño, Gonzalo Ruiz, Lautaro Perotti, Gerardo Otero, Ellen Wolf, Claudio Tolcachir, Maxime Seuge, Jonathan Zak, Ricardo Sica, Giampaolo Samá, Marisol Cambre, Omar Possemato y Macarena Trigo.
De viernes a domingo en el Complejo La Plaza.