Desde su estreno la venimos recomendando incondicionalmente. Sin haberla visto. Somos así. Cada tanto nos damos el lujo de confiar en algunos proyectos y comprometernos con su causa porque nos alcanza con la garantía de un nombre. Cuando ese nombre es Mauricio Kartun, se firma a pie de página, con sangre y en un cuarto oscuro si hace falta. Ayer por fin pudimos ver Kartun. El año de Salomé. El documental dirigido por Hugo Crexell y Mónica Salerno que nos invita a asomarnos, nada más y nada menos, que al universo creativo de Kartun y al proceso de génesis, ensayo y funciones de Salomé de Chacra. Por si fuera poco, ayer, tras la película, él estuvo ahí, charlando con los espectadores. Profundizando sobre los hallazgos de ese proceso de objetivación de su subjetividad con el humor, la agudeza y la sensibilidad que lo caracterizan.
¿Por dónde empezar? Quizá por la generosidad. La inmensa generosidad con la que Kartun accede al juego de convertirse en el observador observado. Sin solemnidades, con ropa de entrecasa, descalzo, nos deja seguirlo en esos espacios íntimos que constituyen su hábitat: la sala de ensayo, el escenario, el aula, pero también su estudio, su archivo de imágenes, su casa en Cariló y su paseo de sábado a la mañana en busca de lo inefable.
Hablaba ayer Kartun tras la proyección, de esa sed de conocimiento sobre los procesos creativos de los otros que experimenta todo el que se relaciona con el arte. Pensamos que, en efecto, el amante de la la literatura termina por convertirse, tarde o temprano, en devoto de algunos autores. Y con esa pasión nace una curiosidad, en ocasiones morbosa, por saberlo todo acerca de esos nombres que tantos momentos de plenitud proporcionan. Se despierta una curiosidad infinita por la persona que habita el escritor y ahí nomás surgen los inútiles intentos de descifrar dónde comienza a ficcionarse una vida. La relación apasionada con el arte es lo que lo convierte en una fuente inagotable de conocimiento, emoción y sentido. Cuánto más se conoce acerca de una disciplina, más se desea saber. Y, como también apuntaba Kartun, del deseo nace la necesidad. Necesidad de que eso forme parte de nuestros días, no sólo para que nos distraiga de nosotros mismos, sino para que nos ocupe la vida porque, citamos de memoria, "todo aquel que logra vivir de lo que ama, habrá conseguido vivir sin trabajar".
En el caso de Kartun el teatro es ese eje en torno al cual gira lo demás. El teatro en todos y cada uno de sus aspectos, sí, pero con la certeza de saberse dramaturgo. "Soy un autor que dirige sus obras, no un director". Escuchar sus reflexiones sobre la naturaleza del texto dramático y apreciar la calidad de las certezas que lo guían es una lección impagable. En un momento dado afirma "aún veo a los actores haciendo una obra de Kartun. No está mal, pero aún no sucede lo que tiene que suceder". Y sigue, siguen todos, buscando ese minuto de ensayo que justifique el merecido brindis del día.
En estos tiempos donde vivimos como eternos talleristas, donde el mundo cabe en manuales de bolsillo, y el arte se nos quiere vender como una suerte de receta donde batiendo a buen ritmo estructura, tema y colorines se fuera a obtener el tiramisú de los dioses, hace bien compartir un rato con Kartun y escucharlo decir que "el trabajo del artista no es nada serio" y que cuando cometemos el error de diseccionarlo fríamente queriendo convencer al otro de que existe un camino, una ley, una manera correcta de hacer eso, de lo que se está hablando es del oficio. Y sí, el oficio puede ejercerse con excelencia y convertirse en una entrada importante de güita, pero entonces, sepámoslo, habremos dejado de hablar de arte. Porque el arte es siempre otra cosa. Algo ajeno a las caprichosas leyes del negocio. Una práctica cuya perversa economía, afortunadamente, nunca será redituable.
Piensen ustedes en sus propias e infinitas excepciones, justifiquen cómo gusten y mantengan su esperanza en imitar a aquellos pocos, poquísimos artistas que logran vivir "de lo suyo". Están en su derecho de encontrar el pelo en la sopa y depositar su fe en un futuro mejor donde se les pague por soñar despiertos con otros mundos posibles. Ojalá. Pero, por las dudas, recordemos que "hay que aprender a laburar con el obstáculo, no sobre él o contra él. Laburar sobre". Porque con mucha buena suerte, quizá ese obstáculo termine convirtiéndose "en la solución poética que resuelva su problema técnico".
Kartun. El año de Salome, es una clase magistral para creadores. No sólo para gente de teatro. Sin ningún interés biográfico, goza de esa frescura excepcional que posee todo material registrado durante una larga convivencia donde los azares saben convertirse en determinantes. Nos hizo recordar otras destacadas e inspiradoras experiencias que se aproximan al artista que trabaja como Espejo para cuando me pruebe el smoking, dirigida por Fernández Mouján sobre y con el escultor Ricardo Longhini, o los últimos trabajos del cineasta Ignacio Masllorens con la figura de Martín Blaszko. Martín Blaszko I, II y III.
Sugería Kartun editar dos clips de la película donde, según él, se resume gran parte de su método de trabajo, dos hallazgos puntuales y reveladores que sintetizan su manera de enfrentarse a la búsqueda sin saber qué está buscando. No les diremos cuáles son esos momentos. Vayan y encuentren. Si tienen suerte quizá lo agarran a Kartun a la salida y pueden agradecerle personalmente su generosidad.
Kartun. El año de Salomé, puede verse todos los jueves hasta el 21 de noviembre a las 19.30h en el Teatro del Pueblo. Av. Roque Saénz Peña 943.
¿Por dónde empezar? Quizá por la generosidad. La inmensa generosidad con la que Kartun accede al juego de convertirse en el observador observado. Sin solemnidades, con ropa de entrecasa, descalzo, nos deja seguirlo en esos espacios íntimos que constituyen su hábitat: la sala de ensayo, el escenario, el aula, pero también su estudio, su archivo de imágenes, su casa en Cariló y su paseo de sábado a la mañana en busca de lo inefable.
Hablaba ayer Kartun tras la proyección, de esa sed de conocimiento sobre los procesos creativos de los otros que experimenta todo el que se relaciona con el arte. Pensamos que, en efecto, el amante de la la literatura termina por convertirse, tarde o temprano, en devoto de algunos autores. Y con esa pasión nace una curiosidad, en ocasiones morbosa, por saberlo todo acerca de esos nombres que tantos momentos de plenitud proporcionan. Se despierta una curiosidad infinita por la persona que habita el escritor y ahí nomás surgen los inútiles intentos de descifrar dónde comienza a ficcionarse una vida. La relación apasionada con el arte es lo que lo convierte en una fuente inagotable de conocimiento, emoción y sentido. Cuánto más se conoce acerca de una disciplina, más se desea saber. Y, como también apuntaba Kartun, del deseo nace la necesidad. Necesidad de que eso forme parte de nuestros días, no sólo para que nos distraiga de nosotros mismos, sino para que nos ocupe la vida porque, citamos de memoria, "todo aquel que logra vivir de lo que ama, habrá conseguido vivir sin trabajar".
En el caso de Kartun el teatro es ese eje en torno al cual gira lo demás. El teatro en todos y cada uno de sus aspectos, sí, pero con la certeza de saberse dramaturgo. "Soy un autor que dirige sus obras, no un director". Escuchar sus reflexiones sobre la naturaleza del texto dramático y apreciar la calidad de las certezas que lo guían es una lección impagable. En un momento dado afirma "aún veo a los actores haciendo una obra de Kartun. No está mal, pero aún no sucede lo que tiene que suceder". Y sigue, siguen todos, buscando ese minuto de ensayo que justifique el merecido brindis del día.
En estos tiempos donde vivimos como eternos talleristas, donde el mundo cabe en manuales de bolsillo, y el arte se nos quiere vender como una suerte de receta donde batiendo a buen ritmo estructura, tema y colorines se fuera a obtener el tiramisú de los dioses, hace bien compartir un rato con Kartun y escucharlo decir que "el trabajo del artista no es nada serio" y que cuando cometemos el error de diseccionarlo fríamente queriendo convencer al otro de que existe un camino, una ley, una manera correcta de hacer eso, de lo que se está hablando es del oficio. Y sí, el oficio puede ejercerse con excelencia y convertirse en una entrada importante de güita, pero entonces, sepámoslo, habremos dejado de hablar de arte. Porque el arte es siempre otra cosa. Algo ajeno a las caprichosas leyes del negocio. Una práctica cuya perversa economía, afortunadamente, nunca será redituable.
Piensen ustedes en sus propias e infinitas excepciones, justifiquen cómo gusten y mantengan su esperanza en imitar a aquellos pocos, poquísimos artistas que logran vivir "de lo suyo". Están en su derecho de encontrar el pelo en la sopa y depositar su fe en un futuro mejor donde se les pague por soñar despiertos con otros mundos posibles. Ojalá. Pero, por las dudas, recordemos que "hay que aprender a laburar con el obstáculo, no sobre él o contra él. Laburar sobre". Porque con mucha buena suerte, quizá ese obstáculo termine convirtiéndose "en la solución poética que resuelva su problema técnico".
Kartun. El año de Salome, es una clase magistral para creadores. No sólo para gente de teatro. Sin ningún interés biográfico, goza de esa frescura excepcional que posee todo material registrado durante una larga convivencia donde los azares saben convertirse en determinantes. Nos hizo recordar otras destacadas e inspiradoras experiencias que se aproximan al artista que trabaja como Espejo para cuando me pruebe el smoking, dirigida por Fernández Mouján sobre y con el escultor Ricardo Longhini, o los últimos trabajos del cineasta Ignacio Masllorens con la figura de Martín Blaszko. Martín Blaszko I, II y III.
Sugería Kartun editar dos clips de la película donde, según él, se resume gran parte de su método de trabajo, dos hallazgos puntuales y reveladores que sintetizan su manera de enfrentarse a la búsqueda sin saber qué está buscando. No les diremos cuáles son esos momentos. Vayan y encuentren. Si tienen suerte quizá lo agarran a Kartun a la salida y pueden agradecerle personalmente su generosidad.
Kartun. El año de Salomé, puede verse todos los jueves hasta el 21 de noviembre a las 19.30h en el Teatro del Pueblo. Av. Roque Saénz Peña 943.